DISCURSOS
Ver, oír y callar
Discurso pronunciado el domingo 27 de mayo, en el Italian Hall, en el mitin que para la defensa de los compañeros Raúl Palma y Odilón Luna, organizó el Comité Latino de la International Workers Defense League (Liga Internacional de Defensa de los Trabajadores).
Camaradas:
Todos vosotros sabéis que el domingo 6 de este mes, y cuando dirigían la palabra a los trabajadores congregados en la Plaza llamada de los Mexicanos, fueron arrestados los compañeros Raúl Palma1 y Odilón Luna2 por algunos miembros de la policía de esta ciudad. Palma y Luna hacían uso del derecho que todo ser humano tiene de exponer sus ideas para que sean aceptadas o rechazadas. En el mitin reinaba la mayor compostura y todo auguraba que el acto terminaría con entera felicidad y con gran beneficio de los ideales de emancipación humana que los oradores proletarios exponían; pero la policía, encabezada por un tal Ricardo, se encargó de introducir el desorden donde reinaba el orden y cargó con los oradores a la cárcel. Ahora, las autoridades federales tratan de deportar a México a Palma y a Luna porque son anarquistas,3 para que Venustiano Carranza los fusile. Porque no serán entregados a Zapata, no serán entregados a Villa, ni serán puestos en manos de Cedillo,4 de Peláez,5 de Sibalume6 ni de ningún rebelde; Palma y Luna serán puestos a disposición del enemigo cobarde y artero de la clase trabajadora; serán puestos en manos de Venustiano Carranza, el lacayo de Wilson y de los bandidos de Wall Street.
El pretexto que se pone para estas deportaciones de miembros de la clase proletaria, es el de que sus palabras son perjudiciales para el país por las circunstancias especiales en que éste se encuentra. En realidad las prédicas anarquistas no son perjudiciales para ningún país, sino para los bolsillos de los bandidos que viven del sudor del trabajador. Las palabras del anarquista son palabras de verdad y de justicia, y sólo pueden dañar a los que están en contra de la justicia. Si con motivo de encontrarse este país comprometido en la carnicería europea, son nocivas nuestras palabras, lo son, sin duda, para los intereses de la clase capitalista; pero no para los intereses del pueblo productor de la riqueza. Nuestras palabras dañan a todos aquellos que se aprovechan de la gran carnicería europea para llenar de oro sus arcones. Nuestras palabras dañan a los enemigos de la humanidad; nuestras palabras dañan solamente a todos aquellos que tienen interés en que subsista la desigualdad de fortunas; ¿pero en qué perjudican nuestras prédicas al ser humano que consume su existencia en la fábrica o en el taller? ¿Qué perjuicio sufre con nuestras palabras el campesino obligado a trabajar una tierra que no es suya, y que encorvado y jadeante va depositando en el surco interminable, con la semilla que ha de producir ricas espigas para el amo, su sudor, su salud y sus esperanzas? ¿Cómo pueden dañar las palabras del anarquista al hombre o a la mujer que trabajan para poder vivir?
Nuestras palabras dañan a todos aquellos que viven del trabajo de los demás; nuestras palabras dañan a los parásitos, a los seres inútiles y nocivos que chupan la sangre del pueblo. El clérigo, el burgués y el gobernante: éstos son los que se perjudican con nuestras palabras. ¡Tanto peor para ellos, tanto mejor para nosotros!
Que el país se encuentra en guerra y por eso no podemos hablar. ¡Valiente razón! Precisamente porque se encuentra comprometido el país en una guerra para cuya declaración no se tuvo en cuenta el parecer de todos y cada uno de los habitantes de él, es por lo que debemos hablar, y debemos hablar alto y claro pésele a quien le pese y cualesquiera que sean las consecuencias de nuestras palabras. ¿Qué interés vamos a ganar nosotros los miserables con esta guerra irracional y monstruosa? ¿Vamos a tener más para nosotros y para los nuestros? ¿Vamos a ser más libres? No; se nos obligará, como pobres que somos, a empuñar el fusil, y se nos arrastrará a las trincheras para que nos despedace la metralla, para que Rockefeller, Morgan y todos los banqueros, y todos los comerciantes y todos los bandidos que explotan y oprimen al proletariado puedan acrecentar sus millones y con ellos su sangre en las trincheras para que nuestros amos derrochen en festines el producto de nuestro sacrificio. Rendiremos la existencia en el campo de batalla, y cuando en el desolado hogar los nuestros lloren nuestra desesperación, y en el reinen el luto, el llanto, la tristeza y el hambre, nuestros verdugos echarán en sus bolsillos el precio del dolor y del sacrificio.
Los anarquistas no podemos callar; no debemos callar. Mientras impere la injusticia, tendrá que oírse nuestra voz. No obramos empujados por el capricho, sino por la razón soberana que nos señala el camino del deber, y toda injusticia, toda imposición, toda explotación, tendrán que tropezar con nuestra resistencia y nuestra protesta.
Camaradas: La orden del día puesta en vigor por nuestros tiranos, es el silencio. ¡Sufrís? Pues, bien, devorad en silencio vuestra amargura. ¿Os indigna la injusticia? Tanto peor para vosotros, porque tendréis que tragaros vuestras cóleras.
