DISCURSOS
Discurso pronunciado el 13 de octubre de 1911, en memoria de Francisco Ferrer Guardia
Discurso pronunciado por Ricardo Flores Magón en el mitin internacional que en memoria de Ferrer se celebró la noche del 13 del corriente en esta ciudad.
Compañeras y compañeros:
Capital, Autoridad, Clero: he ahí la hidra que guarda las puertas de este presidio que se llama Tierra. El ser humano, tan orgulloso, tan jactancioso, tan pagado de sus llamados derechos, de sus pretendidas libertades, ¿qué otra cosa es sino un galeote, un presidiario rotulado y numerado desde que viene al mundo, sujeto a un reglamento vergonzoso que se llama Ley, castigado o premiado según su habilidad para violar la ley, en su provecho y en perjuicio de los demás?
“Estar vivo es estar preso”, me decía con frecuencia aquel mártir del proletariado cuya vida ejemplar de abnegación y de sacrificio ha prendido en tantos nobles pechos proletarios el ansia de imitarlo. Me refiero al joven mártir de Janos, a Práxedis G. Guerrero, al primer libertario mexicano que tuvo la audacia de lanzar por primera vez, en México, el grito sublime de ¡Tierra y Libertad!
La tierra es un presidio, más amplio que los presidios que conocemos; pero presidio al fin. Los guardianes de la prisión son los gendarmes y los soldados; los carceleros son los presidentes, reyes, emperadores, etcétera; los comités de vigilancia de cárceles son las asambleas legislativas, y por ese tenor pueden parangonarse perfectamente los ejercicios de los funcionarios de un presidio con los ejercicios o actos de los funcionarios del Estado. La gleba, la plebe, la masa desheredada, son los presidiarios, obligados a trabajar para sostener al ejército de funcionarios de diferentes categorías y a la burguesía holgazana y ladrona.
Librar a la humanidad de todo lo que contribuye a hacer de esta bella tierra un valle de lágrimas, es tarea de héroes, y ésa fue la que se impuso Francisco Ferrer Guardia.1 Como medio escogió la educación de la infancia, y fundó la Escuela Moderna, de la que deberían salir seres emancipados de toda clase de prejuicios, hombres y mujeres aptos para razonar y darse cuenta de la naturaleza, de la vida, de las relaciones sociales. En la Escuela Moderna se estimulaban en el niño hábitos de investigación y de raciocinio, para que no aceptase, a ojos cerrados, los dogmas religiosos, políticos, sociales y morales con que se atiborran las tiernas inteligencias de los niños, en las escuelas oficiales. Se procuraba que el niño llegase a comprender por sí mismo la historia natural de la creación de la tierra y del universo, el surgir de la vida, la evolución de ésta, y de la naturaleza entera, la formación de las sociedades humanas y su lento desarrollo a través de los tiempos, hasta nuestros días.
El clero español veía con disgusto esta educación que contrarrestaba sus esfuerzos por perpetuar las preocupaciones, las tradiciones, los atavismos; el clero español de hoy es el mismo clero de Loyola y de la Inquisición. Para este clero, fomentador de fanatismos que hagan posible la resignación enfrente de la tiranía y la explotación capitalista, la obra de Ferrer era una obra reprobable, y, haciendo la señal de la cruz, decretó en la sombra, como los cobardes, la muerte de la obra de su autor.
La oportunidad no tardó en presentarse. Un bello día una vistosa comitiva recorría las calles de Madrid en celebración del matrimonio de Alfonso XIII, con Enna de Batenberg. Todo era sedas, perfumes, colores, fulguraciones de oro, lujo, derroche de riquezas en aquella brillante comitiva. La aristocracia del dinero y de los pergaminos hacía aquel día ostentación de su fuerza, de su influencia, de su insultante lujo, del altanero deprecio con que los de arriba ven a los de abajo, mientras en los barrios, miles y miles de seres humanos se ahogaban en el infierno de sus cuchitriles por el único delito de trabajar y sudar para que aquella canalla hiciera derroche de oro y de sedas.
