DISCURSOS

1914

Orientación de la Revolución Mexicana

Discurso pronunciado la noche del sábado 14 de febrero de 1914 en el Mammoth Hall, en el mitin organizado por el “Centro de Estudios Racionales de la ciudad de Los Ángeles, California”.

Camaradas:

Durante el periodo del Terror, en la Revolución francesa, un reo de buen humor dijo una vez: “La cárcel es un vestido de piedra”;1 pues bien, amigos míos, yo acabo de quitarme uno de esos vestidos, heme aquí entre vosotros una vez más después de uno de mis acostumbrados viajes al presidio. Me despedí de vosotros como hermano, y como hermano vuelvo a vuestro lado; revolucionario me despedí, y revolucionario vengo; soy el mismo rebelde, y como rebelde os hablo. Escuchad:

Este mitin tiene por objeto explicar que el movimiento mexicano es una verdadera revolución social. Unos cuantos hombres en América, y otros cuantos hombres en Europa, se han impuesto la tarea, nada envidiable ciertamente, de arrojar dudas sobre el carácter del movimiento mexicano, con el fin de que no se preste al Partido Liberal Mexicano el apoyo moral y material que necesita para llevar a buen término su obra de encauzamiento de la Revolución por medio de la palabra, del escrito o del acto.

Movidos por no sé qué baja pasión, esos hombres, que se jactan de ser revolucionarios, propalan, jesuíticamente, unos —porque son cobardes— y francamente otros —porque son cínicos—, que el movimiento mexicano no tiene carácter social, y que es simplemente un movimiento de caudillos que ambicionan el Poder, como lo han sido la mayor parte de los movimientos armados que han tenido por escenario la América Latina, desde la independencia de sus estados hasta nuestros días.

Y bien: ésta es, compañeros, una mentira, una vil y cobarde mentira que no sé por qué no quema los malditos labios que la arrojan. La Revolución Social existe en México, allí vive, allí alienta, allí arde con todos sus horrores y todas sus excelsitudes, porque las revoluciones tienen resplandores de infierno y aureolas de gloria; porque las revoluciones son azote y son beso, lastiman y acarician: son el amor y el odio en conflicto; son la justicia y la arbitrariedad librando el formidable combate del que resultará muerta una de las dos, y del cadáver nacerá la Tiranía, si la Justicia es vencida, o la Libertad, al resultar victoriosa.

La Revolución mexicana no es el resultado del choque de las ambiciones de caudillos que aspiran a la Presidencia de la República; la Revolución mexicana no es Villa, no es Carranza, ni Vázquez Gómez, ni Félix Díaz: estos hombres son la espuma que la ebullición arroja a la superficie. Podéis quitar esa espuma, y subirá otra nueva; y si repetís la operación, nuevas espumas subirán hasta que el contenido del crisol quede libre de impurezas. Ésta es la Revolución mexicana.

La Revolución mexicana no se incubó en los bufetes de los abogados, ni en las oficinas de los banqueros, ni en los cuarteles del Ejército: la Revolución mexicana tuvo su cuna donde la humanidad sufre, en esos depósitos de dolor que se llaman fábricas, en esos abismos de torturas que se llaman minas, en esos ergástulos sombríos que se llaman talleres, en esos presidios que se llaman haciendas. La Revolución mexicana no salió de los palacios de los ricos ni alentó en los pechos cubiertos de seda de los señores de la burguesía, sino que brotó de los jacales y ardió en los pechos curtidos por la intemperie de los hijos del pueblo.

Fue en los campos, en las minas, en las fábricas, en los talleres, en los presidios, en todos los sombríos lugares en que la humanidad sufre, donde el hombre y la mujer, el anciano y el niño tienen que sufrir la brutalidad del amo y la injusticia del Gobierno, donde alentó la Revolución mexicana durante siglos y siglos de humillaciones, de miserias y de tiranías. El periodo de incubación de la Revolución mexicana comienza desde que el primer conquistador arrebató al indio la tierra que cultivaba, el bosque que le surtía de leña y de carne fresca, el agua con que regaba sus sembrados; continuó desarrollándose en esa noche de tres siglos llamada época colonial, en que los ijares del mexicano chorrearon sangre castigados por la espuela del encomendero, del fraile y del virrey, y continuó su curso bajo el Imperio y la República federal, bajo la Dictadura y la República central, bajo el Imperio extranjero de Maximiliano y la República democrática de Juárez, hasta llegar a hacer explosión bajo el dorado despotismo de Porfirio Díaz, en que alcanzó su máximo de horror la odiosa tiranía de cuatro siglos.

Bajo el despotismo de Díaz que duró treinta y cuatro años se acentuaron los males del proletariado. En esta época acabó de perder el pueblo los pocos jirones de libertad y de bienestar que había logrado poner a salvo a través de la tormenta de cuatro siglos de servidumbre; las pocas hectáreas de tierra con que contaban los pueblos para su subsistencia les fueron arrebatadas por los hacendados, y los habitantes de México se vieron obligados a aceptar una de dos cosas: o trabajar para beneficio de sus amos a cambio de una miserable pitanza, o morir de hambre. La miseria se hizo insufrible; la tiranía era cada vez más brutal, y el pueblo comprendió que su miseria y su esclavitud provenían de la circunstancia de encontrarse la tierra en poder de unas cuantas manos, y de que quince millones de seres humanos no tenían un terrón para reclinar la cabeza.

Para dar muerte a esas condiciones de miseria y de tiranía se levantó el pueblo mexicano, decidido a conquistar su libertad económica, y con admirable buen sentido ha comprendido que la garantía de su libertad y de su bienestar debe consistir en la posesión de la tierra por el que la trabaja.

¿No es ésta, compañeros, una revolución social? Y si tuviéramos tiempo para analizar los actos revolucionarios que han tenido lugar en México en estos últimos tres años, veríamos comprobada esta verdad: el pueblo mexicano se ha levantado en armas, no para tener el gusto de echarse encima un nuevo presidente, sino para conquistar por el hierro y por el fuego, Tierra y Libertad.

Tierra y Libertad no son más que palabras, es cierto; pero estas palabras llegan a lo sublime cuando la mano del trabajador rompe la ley, quema los títulos de propiedad, incendia las iglesias, da muerte al burgués, al fraile y al representante de la Autoridad, y con gesto heroico toma posesión de la madre tierra para hacerla libre con su trabajo de hombre libre.

¿Qué otros ejemplos queremos de esta revolución para comprender que es de carácter social? Ejemplos de esta naturaleza se multiplican hasta el infinito: ya es el poblado rebelde, cuyas mujeres toman el arado y el rastrillo para cultivar la tierra conquistada a sangre y fuego, mientras los hombres, rifle en mano, tienen a raya a los soldados del sistema burgués; o bien, los hombres mismos labran la tierra conquistada, llevando cruzado a la espalda el fusil liberador, o, cuando hacer más no se puede, incendian el plantío y la casa del burgués, desbordan las aguas, hacen volar en mil pedazos la fábrica, desploman la mina, destruyen el ferrocarril, paralizando la vida de los negocios por medio de este sabotaje que no se atreve aún a practicar su hermano el trabajador de otros países, demostrando con hechos que esta Revolución no nació en los bufetes de los abogados, ni en las oficinas de los banqueros, sino que es el movimiento espontáneo de la plebe, que se venga de sus verdugos.

Es el movimiento del pobre contra el rico, del hambriento contra el harto, del esclavo contra el amo, llevado a cabo por el único medio, el medio eficaz que tiene que emplear el desheredado de todo el mundo para destruir el sistema actual, y es éste: el fusil, la dinamita y la expropiación.

