ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS
Para todos los que nos preocupamos por el porvenir de la patria, el aumento incesante de la deuda extranjera es motivo de justa indignación, porque sabemos que no podremos pagar esa deuda sin sacrificar nuestra nacionalidad, y esto, en cuanto a los males lejanos que por lo que respecta a los inmediatos, todos lo palpamos y sobre todos pesan: los originados por el alza y la injusticia de los impuestos.
La miseria ocasionada por la enormidad de los impuestos es sentida en toda la república. La dictadura necesita oro para sus favoritos y contrata empréstitos en condiciones ruinosas; pero hay que pagar los réditos de la deuda y como los recursos con que cuenta el Erario de la nación son pequeños en comparación con el derroche que se hace de ellos en subvenciones a periódicos, en proteger eunucos, en mil despilfarros más, es preciso aumentar los impuestos, cobrándolos, además, con ferocidad, como el agiotista cae sobre sus deudores. La miseria es el resultado de esa exacción, miseria que se ceba en todos los que viven de su trabajo.
Pero el gobierno no se apiada de los pobres. Si la criminalidad aumenta por causa del hambre, cuenta la dictadura con presidios y con gendarmes; si los ciudadanos protestan, cuenta la tiranía con los cuarteles donde van a parar los “díscolos”, los “levantiscos,” todos los hombres que tienen dignidad y saben cerrar los puños ante la injusticia.
El gobierno va a contratar un nuevo empréstito de cuarenta millones de pesos oro, sin dar siquiera un pretexto plausible. Las cacareadas mejoras materiales son nuevamente el pretexto para echar sobre la nación un nuevo fardo. ¡Y el valor de esas obras representa menos de lo que cuestan!
¿A dónde vamos? Hay que decirlo virilmente: ¡a la catástrofe! A la más vergonzosa catástrofe. Miserables y envilecidos pasaremos a ser el rebaño de un despotismo extranjero ya que no tuvimos la entereza de poner un dique a la desbordante tiranía interior.
Estamos palpando los males que nos causa la autocracia, y nos deslumbramos cuando El Imparcial nos habla de los “sobrantes” que año tras año resultan en nuestro tesoro. ¿Dónde están esos sobrantes de la nación? Es que esos “sobrantes” y el floreciente estado financiero de la nación no existen. Al hombre más idiota no se le ocurriría teniendo dinero de sobra, pedir prestado para sostenerse.
Se nos engaña como a imbéciles y estamos muy conformes con el engaño, sin que nuestros cerebros perezosos se tomen la pena de formular un juicio, quedando tranquilizados cuando el más inmundo, el más abyecto periódico que haya deshonrado el intelecto nacional, El Imparcial nos habla de progreso, de grandes conquistas y de crédito exterior.
¿Qué haremos cuando las escuadras extranjeras vengan a exigirnos lo que debemos a los banqueros? ¿Pagaremos? ¿Y con qué pagar? Empobrecido todavía más el pueblo, no tendrá otra cosa que oponer a la invasión que su noble pecho desnudo, mientras todos los que han obtenido ventajas de la actual corrupción pondrán a salvo su dinero y sus vidas.
Ese es el porvenir que nos espera. Los que hemos sufrido la tiranía seremos los únicos que sepamos defender la dignidad nacional, mientras nuestros amos, riéndose de nuestra estupidez por no haber sabido detener a tiempo el mal, se marcharán a otros países o tenderán las manos al invasor para que les asegure sus bienes y les perdone sus vidas.
No habrá uno sólo de nuestros verdugos que toman el fusil para defender la integridad nacional. Será el pueblo siempre generoso y siempre abnegado, el que pague con su sangre lo que otros han aprovechado; el que deja a su familia en la orfandad después de una vida de privaciones, de penalidades y de tiranía.
Ante tal porvenir las conciencias honradas se estremecen de indignación, y sólo los potervos a cuya cabeza figura El Imparcial, pueden sentirse dichosos ante lo que se llama nuestro “floreciente” estado financiero.
Nos dirigimos a los ciegos, a los que son víctimas de un embaucamiento infame para que abran los ojos y vean el porvenir. La verdad nos quemaría los labios si conociéndola la callásemos por temer a las iras de los poderosos.
Esperamos que nuestros conciudadanos no echarán en el olvido lo que decimos y que se harán el firme propósito de preparar el porvenir de la patria adhiriéndose al Partido Liberal que será organizado. Ya no es tiempo de permanecer inactivos esperándolo todo del acaso. Sumemos nuestras voluntades; sumemos nuestras fuerzas y lograremos con el vigor de nuestro Partido poner un freno a la tiranía para evitar la catástrofe.
Sin rumbo fijo, como embarcación que ha perdido la brújula bajo un cielo negro, así marchan nuestras clases proletarias sin ver en el horizonte hostil un puerto salvador hacia el cual dirigir un barco juguete de los fuertes y de los audaces.
¡Al trabajo! ¡Al trabajo! Eso es lo único que en su prolongada noche oyen nuestros menestrales; pero en sus oídos fatigados por el estruendo de las máquinas no resuena una voz de consuelo y de esperanza. Apenas, de tarde en tarde, los pontífices del servilismo que borrajean periódicos sostenidos por la dictadura para envilecer a las masas, cantan como las sirenas para halagar la vanidad de los obreros y hacerles olvidar los sueños de redención que confusamente, quizá, se esbozan en sus cerebros y que no toman una forma definitiva como nubes batidas por el viento.
Poetas enclenques y oradores sietemesinos siguen el programa de los periódicos de la dictadura. Halagan la vanidad de los trabajadores; procuran que estos se envanezcan llamándolos: soportes de la sociedad; cimiento del progreso; héroes de la civilización, atributos ciertos todos, pero que no obstan para que el obrero perezca de hambre y se le rechace cuando con sus manos encallecidas llama a las puertas de la ley en demanda de justicia. ¡Ah; sabido es que para los pobres no hay justicia!
En efecto; los obreros son las columnas del progreso; no habría palacios, ni habría ferrocarriles, ni existirían los barcos, ni habría pan, si esos sufridos e ignorados héroes no existieran, y por lo mismo que ellos son los que procuran por su esfuerzo la vida de la sociedad, deberán tener derecho a ser felices y a ser tratados como hombres y no como esclavos.
El trabajador en nuestra patria es doblemente esclavo. Sobre él pesa la codicia de los ricos y la arbitrariedad de los caciques y en su eterna miseria política y social, no encuentra un apoyo que lo saque a flote del mar en que fracasan sus ilusiones embrionarias de un porvenir mejor de mayor justicia y de mayor libertad. Y mientras en todos los países civilizados del mundo el obrero adquiere paulatinamente ventajas, en nuestra república vegeta miserable y despreciado, convertido en carne de presidio y de cuartel, cuando no pasa la vida encorvado en la dura faena hasta que su salud quebrantada por el exceso de trabajo lo empuja al hospital para morir bajo los cuidados mercenarios de personas indiferentes.
Ese es el porvenir de nuestros obreros; esa es la triste realidad para ellos. Trabajar sin descanso ¡muchas veces bajo la infamia del látigo! por un jornal que más parece limosna que retribución al trabajador; esa es la existencia de nuestros proletarios a quienes no les queda una hora para cultivar su inteligencia, ni un centavo que ahorrar de sus míseros salarios.
Las naciones se hacen grandes cuando sus ciudadanos son felices. ¿Cómo podrá ser feliz la patria y cómo podrá ser grande si sobre sus hijos pesa la injusticia?