Las bandas militares llenaban el espacio de armonías heroicas; las burguesas, dichosas, reían; los soldados hacían retroceder a culatazos a las muchedumbres espectadoras; las calles lucían adornos patrióticos. El rey y la reina formaban parte de aquel desfile de las más grandes sanguijuelas de España. De los balcones y de las azoteas de las casas llovían flores. De las manos de un hombre, desde una azotea, se desprendió un hermoso ramo, cuyas flores sonreían al sol: ese ramo hizo explosión. ¡Era una bomba adornada con flores! El que la había arrojado era un amigo de Ferrer. El monstruo del clericalismo tuvo un estremecimiento de satisfacción. Mateo Morral,2 amigo de Ferrer. “¡Ya lo tenemos”, gritó el clero! Y mientras Mateo regaba con su sangre de libertario la tierra que soñó ver poblada por una humanidad libre, las manos de los polizontes prendían, en Barcelona, al noble fundador de la Escuela Moderna.
El proceso fue largo. Se pretendía a todo trance encontrar culpable a aquel inocente, hasta que, después de año y medio de prisión, el Gobierno se vio obligado a ponerlo en libertad. La bestia clerical volvió a acechar, a espiar los movimientos de aquel hombre extraordinario. Hasta que se presentó una nueva oportunidad.
España estaba en guerra con los moros a mediados de 1909.3 Los trabajadores conscientes estaban opuestos, naturalmente, a ese torpe derramamiento de sangre proletaria para defender los intereses de unos cuantos dueños de minas en el norte de África. El Gobierno, defensor del capital, enviaba soldados y más soldados al campo de la guerra. Las manifestaciones de descontento contra esa guerra criminal se multiplicaban por toda España. En Barcelona se declaró la huelga general contra el envío de más soldados a pelear por los intereses de sus opresores. Los choques entre la policía y los huelguistas comenzaron, y la insurrección se hizo general en toda la ciudad. Grupos de revolucionarios prendieron fuego a las iglesias y a los conventos, y se batían como leones en las calles de la gran ciudad hasta que, reconcentradas tropas en gran número, los revolucionarios tuvieron que guardar sus armas en espera de mejor oportunidad.
Entonces comenzaron las persecuciones, siendo Ferrer el blanco de ellas, aunque Ferrer, como ha quedado bien demostrado, no tomó participación alguna en la insurrección. Arrestado, fue juzgado por jueces que llevaban la consigna de sentenciarlo a muerte, y a pesar de haberse visto bien claro su inocencia, fue fusilado el 13 de octubre de 1909 en el fuerte de Montjuich.
Las Escuelas Modernas, entonces en número de 120, fueron cerradas por la autoridad, y miles y miles de niños quedaron sin el pan de una educación sana, que, según el sueño generoso de su autor, tendría que hacer a la humanidad más buena, más libre, más feliz.
He aquí demostrado, compañeros, la imposibilidad de resolver el problema social por medios pacíficos. El Capital, la Autoridad y el Clero, con toda la influencia que tienen, con todas las fuerzas de que disponen, están resueltos a defender sus intereses y a ahogar en sangre aun las manifestaciones más pacíficas de la actividad de los que queremos y nos esforzamos por el advenimiento de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad.
La obra de Ferrer estaba siendo conducida de una manera perfectamente legal; no se salía una línea de las garantías que otorgan las constituciones políticas que tanta sangre han costado a los pueblos; no aconsejaba la violencia para alcanzar el querido sistema comunista, y sin embargo, el ensangrentado cadáver del Maestro proclama a todo el mundo que la libertad política es una mentira vil; que por la vía pacífica se llega seguramente al martirio, pero no a la victoria, que es lo que los desheredados necesitamos.
Los mexicanos no negamos las excelencias de una educación racionalista; pero hemos comprendido, por las lecciones de la Historia, que luchar contra la fuerza sin otra arma que la razón es retardar el advenimiento de la sociedad libre, por miles y miles de años, durante los cuales la explotación y la tiranía habrán acabado por convertir al proletariado en una especie distinta, incapaz por atavismo de rebelarse y de aplastar con sus puños a burgueses, a tiranos y a frailes.