Para que este movimiento sublime no pierda su carácter social desviado por los caudillos que aspiran la Presidencia, trabajan, sufren y mueren —lanzando el grito de Tierra y Libertad— los miembros del Partido Liberal Mexicano. Centenares de los mejores de los nuestros han perdido la vida en esta prolongada contienda en cumplimiento del sagrado deber de velar por el bienestar y la libertad de la clase trabajadora, y, sin embargo, hay corazones ruines, hay espíritus pequeños que aprovechan toda oportunidad que se les presenta para desfigurar, ante las miradas de los trabajadores de todo el mundo, la verdadera significación de la Revolución mexicana, y cubrir de lodo los sacrificios de los miembros del Partido Liberal Mexicano, cuya historia es una trágica historia de luchas, de dolores, de penalidades, de martirios sufridos con abnegación y con valor para conquistar, para todos, Pan, Tierra y Libertad.

¡Ah! Que hablen los traidores, que la envidia muerda, que la tiranía oprima, asesine y torture; mientras quede un solo liberal en armas temblarán de miedo y de rabia el Capital, la Autoridad y el Clero: la trilogía maldita que palidece cuando a sus oídos llega este grito formidable: “¡Viva Tierra y Libertad!” La trilogía maldita que corre a ocultarse cuando el liberal agita en el bosque, en la sierra, en la ciudad, en el llano, el símbolo bendito de la guerra de clases: la bandera roja. La bandera roja bajo cuyos pliegues están cayendo, heridos de muerte, nuestros hermanos.

¡Arriba, proletarios, y tended vuestras manos a los esclavos que forcejean con la muerte para conquistar la vida! ¡Arriba, hermanos de todo el mundo, y como un solo hombre, demos nuestra inteligencia, nuestro bienestar y nuestro dinero al esclavo, que por fin ha roto sus cadenas y con ellas resquebraja el cráneo del burgués, del sacerdote y del representante de la Autoridad!

Y si alguien se atreve a vituperar la Revolución mexicana, ¡que se alcen todos los puños y obliguen al traidor a tragarse sus hediondas palabras! Y si alguien se atreve a manchar la reputación del Partido Liberal mexicano, ¡aplastadlo, como se aplasta un reptil!

Camaradas: no olvidemos en esta noche de fiesta a los que sufren por defender los principios de Pan, Tierra y Libertad para todos. No olvidemos a Rangel,2 no olvidemos a Alzalde,3 no olvidemos a Cisneros,4 no olvidemos a nuestros hermanos de Texas. Pensemos que mientras nosotros, unidos como hermanos, celebramos esta fiesta del Trabajo, en los calabozos de Texas sufren frío, hambre y maltrato un puñado de los nuestros, cuyo crimen es su deseo ardiente de ver a la humanidad libre y feliz, sin dioses y sin amos. Enviémosles nuestro saludo y nuestro aplauso, y algo mejor que todo esto: enviémosles nuestro dinero para que compren su libertad, porque, camaradas, bien lo sabéis, la justicia burguesa es una prostituta y a las prostitutas se les conquista con oro. Hagamos ese sacrificio: rellenemos de oro el hocico de esa prostituta —la justicia burguesa— para salvar de la horca a los mártires de Texas.5 Os invito para que, a la hora de abandonar esta sala, depositéis en la mesa que se encuentra a la puerta vuestro óbolo para los mártires de Texas, teniendo presente que cada una de vuestras monedas es parte de la fuerza con que los desheredados tenemos que debilitar la garra ahora prendida a los cuellos de nuestros hermanos, y que éstos, en el fondo de sus calabozos, sentirán en sus corazones la dulzura de vuestra noble acción. Enviad a esos infortunados hermanos un rayo de luz; demostradles que sois solidarios diciendo al enemigo: “¡Atrás, miserable!; no te conformas con exprimirnos la sangre en la sección de ferrocarril, en la mina, en el campo; no te conformas con destruir nuestra salud con tu explotación, sino cuando los mejores de nuestros hermanos marchan a los campos de batalla a luchar por nuestra libertad y nuestro bienestar, te interpones tú y quieres ahorcarlos; ¡atrás, bandido!”

Camaradas: una parte del camino de la redención está andada. Está puesta la primera piedra del edificio del porvenir, y no nos queda otra cosa por hacer que seguir adelante, ¡adelante!, al triunfo o a la derrota, no importa; adelante, aunque en nuestra marcha hacia la Vida tropecemos con la Muerte. ¡Viva Tierra Libertad!

Regeneración núm. 177, 21 de febrero de 1914


1 Victor Hugo en su novela El 93, atribuye esas palabras a Grégoire Jagot, miembro del Comité de Seguridad General, también conocido como “ministerio del Terror”.
2 Jesús Méndez Rangel (a) Jesús María Rangel (18??-1952). Comerciante y militar. Originario del estado de Guanajuato. Emparentado políticamente con el general Trinidad García de la Cadena. El 24 de junio de 1906 organizó el club Melchor Ocampo en Waco, Texas, donde residía. La joplm lo nombró primer comandante de la tercera zona norte. En septiembre de ese mismo año, Rangel llegó a Brownsville, Tex., al mando de una partida de agricultores mexicanos que residían en distintos puntos de Texas, como Alvarado y Marlin en el norte, y Runge y González en el sureste. Al encontrarse resguardada la plaza de Matamoros, Tamps., que pretendía tomar se dirigió a Samfordyce, Tex., para atacar el poblado tamaulipeco de Camargo. Fue arrestado con algunos de sus hombres el 10 de octubre y salió libre en el mes de diciembre de 1906. Fue el segundo de Encarnación Díaz Guerra durante el ataque a Las Vacas, Chihuahua, en junio de 1908. Fue aprehendido en San Antonio, Tex., en agosto de 1909, y junto con Tomás Sarabia Labrada, acusado de bandolerismo. Pasó 18 meses en la penitenciaría de Leavenworth, Kan. En mayo de 1911 organizó una brigada liberal con Eugenio Alzalde, Prisciliano y Benjamín Silva. Hecho prisionero por tropas maderistas, permaneció en la cárcel de la ciudad de México hasta 1913. Antes de regresar a los Estados Unidos viajó al estado de Morelos y se entrevistó con Emiliano Zapata. Después de una breve estancia en Los Ángeles, Calif., marchó a Texas. Bajo el mando de José Guerra, y con un grupo en el que se encontraban Eugenio Alzalde y el wobblie Charles Cline, intentó pasar de nuevo a territorio mexicano. El 11 de septiembre participó en un altercado con los rangers, cerca de Carrizo Spring, Tex., en el que murió un ayudante de sheriff. El grupo fue arrestado. Sentenciado a 99 años, permaneció en prisión hasta el 19 de agosto de 1926. Murió en la ciudad de México en 1952.
3 Eugenio Alzalde (18??-1916). Coahuilense. Miembro del plm radicado en San Antonio, Tex. Participó en los preparativos de los frustrados levantamientos liberales de 1906 y 1908, en Coahuila y Chihuahua, respectivamente. En 1911, formó parte de la guerrilla liberal encabezada por Prisciliano G. Silva. En agosto de ese año, su grupo fue diezmado por las fuerzas maderistas en Chihuahua. Permaneció en la cárcel de Belem en la ciudad de México hasta febrero de 1913, cuando el gobierno de Huerta liberó a los presos políticos del régimen anterior. En compañía de José M. Rangel viajó de esa ciudad al estado de Morelos donde se entrevistaron con Emiliano Zapata. Regresó a los Estados Unidos y organizó con Rangel y Abraham Cisneros un grupo armado que buscó internarse a México. El 11 de septiembre fueron sorprendidos por rangers texanos. En la escaramuza murió un ayudante del sheriff del lugar. Alzalde y sus compañeros fueron arrestados. Condenado a 99 años de prisión, murió asesinado por un guardia en una prisión texana el 2 de septiembre de 1916.
4 José Abraham Cisneros. San Gabriel, Calif. (1911-1913) Miembro del Grupo Regeneración de San Gabriel fundado en febrero de 1911. En su casa se celebró la primera reunión del grupo. En marzo de 1911, con otros miembros de este Grupo Regeneración, se adhiere a la postura del plm que proclama que Francisco I. Madero es un traidor a la causa de la libertad, a raíz de la detención del magonista Prisciliano G. Silva por las fuerzas maderistas en Guadalupe, Chih. Participa en la campaña de recolección de fondos para la defensa de León Cárdenas “el niño mártir”. En noviembre de 1912, junto con otros compañeros del Grupo Regeneración de San Gabriel, se deslinda de Rafael R. Palacios, a quien acusa de intentar sabotear a Regeneración. Envía numerosas aportaciones económicas para el órgano del plm. Uno de los mártires de Texas, a fines de 1923 estaba todavía en la prisión Wynne State Farm, en Huntersville, Texas.
5 Refiérese a los simpatizantes y miembros del plm que intentaron cruzar hacia el lado mexicano de la frontera para sumarse a la lucha armada en septiembre de 1913. Tras un enfrentamiento con rangers texanos, donde resultó muerto Candelario Ortiz, sheriff de Carrizo Springs, Tex., los guerrilleros pelemistas fueron acusados de asesinato y condenados a 99 años de prisión. Entre los procesados destacan Jesús M. Rangel, Charles Cline, Eugenio Alzalde y Abraham Cisneros, Lino González, Domingo R. Rosas, José Ángel Serrato, Miguel Martínez, Jesús González, Leonardo M. Vázquez, Pedro Perales, Lucio Ortiz, José Guerra, Bernardino y Luz Mendoza. El plm emprendió una intensa campaña por la liberación de los que a partir de entonces se denominaron los “mártires de Texas”.