Los obreros deben pensar en el porvenir. Es preciso que dejen de creer que su situación miserable se debe a la fatalidad y que si sufren se debe a que no les tocó en suerte nacer en telas de seda. El que trabaja tiene derecho a que se le pague bien, a que no se le robe en las tiendas de raya, a ocupar un lugar decente en la sociedad. Nuestros obreros deben tomar ejemplo de los obreros yanquis que han sabido hacerse respetar, por lo que gozan un bienestar con que aquí no se sueña.
Es que aquellos obreros se han hecho poderosos fundando uniones que les dan fuerza contra las exigencias del capital; es que aquellos obreros practican el derecho a huelga que hace temblar a los tacaños; es que aquellos obreros cobran fuertes indemnizaciones cuando se inutilizan en el trabajo.
Indudablemente que se necesita un medio de libertad y de justicia para llegar a obtener ese resultado, y que bajo la actual tiranía el derecho de huelga sería tomado por subversión, la demanda de indemnización contra los favoritos del gobierno que son los ricos sería ilusoria, ¿pero por qué no trabajan entonces por la formación de ese medio de libertad? Si es preciso como indudablemente lo es, que haya libertad para que el obrero pueda reclamar con éxito el derecho a la felicidad que le corresponde, no hay que titubear, sino que hay que trabajar empeñosamente porque la haya.
Todos los mexicanos debemos luchar por la libertad. El obrero, el estudiante, el profesionista, el empleado, el militar, el comerciante, el agricultor, el industrial, el periodista. La dictadura pesa sobre todos los gremios sociales. El obrero es un esclavo; el estudiante una fuerza agarrotada por reglamentos duros hasta para presidios; el profesionista necesita ser un perfecto eunuco para prosperar; el empleado de las oficinas públicas y el militar deben aprender primero a sonreír a los jefes antes que la táctica o la confección de minutas; el comerciante, el agricultor y el industrial deben ser lacayos para obtener que se les reduzcan los impuestos o se les releve del pago de ellos; el periodista… ¡ah; nadie ignora que el periodista necesita hoy envilecerse par comprar con su honra una patente de impunidad!
Unámonos todos contra el enemigo común. Pongamos cada cual nuestro contingente de energía y de buena voluntad, para que desaparezcan las cadenas que ahora nos atan al afortunado soldado que, en su orgullo, sólo ha sabido comprometer el porvenir nacional creando la casta de escogidos que lo rodean y que pesan sobre la patria extenuada.
Abstenerse de luchar contra la tiranía es consentir en la abyección, es decidirse a ser siervo.
Por regla general la víctima ha despertado un sentimiento de piedad aún en los más empedernidos corazones, pero hay conciencias encallecidas, rebeldes a ese sentimiento que debía distinguir al hombre de las bestias.
En toda la república y a pesar del prejuicio que hay contra la raza indígena a la que gratuitamente se considera inferior a la mestiza y a la blanca, comienza a brotar un espíritu de justicia en favor de la raza que supieron hacer gloriosa Netzahualcóyotl y Cuauhtémoc, Altamirano y Juárez.
Para los espíritus superiores que han sabido salir ilesos de la corrupción del medio, como el plumaje aquel que adornaba al ex-poeta Díaz Mirón, no es el indio un degenerado rebelde de la luz, sino el representante de una raza a la que han vuelto taciturna la injusticia de los blancos y las doctrinas de los frailes.
En la montaña, en el llano, donde quiera que el indio levanta un jacal y extiende su mirada melancólica, sabe que nada es suyo, cuando ayer todo fue de él. Y con la conciencia de su abandono y de su miseria, ha de sentir arder bajo su pecho de bronce el rescoldo de aquel espíritu altivo que inmortalizó los nombres de Cacama1 y Cuitláhuac.2 ¡Oh; no dejemos que se extinga ese rescoldo! ¡No dejemos que caiga en profundo sueño esa energía que dormita!
Pero no todos pensamos del mismo modo. Mientras nosotros pedimos apoyo para los indios, el gobierno los diezma; mientras los que vemos en esa raza estoica la salvación de la patria cuando hayamos alimentado su espíritu y la hayamos puesto en condiciones de alimentar su cuerpo, el gobierno la envilece en los cuarteles o la confina a la ergástula de los esclavistas de Yucatán. Es que el gobierno sabe como nosotros, que en cada raza hay energías que sólo esperan un rayo de luz para manifestarse soberanas y las energías espantan a nuestros opresores, y por eso se destruye una raza que podía salvar con su savia heroica a las enclenques generaciones que hoy agonizan bendiciendo al César.
Y hay espíritus mezquinos que se inclinan sonrientes ante el marrazo tinto en sangre india; hay espíritus afeminados que sonríen al despotismo mientras los hombres de bronce lanzan su postrer adiós a la injusticia desde las horcas de Sonora. Ante el exterminio de una raza hay mil fauces enlodadas que machacan hosannas a la fuerza vencedora.
Un periódico de Sonora, El Imparcial3 copia sin comentarios, y haciéndola suya, la desventurada frase con que un yankee, corresponsal del periódico The Citizen4 de Arizona, termina una correspondencia en que se lee lo siguiente:
El yaqui es individuo útil y fuerte trabajador pero es indio y como tal, está en razón directa con la índole de nuestro apache. Buenos (los indios) cuando están muertos.
Es indispensable que un extranjero ignorante exprese de ese modo sus opiniones. La imbecilidad todavía no está clasificada entre los delitos; pero es reprochable que un mexicano, como suponemos debe serlo el director del papasal referido, acoja las estupideces de los extranjeros, sin más fin que añadir su aplauso al de los sumisos que no se avergüenzan de que la barbarie asome la cabeza monstruosa en nuestra patria. No hace muchos días, el 3 de este mes, fueron embarcados en Veracruz con destino a la esclavitud en Yucatán, trescientos indios yaquis. La partida era mayor, pero más de cuarenta habían muerto al pretender huir…
Así se está diezmando la raza que, melancólicamente, ve arremolinarse en torno suyo la barbarie de los civilizados. Botín de conquista; esclavo irredento; cebo de ambiciones fenicias; carne de cañón, todo eso es el indio. Por eso, taciturno lo vemos entonar esos aires tristísimos en los que parece que llora el alma dolorida de la raza. Por eso en los valles y en las montañas lo vemos llevar la cabeza eternamente baja como abrumada por la injusticia y preocupada por confusos pensamientos libertarios. Y cuando con el fusil al hombro; lejos de su familia y del terruño ávido de su sudor, marcha al campo de los parches bélicos a matar tal vez, a sus hermanos, quizá a su padre, debe pensar profundamente en la barbarie de la civilización.
¡Pobres indios! ¡Tenemos la misma sangre y qué distantes estamos de ellos los que nos llamamos de razón! ¡Triste provenir el de una raza cuando ella misma forma el abismo que le ha de dividir tal vez para siempre!
No permitamos que en ese abismo se profundice más. Es tiempo todavía de darnos las manos. Llevemos a los indios a la escuela, pero antes hagámosles justicia dándoles lo que les pertenecía. Antes de la era negra que se inició con el triunfo del pretorianismo en Tecoac5, eran menos infortunados los indios. Grandes comunidades de indios tenían terrenos que cultivar y vivían una vida enteramente feliz. Pero llegó la hora de los grandes negocios "científicos." A los estadistas sucedieron los comerciantes en los puestos públicos, y se decretó el exterminio de los indios. Los hombres libres se volvieron esclavos; los que prefirieron la muerte gloriosa a la esclavitud abyecta, como los yaquis de Sonora y los mayas de Yucatán, tomaron el camino de los bosques, desde donde caen en son de represalia sobre los llanos donde antes multiplicaban, con su esfuerzo, los elementos que hacían lugares de felicidad y de vida los que hoy son teatro de miseria y de muerte.