Las clases privilegiadas no permitirán jamás que el proletariado abra los ojos, porque eso significaría el derrumbamiento estruendoso de su imperio, que sostiene tanto por la fuerza de las armas como por la ignorancia de los desheredados.
Compañeros: que la muerte del Maestro sirva para convencer a los pacifistas de que para acabar con la desigualdad social, para dar muerte al privilegio, para hacer de cada ser humano una personalidad libre, es necesario el uso de la fuerza y arrancar, por medio de ella, la riqueza a los burgueses que se interpongan entre el hombre y la libertad.
La revolución que fomenta el Partido Liberal Mexicano está basada en la experiencia de que la razón, sin la fuerza, es una débil paja a merced de las represiones de la reacción enfurecida, y por eso los libertarios mexicanos no se rinden; por eso luchan sin tregua; por eso, audaces y gallardos, se mantienen en pie y enarbolando la bandera roja de las reivindicaciones proletarias, cuando los idólatras esperan que los déspotas les arrojen un mendrugo, sin pensar ¡insensatos! que tienen el derecho de tomarlo todo.
Regeneración, núm. 60, 21 de octubre de 1911
1 Francisco Ferrer Guardia (1859-1909). Pedagogo. Entusiasta de la Primera República Española, en 1884 se hace masón. Implicado en la sublevación republicana de Villacampa, en 1886 se asila en París. En 1892 asiste al Congreso internacional de librepensadores en Madrid y en 1897 al Congreso Socialista de Londres. Decepcionado de los republicanos se aproximó a los círculos libertarios parisinos. Profesaba una concepción de la revolución que combinaba una vanguardia profesional, la huelga general y la alianza con el proletariado. A partir de 1894 se le asocia, en calidad de financiero, a todos los movimientos insurreccionales, huelgas y magnicidios que se suceden en España. En 1901 funda en Barcelona la Escuela Moderna, misma que le dará fama internacional como impulsor de la llamada Escuela Racionalista. Implicado en el atentado contra Alfonso XIII perpetrado por Mateo Morral en Madrid fue encarcelado. Al ser liberado en junio de 1907, continúa su labor de agitación dentro y fuera de la península ibérica. Arrestado de nueva cuenta tras la llamada Semana Trágica en Barcelona, fue ejecutado en esa misma ciudad en medio de un escándalo de alcances mundiales. Escribió, entre otros, La Escuela Moderna (1912) y Páginas para la historia (1910).
2 Mateo Morral (ca. 1880-1906). Anarquista catalán, bibliotecario de la Escuela Moderna de Barcelona y cercano colaborador del pedagogo Francisco Ferrer. El 31 de mayo de 1906 arrojó una bomba al cortejo nupcial de Alfonso XIII, rey de España, y Victoria Eugenia de Battemberg, princesa del Reino Unido, a su paso por la calle Mayor de Madrid. El atentado causó decenas de muertos y gran cantidad de heridos, pero dejó ilesos al rey y su consorte. Morral se dio a la fuga, refugiándose en la redacción del periódico librepensador El Motín; días después, a punto de ser aprehendido, se suicidó. Su proximidad con Ferrer, ocasionó que éste fuera señalado como cómplice del atentado (cargo del que fue absuelto en 1907) y que la Escuela Moderna fuera clausurada. Morral se convirtió, para los anarquistas de habla hispana, en un símbolo de lucha contra la monarquía. El escritor Pío Baroja lo hizo protagonista de su novela La dama errante (1908).
3 Se refiere a la llamada Guerra de Melilla, en la que se enfrentaron el ejército español y las guerrillas bereberes de la región del Rif (Marruecos), entre febrero y diciembre de 1909. Los bereberes se negaban a reconocer los tratados entre potencias europeas que lo designaban “zona de influencia española”. El 28 de julio las tropas españolas sufrieron una fuerte derrota en el llamado “desastre del Barranco del Lobo”.