La Intervención y los presos de Texas

Discurso pronunciado en el mitin celebrado bajo los auspicios del Comité de Defensa de los compañeros presos en Texas, la tarde del 31 de mayo en el Y. P. S. L. Hall (Salón de la Liga de Jóvenes Socialistas).

Que resuene esta vez mi palabra como una condenación a los poderosos de la Tierra; que se levante airada y sin miedo para anunciar a los verdugos de los pueblos que hay una voluntad más grande que las de los tiranos, que hay una fuerza más poderosa que el puño del déspota, y que esa voluntad y esa fuerza residen en nosotros, en los de abajo, entre los despreciados por los mismos que nos explotan, entre los que con nuestras manos y nuestra inteligencia fabricamos los edificios y con nuestro sudor y nuestra sangre cultivamos los campos, tendemos la vía férrea, horadamos los túneles, arrancamos del seno de la tierra los metales útiles, y que, cuando la desesperación llena nuestros pechos, con las mismas manos que creamos la riqueza, levantamos la barricada y disparamos el fusil.

La necesidad del momento es la verdad y el valor. Hay que decir la verdad, cueste lo que cueste: si las fuerzas norteamericanas han clavado en un costado de México la bandera de las barras y las estrellas, no ha sido para satisfacer un alto anhelo de humanidad y de justicia.

Esa bandera ha sido clavada en Veracruz como un puñal en el pecho de la justicia; esa bandera no ha aparecido en aquellas playas como símbolo luminoso de la civilización y de la cultura, sino el trapo negro con que el crimen se cubre la cara para vaciar los bolsillos de la víctima; esa bandera es la careta de los grandes bandidos de la industria, del comercio y de las finanzas de todos los países que tienen interés en que el trabajador mexicano sea el esclavo de los aventureros de todo el mundo; esa bandera es puñal y es látigo, es cadena y es horca; no brilla como una insignia de redención y de progreso, sino que flota el aire como un sudario mecido en la noche por el soplo de la muerte.

Porque, ¿en virtud de qué noble impulso llegó ese trapo a las playas de México? ¿Qué brisa amable lo arrastró hacia aquellas tierras? ¿Qué gallarda idea representa encima de una ciudad cogida por sorpresa?

El miedo y la codicia: esto es lo que hay en el fondo de este sainete, que puede terminar en tragedia.

El miedo que todos los opresores y todos los explotadores de la humanidad sienten ante el despertar inequívoco de las masas esclavas que forcejean por romper sus cadenas.

Si la Revolución mexicana fuera un movimiento que tuviera por objeto quitar a un presidente para poner a otro en su lugar, reirían los verdugos del pueblo, porque tal movimiento no les perjudicaría, pues quedaría intacto el sistema social y político que les permite hacerse ricos y poderosos a costa del sufrimiento de los trabajadores; pero no es eso lo que ocurre en México.

Ante los ojos espantados de la burguesía internacional, y de los gobiernos, se desarrolla en aquel hermoso país uno de los dramas más emocionantes y sublimes de la historia de los pueblos.

Allí se disputa, arma al brazo, el derecho que todo ser humano tiene de vivir; allí el trabajador hace pedazos los títulos de propiedad de los ricos, y mostrando las manos al mundo que contempla, asombrado, lo que la tradición y la ley llaman sacrilegio, lanza este grito heroico:

¡No más títulos sancionados por la ley; de hoy en adelante, para vivir y gozar de la riqueza, no habrá más títulos de propiedad que los callos de las manos!

La burguesía internacional y los gobiernos todos temen que la chispa que arde en México sea el principio del formidable incendio, que, tarde o temprano, hará del mundo una sola llama, que reducirá a cenizas el sistema capitalista cuando el trabajador deje caer la herramienta que sólo le sirve para enriquecer al patrón, y enarbole el pendón de Tierra y Libertad.

Porque el ejemplo es contagioso: el hambriento de los Estados Unidos, el paria francés, el esclavo ruso, el siervo inglés, el desheredado de todos los países pueden tomar lección de su hermano mexicano, y emprendiendo por su cuenta la obra de su libertad y de su bienestar, aplique la tea y la dinamita al poder político y al poder del dinero, único medio que le queda al pobre para deshacerse de sus verdugos.

El miedo y la codicia fueron las manos temblorosas que llevaron a México la bandera de las barras y las estrellas; el miedo que los opresores y los explotadores de todo el mundo tienen de que sus respectivos rebaños imiten al trabajador mexicano y hagan ondear, en todos los países, la bandera roja de Tierra y Libertad; el miedo de que posesionado de la tierra el trabajador mexicano, y libre, por ese solo hecho, se niegue a alquilar sus brazos para enriquecer parásitos.

No fueron a México las fuerzas norteamericanas en nombre de la civilización y de la humanidad: esas fuerzas fueron a asesinar mexicanos en provecho de los bandidos del dinero y del principio de autoridad.

Esas fuerzas han sido empujadas por el capitalismo para matar a los trabajadores que no quieren más amos, que quieren ser libres, que ya no suplican, que no piden más, y que resueltos, altivos y viriles, arrancan del pecho del rico el negro corazón, que nunca se contrajo frente al dolor de los humildes.

Tal es el motivo de la intervención, y en esa negra página de política internacional, como la serpiente que se desliza sin ruido entre la yerba, para morder el talón de su víctima, se arrastran dos reptiles, a quienes hay que aplastar a tiempo: Villa y Carranza, dos engendros de Judas.

El plan fraguado en la sombra es sencillísimo: con la ayuda de las fuerzas norteamericanas, Villa y Carranza podrán llegar a la ciudad de México, sentarse en el poder, y entregar atado de pies y manos al trabajador mexicano a la explotación capitalista.