Que cese el exterminio y veremos surgir de las multitudes grises que hoy se amontonan en los jacales, a nuevos Juárez que vigoricen nuestra sociedad decrépita. ¡Ah! pero eso es lo que teme el César; que los indios rompan las cadenas que nos hacen tan desgraciados.
– – – – NOTAS – – – –
1 Cacama. Señor de Texcoco designado por Nezahualpilli en 1516, sin el consentimiento de sus consejeros. Su hermano Ixtlixóchitl se rebeló contra él, pretendiendo establecer un señorío. Fue hecho prisionero al lado de Moctezuma II y asesinado, al parecer por orden de su antiguo protector, Hernán Cortés. Cultivó la poesía; se conservan algunas de sus obras.
2 Cuitláhuac. Penúltimo señor de Tenochtitlan. Hijo de Axayácatl y hermano de Moctezuma II. Reinó durante ochenta días en 1520. Intentó expulsar a los conquistadores, cosa que no logró entre otras causas por su enfermedad, al parecer la viruela, a causa de la cual murió.
3 Probable referencia a El Imparcial de Guaymas, Son.
4 Arizona Citizen (1870- ) Tucson, Ariz. Posteriormente Tucson Daily Citizen y Tucson Citizen.
5 Triunfo del pretorianismo en Tecoac. Se refiere a la batalla librada en esa población de Puebla, el 16 de noviembre de 1876. En ella, Porfirio Díaz venció al general lerdista Ignacio Alatorre. Esta batalla marcó la caída del gobierno lerdista y el inicio de la administración de Díaz.
Se habla en los círculos oficiales de remover al general Francisco Rincón Gallardo1 de su puesto de ministro plenipotenciario de México en el Reino Unido, y de sustituirlo con nuestro flamante aristócrata Guillermo de Landa y Escandón2. La noticia es recibida por el pueblo con la mayor indiferencia. Un gobierno malo como el nuestro, tiene que nombrar malos funcionarios. Lo admirable sería que los nombrase buenos.
En efecto; la dictadura no se preocupa porque nuestro país esté representado dignamente en el extranjero. Las carteras de ministro plenipotenciario, de encargado de negocios o de cónsul, son entregadas a personas ignorantes del Derecho Internacional. Para llegar a ocupar un puesto diplomático o consular bajo el actual régimen, no se necesita que el candidato haya pasado por la escuela, si puede presentar un certificado que lo acredite como hombre de sangre azul. El mérito para esos funcionarios no estriba en los estudios; basta que hayan arrastrado sus interminables ocios por los hipódromos o pasado una buena parte de su vida en la frivolidad irritante de los salones aristocráticos. Sin embargo, no todos esos funcionarios son de sangre azul; los hay de sangre plebeya que, en cuanto a intelectualidades, en nada difieren de sus dorados colegas.
Realmente, la dictadura no necesita que la representen lumbreras en el extranjero, ni habría lumbreras que consintieran en representarla. El talento, por regla general, es altivo, con la noble altivez de su superioridad, y nuestro gobierno necesita hombres de sesos anémicos que no sepan otra cosa que obedecer. Ninguna iniciativa se concederá a nuestros diplomáticos como no sea la de organizar bailes y comilonas en que se gasta sin fruto el dinero que tantos sudores, tantas fatigas y tantos sacrificios le cuesta ganar al pueblo para entregarlo a los cuestores.
El papel de nuestros ministros y cónsules se reduce al de propagandistas de la dictadura. Ellos son los que proporcionan a los periódicos mercenarios del extranjero artículos en que se habla de la llamada magna obra de reconstrucción de Porfirio Díaz y en los que se denigra al pueblo acusado de turbulento…
¡Ah; si fuera turbulento, nuestros próceres no tendrían el estómago satisfecho y las carteras repletas de billetes de banco! ¡Irritante es tildar de turbulento a un pueblo que se deja oprimir treinta años!
Y esos artículos en que se denigra al pueblo, le cuestan a éste centenares de miles de pesos cada año. Las mentiras son siempre las mejor pagadas.
Por todo esto, el pueblo se muestra indiferente cuando oye hablar de que será removido el plenipotenciario X, cuyo puesto será ocupado por el diplomático Z. Landa y Escandón o Rincón Gallardo. X o Z, para el pueblo nada significan. Ningún provecho práctico puede esperarse de los ministros o de los cónsules de la dictadura y si en un momento dado cesasen de funcionar esos empleados, el pueblo sería tan desgraciado como lo es hoy, con la diferencia de que ya no habría quien pagase artículos que pregonasen nuestra turbulencia y batiesen palmas a la mano de hierro que nos estrangula.
Nuestros funcionarios diplomáticos y consulares están muy distantes de representar el papel que debieran para que el río de oro que se gasta en sostenerlos no fuera un lamentable derroche de la riqueza pública. Hay funcionarios de esos tan ignorantes de su país que no saben si el estado de Guerrero, por ejemplo, está al Norte o al Sur de la república. Hay cónsules de México en Europa que son extranjeros y que, cuando se les piden informes sobre el clima de la república, dan los detalles más absurdos. Los cónsules de origen mexicano no son menos ignorantes, pues para ser cónsul no se necesita más que tener quien les apoye cerca del dictador y desempeñar el papel de policía del gobierno en el extranjero.
Inútil es decir que si el ciudadano mexicano no tiene garantías dentro de la patria, porque las garantías solamente existen para los favoritos del gobierno, menos tiene fuera de ella. Conocida es la odiosidad que el pueblo del Sur de los Estados Unidos siente por los hombres de nuestra raza. Diariamente se registran atropellos de los que son víctimas nuestros compatriotas. Un americano puede lícitamente arrancarle la vida a un mexicano, las más de las veces sin que medie riña. Hay desalmados que ensayan el tiro al blanco… sobre los mexicanos. Hay otros que roban su trabajo a los mexicanos, cuando no pueden arrebatarles alguna propiedad. Nuestros compatriotas son víctimas, en la citada región de los Estados Unidos, de mil vejaciones sin que nuestro embajador, ni nuestros cónsules hagan algo en favor de ellos; pero sí saben cobrar los enormes sueldos que salen del dinero del pueblo.
Cuando las destempladas trompetas de El Imparcial anunciaron que Joaquín D. Casassús, a quien los científicos atribuyen un talento que está lejos de poseer, y que no pasa de ser una de las gárrulas medianías que se han enriquecido a la sombra del César, algunos, los candorosos creyeron que algo bueno había que esperar del nuevo embajador, tanto así fue el bombo con que se le anunció. Pero el pueblo, como siempre que se trata de representantes de la dictadura en el extranjero, permaneció indiferente. Bien sabe el pueblo que con Casassús o sin Casassús cerca de la Casa Blanca, la riqueza de México seguirá pasando a poder de los millonarios americanos y que la presencia de nuestro embajador en Washington no significa otra cosa que el derroche que se hace del dinero de la nación en verdaderas canonjías.
De nada sirve nuestro embajador. Los americanos continúan y continuarán abusando de nuestro pueblo tanto en la patria como en el Sur de Estados Unidos. En nuestra patria sabemos bien que no hay ley para los americanos que explotan a los trabajadores. Las autoridades se hincan servilmente enfrente del sajón, a quien conceden todo derecho y nuestro embajador en los Estados Unidos no atiende las quejas de los mexicanos, porque la Secretaría de Relaciones ha dado la orden de que no se atienda a los compatriotas que sufren atropellos en la Unión Americana. La tiranía se granjea de ese modo la benevolencia de Roosevelt3. Ya que la dictadura no cuenta con el apoyo del pueblo mexicano, busca el amparo o la influencia moral del gobierno de Washington, y para ello, hay que preferir al extranjero sobre el mexicano, y sostener una embajada inútil, costosa y sin la que el pueblo sería igualmente desgraciado.