En pos de la libertad
Disertación leída en la sesión del Grupo “Regeneración” la noche del domingo 30 de octubre de 1910 en el Labor Temple de esta ciudad.
La humanidad se encuentra en estos momentos en uno de esos periodos que se llaman de transición, esto es, el momento histórico en que las sociedades humanas hacen esfuerzos para transformar el medio político y social en que han vivido, por otro que esté en mejor acuerdo con el modo de pensar de la época y satisfaga un poco más las aspiraciones generales de la masa humana.
Quienquiera que tenga la buena costumbre de informarse de lo que ocurre por el mundo habrá notado, de hace unos diez años a esta parte, un aumento de actividad de los diversos órdenes de la vida política y social. Se nota una especie de fiebre, un ansia parecida a la que se apodera del que siente que le falta aire para respirar. Es éste un malestar colectivo que se hace cada vez más agudo, como que cada vez es más grande la diferencia entre nuestros pensamientos y los actos que nos vemos precisados a ejecutar, así en los detalles como en el conjunto de nuestras relaciones con los semejantes. Se piensa de un modo y se obra de otro distinto; ninguna relación hay entre el pensamiento y la acción. A esta incongruencia del pensamiento y de la realidad, a esta falta de armonía entre el ideal y el hecho, se debe esa excitación febril, esa ansia, ese malestar, parte de este gran movimiento que se traduce en la actividad que se observa en todos los países civilizados para transformar este medio, este ambiente político y social, sostenido por instituciones caducas que ya no satisfacen a los pueblos, en otro que armonice mejor con la tendencia moderna a mayor libertad y mayor bienestar.
El menos observador de los lectores de periódicos habrá podido notar este hecho. Hay una tendencia general a la innovación, a la reforma, que se exterioriza en hechos individuales o colectivos: el destronamiento de un rey, la declaración de una huelga, la adopción de la acción directa por tal o cual sindicato obrero, la explosión de una bomba al paso de algún tirano, la entrada al régimen constitucional de pueblos hasta hace poco regidos por monarquías absolutas, el republicanismo amenazando a las monarquías constitucionales, el socialismo haciendo oír su voz en los parlamentos, la Escuela Moderna abriendo sus puertas en las principales ciudades del mundo y la filosofía anarquista haciendo prosélitos hasta en pueblos como el del Indostán y la China: hechos son éstos que no pueden ser considerados aisladamente, como no teniendo relación alguna con el estado general de la opinión, sino más bien como el principio de un poderoso movimiento universal en pos de la libertad y la felicidad.
Lo que indica claramente que nos encontramos en un periodo de transición, es el carácter de la tendencia de ese movimiento universal. No se ve en él, en manera alguna, el propósito de conservar las formas de vida política y social existentes, sino que cada pueblo, según el grado de cultura que ha alcanzado, según el grado de educación en que se halla, y el carácter más o menos revolucionario de sus sindicatos obreros, reacciona contra el medio ambiente en pro de la transformación, siendo digno de notarse que la fuerza propulsora, en la mayoría de los casos, para lograr la transformación en un sentido progresivo del ambiente, ya no viene desde arriba hacia abajo, esto es, de las clases altas a las bajas de la sociedad, como sucedía antes, sino desde abajo hacia arriba, siendo los sindicatos obreros, en realidad, los laboratorios en que se moldea y se prepara la nueva forma que adoptarán las sociedades humanas del porvenir.
Este trabajo universal de transformación no podía dejar de afectar a México, que, aunque detenido en su evolución por la imposición forzosa de un despotismo sin paralelo casi en la historia de las desdichas humanas de hace algunos años a esta parte, da también señales de vida, pues no podía sustraerse a él en esta época en que tan fácilmente se ponen en comunicación los pueblos todos de la tierra. Los diarios, las revistas, los libros, los viajeros, el telégrafo, el cable submarino, las relaciones comerciales, todo contribuye a que ningún pueblo quede aislado sin tomar carácter mundial, y México toma la parte que le corresponde en él, dispuesto, como todos los pueblos de la tierra en este momento solemne, a dar un paso, si es que no puede dar un salto —que yo creo que sí lo dará— en la grande obra de la transformación universal de las sociedades humanas.