La amenaza de las fuerzas norteamericanas a la ciudad de México, por el camino de Veracruz, no es otra cosa que un juego militar que tiene por objeto entretener, por ese lado, las fuerzas mexicanas que se oponen a la invasión, mientras Carranza y Villa pueden avanzar sin gran tropiezo hacia el corazón del país.

Santa Anna murió, pero reencarnó en dos bandidos: Carranza y Villa. Éstos son los hombres que invitan al capitalismo norteamericano a invadir a México; éstos son los buitres que esperan que las armas norteamericanas den el tiro de gracia a la libertad de los mexicanos, para sentarse a devorar el cadáver.

Sin el consentimiento de Villa y Carranza, el capitalismo norteamericano no se habría atrevido a invadir el territorio mexicano, y esta lección, como tantas otras, debería servir a los trabajadores para no confiar a nadie la resolución de sus asuntos; pues mientras los proletarios, sordos a la voz de la razón, ciegos a la luz de la experiencia, encarguen a uno o varios individuos la misión de darles su libertad, y hacer su felicidad, las cadenas de la esclavitud seguirían siendo el premio a su buena fe y a su confianza.

Los proletarios que siguen a Carranza y a Villa no los siguen, ciertamente, por darse el gusto de cambiar de amos, ni por permitirse el lujo de cambiar de yugo, sino que en su sencillez creen todavía que alguien puede darles la libertad y el bienestar, cuando, oídlo bien, proletarios, la libertad no es un bien que se regala, sino una conquista de los oprimidos alcanzada por ellos mismos, y la libertad, entendedlo bien, ni existe, no puede existir lado a lado de la miseria, sino que es un producto directo, lógico, natural, de este hecho: la satisfacción de todas las necesidades humanas, sin depender de nadie para lograrlas.

El hombre es libre, verdaderamente libre, cuando no necesita alquilar sus brazos a nadie para poder llevarse a la boca un pedazo de pan, y esta libertad se consigue solamente de un modo: tomando resueltamente, sin miedo, la tierra, la maquinaria y los medios de transporte para que sean propiedad de todos, hombres y mujeres.

Esto no se conseguirá encumbrando a nadie a la presidencia de la República; pues el gobierno, —cualquiera que sea su forma? republicana o monárquica—, no puede estar jamás del lado del pueblo.

El Gobierno tiene por misión cuidar los intereses de los ricos. En miles de años no se ha dado un solo caso en que un Gobierno haya puesto la mano sobre los bienes de los ricos para entregarlos a los pobres. Por el contrario, dondequiera se ha visto y se ve que el Gobierno hace uso de la fuerza para reprimir cualquier intento del pobre para obtener una mejora en su situación.

Acordaos de Río Blanco,1 acordaos de Cananea,2 donde las balas de los soldados del gobierno ahogaron, en las gargantas de los proletarios, las voces que pedían pan; acordaos de Papantla,3 acordaos de Juchitán,4 acordaos del Yaqui,5 donde la metralla y la fusilería del gobierno diezmaron a los enérgicos habitantes que se negaban a entregar a los ricos las tierras que les daban la subsistencia.

Esto debe serviros de experiencia para no confiar a nadie la obra de vuestra libertad y vuestro bienestar.

Aprended de los nobles proletarios del sur de México. Ellos no esperan a que se encumbre un nuevo tirano para que les mitigue el hambre. Valerosos y altivos, no piden: toman.

Ante la compañera y los niños que piden pan, no esperan que un Carranza o un Villa suban a la presidencia y les dé lo que necesitan, sino que, valerosos y altivos, con el fusil en la mano, entre el estruendo del combate y el resplandor del incendio, arrancan a la burguesía orgullosa la vida y la riqueza.

Ellos no esperan a que un caudillo se encarame para que se les dé de comer: inteligentes y dignos, destruyen los títulos de propiedad, echan abajo los cercados y ponen la fecunda mano sobre la tierra libre.

Pedir es de cobardes; tomar es obra de hombres. De rodillas se puede llegar a la muerte, no a la vida. ¡Pongámonos de pie!

Pongámonos de pie, y con la pala que ahora sirve para amontonar el oro a nuestros patrones, abramos su cráneo en dos, y con la hoz que troncha débiles espigas cortemos las cabezas de burgueses y tiranos. Y sobre los escombros de un sistema maldito, clavemos nuestra bandera, la bandera de los pobres, al grito formidable de ¡Tierra y Libertad!

Ya no elevemos a nadie; ¡subamos todos! Ya no colguemos medallas ni cruces del pecho de nuestros jefes; si ellos quieren tener adornos, adornémoslos a puñaladas.

Quienquiera que esté una pulgada arriba de nosotros es un tirano: ¡derribémosle!

Ha sonado la hora de la justicia, y al antiguo grito, terror de los burgueses: ¡la bolsa o la vida!, Sustituyámoslo por éste: ¡la bolsa y la vida!

Porque si dejamos con vida a un solo burgués, él sabrá arreglárselas de modo de ponernos tarde o temprano otra vez el pie en el pescuezo.

A poner en práctica ideales de suprema justicia, los ideales del Partido Liberal Mexicano, un grupo de trabajadores emprendió la marcha un día del mes de septiembre del año pasado, en territorio del estado de Texas.

Esos hombres llevaban una gran misión.

Corrompido por la ambición de los jefes, el movimiento revolucionario del Norte, iban bien abastecido de ideas generosas a inyectar nueva savia al espíritu de rebeldía que en esa región degenera rápidamente en espíritu de disciplina y de subordinación hacia los jefes.

Esos hombres iban a establecer un lazo de unión entre los elementos revolucionarios del sur y del centro de México, y los elementos que se han conservado puros en el norte.

Bien sabéis la suerte que corrieron esos trabajadores: dos de ellos, Juan Rincón y Silvestre Lomas, cayeron muertos a los disparos de los esbirros del estado de Texas, antes de llegar a México, y el resto, Rangel, Alzalde, Cisneros y once más, se encuentran presos en aquel estado, sentenciados unos a largas penas penitenciarias, otros de ellos a pasar su vida en el presidio, mientras sobre Rangel, Alzalde, Cisneros y otros va a caer la pena de muerte.

Todos estos trabajadores honrados son inocentes del delito que se les imputa. Sucedió que una noche, en su peregrinación hacia México, resultó muerto un shériff texano llamado Candelario Ortiz, y se descarga la culpabilidad de esa muerte sobre los catorce revolucionarios.

¿Quién presenció el hecho? ¡Nadie! Nuestros compañeros se hallaban a gran distancia de donde se encontró el cadáver del esbirro. Sin embargo, sobre ellos se trata de echar la responsabilidad de la muerte de un perro del Capital, por la sencilla razón de que nuestros hermanos presos en Texas son pobres y son rebeldes.

Basta con que ellos sean miembros de la clase trabajadora y que hayan tenido la intención de cruzar la frontera, para luchar por los intereses de su clase, para que el capitalismo norteamericano se les eche encima tratando de vengar en ellos la pérdida de sus negocios en México.

Si nuestros compañeros fueran carrancistas o villistas; si ellos hubieran tenido la intención de ir a México a poner en la silla presidencial a Villa o Carranza, para que éstos dieran negocio a los norteamericanos, nada se les habría hecho, y antes bien las mismas autoridades norteamericanas les habrían protegido; pero como son hombres dignos que quieren ver completamente libre al trabajador mexicano, la burguesía norteamericana descarga sus iras sobre ellos y pide la pena de muerte, como una compensación a los prejuicios que está sufriendo en sus negocios por la revolución de los proletarios.

En cambio, los asesinos de Rincón6 y de Lomas7 están libres. La misma burguesía norteamericana, que pide la muerte de Rangel y compañeros, colma de honores y de distinciones a los felones que arrancaron la vida de dos hombres honrados.