Para la tiranía, el silencio es una virtud, y el mejor ciudadano, a pesar de la sangre que ha derramado la humanidad en sus luchas por la libertad, sigue siendo aquel que observa al pie de la letra la negra máxima, que para bochorno de este siglo, continúa encerrado el conjunto de deberes del oprimido para con el opresor: ver, oír y callar.
En el siglo del aeroplano y del zepelín; en la época del inalámbrico y del submarino; cuando Dios se desploma de los cielos al soplo de la razón y el pensamiento humano alcanza con sus alas poderosas las cumbres altísimas del ideal anarquista, la vieja orden de ver, oír y callar, es un contrasentido, constituye un ultraje que los hombres de espíritu libre rechazamos indignados.
Ver, oír y callar, pudo tolerarse en los tiempos oscuros de Torquemada y de Arbués en que la humanidad no conocía más luz que la de las lívidas llamas de las hogueras inquisitoriales; ver, oír y callar, pudo ser la suprema ley, ante la cual inclinó sufrido la cabeza el siervo de la Edad Media; pero esa ley maldita quedó sepultada con los huesos de sus sostenedores bajo los escombros de la Bastilla. ¿Para qué socavar esas ruinas y extraer del sepulcro y emponzoñar la atmósfera con el cadáver de una ley que la cultura rechaza, que un nuevo concepto de la dignidad humana no tolera y que amenaza arrastrarnos a un pasado de vergüenza y de humillación, del que fuimos rescatados al precio de la sangre y del sacrificio de nuestros padres?
Después de la Bastilla, después de la Comuna y cuando el privilegio y la tiranía, en México y en Rusia, sienten en la garganta la mano colérica del pueblo, y de Chapultepec y de Petrogrado salen de rodillas los últimos vástagos de los faraones y los califas, es una vergüenza, es un ultraje que se despliegue a la luz del sol el emblema sombrío de la opresión, la negra bandera del despotismo con su expresión bochornosa de ver oír y callar.
Callar, cuando todo nos invita a hablar; callar, cuando debemos gritar. Vamos, señores mandones, tragaos vuestra orden, porque los anarquistas no estamos dispuestos a obedecerla, no podemos callar, no queremos callar, y hablaremos cuéstenos lo que nos cueste.
Callar, permanecer con los labios plegados por el miedo cuando a nuestra vista os regodeáis con vuestro festín de hienas; callar cuando estáis vaciando millones de arterias proletarias en los campos de Europa, para convertir en oro la sangre de los humildes; callar, cuando el luto invade millones de hogares, alegres y risueños todavía ayer; callar, cuando nuestro corazón se hace pedazos ante los sollozos y las lágrimas de los huérfanos y de las viudas de vuestras víctimas sacrificadas en aras de vuestra ambición; callar, cuando la civilización está seriamente comprometida bajo las pezuñas del prusianismo aliado y teutón, pues el militarismo es el mismo azote ora sirva a la democracia ora a la autocracia; callar, cuando el progreso alcanzado en siglos y más siglos, lenta y penosamente, está a punto de perecer; callar, para que los de arriba puedan oprimir a su antojo a los de abajo, es cosa que no podemos hacer los anarquistas, señores mandones. Sobre vuestro capricho está nuestro derecho, derecho que no os debemos a vosotros, sino a la naturaleza que nos dotó de un cerebro para pensar, y en defensa de un derecho, sabedlo bien, estamos dispuestos a todo y a arrostrarlo todo, hasta el calabozo y la horca. No olvidéis que el derecho, por más que lo mutiléis, por más que lo aplastéis, por más que queráis aniquilarlo, cuando más perseguido se encuentra, y cuando más engreídos estáis de vuestro triunfo, ruge su venganza en la dinamita y vomita plomo en la barricada.
El resorte de cada motín es un derecho violado; el alma pujante de toda insurrección es un derecho herido: el derecho perseguido engendra la revolución. No fue la pólvora la que obró en el revólver de Pardiñas:7 fue un derecho conculcado; en el puñal de Caserio8 fulguró un derecho hollado. Aplastar el derecho es abrir de par en par las puertas de la rebelión. ¡Apretad, tiranos, que los pueblos necesitan sufrir los rigores de la opresión para recordar que tienen el derecho de ser libres!
Regeneración, núm. 257, 23 de junio de 1917
1 Raúl Palma. Miembro del plm. Compañero de Lucia Norman. Propagandista entre la comunidad mexicana en Los Ángeles, Calif. Fue arrestado en mayo de 1917 por “repartir propaganda anarquista e incitar a una manifestación armada contra el orden”. Las autoridades buscaron su deportación. En diciembre, fue acusado de asesinato en la persona de un tendero anglosajón. En julio de 1917, junto con Odilón Luna lo iban a deportar por propaganda subversiva, rfm organizó un comité de defensa a su favor. La oposición de Enrique Flores Magón y Ralph García a dicha defensa devino en el rompimiento definitivo dentro del grupo de Regeneración. Fue declarado inocente tras un juicio celebrado en mayo de 1918. En julio de ese mismo año volvió a prisión, esta vez acusado de violación del Acta de Espionaje, por su participación en el Comité Internacional para la Defensa de Ricardo Flores Magón y Librado Rivera, junto con María Brousse, Epigmenio Zavala, Nicholas Zenn Zogg.