– – – – NOTAS – – – –
1 Francisco Rincón Gallardo. Aristócrata y militar jalisciense. Miembro fundador del Jockey Club Mexicano. Integrante de una familia de hacendados en el centro y occidente del país, emparentada con Poririo Díaz.
2 Guillermo de Landa y Escandón (1848-1927). Político y aristócrata capitalino. Senador a partir de 1878; presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México (1900-1901) y gobernador del Distrito Federal de 1903 a1911. Tras la caída de Porfirio Díaz abandonó el país. Murió en el exilio.
3 Theodore Roosevelt (1858-1918). Militar y político norteamericano. Subsecretario de Marina al estallar la guerra de Cuba, 1898, al término de la cual fue electo gobernador de Nueva York y posteriormente (1900), vicepresidente de la república con McKinley. Asesinado éste en 1901, asumió la presidencia, ratificada por el voto en 1906. Durante su gobierno se inició la construcción del canal de Panamá, intervino en las negociaciones de la guerra ruso japonesa. Obtuvo el premio Nobel de la Paz en 1906. Derrotado en las elecciones de 1909, se dedicó a la cacería.
Hay en Sonora un periódico que es distinguido por su estupidez. Nos referimos a El Imparcial de Guaymas.
En uno de sus últimos números trae la peregrina proposición de que el gobierno impida que las gentes pobres ejerzan esas pequeñas industrias que dan subsistencia a las familias indigentes. Dicho periódico se indigna de que los hacendados de la costa de Veracruz, los henequeneros de Yucatán, las obras del Ferrocarril de Manzanillo a Tuxpan, no pueden encontrar gente necesaria, a pesar, —dice gallardamente el imbécil periódico— de que pagan jornales de un peso al día.
En efecto, en esos trabajos se debía pagar un peso al día a los trabajadores, pero sabido es que ese salario es nominal. Cualquiera que haya tenido oportunidad de ver el sistema de pago que se usa en las negociaciones, habrá quedado convencido de que el trabajador es víctima de explotaciones irritantes. Se invita a los hombres a que trabajen por un peso al día, pero no se les paga en dinero sino en efectos de las tiendas de raya, siempre de mala calidad y soportando un recargo considerable en el precio. El trabajador en esas condiciones, trabajará un año o cinco sin que pueda ahorrar un sólo centavo porque todos los beneficios son para los dueños de las negociaciones. Y aparte de que ninguna ventaja pecuniaria adquiere el trabajador, todavía está obligado a trabajar doce y aún quince horas diariamente, mal alimentado, mal vestido y con frecuencia golpeado por los capataces. Cuando no hay el sistema de vales para la tienda de raya y el trabajador obtiene el peso diario que se le ofreció, tropieza con la circunstancia de que las negociaciones están situadas en lugares en que los efectos necesarios para la vida son excesivamente caros, y por esa razón el salario de un peso con que se le deslumbró no le basta para comer.
Con tales condiciones, es natural que el trabajador se niegue a enriquecer a los que lo explotan, sin obtener él otra esperanza que la probabilidad de perecer en las regiones malsanas donde da sus fuerzas sin otra recompensa que el maltrato y el hambre.
"El cultivo de los campos, la construcción de casas y ferrocarriles, y las mil industrias que se implantan todos los días, están llamando a todos esos perezosos" sigue diciendo El Imparcial. ¡El cultivo de los campos! ¿Iría el director del papasal sonorense a cultivar campos que no son suyos, trabajando de sol a sol por un jornal medio de cincuenta centavos diarios cuando no es de veinticinco o treinta y siete centavos?
Es fácil tildar de perezosos a los hombres, cuando al abrigo de miserias se vive de la largueza de los gobernantes que necesitan vagos que los defiendan con sus plumas estropeadas. ¿Por qué los escribidores pagados por el gobierno no prefieren ser dignos empuñando el azadón en lugar de servir de eunucos a los tiranos?
¡El cultivo de los campos!… ¡Ah! si los campos fueran de los pobres, estén seguros los periodistas asalariados de que esos campos que hoy vemos improductivos estarían cubiertos de riquísimas mieses! Pero los campos no son de los pobres, sino de unos cuantos enriquecidos que se han apoderado de la riqueza nacional ayudados por un gobierno que solo ha procurado la abyección de las masas. Y esos enriquecidos son los que hablan por boca del papasal sonorense y demás periódicos aduladores del gobierno, de la falta de brazos. No es que falten brazos; lo que sucede es que no todos se resignan a ser esclavos. Si se repartieran esas grandes extensiones de terrenos que hay en México veríamos cómo sobrarían brazos robustos dispuestos a arrancar a la tierra los tesoros que hoy dormitan en su seno esperando una era de libertad y de justicia.
Pero si tanto duele a los ricos no ver cultivados sus campos ¿por qué no los cultivan ellos mismos? ¿Por qué no forman con el director de El Imparcial y los demás emborronadores que declaman contra los pobres una cuadrilla de trabajadores que empuñen ellos mismos el arado y hagan fecundar la tierra inactiva que han acaparado?
No; lo que se quiere es que haya en nuestro infortunado país una casta de esclavos que marchen sonrientes a dar su salud, su bienestar, su porvenir a los que han formado la miseria pública.
Cerca de cuatro años lleva de sufrir el pueblo oaxaqueño una tiranía "sui generis." No pesa sobre él uno de esos hombres que llegan al gobierno envueltos en una atmósfera de humo y de sangre, Emilio Pimentel1 no conquistó el poder por el filo de su acero; tampoco lo conquistó con su talento. Abogado mediano tuvo negocios más por la influencia de sus amigos los "científicos" que por sus conocimientos jurídicos. Nunca fue amigo del pueblo; ni en la tribuna, ni en la plaza pública, ni desde esa cima que se llama periódico, lanzó la valerosa voz que entusiasma a las multitudes y hace palidecer a los tiranos. El libro donde los héroes de la inteligencia dejan su sangre condensada en pensamientos, nada le debe. El arte, hermosa flor de los temperamentos exquisitos, no ha hecho vibrar sus nervios agotados. Emilio Pimentel era un insignificante antes de llegar a ser gobernador, y en eso consistía su mérito. Sabido es que, bajo la actual administración, ser insignificante es estar llamado a los más grandes destinos. Ramón Corral debe a su insignificancia el puesto de vicepresidente de la república, como Emilio Pimentel ser gobernador del estado de Oaxaca. Pasó para nuestra patria la época en que las palmas triunfales se destinaban a dar sombra a las cabezas de los púgiles de la voluntad, de talento o de la abnegación. Ahora se escoge entre la muchedumbre gris que arquea el espinazo en la salas de espera de los poderosos, a los que menos brillan, a los de intelecto más modesto y voluntad más dúctil, y de ahí que un enjambre de larvas doradas, de mustios grajos adornados como los pavos, acaparen las funciones que, después de su paso por ellas no conservan otra huella que la que dejan los caracoles en su monótona marcha.