He aquí, proletarios, lo que es la justicia burguesa. El trabajador puede morir como un perro; ¡pero no toquéis a un esbirro!

Aquí y donde quiera el trabajador no vale nada; ¡los que valen son los que nada hacen!

Las abejas dan muerte a los zánganos de la colmena que comen, pero no producen; los humanos, menos inteligentes que las abejas, dan muerte a los trabajadores, que todo lo producen, para que los burgueses, los gobernantes, los polizontes y los soldados, que son los zánganos de la colmena social, puedan vivir a sus anchas, sin producir nada útil.

Ésa es la justicia burguesa;  ésa es la maldita justicia que los revolucionarios tenemos que destruir, pésele a quien le pese y caiga quien cayere.

Mexicanos: el momento es solemne. Ha llegado el instante de contarnos: somos millones, nuestros verdugos son unos cuantos. Disputemos de las manos de la justicia capitalista a nuestros hermanos presos en Texas. No permitamos que la mano del verdugo ponga en sus nobles cuellos la cuerda de la horca. Contribuyamos con dinero para los gastos de la defensa de esos mártires; agitemos la opinión en su favor.

Basta ya de crímenes cometidos en personas de nuestra raza. Las cenizas de Antonio Rodríguez8 no han sido esparcidas todavía por el viento; en las llanuras texanas se orea la sangre de los mexicanos asesinados por los salvajes de piel blanca.

Que se levante nuestro brazo para impedir el nuevo crimen que en la sombra prepara la burguesía norteamericana contra Rangel y compañeros.

Mexicanos: si tenéis sangre en las arterias, uníos para salvar a nuestros hermanos presos en Texas. Al salvarlos no salvaréis a Rangel, a Alzalde, a Cisneros y demás trabajadores: os salváis vosotros mismos, porque vuestra acción servirá para que se os respete.

¿Quién de vosotros no ha recibido un ultraje en este país, por el solo hecho de ser mexicano? ¿Quién de vosotros no ha oído relatar los crímenes que a diario se cometen en personas de nuestra raza? ¿No sabéis que en el sur de este país no se permite que el mexicano se siente, en la fonda, al lado del norteamericano? ¿No habéis entrado a una barbería donde se os ha dicho, mirándoos de arriba abajo: aquí no se sirve a los mexicanos? ¿No sabéis que los presidios de los Estados Unidos están llenos de mexicanos? ¿Y habéis contado, siquiera, el número de mexicanos que han subido a la horca en este país o han perecido quemados por brutales multitudes de gente blanca?

Si sabéis todo eso, ayudad a salvar a vuestros hermanos de raza presos en Texas. Contribuyamos con nuestro dinero y nuestro cerebro a salvarlos; agitemos en su favor; declarémonos en huelga por un día como una demostración de protesta contra la persecución de aquellos mártires, y si ni protestas, ni defensas legales valen; si ni la agitación y la huelga producen el efecto deseado de poner a los catorce prisioneros en absoluta libertad, entonces insurreccionémonos, levantémonos en armas y a la injusticia respondamos con la barricada y la dinamita.

Contémonos: ¡somos millones!

¡Viva Tierra y Libertad!

Regeneración, núm. 192, 13 de junio de 1914


1 Refiérese a las huelgas textiles de 1907. En junio de 1906, los obreros del cantón de Orizaba constituyeron el Gran Círculo de Obreros Libres. Contando con el apoyo de obreros textiles de Puebla, Tlaxcala y el Distrito Federal, el 3 diciembre se declararon en huelga, demandando aumento salarial y reducción de la jornada laboral, principalmente. Ante el cierre de fábricas Porfirio Díaz fungió como mediador en el conflicto y el 5 de enero de 1907 otorgó su fallo favorable a los patrones agrupados en el Centro Industrial Mexicano. Los trabajadores de Santa Rosa, Nogales, Río Blanco, Cerritos y Cocolapan, los que en la fecha acordada para la reanudación de labores el 7 de enero se negaron a ingresar a las fábricas. En Río Blanco, se suscitó un motín, la represión del mismo corrió por cuenta del 13o. batallón de rurales. La huelga en Río Blanco terminó el 11 de enero, pero algunas fábricas en la región de Tlaxacala y Puebla reanudaron labores semanas después. Entre los dirigentes del Gran Circulo de Obreros Libres, promotora de las huelgas, se encontraban José Neyra, Juan Olivares, Porfirio Meneses y Anastacio Guerrero, todos ellos miembros del plm.
2 Efectuada del 1 al 4 de junio de 1906 por trabajadores de la Cananea Consolidated Copper Co., propiedad de William Cornell Greene. Impulsada por la Unión Liberal Humanidad y el Club Liberal de Cananea, a causa de los malos tratos prodigados a los trabajadores, los bajos salarios y la discriminación contra obreros mexicanos. La huelga fue reprimida, a petición de Greene y del gobernador Rafael Izábal, por rurales mexicanos y rangers de Arizona. Los principales promotores de la huelga, Manuel M. Diéguez, Esteban Baca Calderón y Francisco Ibarra, fueron encarcelados y posteriormente remitidos al presidio de San Juan de Ulúa.
3 Refiérerse a las rebeliones de los totonacos de la región de Papantla, Ver. Entre los años de 1887-1896, se suscitaron diversos alzamientos en contra de la división de las tierras comunales y el cobro excesivo de impuestos.
4 Refiérese a la rebelión de zapotecos y zoques, iniciada en abril de 1881 y dirigida por el juchiteco Ignacio Nicolás a Mexu Chele. Las cuestiones de tierras y salinas, el impuesto de capitación y la imposición de autoridades municipales, se encuentran entre las causas que la provocaron. Al año siguiente la represión encabezada por el jefe político del distrito de Juchitán, Francisco León logró someterla. Los alzados fueron desterrados a Valle Nacional, Oax. y a Quintana Roo.
5 Refiérese a la campaña federal en contra de la tribu yaqui, a partir de 1875, que tuvo por objetivo el despojo de las tierras ocupadas por dicha etnia en los márgenes de los ríos Yaqui y Mayo. La campaña fue oficialmente terminada en 1902. Los yaquis prisioneros, rebeldes o no, fueron deportados a Valle Nacional y a las selvas de Quintana Roo. Los brotes insurreccionales continuaron en 1929, cuando la Fuerza Aérea utilizó los bombardeos para someterlos.
6 Refiérese a Juan Rincón Jr., San Gabriel, Los Ángeles, Calif. (1911-1913). Hijo de Juan Rincón y Juana S. de Rincón. Miembro del GR de San Gabriel, Calif., en el que también participaban sus padres. En mayo de 1913 se suma al GR Los Rebeldes de Los Ángeles. Juan Rincón se integró en 1913 a la oficina de Reg. y trabajó en su administración; participó muy activamente en las protestas frente a la corte en junio de 1913, cuando rfm, efm, alf y lr fueron sentenciados a una pena de un año cuatro meses de prisión en el penal de McNeill. En varios números de Regeneración de mediados de 1913 aparece un cintillo con una frase firmada por Juan Rincón Jr. que dice: “Los parásitos son los agentes del crimen”. Rincón dejó las oficinas de Regeneración para sumarse al grupo revolucionario de José María Rangel, que intentaba internarse en territorio mexicano en septiembre de 1913. El grupo fue atacado por los rangers de Texas en Carrizo Springs el 13 de septiembre de 1913 y Rincón fue uno de los muertos durante el ataque. Según las crónicas de Regeneración, Rincón fue arteramente asesinado; herido en el estómago, los sheriffs lo dejaron desangrarse mientras pedía agua, la que le fue negada. La semblanza escrita por Antonio de P. Araujo, en ocasión de su sacrificio, así lo describe: “Juan Rincón, hijo, miembro del grupo revolucionario de San Gabriel, California, se alistó en nuestras filas desde antes del comienzo de la Revolución. Aunque esta ocasión fue la primera en que se batía en el terreno de los hechos había consagrado lo mejor de su juventud a la propaganda revolucionaria. En Regeneración trabajó desde que los compañeros Flores Magón, Rivera y Figueroa fueron sentenciados. Y su trabajo fue tan constante y tan dedicado que lo hacía aparecer como un viejo luchador. Contestaba un sinnúmero de cartas y recordamos que durante tres o cuatro meses, él sostuvo la mayor parte de la correspondencia de Regeneración. Disponía de una inteligencia clara y libre de charlatanería al aplicarla a las letras. Juan Rincón era muy joven…”
7 Silvestre Lomas. Minero. Miembro del Club Juárez y Lerdo de Bridgeport, Tex. En 2 de julio de 1909 firma como representante del mismo una carta de protesta por la reelección de Díaz y Corral y 4 puntos más. En abril de 1911, organiza el Grupo Regeneración Luis Rodríguez de Crusher, Okla. En julio de 1913, desde El Paso, Tex., firma la carta de protesta junto José R. Aguilar y Jesús Méndez Rangel, en contra de la actitud de José Francisco Moncaleano frente a algunos miembros del plm. El 11 de septiembre de 1913, catorce hombres bajo el mando de Jesús M. Rangel, buscaron internarse a suelo mexicano desde la frontera texana, cerca del poblado de Carrizo Spring. Ese día tuvieron un altercado con autoridades del condado y tropa norteamericana regular. En la refriega murieron dos de los guerrilleros (Silvestre Lomas y Juan Rincón) y un ayudante del sheriff de apellido Ortiz. Arrestados y enjuiciados por homicidio, fueron condenados a largas condenas. Tanto Rangel como Charles Cline lo fueron a cadena perpetua. Enviados a la cárcel de Huntsville, Texas, permanecieron presos hasta 1924. Del resto de los detenidos, seis más continuaron presos hasta ese año en las granjas penitenciarias de De Walt y Hobly, Texas; dos murieron en prisión y el resto escaparon. Fueron conocidos como “Los mártires de Texas”.
8 Antonio Rodríguez. Mexicano linchado en esa población el 3 de noviembre de 1910, mismo que provocó fuertes protestas en la ciudad de México y otras poblaciones.