México, como digo, no podía quedar aislado en el gran movimiento ascensional de las sociedades humanas, y prueba de lo que digo es la agitación que se observa en todas las ramas de la familia mexicana. Haciendo a un lado preocupaciones de bandería, que creo no tener, voy a plantear ante vosotros la verdadera situación del pueblo mexicano y lo que la causa universal de la dignificación humana puede esperar de la participación de la sociedad mexicana en el movimiento de transformación del medio ambiente. No por su educación, sino por las circunstancias especiales en que se encuentra el pueblo mexicano, es probable que sea nuestra raza la primera en el mundo que dé un paso franco en la vía de la reforma social.
México es el país de los inmensamente pobres y de los inmensamente ricos. Casi puede decirse que en México no hay término medio entre las dos clases sociales: la alta y la baja, la poseedora y la no poseedora; hay, sencillamente pobres y ricos. Los primeros, los pobres privados casi en lo absoluto de toda comodidad, de todo bienestar; los segundos, los ricos, provistos de todo cuanto hace agradable la vida. México es el país de los contrastes. Sobre una tierra maravillosamente rica, vegeta un pueblo incomparablemente pobre. Alrededor de una aristocracia brillante, ricamente ataviada, pasea sus desnudeces la clase trabajadora. Lujosos trenes y soberbios palacios muestran el poder y la arrogancia de la clase rica, mientras los obreros se amontonan en las vecindades y pocilgas de los arrabales de las grandes ciudades. Y como para que todo sea contraste en México, al lado de una gran ilustración adquirida por algunas clases, se ofrece la negrura de la supina ignorancia de otras.
Estos contrastes tan notables, que ningún extranjero que visita México puede dejar de observar, alimentan y robustecen dos sentimientos: uno, de desprecio infinito de la clase rica e ilustrada por la clase trabajadora, y otro de odio amargo de la clase pobre por la clase dominadora, a la vez que la notable diferencia entre las dos clases va marcando en cada una de ellas caracteres étnicos distintos, al grado de que casi puede decirse que la familia mexicana está compuesta de dos razas diferentes y andando el tiempo esa diferencia será de tal naturaleza que, al hablar de México, los libros de geografía del porvenir dirán que son dos las razas que lo pueblan, si no se verificase una conmoción social que acercase las dos clases sociales y las mezclase, y fundiese las diferencias físicas de ambas en un solo tipo.
Cada día se hacen más tirantes las relaciones entre las dos clases sociales, a medida que el proletariado se hace más consciente de su miseria y la burguesía se da mejor cuenta de la tendencia, cada vez más definida, de las clases laboriosas a su emancipación. El trabajador ya no se conforma con los mezquinos salarios acostumbrados. Ahora emigra al extranjero en busca de bienestar económico, o invade los grandes centros industriales de México. Se está acabando en nuestro país el tipo de trabajador por el cual suspira la burguesía mexicana: aquel que trabajaba para un solo amo toda la vida, el criado que desde niño ingresaba a una casa y se hacía viejo en ella, el peón que no conocía ni siquiera los confines de la hacienda donde nacía, crecía, trabajaba y moría.