Pimentel, sin embargo, va dejando otra clase de huellas. Es una larva transformado en tirano a cuya sombra medran sus colaboradores de los que es modelo el famoso Manuel Esperón y de la Flor. Al amparo de Pimentel pudieron salir de su escondrijo, los pulpos que acechaban coléricos la oportunidad de lanzar sus tentáculos sobre la masa sufrida, que trabaja y se agota sin gloria y sin recompensa. Se han improvisado fortunas, mientras el pueblo es arrebatado de sus hogares para las consignaciones al Ejército. Muchos ciudadanos han ido a dejar la vida a Ozumacín y Valle Nacional, arrastrados por la fiebre de oro de los que buscan la riqueza aún en el crimen. Y las autoridades creadas por Pimentel han permanecido indiferentes ante la explotación, cuando no han sido ellas mismas las que se han beneficiado con el tráfico de carne humana, con las consignaciones al Ejército con la venta de los favores o de la justicia. Mientras todo esto ha sucedido, el gobernador sólo se ha dejado ver en los banquetes y en las fiestas que organizan los serviles; pero nunca ha estado en su despacho para atender a las personas que ocurran a él en demanda de garantías para evitar los atropellos de los caciques, nunca persona alguna que se le ha acercado para pedir su protección contra las arbitrariedades de los tribunales del Distrito, ha obtenido siquiera una esperanza de justicia.
Los ciudadanos no han visto en Pimentel a la garantía de su bienestar. El estado infeliz bajo el yugo vergonzoso de Martín González,2 es desgraciado todavía. Antes de que Pimentel ascendiera al puesto de gobernador, el pueblo desesperado, fustigado, hambriento de pan y de justicia pedía que lo gobernase cualquiera que no fuera Martín González. Muchos ciudadanos haciéndose eco de la voz desesperada del pueblo que pedía la destitución de su verdugo, llegaron hasta apoyar una candidatura que en sí misma llevaba la derrota: la candidatura de Félix Díaz, el sobrino de don Porfirio. El resultado de la lucha fue el encumbramiento inesperado del hoy gobernador del estado de Oaxaca, y con él, el encumbramiento de personajes cuyos antecedentes se pierden en una noche negra sin límites, a la que sería preciso entrar con el pañuelo en las narices.
El fracaso de la lucha se debió a las complacencias que se tuvieron con el dictador. Cualquiera oposición a un gobierno local lleva consigo la derrota, desde el momento que entra en transacciones con el centro. Recuérdese la serie de movimientos electorales que ha habido en los estados y se verá que han fracasado por la debilidad de los candidatos.
Ahora bien; después de cerca de cuatro años que ha gobernado Emilio Pimentel, y al comprenderse que si ese gobernante nada ha podido hacer en provecho del pueblo durante todo ese tiempo, menos hará cuando pasen más años, puesto que, mientras más tiempo pase, mayores serán los compromisos que lo aten a la hampa de que está rodeado, los ciudadanos honrados, los que quieren que cese el oprobio en la tierra del gran Juárez, desean con todo su alma que no se reelija el funesto "científico." El deseo de esos ciudadanos merece bien de la causa de la libertad pero no hay que conformarse con que caiga el verdugo actual para embaucar otro en su lugar. Ya es tiempo de que el pueblo no aspire a cambiar de amo con lo que seguiría siendo tan desgraciado como lo es hoy. Con la caída de Pimentel podría subir al poder un Cárdenas3 o un Bernardo Reyes, si el pueblo permitiera que la dictadura interviniese en lo que solamente él, el pueblo, tiene el derecho de arreglar.
Hay pues, que tener un candidato propio y no uno impuesto por el centro. Y no basta que el candidato sea propio, sino que es preciso, es condición indispensable para el triunfo, que el candidato sea un ciudadano absolutamente independiente del gobierno, y que reúna a una gran energía, la circunstancia de no ser siquiera amigo de cualquiera de los personajes que rodean al dictador o amigo de este militar.
Es de esperarse que nuestros hermanos de Oaxaca sabrán portarse con la altivez necesaria para no caer en otra tiranía. En el Valle Nacional blanquean los huesos de los oaxaqueños que han sido vendidos por autoridades pimentelistas a los negreros que no titubean en amasar sus fortunas con el dolor de los desgraciados. Cuántos infelices han dejado sus ahorros en las manos de jueces que los pusieron en la disyuntiva de ir a la cárcel o de dejarse despojar. Cuántos otros ante la amenaza de cargar el fusil como soldados, vendieron el pequeño terreno que les proporcionaba el sustento y hacía feliz a la familia, para poder rescatar su libertad. Cuántas familias lloran todavía la ausencia de los que han sido víctimas de la ley fuga. Y aparte de esto, la inmensa corrupción de todas las funciones administrativas; el derroche de los fondos públicos demostrado hasta por Bolaños Cacho4 ; las gabelas odiosas que forman la miseria pública en consorcio con la explotación del trabajo de los pobres; la absoluta falta de garantías para los ciudadanos que predican al pueblo la democracia, de lo que es ejemplo elocuente el atropello de que fue víctima el entusiasta y valeroso liberal profesor Adolfo C. Gurrión5.
El resultado de la tiranía pimentilista se siente, se palpa, se ve. Un grupo de dominadores satisfechos celebra su orgía triunfal, mientras al pueblo que produjo el dinero sólo le es dado oír las carcajadas de los que se divierten, y aspiran de lejos el tufo de los festines.
Tanta injusticia es necesario que tenga su fin. El estado de Oaxaca tuvo una historia gloriosa y es preciso que la reanude. Sobre la frente del pueblo del que salió el Benemérito de América, han caído muchas manchas. ¡Hasta los maestros del pueblo han sido atropellados! ¿Será posible que la tierra oaxaqueña ya no dé hombres que sepan romper cadenas? ¿Se acabó la raza vigorosa que deslumbró al mundo con un Juárez?
Soportar la dominación de Pimentel es vergonzoso. Pimentel no es ni con mucho un hombre de carácter y ni siquiera se ha impuesto por sí mismo. El gobernador de Oaxaca es el servidor obediente de la dictadura que necesita hombres que sepan envilecer al pueblo, y como el mejor vehículo del envilecimiento es la miseria, a formarla a todo trance se ha dedicado el "científico" funcionario. Bien sabe la dictadura que un pueblo hambriento degenera y permite que se le humille, y por esa razón simpatiza con todos los que, como Pimentel, llevan en su bandera un programa de miserias.
Faltan pocos meses para que en Oaxaca se decida si el pueblo que supo ser altivo, consentirá la permanencia en el gobierno de un hombre que tanto lo ha humillado.
– – – – NOTAS – – – –
1 Emilio Pimentel (¿?-1926). Abogado oaxaqueño. Secretario general de despachos durante la gobernatura de Luis Mier y Terán, 1884-1887. Fundador del grupo de los científicos junto con Rosendo Pineda y José I. Limantour. Miembro de la delegación oaxaqueña en la Gran Convención de la Unión Liberal en 1892. Diplomático en Río de Janeiro. A su regreso, presidente municipal de la ciudad de México. A partir de 1902 gobernador de su estado natal; reeelecto en 1910. Al estallido de la revolución, dejó el poder en manos de Félix Díaz.
2 Martín González (1832-1908). Militar oaxaqueño combatiente contra la Intervención francesa. Jefe del Estado Mayor de Porfirio Díaz. En 1894 y hasta 1902 ocupó el Gobierno del estado de Oaxaca. Diputado por Chihuahua en varias ocasiones. Su inescrupulosidad le otorgó el sobrenombre de Caclito.