El miedo de la burguesía es la causa de la Intervención Pronunciado el 4 de julio de 1914 en Santa Paula, California. Camaradas: Hipocresía, ambición irrefrenable, miedo: éstos son los ingredientes malditos que entran en la composición de ese acto de piratas que se conoce con el nombre de Intervención norteamericana. El atentado de Veracruz1 no es el acto gallardo del hombre que se interpone entre el verdugo y la víctima, sino el asalto brutal del bandido, llevado a cabo por sorpresa y por la espalda. La invasión de Veracruz por las fuerzas del capitalismo yanqui, no es el asalto audaz a la trinchera, en pleno día y a sangre y fuego, sino el golpe asestado en las tinieblas por un brazo invisible. La mano que clavó en las alturas de la ciudad sorprendida la bandera de las barras y las estrellas no fue la robusta mano del héroe, inspirado en altos ideales, sino la mano temblorosa del negociante, que lo mismo sabe vaciar de un zarpazo los bolsillos del pueblo, como azuzar sus perros contra el mismo pueblo cuando éste muestra poca disposición para ser desvalijado. El miedo a la bandera roja La burguesía de los Estados Unidos —y la de todo el mundo— ve con espanto que el trabajador mexicano ha tomado por su cuenta la obra de su emancipación. La burguesía de todos los países no se siente tranquila ante el hermoso ejemplo que el proletariado mexicano está dando desde hace cuatro años, y teme que el ejemplo cunda a todos los países de la Tierra; teme que de un momento a otro, aquí mismo, en los Estados Unidos, así como en Europa y por todas partes, el desheredado enarbole la bandera de la rebelión y, a ejemplo de su hermano el desheredado mexicano, prenda fuego a los palacios de sus señores, tome posesión de la riqueza y arranque la existencia de autoridades y ricos. El insulto a la bandera La burguesía de todos los países tiene interés, además, en que México esté poblado por esclavos para que no disminuyan los negocios. Quiere ver al mexicano eternamente encorvado, dejando en el trabajo su sangre, su salud y su porvenir en provecho de sus amos. Éstos son los motivos de la invasión norteamericana. ¡Mentira que el insulto a la bandera de los Estados Unidos haya precipitado la guerra con México!2 Si los ricos y los gobiernos no tuvieran interés en que los explotados de todo el mundo no sigan el ejemplo de los desheredados de México; si el derecho de propiedad privada y el principio de autoridad no bamboleasen en México al empuje de los dignos proletarios rebeldes, no declararían la guerra, así pudiera permanecer eternamente en la bandera estrellada la saliva de Huerta. Es, pues, el miedo de los grandes de la tierra la causa de la guerra con México: el miedo a que se extienda por todo el mundo el movimiento mexicano, y el miedo a perder, para sus negocios, ese rico filón de oro que se llama México. La libertad económica Los hechos desarrollados en México desde hace cuatro años muestran que el desheredado mexicano está levantado en armas con el fin de conquistar, de una vez para siempre, su libertad económica; esto es, la posibilidad de satisfacer todas sus necesidades tanto materiales como intelectuales, tanto las del cuerpo como las del pensamiento, sin necesidad de depender de un amo. La toma de posesión de la tierra y de los instrumentos de labranza, llevada a cabo en distintas: regiones del país por las poblaciones sublevadas, indica que el proletariado mexicano ha empuñado el fusil, no para darse el extraño gusto de echarse encima de los hombros un nuevo gobernante, sino para conquistar la posibilidad de vivir sin depender de nadie, que es lo que debe entenderse por libertad económica. Acción directa El capitalismo ríe cuando el trabajador emplea la boleta electoral para conquistar su libertad económica; pero tiembla cuando el trabajador hace pedazos, indignado, las boletas, que sólo sirven para nombrar parásitos, y empuña el rifle para arrancar resueltamente de las manos del rico el bienestar y la libertad. Ríe el capitalismo ante las masas obreras que votan, porque sabe bien que el Gobierno es el instrumento de los que poseen bienes materiales y el natural enemigo de los desheredados, por socialista que sea; pero su risa se torna en convulsión de terror cuando, perdida la confianza y la fe en el paternalismo de los gobiernos, el trabajador endereza el cuerpo, pisotea la ley, tiene confianza en sus puños, rompe sus cadenas y abre, con éstas, el cráneo de las autoridades y los ricos. Quieren esclavos Veis, pues, que el capitalismo de todos los países tiene interés en que los trabajadores de otras partes del mundo no tomen ejemplo de los trabajadores mexicanos, y ése es el motivo que los ha empujado a obligar al Gobierno de los Estados Unidos a intervenir en México. Poco importa a los capitalistas el insulto a la bandera de las barras y las estrellas; ellos mismos se ríen de ese trapo; ellos mismos hacen escarnio de ese hilacho, adornando con él las colas de los caballos y de los perros. Lo que a los capitalistas les interesa es que el trabajador mexicano siga trabajando de sol a sol, por un salario de hambre; lo que a los capitalistas les interesa, es que el trabajador mexicano siga encorvado sobre el surco, fecundando con su sudor una tierra que no es suya; lo que a los capitalistas interesa es que haya un Gobierno estable en México que responda, a balazos, las demandas de los trabajadores. El Gobierno, protector de los ricos ¡Un Gobierno!: eso es todo lo que piden los capitalistas, tanto mexicanos como de todo el mundo, porque ellos saben bien que gobierno es tiranía; porque ellos —los capitalistas– son los verdaderos gobernantes; pues los gobernantes, lo mismo sean presidentes como sean reyes, no son otra cosa que los perros guardianes del Capital. ¿Qué beneficio le viene al pobre con tener un gobierno? ¿Tiene, siquiera, pan, albergue, vestido y educación para sus hijos? ¿Es respetado el pobre por los representantes de la autoridad? Para el pobre, el Gobierno es un verdugo. El pobre tiene que trabajar para pagar contribuciones al Gobierno, y el Gobierno tiene por misión defender los intereses de los ricos. ¿No es esto un contrasentido? El Gobierno tiene gendarmes destinados a velar por los intereses de los ciudadanos; pero ¿qué intereses materiales tiene que perder el pobre? Desengañémonos, trabajadores: los pobres tenemos que pagar para que los bienes de los ricos sean protegidos; somos las víctimas las que tenemos que mantener, con nuestro sudor y nuestros sufrimientos, a los encargados de velar por la seguridad de los bienes de nuestros verdugos, los bienes que en manos de los ricos son el origen de nuestra esclavitud, son la fuente de nuestro infortunio. Por eso los liberales gritamos: ¡muera todo Gobierno! Y nuestros hermanos, los miembros del Partido Liberal Mexicano, luchan y mueren en los campos de la acción con el propósito de librar al pueblo mexicano de ese monstruo de tres cabezas: Gobierno, Capital, Clero. Y en su acción redentora el esclavo de ayer se enfrenta a sus señores, ya no como el siervo de antes, sino como hombre, con la bomba de dinamita en una mano y tremolando en la otra la bandera roja de Tierra y Libertad. La explotación Es que ha llegado el momento de tomar. Pasó, tal vez para no volver jamás, la época de la súplica y del ruego. Ya no piden pan más que los cobardes; los valientes toman. A los que se rompen la cabeza para obtener de sus amos la jornada de ocho horas, se les ve con lástima; los buenos no solamente rechazan la gracia de las ocho horas, sino que rechazan el sistema de salarios, y consecuentes con sus doctrinas, con la misma mano con que se apoderan de la riqueza que indebidamente retiene el rico, parten el corazón de éste en dos, porque saben que si el burgués sobrevive a su derrota, la derrota se transforma en reacción y la reacción en la amenaza de la Revolución. Por todo esto la Revolución mexicana es el espectáculo más grandioso que han contemplado las edades. El proletario rebelde hace pedazos la ley, quema los archivos judiciales y de la propiedad: incendia las guaridas de la burguesía y de la autoridad, y con la mano con que antes hacia el signo de la cruz, con la mano que antes se extendía suplicante ante sus señores, con la mano creadora que sólo había servido para amasar la fortuna de sus amos, toma posesión de la tierra y de los instrumentos de trabajo, declarándolo todo, propiedad de todos. La ruina de la burguesía Ya comprenderéis, hermanos desheredados, la impresión que este generoso movimiento habrá producido en el ánimo de los burgueses de todo el mundo. Ellos, que nos quisieran ver agonizantes a las plantas del hacendado y del cacique; ellos, que sueñan con que el país vuelva a estar en las mismas condiciones en que se encontraba bajo el despotismo de