Había personas que no se alejaban más allá de donde todavía podían ser escuchadas las vibraciones del campanario de su pueblo. Este tipo de trabajador está siendo cada vez más escaso. Ya no se consideran, como antes, sagradas las deudas con la hacienda, las huelgas son más frecuentes de día en día y en varias partes del país nacen los embriones de los sindicatos obreros del porvenir. El conflicto entre el capital y el trabajo es ya un hecho, un hecho comprobado por una serie de actos que tienen exacta conexión unos con otros, la misma causa, la misma tendencia; fueron hace algunos años los primeros movimientos del que despierta y se encuentra con que desciende por una pendiente; ahora es ya la desesperación del que se da cuenta del peligro y lucha a brazo partido movido por el instinto de propia conservación. Instinto digo, y creo no equivocarme. Hay una gran diferencia en el fondo de dos actos al parecer iguales. El instinto de propia conservación impele a un obrero a declararse en huelga para ganar algo más, de modo de poder pasar mejor la vida. Al obrar así, ese obrero, no tiene en cuenta la justicia de su demanda. Simplemente quiere tener algunas pocas de comodidades de las cuales carece, y si las obtiene, hasta se lo agradece al patrón, con cuya gratitud demuestra que no tiene idea alguna sobre el derecho que corresponde a cada trabajador de no dejar ganancia alguna a sus patrones. En cambio, el obrero que se declara en huelga con el preconcebido objeto de obtener no sólo un aumento en su salario, sino de restar fuerza moral al pretendido derecho del capital a obtener ganancias a costa del trabajo humano, aunque se trate igualmente de una huelga, obra el trabajador en este caso conscientemente y la trascendencia de su acto será grande para la causa de la clase trabajadora.
Pero si este movimiento espontáneo, producido por el instinto de la propia conservación, es inconsciente para la masa obrera mexicana, en general no lo es para una minoría selecta de la clase trabajadora de nuestro país, verdadero núcleo del gran organismo que resolverá el problema social en un porvenir cercano. Esa minoría, al obrar en un momento oportuno, tendrá el poder suficiente de llevar la gran masa de trabajadores a la conquista de su emancipación política y social.
Esto en cuanto a la situación económica de la clase trabajadora mexicana. Por lo que respecta a su situación política, a sus relaciones con los poderes públicos, todos vosotros sois testigos de cómo se las arregla el Gobierno para tener sometida a la clase proletaria. Para ninguno de vosotros es cosa nueva saber que sobre México pesa el más vergonzoso de los despotismos. Porfirio Díaz, el jefe de ese despotismo, ha tomado especial empeño en tener a los trabajadores en la ignorancia de sus derechos tanto políticos como sociales, como que sabe bien que la mejor base de una tiranía es la ignorancia de las masas. Un tirano no confía tanto la estabilidad de su dominio en la fuerza de las armas como en la ceguera del pueblo. De aquí que Porfirio Díaz no tome empeño en que la masas se eduquen y se dignifiquen. El bienestar, por sí solo, obra benéficamente en la moralidad del individuo; Díaz lo comprende así, y para evitar que el mexicano se dignifique por el bienestar, aconseja a los patrones que no paguen salarios elevados a los trabajadores. De ese modo cierra el tirano todas las puertas a la clase trabajadora mexicana, arrebatándole dos de los principales agentes de fuerza moral: la educación y el bienestar.
Porfirio Díaz ha mostrado siempre decidido empeño por conseguir que el proletario mexicano se considere a sí mismo inferior en mentalidad, moralidad y habilidad técnica y hasta en resistencia física a su hermano el trabajador europeo y norteamericano. Los periódicos pagados por el Gobierno, entre los que descuella El Imparcial, han aconsejado, en todo tiempo, sumisión al trabajador mexicano, en virtud de su supuesta inferioridad, insinuando que si el trabajador lograse mejor salario y disminución de la jornada de trabajo, tendría más dinero que derrochar en el vicio y más tiempo para contraer malos hábitos.
Esto, naturalmente, ha retrasado la evolución del proletariado mexicano; pero no es lo único que ha sufrido bajo el feroz despotismo del bandolero oaxaqueño. La miseria en su totalidad más aguda, la pobreza más abyecta, ha sido el resultado inmediato de esa política que tan provechosa ha sido así al despotismo como a la clase capitalista. Política provechosa para el despotismo ha sido esa, porque por medio de ella se han podido echar sobre las espaldas del pobre todas las cargas: las contribuciones son pagadas en último análisis por los pobres exclusivamente; el contingente para el ejército se recluta exclusivamente entre la masa proletaria, los servicios gratuitos que imponen las autoridades de los pueblos recaen también, exclusivamente, en la persona de los pobres. Las autoridades, tanto políticas como municipales, fabrican fortunas multando a los trabajadores con el menor pretexto, y para que la explotación sea completa, las tiendas de raya reducen casi a nada los salarios, y el clero lo merma aún más vendiendo el derecho de entrada al cielo.