3 Miguel Cárdenas. Hacendado, abogado y político coahuilense. Partidario y protegido de Bernardo Reyes, gobernó su estado natal de 1894 a 1909. En las elecciones de 1905 Francisco I. Madero contendió contra él. A causa de su filiación reyista fue presionado por el gobierno central para renunciar a la gubernatura en 1909 tras lo cual se retiró de la política.
4 Miguel Bolaños Cacho (1869-1928). Abogado, periodista y político oaxaqueño. Ocupó diversos cargos judiciales y políticos, entre ellos gobernador interino de su estado natal en 1902 y gobernador constitucional de 1912 a 1914. Reconoció al regimen huertista, siendo el único gobernador que permaneció en su puesto tras la caída de Madero. Murió en el exilio.
5 Adolfo C. Gurrión (1880-1913). Periodista juchiteco, encarcelado en varias ocasiones por sus artículos en La Semecracia opuestos a la administración del gobernador Emilio Pimentel. En 1905 era representante de la Junta Organizadora del PLM en Oaxaca. Dirigió al Partido Liberal Oaxaqueño, que apoyó la candidatura de Benito Juárez Maza al gobierno estatal. En 1912, se afilió al maderismo y fue diputado federal a la XXVI Legislatura. Murió asesinado durante el gobierno de Huerta, acusado de promover una rebelión en Tehuantepec.
Muy poco tiempo falta para que el pueblo oaxaqueño decida si ha de seguir siendo esclavo de Emilio Pimentel, y por eso creemos de la mayor importancia hablar del asunto, tanto más, cuanto que hemos sabido que algunas personas pretenden desviar al pueblo presentándole candidaturas como la de Félix Díaz y Benito Juárez hijo1, que implican una indefectible derrota y un nuevo periodo de vergonzosa tiranía para el ayer heroico estado de Oaxaca.
En 1902 la candidatura de Félix Díaz dio por resultado la exaltación de Emilio Pimentel. Félix Díaz fue un candidato sacado de la nada por un grupo de ciudadanos que de buena fe creyeron encontrar la salvación del estado en un hombre a quien erróneamente supusieron dotado de una energía superior. La energía de Félix Díaz se ablandó como una miga de pan cuando su tío el dictador le ordenó que renunciase su candidatura, dejando de ese modo burladas las esperanzas del pueblo. ¿A ese hombre que tan evidente muestra de debilidad ciudadana dio, se pretende convertirlo en bandera de un pueblo que en sus floraciones produce colosos como el Benemérito de América?
El pueblo oaxaqueño debe escoger su candidato entre los hombres que ninguna liga tengan con los dictadores. Aparte de su debilidad de carácter, Félix Díaz reúne la cualidad de ser sobrino del dictador a quien debe la posición social que ocupa, y es natural que el hombre que no ha sabido elevarse por el mérito propio, y que comprende que nada valdría, sin el brazo paternal que le ha sacado de la obscuridad, tenga gratitud para su benefactor y lo obedezca y respete.
Félix Díaz, pues, no podrá jamás obrar con independencia y si en 1902 cometió el delito de lesa democracia de despreciar al pueblo renunciando su candidatura, para arrodillarse a los pies del dictador, hoy hará lo mismo si el pueblo tiene el candor de postularlo. El pueblo oaxaqueño tiene el deber de ser viril esta vez. Su legendaria energía ha hecho fiasco bajo la indiferencia, bajo la decepción y bajo la tiranía; pero ya es tiempo de reaccionar, de sacudir la indiferencia que como un monte de ceniza cubre los entusiasmos, amenazando convertir en eunucos a los hijos de aquella raza bravía que supo esculpir virilmente su nombre en las páginas de nuestra historia. La decepción no mata a los hombres fuertes que, ante los fracasos, sienten vibrar su orgullo y sacudirse de noble cólera la dignidad. La tiranía solo es temida por los cobardes, y los oaxaqueños tienen la obligación histórica de ser abnegados y enérgicos.
Bien sabemos que el pueblo oaxaqueño detesta a Emilio Pimentel y quiere con justicia que no se reelija a ese mal gobernante que sólo ha procurado su bienestar personal. Pero al substituirlo, que no sea por otro tirano instrumento del Centro, sino por un hombre que sea capaz de llevar al pueblo por derroteros de progreso y de bienestar. Pretender que caiga Pimentel para que se entronice al gobierno de Porfirio Díaz, es abdicar el derecho que todo hombre tiene de ser libre y feliz.
La candidatura de Félix Díaz sólo puede ser ambicionada por los que buscan el medro personal a la sombra de un nuevo gobierno; por aquellos a quienes Emilio Pimentel no ha colmado de granjerías, y quieren resarcirse con el que lo suceda. Para esos hombres nada significa el pueblo, el bienestar común, y piensan, asegurado su deseo con el hecho de sostener una candidatura que, por sus ligas con la dictadura, tiene más probabilidad de triunfar que la de un ciudadano absolutamente independiente. Por eso algunos quieren la candidatura de Félix Díaz. Nada les importa que sea éste sobrino del dictador, nada les importa que sea éste un hombre sin voluntad, sin la energía que necesita en esta época un buen gobernante para arrancar, para destruir la vergonzosa tutela que ejerce el centro sobre los que deberían ser estados soberanos y libres.
La tiranía de Emilio Pimentel es odiosa, pero no hay que substituirla por la de un Félix Díaz. La aspiración de un hombre honrado no debe ser la de estar variando de tiranos, sino la de conquistar la libertad, única fuente de bienestar y de progreso para todos, y por lo mismo, el pueblo no debe seguir ni apoyar otra candidatura que la de un ciudadano honrado, leal a la causa de la libertad, enérgico para apartarse del programa envilecedor que la dictadura aconseja, inteligente para poder salvar los escollos que la misma dictadura le procure, al ver que no pertenece al número de los lacayos que sonríen como hetairas ebrias cuando el látigo cruza sus mejillas.
También se habla de otra candidatura que indigna: la de Benito Juárez hijo. Si el Benemérito viviera sentiría pena al ver a su hijo sirviendo a su mortal enemigo. Porfirio Díaz fue uno de los más enconados enemigos del Grande Indio, lo que para Benito Juárez hijo nada significa. Los doscientos cincuenta pesos que como Diputado, esto es, como servidor de Díaz, recibe el vástago anémico del Grande Hombre, han bastado para borrar el resentimiento justísimo que tenía el deber de abrigar contra el actual presidente que fue, como decimos, enemigo personal de su padre. ¡Ah; y todos sabemos que fue enemigo gratuito del gigante de la Reforma!
Félix Díaz y Benito Juárez hijo, son por lo demás, dos doradas nulidades. El primero es un mediano policía; el segundo ni eso es siquiera. Pero el pueblo no debe buscar entre los gendarmes a los que han de redimirlo.
El pueblo oaxaqueño debe buscar su candidato entre los hombres independientes, y si fracasa en su empresa al menos que fracase con honra. ¿Qué programa libertador puede ofrecer Félix Díaz o Benito Juárez hijo? ¿Cuándo las ideas redentoras han tenido por una cuna los sesos reblandecidos de los favoritos de los déspotas?
Hay que dirigir las miradas hacía nuevos horizontes en busca de savia nueva y robusta. Los moldes de la tiranía han producido seres enfermizos, voluntades frágiles, incapaces de oponer un dique al crimen que se desborda y cuando se necesitan puños robustos que hagan retroceder al mal, los miopes se empeñan en dar proporciones colosales a la turba de insignificantes que rodean al César. Félix Díaz y Benito Juárez hijo son dos insignificantes de la intelectualidad, como lo son de la voluntad. Uno persigue con mal éxito a los delincuentes; el otro no ha sorprendido a nadie por su talento. La llamada Cámara de diputados a donde asiste a dormir no conoce el timbre de su voz; ni una iniciativa trivial, ni la más insignificante moción de su parte ha turbado el silencio de la mansión legislativa. Su cerebro, huérfano de luz, no ha sentido el aleteo de los hermosos ideales que convierten a los hombres en héroes, y duerme al calor del sueldecillo obtenido sin esfuerzos.