2 Odilón Luna. Residente de Los Ángeles, Miembro del plm al menos desde 1911. Firma la protesta por la detención de rfm, efm, alf y lr el 14 de junio de 1911. En este año publica varios textos en Regeneración, como “Atrás payasos”, en el que fustiga a “supuestos libertarios” como Juan Sarabia. En noviembre escribe un artículo recordando el sacrificio de Práxedis G. Guerrero. Participó como orador en los funerales de Joseph Mikolasek, militante de la iww asesinado por la policía de San Diego en mayo de 1912. El funeral fue motivo de una gran manifestación por las calles de Los Ángeles. En el acto, Luna pronunció un discurso. En noviembre de ese año participa en el Centro de Estudios Racionales de Los Ángeles. Escribe poemas, como el que dedica a Francisco Ferrer Guardia en noviembre de 1912 (“No fue vana tu obra a los obreros, / esos que veías sufrir con hambre tanta, /porque ahora ya miran altaneros /y a los tiranos, su altivez espanta. /Moriste convencido de los frutos /que tu obra sublime había de dar, / y no te equivocaste ve los lutos /de tantos que siguen tu obra colosal.” Miembro fundador de la Junta Consultiva de la Casa del Obrero Internacional de Los Ángeles. En mayo de 1913 es nombrado secretario del Grupo Regeneración Los Rebeldes de Los Ángeles, que se instala el día 6 del citado mes. Su compañera María Martínez murió atropellada por un tranvía en Los Ángeles en octubre de 1913. Para febrero de 1914, Luna es secretario del Centro de Estudios Racionales de Los Ángeles y como tal denuncia a Rafael Romero Palacios como traidor. Luna envía diversas colaboraciones a la prensa libertaria: cuentos que publica en Fuerza Consciente de San Francisco, Calif., poemas como “Épica Azteca” que aparece en Fiat Lux de La Habana, Cuba. Con la entrada de los Estados Unidos en la guerra contra Alemania se desata al interior del país la persecución contra todo tipo de opositores a la guerra. La prensa socialista de todos los tintes es perseguida en todo el país y son detenidos numerosos militantes de izquierda, entre ellos, algunos miembros del plm, como Odilón Luna y Raúl Palma. Estando preso, Luna entra en conflicto con el Grupo Editor de Regeneración, al que acusó de mal manejo en los fondos que se reúnen para su defensa, pese a que ésos eran manejados por el Comité Latino de la Liga Internacional para la Defensa de los Trabajadores. El conflicto se hace particularmente áspero, las partes intercambian insultos y Regeneración acusa a Luna de traicionar los principios anarquistas, en particular por haber declarado ante las autoridades de migración norteamericanas no ser anarquista, cuando según efm: “un anarquista nunca, ni ante el pelotón de ejecución, niega sus convicciones”.
3 La ley del 5 de febrero de 1917, condenaba a la expulsión a todo extranjero que propagara ideas antinacionalistas, particularmente a los anarquistas.
4 Refiérese al general Saturnino Cedillo (1890-1939). Junto con sus hermanos Cleofas y Magdaleno, se levantó en armas en su natal Ciudad del Maíz, SLP, bajo la bandera del maderismo. Se unió al orozquismo en noviembre de 1912. Posteriormente combatió al régimen de Huerta, adhiriéndose al carrancismo y posteriormente al convencionalismo como parte del ejército villista. A la caída de la Convención continuó rebelde ante el carrancismo. Hacia 1917, dominaba la región de la Huasteca potosina, donde había comenzado a desarrollar un agrarismo de corte militarista.
5 Refiérese al general Manuel Peláez Gorrochotegui (1986-1959). Intermediario entre los terratenientes de la huasteca veracruzana y las compañías petroleras extranjeras. Maderista de último momento, apoyó el conato de rebelión de Félix Díaz, sobrino del dictador, de octubre de 1912. Tras un breve exilio en Estados Unidos regresó al país y apoyó al régimen huertista. A la caída de éste reconoció el gobierno de la Convención. Formó una milicia independiente con fondos de la petroleras de la región y se mantuvo activo combatiendo al constitucionalismo entre 1915 y 1920.