No se sabe qué tanto tiempo tendría que durar esta situación para el proletario mexicano si por desgracia no hubiera alcanzado los efectos de la tiranía de Porfirio Díaz a las clases directoras mismas. Éstas, durante los primeros lustros de la dictadura de Porfirio Díaz, fueron el mejor apoyo del despotismo. El clero y la burguesía. Unidos fuertemente a la autoridad, tenían al pueblo trabajador completamente sometido; pero como la ley de la época es la competencia en el terreno de los negocios, una buena parte de la burguesía ha sido vencida por una minoría de su misma clase, formada de hombres inteligentes que se han aprovechado de su influencia en el poder público para hacer negocios cuantiosos, acaparando para sí las mejores empresas y dejando sin participación en ellas al resto de la burguesía, lo que ocasionó, naturalmente, la división de esa clase, quedando leal a Porfirio Díaz la minoría burguesa conocida con el nombre de los “científicos”, mientras el resto volvió armas contra el Gobierno y formó los partidos militantes de oposición a Díaz y especialmente a Ramón Corral el vicepresidente, bajo las denominaciones de Partido Nacionalista Democrático1 y Partido Nacional Antirreeleccionista,2 cuyos programas conservadores no dejan lugar a duda de que no son partidos absolutamente burgueses. Sea como fuere, esos dos partidos forman parte de las fuerzas disolventes que obran en estos momentos contra la tiranía que impera en nuestro país, de las cuales la del Partido Liberal constituye la más enérgica y será la que en último resultado prepondere sobre los demás, como es de desearse, por ser el Partido Liberal el verdadero partido de los oprimidos, de los pobres, de los proletarios; la esperanza de los esclavos del salario, de los desheredados, de los que tienen por patria una tierra que pertenece por igual a científicos porfiristas como a burgueses demócratas y antirreeleccionistas.
La situación del pueblo mexicano es especialísima. Contra el poder público obran en estos momentos los pobres, representados por el Partido Liberal, y los burgueses, representados por los Partidos Nacionalista Democrático y Nacional Antirreeleccionista. Esta situación tiene forzosamente que resolverse en un conflicto armado. La burguesía quiere negocios que la minoría “científica” no ha de darle. El proletariado, por su parte, quiere bienestar económico y dignificación social por medio de la toma de posesión de la tierra y la organización sindical, a lo que se oponen, por igual, el Gobierno y los partidos burgueses.
Creo haber planteado el problema con claridad suficiente. Una lucha a muerte se prepara en estos momentos para la modificación del medio en que el pueblo mexicano, el pueblo pobre, se debate en una agonía de siglos. Si el pueblo pobre triunfa, esto es, si sigue las banderas del Partido Liberal, que es el de los trabajadores y de las clases que no poseen bienes de fortuna, México será la primera nación del mundo que dé un paso franco por el sendero de los pueblos todos de la tierra, aspiración poderosa que agita a la humanidad entera, sedienta de libertad, ansiosa de justicia, hambrienta de bienestar material; aspiración que se hace más aguda a medida que se ve con más claridad el evidente fracaso de la república burguesa para asegurar la libertad y la felicidad de los pueblos.
Regeneración, núm. 10, 5 de noviembre de 1910
1 Partido Nacionalista Democrático (1909-1910). Organización política derivada de la disolución del Partido Reyista que promovía la candidatura del Bernardo Reyes. Entre sus integrantes estaban: Benito Juárez Maza, Manuel Calero, José Peón del Valle, Jesús Urueta y Diódoro Batalla. Órgano: México Nuevo.
2 Partido Nacional Antirreeleccionista (1909-1911). Organización política derivada del Centro Antirreeleccionista de la ciudad de México, aglutinado en torno a las tesis políticas sustentadas por Francisco I. Madero en La sucesión presidencial. Entre sus integrantes estaban: Emilio Vázquez Gómez (primer presidente), Luis Cabrera, Filomeno Mata y José Vasconcelos. Órgano: El antirreeleccionista.