¿Hombres así quiere el pueblo oaxaqueño que substituyan a Emilio Pimentel? No; el pueblo oaxaqueño quiere hombres de voluntad firme, de cerebro robusto, hombres que no sigan el obscuro sendero por donde el actual gobernador se ha perdido sin más provecho que los estómagos satisfechos de los Esperón y de la Flor que lo rodean. Postular a individuos ligados de cualquier modo con la dictadura, es matrimoniarse con la derrota.
Cualquier hombre que suba al gobierno de Oaxaca, si es amigo de la dictadura tiranizará al pueblo. Hay que buscar, por lo tanto, un hombre absolutamente independiente.
La dictadura tendrá forzosamente que oponerse a que el pueblo eleve a otro hombre que no sea alguno de los que puedan servirle de instrumento para oprimir; pero la dictadura tendrá que ceder porque es débil, y si bien es cierto que hasta hoy ha triunfado, el secreto de su triunfo está en la debilidad de los candidatos que los pueblos de los estados han tenido la debilidad de aceptar. Búsquese un candidato enérgico y resuelto, y Oaxaca triunfará.
Y hay que decidirse pronto. La tiranía está organizada desde hace treinta años, mientras el pueblo oaxaqueño apenas comienza a organizarse para la campaña electoral. No hay que titubear. Si el pueblo ha de decidirse por encumbrar un instrumento de la dictadura, preferible será que no pierda su tiempo; pero si por el contrario, tiene resuelto impedir la reelección del funesto Emilio Pimentel y elevar en su lugar a un ciudadano valeroso y honrado, debe trabajar con ardor hasta lograr el triunfo de esa noble aspiración.
Luchar por obtener un nuevo amo, es propio de esclavos, y por esa razón indicamos a nuestros hermanos de Oaxaca, que trabajan por la elección de un hombre honrado que sepa hacer la felicidad de todos y no de unos cuantos que se enriquezcan con el dinero que obtiene el pueblo a fuerza de fatigas. Que terminen los sardanapalescos festines donde se apura el vigor de los pueblos convertido en vino; que termine la improvisación de fortunas obtenidas sin más esfuerzos que alargar las manos odiosas; que cese el mercado judicial; que expiren para jamás resucitar las concusiones y los prevaricatos; que se multipliquen los planteles de educación y se haga del profesorado uno de los oficios mejor retribuidos; que ya no se extorsione a los pueblos con la odiosa capitación;2 que se retribuya con largueza al obrero, puesto que él y sólo él forma la riqueza pública; y que un sol de libertad y de justicia brille para los oaxaqueños, sin que vuelva a empeñarse el cielo que manos groseras han cubierto de nubarrones.
– – – – NOTAS – – – –
1 Benito Juárez hijo (1852-1912). Abogado y político oaxaqueño. Protegido de Porfirio Díaz desde 1877, fue nombrado secretario particular del ministro de relaciones Exteriores. Se hizo cargo de la Legación mexicana en Washington y trabajó para el servicio diplomático en Alemania y Francia. Desde 1888 fue diputado por Tepic, Estado de México y Oaxaca en el Congreso de la Unión. Tomó parte en la fundación del Partido Democrático en 1909. Al año siguiente fue candidato a la gubernatura de su Estado natal, resultando derrotado por Emilio Pimentel. Al triunfo de la revolución maderista fue gobernador de Oaxaca por siete meses.
2 Refiérese al impopular impuesto “per cápita” vigente en Oaxaca y otros estados con población indígena.
A vosotros los que formáis la gran muchedumbre esclava, nos dirigimos por medio de este artículo.
Aunque os parezca extraordinario, también tenéis derecho a la felicidad. La sangre que anima vuestras carnes mal vestidas es la misma que anima a los hombres elegantes que os tienen a cierta distancia con los extremos de sus bastones; ¡ya sabéis que los andrajos producen asco a los que obligan a vestir andrajos! Pero esa distancia no debe existir, porque sois tan mexicanos como ellos. ¿No se os obliga a manejar el fusil para defender la patria cuando el enemigo se anuncia con sus clarines bélicos en nuestras costas o en nuestras fronteras? Y lo habréis comprobado mil veces; sois los únicos que defienden la patria. ¿Quién da su sangre si no vosotros por defender la autonomía nacional? ¿No habéis abandonado con vuestros cuerpos destrozados por las armas enemigas los campos que después no tenéis ni el derecho de cultivar? Sin tener derecho alguno sobre los campos, sois, empero, los más heroicos defensores de la integridad nacional.
Pues bien; vuestra abnegación y vuestro valor os hacen acreedores a la felicidad. Unas cuantas varas de manta componen el avis indumentario de vosotros los héroes defensores de la patria. Vuestras nobles compañeras, esas sufridas mexicanas que os acompañan en vuestra marcha taciturna por la vida hostil, no andan menos mal vestidas que vosotros. Y cuando podéis vestiros de casimir, para vosotros se han hecho el de más mala calidad, a pesar de que de vuestras manos salieron las ricas telas y los confortables abrigos que hacen las delicias de los señores elegantes. ¿Creéis que eso es justo? Muchos de vosotros no habréis tenido tiempo de reflexionar sobre el asunto. Son tan largas las horas de labor, y es tan agotante la labor! Pero todos comprendéis indudablemente que son más felices los ricos que los pobres.
Lo que os falta es inquirir por qué vosotros que sois los que trabajáis, sois los menos felices. Bajáis a la mina y vuestras robustas manos desmoronan la roca que guarda, avara, el oro codiciado. A veces se desploman las galerías y perecéis por centenares, lo que no obsta para que nuevos héroes del trabajo sigan bajando y continúen dando su contingente de sangre ¡que no solamente en la guerra se derrama sangre proletaria! y extraéis de las entrañas de la tierra muchos ricos metales, los suficientes para que con vuestras familias pudieseis vivir lujosamente hasta haceros viejos y morir después de haber disfrutado todas las delicias de la vida dejando hijos inteligentes e instruidos. Mas no sucede así; vosotros trabajáis, trabajáis sin descanso en la mina, en el taller, en la fábrica, en el campo, dondequiera que haya necesidad del esfuerzo de vuestros músculos; elaboráis cosas bellísimas, porque, sabedlo, muchos de vosotros sois artistas; levantáis cosechas magnificas, después de haber ablandado el surco con vuestro generoso sudor; fabricáis telas riquísimas, muebles suntuosos, y, fijaos, apenas tenéis pan, dormís en lechos que desdeñarían los perros melindrosos de los ricos señores.
No sabéis, muchos de vosotros, si eso es justo o injusto. Sólo sabéis que vuestro pan es escaso o que os falta en lo absoluto. También sabéis que la autoridad protege a los ricos señores y estáis resignados, porque en realidad, no sabéis si así debe ser. Pero es bueno que despertéis y que penséis que la felicidad no es patrimonio de unos cuantos privilegiados, sino patrimonio común de todos los que hemos nacido bajo este hermoso cielo de Anáhuac.