6 Felipe Sierra (a) José María Sibalaume. Regeneración siguió sistemáticamente, a través de las notas de la prensa nacional y norteamericana, los pasos del general yaqui Sibaluame a partir de su incursión en las haciendas de Cruz Piedra y Jaimea en septiembre de 1911. Resaltó el fracaso de la conferencia del líder yaqui con Francisco I. Madero, a principios de octubre de 1911, la intransigencia del jefe yaqui ante los enviados maderistas, Viljoen y Maytorena, y señaló que la posterior rebelión de Sibalaume fue hecha “lanzando el grito de Tierra y Libertad”, alentado por los enviados del plm en la región. A principios de 1912, Sibalaume formó un nuevo contingente cercano a los doscientos hombres que operó cerca de Guaymas y atacó poblaciones como Huírivis, para trasladarse después a la región del Valle de Santa María, en donde atacó las haciendas propiedad del gobernador Maytorena. Para octubre de 1913, aprovechando la circunstancia provocada por el golpe huertista, los jefes Sibalaume, Moris y Espinosa, tomaron los pueblos de Pótam, Cocorit y Tórin, deslindándose de cualquier autoridad, lo que Regeneración señaló como la puesta en marcha de la táctica de “acción directa”. A principios de 1914, uno de los enviados de plm a la región, Juan F. Montero, informó que las fuerzas yaquis, entre ellas la de Sibalaume, usaban “el lema de Tierra y Libertad desde hace una año, tanto en la bandera como en los documentos que firman”; calificó a Sibalaume como “compañero”, y afirmaba que en la región del yaqui “se encontraban en “pleno periodo de reconstrucción social:” “en el territorio del que se han apoderado los yaquis hay abundancia y libertad.” Aunque las fuerzas de Sibalaume, salió prontamente de esa región para atacar de nueva cuenta la hacienda de Cruz Piedra, para la obtención de ganado. El 15 de julio de ese mismo año, el jefe yaqui envía, junto con otros jefes, un comunicado a la joplm, en el que tras recordar los cuarenta años de “guerra desigual”, se les invitaba “a venir a este campamento, donde seréis recibidos con los brazos abiertos”. Todavía hacia 1917 Sibalaume y Montero continuaban en armas.
7 Manuel Pardiñas Serrato (1880-1912). Pintor. Espiritista y anarquista aragonés, radicado en Zaragoza, España. Viajó a París, y de ahí marchó a Panamá, Cuba y la Florida, donde entró en contacto con líderes anarquistas como Pedro Esteve y Maximiliano Olay. Regresó a Europa en febrero de 1912 y tras una breve estancia en Londres, se internó en España y el 12 de noviembre de ese mismo año asesinó al presidente del gobierno José Canalejas y Méndez en Madrid. Días después se suicidó.
8 Caserio. Refiérese al panadero anarquista lombardo Girolamo Santo Caserio (1873-1894), que el 24 de junio de 1894 apuñaló al presidente francés Sadi Carnot, causándole la muerte. El atentado fue motivado por el ametrallamiento de mineros huelguistas en Monteceau-Les-Mines, así como por la negativa del gobierno francés para indultar a Aguste Vaillant, culpable de arrojar una bomba a la cámara de diputados. Detenido inmediatamente después del atentado, Caserio fue sometido a un juicio en el que él mismo expuso su defensa. Murió guillotinado el 15 de agosto de ese mismo año. A su muerte fue reivindicado por el anarquismo internacional como un mártir de las luchas libertarias.
En vísperas de la gran revolución
Discurso pronunciado el domingo 10 de junio, en el Italian Hall, en el mitin que para la defensa de los compañeros Raúl Palma y Odilón Luna, organizó el Comité Latino de la International Workers Defense League (Liga Internacional de Defensa de los Trabajadores).
Camaradas:
Hace más de un mes que los compañeros Raúl Palma y Odilón Luna se encuentran presos, sin que hasta estos momentos se sepa cuál es la determinación de las autoridades federales, qué es lo que se va a hacer con esos prisioneros. Son proletarios, son miembros de la clase trabajadora, son desheredados y eso basta para que la justicia burguesa, la vil prostituta que se deshace en sonrisas y atenciones para el rico, eche en olvido a nuestros hermanos de sufrimientos y privaciones, tanto más cuanto le interesa quitar de en medio a todos aquellos que ponen un obstáculo al libre ejercicio de las uñas de los senadores de levita y de bombín.
El caso de Luna y Palma no es un caso aislado, no es una coz que la bestia da al acaso, no es la bala perdida que da en un blanco sobre el cual no fue disparada, no es la teja desprendida que descalabra indistintamente a un hombre o a una mujer, a un anciano o a un niño; el caso de Palma y de Luna obedece a un plan bien definido de la clase burguesa; obedece al mismo plan por el cual Rangel y compañeros están condenados a dejar sus huesos en los presidios texanos; es el resultado de la misma conspiración que condenó a Billings por vida; que tiene el lazo echado al cuello de Thomas Mooney, y que abre la fosa para dejar en ella los restos palpitantes de Rena Mooney; Palma y Luna están presos por los mismos motivos que lo están Ford y Suhr, Schmidt y Caplan; contra Palma y Luna se enderezan las mismas fuerzas que acribillaron a balazos a Joe Hill1 y dieron fin en la horca a la existencia fecunda de Parsons; son las negras fuerzas de la reacción burguesa que cierran el paso a la emancipación de los humildes; son las fuerzas del Estado, solapador y cómplice del crimen capitalista, en sus funciones de ahogar en su cuna toda manifestación de descontento, de suprimir con el calabozo o a palos o con la horca y la silla eléctrica toda crítica que comprometa la estabilidad de un sistema protector de bandidos y torturador de inocentes; son las fuerzas que tratan de apagar la luz que arroja el periódico anarquista, las sombrías fuerzas que hacen pedazos la pluma del que escribe la verdad; que ahogan en la garganta el grito de la indignación y el rugido de la cólera, y que atan de pies y manos al que tiene la audacia de mostrar el puño a sus verdugos.