Porfirio Díaz. Pero esos tiempos se fueron para no volver jamás. Hoy para cada burgués tenemos un puñal; para cada gobernante tenemos una bomba. Pasaron aquellos tiempos en que el burgués hacía tranquilamente la digestión mientras sus esclavos se arrastraban sobre el surco o se consumían, de anemia y de fatiga, en el fondo de la mina y de la fábrica. Ahora el burgués tiene que franquear las fronteras del país, si no quiere balancear de un poste de telégrafo. No quieren la guillotina “Por humanidad, dicen los burgueses, es necesario que los Estados Unidos intervengan en México.” ¡Por humanidad! ¿Quiénes nos hablan de humanidad? Nos hablan de humanidad los chacales carniceros que han bebido la sangre de los pobres. Nos hablan de humanidad los vampiros que no han tenido una mirada de compasión para los pobres. Ellos saben bien que en nuestros hogares no hay lumbre; ellos saben bien que nuestros pequeñuelos tienen hambre; ellos han visto nuestras covachas; ellos se han reído de nuestros andrajos; ellos nos han apartado con el bastón en el paseo para que no les ensuciemos sus vestidos; ellos nos han visto reventar de hambre a la vuelta de una esquina; ellos nos explotan mientras nuestros brazos son fuertes, y nos arrojan a la calle cuando somos viejos; ellos explotan los bracitos de nuestros hijos, imposibilitándolos para ganarse el pan más tarde; ellos conocen todos nuestros sufrimientos, sufrimientos causados por ellos, sufrimientos de los cuales ellos sacan su poder y su riqueza. ¿Cuándo han tenido para los pobres una mirada de lástima siquiera? No, hermanos de infortunio, no es “por humanidad” por lo que los burgueses están urgiendo la intervención; lo que ellos quieren es que se salve el sistema capitalista amenazado hoy de muerte por la acción del proletariado en armas; lo que ellos quieren es salvar sus riquezas y ahorrar a la guillotina el trabajo de cortarles el pescuezo. Tierra y Libertad o Muerte Pero todos los esfuerzos de la arrogante burguesía resultarán inútiles. El trabajador ha levantado la cabeza; el trabajador sabe que entre las dos clases, la de los hambrientos y la de los hartos, la de los pobres y la de los ricos no puede haber paz, no debe haber paz, sino guerra sin tregua, sin cuartel, hasta que la clase trabajadora triunfante haya echado la última paletada de tierra sobre el sepulcro del último burgués y del último representante de la Autoridad, y los hombres redimidos puedan, al fin, darse un abrazo de hermanos y de iguales. Nuestros mártires A luchar por ese principio, un grupo de trabajadores se dirigía a México en septiembre del año pasado. Sabéis bien quiénes eran: Rangel, Alzalde, Lomas, Rincón, Cisneros y otros más. No eran carrancistas, ni villistas, ni huertistas, eran soldados de la Revolución Social. No iban a México para encumbrar a nadie en la presidencia de la República, sino a arrancar de las manos de los ricos la tierra, la maquinaria, las casas, los medios de transportación y a poner toda esa riqueza en las manos de los pobres. Son pues, nuestros hermanos de clase, son pobres como nosotros y por los pobres iban a arriesgar contentos su vida; por los trabajadores iban a ofrecer su sangre y su inteligencia. En su marcha para México, fueron atacados cobardemente por fuerzas del estado de Texas, muriendo el compañero Silvestre Lomas. Nuestros hermanos hicieron prisioneros a sus asaltantes y continuaron su marcha hacia el Sur. Por la noche, uno de los prisioneros, Candelario Ortiz, que era empleado de policía de Texas, al pretender desarmar al compañero José Guerra3 fue muerto por éste. Poco después una numerosa fuerza de esbirros norteamericanos arrestaba a los dignos trabajadores, y al hacer el arresto, otro de los nuestros, Juan Rincón, fue muerto alevosamente por los asaltantes. De entonces acá, los catorce trabajadores arrestados están sufriendo en los calabozos de Texas. Multitudes de norteamericanos salvajes han pretendido lincharlos; en los calabozos se les maltrata, se les ultraja porque son mexicanos; se les mata de hambre; no se les permite escribir ni a sus familias; no pueden recibir periódicos ni visitas de sus amigos y parientes. Para los ensoberbecidos burgueses norteamericanos, los catorce hombres presos no son catorce héroes de la causa del Trabajo, sino catorce mexicanos despreciables. Todo el odio que el norteamericano patriota siente por nuestra raza lo ha reconcentrado en esos catorce trabajadores, uno de los cuales ha sido sentenciado a pasar el resto de su vida en una penitenciaría de Texas; otros, a pasar largos años de encierro en las Bastillas texanas, mientras que sobre Rangel, Alzalde, Cisneros y otros pesa la amenaza de la pena de muerte. Cuál es su crimen El crimen cometido por estos hombres no es la muerte de un esbirro, pues no fueron los presos quienes lo mataron, sino José Guerra, como lo saben muy bien los perseguidores; el crimen cometido por estos hombres es el de dirigirse a México. Ése es el verdadero crimen; el hecho de pretender poner su brazo y su cerebro al servicio de la causa de los desheredados. Ése es el crimen que la burguesía no perdona. Estos hombres se habían hecho el propósito de unir su fuerza a la de sus hermanos que se encuentran luchando contra el Capital y la Autoridad; ellos iban serenos y altivos a destruir todos los privilegios, todos los despotismos, todas las explotaciones; ellos iban a decirles a sus hermanos de miseria: ¡Levantad vuestras frentes, pues si alguien tiene derecho a gozar de la vida, sois vosotros, trabajadores, que todo lo producís con vuestras manos creadoras; y si alguien debe estar en la miseria, es el insolente patrón que os chupa vuestra sangre, es el burgués que nada produce y os roba vuestro trabajo! Comprendéis, trabajadores, que, para el burgués holgazán, estos hombres son unos bandidos; pero para nosotros, para los que sufrimos miserias y desprecios, ellos son nuestros héroes y nuestros mártires. Para nosotros, los que vivimos en el último peldaño de la escala social, el rico y el gobernante son los bandidos. La raza proscrita Es deber de todos los trabajadores salir a la defensa de nuestros presos; y para los que somos de raza mexicana, el deber es doblemente imperioso. Bien sabéis, mexicanos, que en este país nada valemos. La sangre de Antonio Rodríguez todavía no se orea en Rock Springs; está caliente aún el cuerpo de Juan Rincón; está fresca la sepultura de Silvestre Lomas; en las encrucijadas de Texas blanquean las osamentas de los mexicanos; en los bosques de Louisiana, los musgos adornan los esqueletos de los mexicanos. ¿No sabéis cuántas veces ha recibido el trabajador mexicano un balazo en mitad del pecho al ir a cobrar su salario a un patrón norteamericano? ¿No habéis oído que en Texas —y en otros estados de este país— está prohibido que el mexicano viaje en los carros de los hombres de piel blanca? En las fondas, en los hoteles, en las barberías, en las playas de moda, no se admite a los mexicanos, En Texas se excluye de las escuelas a los niños mexicanos. En determinados salones de espectáculos hay lugares destinados para los mexicanos. Justicia o rebelión ¿No constituye todo esto un ultraje? ¿Y cómo detener tanto ultraje si permanecemos con los brazos cruzados? Si tenemos vergüenza, ahora es cuando debemos ponernos en pie. Unámonos como un solo hombre para demandar la libertad absoluta de nuestros hermanos presos en Texas; agitemos la opinión; demostremos que sabemos unirnos enfrente de la injusticia y de la tiranía, y si a pesar de nuestros esfuerzos y de demostrar su inocencia, no se pone en libertad a nuestros hermanos, levantémonos en armas, que es preferible morir a arrastrar una vida de humillaciones y de vergüenza. Si no se hace justicia a los nuestros, enarbolemos la bandera roja aquí mismo y hagámonos justicia con nuestras propias manos. Acción reclaman los tiempos que corremos; pero no la acción de poner en tierra las rodillas y elevar los ojos al cielo, sino la acción viril, que tiene como compañeras la dinamita y la metralla. Hay que hacer entender a los perseguidores que si el verdugo pone la cuerda de la horca en el cuello de Rangel y compañeros, nosotros, los trabajadores, pondremos nuestras manos en el cuello de los burgueses. ¡Ahora o nunca!; ésta es la oportunidad que se nos presenta para detener esa serie de infamias que se cometen en este país en las personas de nuestra raza por el único delito de ser mexicanos y pobres, pues hasta hoy no se ha visto que un burgués mexicano haya sido atropellado. Es contra nosotros los pobres, contra los trabajadores contra quienes se comete toda clase de atentados. Unámonos todos los desheredados resueltos a ser respetados o a morir, Y gritemos a la burguesía ensoberbecida: ¡justicia o rebelión! ¡Viva Tierra y Libertad!