Es la justicia arrogante que se encara al derecho sin medir las responsabilidades, sin pensar en las consecuencias, ebria de poder y de fuerza, sin reflexionar que la paciencia tiene sus límites y olvidando las páginas de la Historia escritas con sangre de tiranos, en las que se aprende que las cabezas de los déspotas no han caído a los golpes de hombres libres, sino que han sido tronchadas por las manos del esclavo en rebelión.
Son los excesos de la tiranía los que se encargan de sacudir las dormidas energías de los pueblos, y los pueblos están despertando. Largas décadas de sana propaganda anarquista, no lograron modificar la mentalidad de los pueblos como lo han conseguido sólo tres años de pesadilla guerrera. Tres años de horror, de luto, de sangre, de lágrimas y de hambre, han hecho no solamente posible la Revolución, sino inminente e inevitable en todo el mundo. La Revolución se cierne sobre nuestras cabezas. Mejor aún: la Revolución está en las conciencias. El indiferente que hasta hace poco tachaba de locos y de ilusos a los revolucionarios, ya piensa él también que se necesita una Revolución, que las cosas no deben seguir como hasta aquí, que es necesario un cambio en las condiciones económicas, políticas y sociales de los pueblos para lograr una situación que haga imposible que algunos pueblos se arrojen unos sobre los otros y se despedacen en beneficio de intereses particulares, de intereses mezquinos, de intereses que no benefician sino a unos cuantos, de los intereses, en suma, de la clase capitalista, intereses antagónicos a los intereses generales de la humana especie, porque son contrarios a la libertad y al bienestar.
Sí, la Revolución flota en el aire, la Revolución está en las conciencias. El azote de la guerra ha tenido la virtud de despertar a los pueblos, que si se mostraron sordos por tantos años a los llamamientos del honor, que si permanecieron indiferentes por tan largo tiempo a las solemnes excitativas que se hicieron a su dignidad, que si habían perdido toda noción de decoro y de vergüenza, el castigo los solivianta y los estremece y los agita, no tanto porque se sienten lastimados en su dignidad y en su honor, sino porque el golpe los despierta y los hace ver con horror el abismo en cuyo borde dormían con tan pesado sueño. La Revolución que tenemos encima, la gran Revolución que no tarde en incendiar al mundo entero, el formidable cataclismo que barrerá con reyes, con presidentes y con cuanto parásito pesa sobre los hombros de la humanidad, no es el resultado del honor y de la dignidad ofendidos, sino la reacción poderosa del instinto de conservación rudamente sacudido por el crimen burgués.
Así como la prisión de Palma y de Luna no es un hecho aislado, no es una arbitrariedad excepcional, sino que responde a un plan de represión de toda energía rebelde, del mismo modo que la Revolución rusa no es un caso particular ruso, no es un acontecimiento que sólo pudo ocurrir en Rusia, no es una insurrección esporádica que puede quedar confinada al territorio ruso, sino que es un hecho, es un fenómeno social y político que responde al sentir de la humanidad entera, que concuerda con el modo de pensar de todos los pueblos de la Tierra en este momento solemne, en esta hora de dolor, que es como el momento que precede al parto, como que estamos en vísperas de ver surgir de los humeantes escombros de instituciones anticuadas y nocivas, un nuevo orden, una forma nueva de convivencia social más en armonía con la cultura de la época, más de acuerdo con las leyes inmutables de la naturaleza, y en la que pueda desarrollarse con menos trabas una humanidad más justa y más sabia.
El ambiente está saturado de promesas de insurrección y protesta. La paciencia se agota; la mansedumbre se ausenta de los corazones; los ojos, desilusionados, ya no se clavan en el cielo con la esperanza de que la mano de Dios rompa las cadenas de la esclavitud, sino que buscan ansiosas el fusil que libera y la dinamita que redime; las cabezas ya no se inclinan, resignadas, ante un nuevo atentado de la tiranía, sino que sueñan con la barricada y la revuelta.
El mundo es un volcán próximo a hacer erupción; México y Rusia son los primeros cráteres anunciadores del despertar de las fuerzas de la miseria y del hambre. A México y a Rusia les seguirán bien pronto todos los pueblos de la Tierra, hartos ya de tiranía, cansados ya de injusticia, convencidos al fin de que su salvación no ha de ser decretada por un ser imaginario que se nos dice que reside más allá de las estrellas que alcanzamos a ver, sino que su libertad y su bienestar tienen que ser conquistados por el hierro y por el fuego, por el motín y por la barricada. Con súplicas sólo se logra el envalentonamiento del enemigo. Contra la enfermedad llamada tiranía no hay más que un remedio: la guillotina.
Todo anuncia que la catástrofe está por sobrevenir; la miseria sacude rabiosa sus puños descarnados; el descontento ya no murmura: ¡grita!, y las manos impacientes acarician nerviosas el pomo del puñal y el gatillo del rifle.
Se conspira en voz alta y a la luz del sol; los gobiernos pierden su prestigio; la ley es vista con odio, y un sano sentimiento de humana solidaridad comienza a borrar las fronteras y a desteñir las banderas nacionales, dando vigor a la risueña promesa de una próxima fraternidad universal.
El proletariado de todo el mundo comienza a darse cuenta de que el trabajador nada tiene que ganar con las guerras fraguadas por los capitalistas, y este convencimiento, unido a la miseria cada vez más creciente y a los excesos cada vez más brutales de la tiranía gubernamental, satura de cóleras el ambiente y se respira una atmósfera preñada de odio y de venganza.
A dondequiera que se dirija la mirada se tropieza con los ojos airados de la rebeldía. En Alemania, las masas populares se amotinan; cuerpos de ejército se desertan en masa; los trabajadores de las fábricas de armas y municiones se declaran en huelga; la minoría socialista aboga por la paz a cualquier precio, y en el seno del Parlamento una voz valiente anuncia la revolución. Austria-Hungría sufre idénticas convulsiones, anunciadoras de la tempestad que está por desatarse y diputados socialistas húngaros, reunidos en Berna, adoptan resoluciones revolucionarias. En Brasil, las organizaciones obreras rehúsan prestar su apoyo al Gobierno en una guerra contra Alemania. El Japón enseña los dientes al emperador, a la burocracia y al militarismo, y la prensa de oposición enseña al mikado, como una saludable advertencia, el cetro quebrado de Nicolás Romanov.2 En Suecia el proletariado grita: “¡Pan, más pan!”; los más audaces gritan: “¡Revolución!”; las muchedumbres se amotinan en muchos lugares del reino, y el rey se encierra en su palacio, redobla sus guardias y destaca soplones a los mítines obreros para retardar el momento en que su corona ruede por el polvo a hacer compañía a la de Nicolás. En Inglaterra los obreros de importantes centros fabriles se declaran en huelga para protestar contra el envío de más jóvenes a la guerra. En China se disputan la supremacía los militaristas y los antimilitaristas, con el resultado plausible del debilitamiento del Estado burgués. Filipinas fragua la insurrección. En Portugal el hombre alarga la mano huesuda y se apodera virilmente del pan que le niega el poderoso. En Dinamarca, las fuerzas del trabajo intensifican su agitación antiguerrera. En Italia, el partido socialista adopta, en Roma, resoluciones contra la guerra. En Cuba, Menocal3 se quema los dedos en sus esfuerzos por apagar el rescoldo revolucionario. Irlanda gruñe, España está próxima a estallar, Canadá va a arder en Quebec y en British Columbia. En Rusia los trabajadores hacen un llamamiento mundial para la revolución social en todos los países de la Tierra.
Tal es, a grandes rasgos, la situación mundial anunciadora del próximo e inevitable conflicto entre las fuerzas de los hambrientos y de los hartos, de los de abajo y de los de arriba. Todo indica que estamos en vísperas de una catástrofe depuradora y santa. En Texas el Gobierno descubre una conspiración para resistir con las armas en la mano la leva que se acerca. Las cárceles de Estados Unidos están llenas de agitadores antiguerristas. El hambre arrecia y la tiranía se extrema. El descontento crece. Según la Prensa, la agitación antiguerra en varios Estados aconseja el uso de la fuerza para resistir la leva. El escritor burgués Harry Carr dice, en el Times, que el káiser puede ser derribado de su trono por una insurrección, y que tal suceso pondrá en peligro a todos los tronos de Europa y aun los Estados Unidos no estarán a salvo de la violencia de la sacudida. Joseph Canon,4 líder obrero y organizador, compareció ante el comité de asuntos militares del Senado y predijo de este modo las consecuencias de la ley sobre servicio militar obligatorio: “Habrá huelgas, los precios de los artículos alimenticios aumentarán como una consecuencia de la explotación que se hace de la guerra, y la sangre va a correr en las calles. Se dice que entramos a la guerra para establecer la democracia en Alemania, y para llevar a cabo tal cosa estamos estableciendo la autocracia en América”.
George W. Anderson, fiscal federal y ayudante especial del Ministerio de Justicia, declaró ante la Cámara de agricultura de la Cámara de Diputados en Washington, refiriéndose al alza de los precios de los artículos alimenticios: “Hay que hacer algo. No puede negarse que nos amenaza un levantamiento social y político. Yo veo los síntomas de esa insurrección. Todo observador atento lo sabe. Si no se hace algo para impedirlo, se producirá, en los Estados Unidos, un fenómeno contra la ley y el orden”.
Víctor L. Berger,5 prominente socialista, dijo estas palabras en un mitin celebrado en Nueva York el 30 de Mayo último: “Nosotros necesitamos saber por qué estamos en esta guerra. Si no se nos responde y ocurren motines en Nueva York, en Chicago y en Milwaukee, entonces el pueblo de esta nación se rebelará, como lo hicieron sus camaradas rusos, para establecer una verdadera democracia social”.
No somos los anarquistas los únicos que vemos los negros nubarrones que cierran el horizonte. Son hombres de distintos ideales y tendencias los que anuncian la tempestad que va a desatarse. Las instituciones burguesas están por caer arrastradas por su propio peso. La burguesía no puede culpar a nadie de su caída, más que a sí misma. Su desastre, obra es de su desenfreno. Se ahoga en la sangre que ella misma ha derramado. Estamos en presencia de un suicidio.
Es que ha sonado la hora de la justicia; es que la miseria enarbola sus harapos y los despliega al sol como una bandera de revancha, convocando a la lucha a todos los desgraciados de la Tierra. Felicitémonos, los que nada tenemos que perder como no sean nuestras cadenas. Que se alegren los corazones; que renazca en los pechos la esperanza. La humanidad se regenera; el cordero recuerda que es león.