Regeneración, núm. 195, 11 de julio de 1914


1 Refiérese a la invasión y ocupación del puerto de Veracruz por fuerzas norteamericanas el 21 de abril de 1914, misma que terminó el 23 de noviembre del mismo año. 2 Refiérese al incidente suscitado el 9 de abril de 1914 en el Puerto de Tampico, Tamps., cuando 9 marinos norteamericanos armados desembarcaron de un bote en el que ondeaba la bandera norteamericana. Fueron arrestados y posteriormente liberados. El gobierno de Woodrow Wilson exigió, a través del almirante Henry T. Mayo, que como desagravio se rindieran honores a la bandera norteamericana izándola en el puerto y saludándola con 21 cañonazos. Las autoridades mexicanas, a través del general federal Morelos Zaragoza, se negaron a dicho saludo. 3 José Guerra. Hijo de Calixto Guerra. En los primeros días de 1913, fue enviado a Morelos para entrevistarse con Emiliano Zapata y llevarle saludos del plm. Llega a la ciudad de México el 9 de febrero, el día que estalla el cuartelazo militar contra Madero que culmina con golpe de Estado de Victoriano Huerta. Guerra se entrevista con Modesta Abascal, que tiene contacto con los zapatistas. Tras ser arrestado y liberado por felicistas, se encuentra en Tlalpan con el jefe zapatista Francisco B. Pacheco. Acompañado por Fabián Padilla viaja a Morelos. El 2 de marzo se entrevista con Zapata y Manuel Palafox. La discusión se centra en dos puntos: la caracterización de Pascual Orozco, enfrentado a los liberales pero con quien todavía tienen alianza los zapatistas, y las propuestas del plm. La crónica de su viaje a Morelos se publica en Regeneración el 26 de julio de 1913. En su reporte, describe entusiasmado el radicalismo zapatista, que le parece encarna en los hechos los planteamientos de la revolución económica que propone el plm, así como su desprecio por los políticos. A su paso por México, Guerra envía a Paula Carmona, compañera de efm, un voluminoso sobre con las cartas de Zapata para rfm, que confisca Francisco Moncaleano, que en esos momentos está intentando apoderarse de Regeneración, por lo que los documentos nunca llegan a manos de la joplm. Pocas semanas después de la estancia de Guerra en Morelos, arriba José María Rangel. Emiliano Zapata le propone que la joplm se traslade a Morelos y allí continúe con la publicación de Regeneración. Guerra forma parte de la guerrilla de doce hombres comandada por José María Rangel que intenta internarse en México en septiembre del mismo año. El día 11, tres rangers de Texas cazan y ajustician a Silvestre Lomas, quien vigilaba el campamento. Tras ser capturados los agresores, Guerra ordena la ejecución del ranger Candelario Ortiz. El día 13 tienen otro enfrentamiento con rangers texanos en Carrizo Springs, en el que muere Juan Rincón, y son hechos prisioneros Rangel y otros liberales. Guerra desaparece. Corren dos versiones, que fue muerto en el enfrentamiento, aunque su cadáver no apareció o que logró escapar, internarse en México y unirse a una partida revolucionaria.