Y el león comienza a rugir y a sus rugidos tiembla la tierra. El caos se aproxima. ¡Viva la Revolución Social! ¡Viva la Anarquía!
Regeneración, núm. 257, 23 de junio de 1917
1 Joel Emmanuel Hägglund (a) Joe Hill (Galve, Suecia, 1879-Salt Lake City, 1915). Hijo de ferroviario, emigra a los Estados Unidos en 1902. Minero y estibador, recorre de este a oeste el país hasta radicarse en California. En 1910 se afilia al Industrial Workers of the World y participa en la huelga de estribadores de San Pedro, Calif., Autor de canciones, poeta, vagabundo y humorista influyó en la cultura popular norteamericana. Participó en la campaña del plm en Baja California, en su última fase. Llegó a Tijuana el 1 de junio de 1911 y abandonó la península después de la batalla del 22 de ese mismo mes. “Esclavos asalariados del mundo ¡Levantáos!, hagan su deber por la causa, de Tierra y Libertad”, escribió como coro para su canción “Should I Ever Be a Soldier”. Acusado de asesinato en Utah, fue fusilado, a pesar de las protestas internacionales que su caso suscitó. A un camarada sueco, Hill escribió poco antes de morir: “Tuve el gran honor de luchar en el campo de batalla bajo la Bandera Roja y debo de admitir que estoy orgulloso de ello”.
2 Nicolás Romanov (1868-1918). Último zar de Rusia. Fue derrocado por la revolución de 1917 y fusilado el 17 de julio de 1918.
3 Mario García Menocal (1866-1941). Político cubano conservador. Participó en la Guerra de Independencia. Jefe de la Policía de La Habana durante la primera intervención norteamericana. Presidente de Cuba de 1913 a 1921. Tanto en 1917 como en 1919 la isla fue invadida de nueva cuenta por el ejército de los Estados Unidos, alegando el peligro que representaban levantamientos indígenas.
4 Joseph D. Cannon. Político y activista de la Metal Worker’s Union de Nueva York. Miembro del Partido Socialista de América. Participó en el mitin llevado al cabo en el Simpson Auditorium de Los Ángeles, Calif., el 26 de noviembre de 1907, en protesta por la detención de los miembros de la joplm, llevada al cabo el 23 de agosto de ese año. En 1909, durante el juicio en Tombstone, Ariz., continuó la campaña a favor de su liberación junto con la escritora Luella Twining, entre otros. Tanto Mother Jones como Cannon se entrevistaron en la ciudad de México con Francisco I. Madero y llegaron al acuerdo de que los primeros buscarían disuadir a los miembros de la joplm encarcelados de continuar su lucha y reintegrarse a la vida política de México.
5 Victor L. Berger (1860-1929). Político y escritor de origen austriaco. Fundador del Partido Socialista Norteamericano. Personaje central del movimiento socialista en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Diputado por el estado de Wisconsin en 1910. Criticó acremente la dictadura de Porfirio Díaz y la complicidad que los capitalistas estadounidenses mantuvieron con ella. Participó activamente en la campaña enarbolada por los medios radicales estadounidenses para evitar la intervención militar de Estados Unidos en México. Tras un breve periodo de simpatía hacia la lucha del plm, se mostró partidario de Madero, declarándose escéptico ante la posibilidad de una revolución social en México. En la sección en inglés de Regeneración, William C. Owen polemizó ampliamente, al menos hasta finales de 1912, con las posturas expresadas por Berger.
El Manifiesto de 23 de septiembre
Discurso pronunciado en El Monte, California, en el mitin efectuado en celebración del sexto aniversario de la promulgación del Manifiesto de 23 de septiembre de 1911.
Deseo deciros algunas palabras acerca de un mal hábito, bastante generalizado entre los seres humanos. Me refiero a la indiferencia, ese mal hábito que consiste en no fijar la atención en asuntos que atañen a los intereses generales de la humanidad.
Cada quien se interesa por su propia persona y por las personas más allegadas a él, y nada más; cada quien procura su bienestar y el de su familia, y nada más, sin reflexionar que el bienestar del individuo depende del bienestar de los demás; y que el bienestar de una colectividad, de un pueblo, de la humanidad entera, es el resultado de circunstancias favorables, es la consecuencia natural, lógica, de un medio de libertad y de justicia.
Así, pues, el bienestar de cada uno depende del bienestar de los demás, bienestar que sólo puede ser posible en un medio de libertad y de justicia, porque si la tiranía impera, si la desigualdad es la norma solamente pueden gozar de bienestar los que oprimen, los que están más arriba que los demás, los que en la desigualdad fundan la existencia de sus privilegios.
Por lo tanto, el deber de todos es preocuparse por los intereses generales de la humanidad para lograr la formación de un medio favorable al bienestar de todos. Sólo de esa manera podrá el individuo gozar de verdadero bienestar.
Pero vemos que en la vida corriente ocurre todo lo contrario. Cada uno lucha y se sacrifica por su bienestar personal, y no lo logra, porque su lucha no está enderezada contra las condiciones que son obstáculo para obtener el bienestar de todos. El ser humano lucha, se afana, se sacrifica por ganarse el pan de cada día; pero esa lucha, ese afán, ese sacrificio no dan el resultado apetecido, esto es, no producen el bienestar del individuo porque no están dirigidos los esfuerzos a cambiar las condiciones generales de convivencia, no entra en los cálculos del individuo que lucha, se afana y se sacrifica la creación de circunstancias favorables a todos los individuos, sino el mezquino interés de la satisfacción de necesidades individuales, sin hacer aprecio de las necesidades de los demás, y con frecuencia, aun con prejuicio de los intereses de los otros. Nadie se interesa por la suerte de los demás. El que está trabajando sólo piensa en que no le quiten el trabajo y se alegra cuando en una rebaja de trabajadores no entra él en el número de los cesantes, mientras que el que no tiene trabajo suspira por el momento en que el burgués despida a algún trabajador para ver si, de esa manera, logra él ocupar el puesto vacante, y hay algunos tan viles, hay algunos abyectos, que no titubean en ofrecer sus brazos por menos paga, y otros que en un momento de huelga se apresuran a llenar los lugares desocupados momentáneamente por los huelguistas.
En suma, los trabajadores se disputan el pan, se arrebatan el bocado, son enemigos los unos de los otros porque cada quien busca solamente su propio bienestar sin preocuparse del bienestar de los demás, y ese antagonismo entre los individuos de la misma clase, esa lucha sorda por el duro mendrugo, hace permanente nuestra esclavitud, perpetúa la miseria, nos hace desgraciados, porque no comprendemos que el interés del vecino es nuestro propio interés, porque nos sacrificamos por un interés individual mal entendido, buscando en vano un bienestar que sólo puede ser el resultado de nuestro interés por los asuntos que atañen a la humanidad entera, interés que, si se intensificara y se generalizara, daría como producto la transformación de las condiciones actuales de vida, ineptas para procurar el bienestar de todos porque están fundadas en el antagonismo de los intereses, en otras basadas en la armonía de los intereses, en la fraternidad y la justicia.
La indiferencia es nuestra cadena, y somos nosotros nuestros propios tiranos porque no ponemos nada de nuestra parte para destruirla. Indiferentes y apáticos vemos desfilar los acontecimientos con la misma impasibilidad que si se tratara de asuntos de otro planeta, y como cada quien se interesa únicamente por su propia persona, sin preocuparse de los intereses generales, de los intereses comunes a todos, nadie siente la necesidad de unirse para ser fuertes en las luchas por el interés general; en donde resulta que, no habiendo solidaridad entre los oprimidos, el Gobierno se extralimita en sus abusos y los amos de toda clase hacen presa de nosotros, nos esclavizan, nos explotan, nos oprimen y nos humillan.
Cuando reflexionamos que todos los que sufrimos idénticos males tenemos un mismo interés, un interés común a todos los oprimidos, y nos hagamos, por lo tanto, el propósito de ser solidarios, entonces seremos capaces de transformar las circunstancias que nos hacen desgraciados por otras que sean favorables a la libertad y al bienestar.
Dejemos ya de apretarnos las manos y de preguntar angustiados qué será bueno hacer para contrarrestar las embestidas de la tiranía de los Gobiernos y de la explotación de los capitalistas. El remedio está en nuestra mano: unámonos todos los que sufrimos el mismo mal, seguros de que ante nuestra solidaridad se estrellarán los abusos de los que fundan su fuerza en nuestra desunión y en nuestra indiferencia.
Los tiranos no tienen más fuerza que la que les damos nosotros mismos con nuestra indiferencia. No son los tiranos los culpables de nuestros infortunios, sino nosotros mismos. Preciso es confesarlo: si el burgués nos desloma en el trabajo y exige de nosotros hasta la última gota de sudor, ¿a quién se debe ese mal sino a nosotros mismos, que no hemos sabido oponer a la explotación burguesa nuestra protesta y nuestra rebeldía? ¿Cómo no ha de oprimirlos el Gobierno cuando sabe que una orden suya, por injusta que ella sea y por más que lastime nuestra dignidad de hombres, es acatada por nosotros con la vista baja, sin murmurar siquiera, sin un gesto que haga constar nuestro descontento y nuestra cólera? ¿Y no somos nosotros mismos, los desheredados, los oprimidos, los pobres, los que nos prestamos a recibir de las manos de nuestros opresores el fusil destinado a exterminar a nuestros hermanos de clase, en los raros momentos en que la mansedumbre y la habitual indiferencia ceden su puesto a las explosiones del honor y del decoro? ¿No salen de nuestras filas, de la gran masa proletaria, el polizonte y el mayordomo, el carcelero y el verdugo?
Somos nosotros, los pobres, los que remachamos nuestras propias cadenas, los causantes del infortunio propio y de los nuestros. El anciano que tiende la mano temblorosa en demanda de un mendrugo; el niño que llora de frío y de hambre; la mujer que ofrece su carne por unas cuantas monedas, son hechura nuestra, a nosotros deben su infortunio, porque no sabemos hacer de nuestro pecho un escudo; y nuestras manos, acostumbradas a implorar, son incapaces de hincarse, como tenazas, en el cuello de nuestros verdugos.
Regeneración, núm. 260, 6 de octubre de 1917