Es bueno que penséis en vuestro porvenir, proletarios mexicanos. Se os esclaviza ciertamente, porque ¿qué otra cosa sino la esclavitud es esa situación que soportáis? No tenéis más libertad que la de morir de hambre, prostituiros y que se prostituyan los vuestros. La vida vuestra es triste en verdad. Trabajáis muchas horas durante el día y ganáis muy poco. Veis en cambio, que otros no trabajan nada y se dan vida de príncipe. Os choca indudablemente el contraste y pedís al alcohol lo que no os dio el plutócrata avaro que os saca el jugo: la felicidad; y en pos de esta esquiva deidad os dirigís a la taberna ¿para qué? para que se os calumnie después llamándoos prostituidos y granujas. ¿Y quiénes os llaman granujas?, ¡los mismos que os han explotado y tiranizado hasta empujaros al alcoholismo para que degeneréis y seáis más fácilmente explotables! no tenéis, en efecto, la culpa de beber alcohol. Muchos de vosotros resistís, pero otros no lo pueden evitar. Bebéis, no por vicio, sino por necesidad. Vuestras habitaciones no las desearía ni un oso montaraz; pero bebéis alcohol y vuestra imaginación enriquece la pobre morada; no tenéis dinero, pero el alcohol hace olvidar la miseria, os dormís sobre el suelo duro y frío, pero el alcohol hace soñar en lechos regios, sois débiles, y el alcohol os finge fuerzas, salud, bienestar. Por eso bebéis; para olvidar una realidad de pesadilla.
Sin embargo, no hay que pensar más que en bienes efectivos. La felicidad del alcohol se desbarata apenas se desvanecen los últimos vapores de la última copa, y después, viene el trabajo rudo, la labor incesante al lado de la fragua asesina; la peregrinación por los negros laberintos de las minas; la fatigosa roturación de los campos; la tarea al pie de las máquinas, ensordecedoras, y el mismo contraste del pobre que se agota y del rico que se redondea de grasa. Hay pues, que pensar en bienes efectivos, que modifiquen la injusticia actual formando un medio de libertad y de justicia.
¿No os asombra el aumento rapidísimo de la prostitución femenina? Pues esas infortunadas mujeres que se prostituyen han sido ángeles de candor; adorables criaturas que hubieran hecho felices a esposos modelos, si el hambre no hubiera roído sus entrañas, si en el hogar frío y escueto no hubiera faltado lo indispensable para vivir. Muchas, ante la miseria, buscaron trabajo; pero amos brutales y avaros, les robaron su trabajo; pagándoles jornales como limosnas, después de hacerlas trabajar como bestias. El jornal no bastaba para sostener a la madre decrépita o al niño incapaz de trabajar, y fue preciso buscar otros medios de vida. ¡Cuántas conocieron la prostitución por sus mismos amos! ¡Y se las desprecia y se las befa sin comprender que son víctimas de injusticia, seres débiles e inermes arrollados por la tiranía!
¡Ah; si supieseis que todos vosotros, hombres y mujeres que no conocéis más que el lado negro de la vida tenéis tanto derecho a felicidad como los que pesan sobre el pueblo, otra cosa sería de la patria! La patria solamente será grande cuando sus hijos sean felices y libres.
Pensad obreros; pensad, nobles trabajadores. En otras naciones vuestros hermanos de fatigas han ido adquiriendo derechos que les producen alguna felicidad. Haced lo mismo. Sobre vosotros pesa un gobierno que os hace soldados u os envía a la cárcel, y permite que una plutocracia insolente os haga sudar oro y os arroja a los cuatro vientos de la mendicidad cuando os hacéis viejos y ya no podéis dar vuestras fuerzas. ¿Qué sucede también cuando en el trabajo os rompéis una pierna o perdéis los brazos? Se os echa como bestias inservibles, porque oídlo bien, el dinero no tiene corazón.
Agrupaos; hay un Partido que lucha por el bienestar de todos los mexicanos, y ese Partido es el Liberal. Haceos miembros de ese Partido para conquistar vuestros derechos políticos y con ellos vuestros derechos sociales. Agrupaos para que conquistéis la felicidad.
Las tiranías sienten un miedo horrible por la enseñanza popular. Es que ellas saben que un pueblo instruido, es un pueblo que no se deja encadenar. Así lo ha comprendido nuestra dictadura, y por eso contamos con millones de analfabetas. La fuerza de la dictadura está en la ignorancia de las masas, ignorancia que se hace más densa con el fanatismo que propagan las aves negras de las sacristías.
Dinero para escuelas, lo hay y de sobra. Las contribuciones se cobran con ferocidad hebrea, y el pobre pueblo paga, todo lo paga, para que se le tenga sumido en la ignorancia. ¡Si supiera el pobre pueblo que con el dinero que se le arranca se podrían fundar escuelas hasta en los más apartados lugares!
En efecto, se recauda mucho oro. Hay estados en los que se cobra una contribución especial para instrucción pública, y ¡oh sarcasmo! en esos estados no hay un centavo para fundar escuelas, y las que existen son tan pobres, que los maestros tienen que vivir como mendigos.
Así ha vivido el pueblo durante treinta años; dando su dinero para que se le tenga en la ignorancia. Y se le calumnia. No es raro oír respecto del pueblo los comentarios más desfavorables. Se le llama reacio a la civilización; se le echa en cara su ignorancia; se le tilda de degenerado y de vicioso, por los mismos que procuran la ignorancia de las masas; por los mismos que obtienen ventajas de las tinieblas en que viven los humildes.
La tiranía es insolente, ¿por qué ultraja al pueblo cuando no le ha permitido instruirse?
El pueblo no puede instruirse. La miseria en que vive, producida por la avaricia de los ricos y las exacciones del gobierno, obligan al padre de familia a utilizar el trabajo de los hijos pequeños para poder aliviar un tanto los pesados egresos domésticos; esto por una parte, pues cuando el padre de familia puede, aun cuando sea con sacrificio, enviar a sus hijos a la escuela, no la hay, porque el dinero que se arranca a los ciudadanos para la instrucción pública, se dilapida en mil cosas que no redundan en provecho general.
Se necesitan escuelas, muchas escuelas para hacer la luz entre las multitudes ígnaras y hacer el verdadero progreso de la patria. Hay que convencerse de que la prosperidad de unos cuantos pulpos, no es la prosperidad nacional que se obtendrá cuando los ciudadanos inteligentes y libres puedan dedicarse al trabajo que mejor les acomode, sin temor a que el amo los explote y el gobierno los tiranice, porque conscientes de sus derechos, perfectos conocedores de su dignidad, impedirán que manos fenicias les mermen los jornales rudamente ganados y que el despotismo aceche sus bolsillos para pagar favoritos y eunucos.
Esto es lo que nuestro gobierno no quiere, que se instruya al pueblo. Entre las masas ígnaras hay cerebros colosales que no necesitan más que un rayo de luz para brillar. Las obscuras multitudes son yacimientos de fuerza que tienen inactiva los tiranos para no zozobrar. Sabe el despotismo que sin esa fuerza despierta, caerán para siempre los privilegios levantados audazmente sobre el dorso del pueblo dormido.
El pueblo es un gigante que duerme y a quien los tiranos procuran no despertar. El fraile le procura las tinieblas; el rico le roba para que se embrutezca bebiendo alcohol en el cual busca la felicidad que todos le niegan; el gobierno no le pone escuelas, pero tiene buen cuidado de cobrarle las contribuciones, mandándole a la cárcel o a las filas cuando quiere despertar. Y el cerebro de ese gigante duerme el sueño pesado de su ignorancia, sin que el fuego del análisis le permita darse cuenta de los buitres que velan su sueño confundidos con las sombras.
La frase poco pulcra que los lacayos de la dictadura celebran por ser del César: "no me espanten la caballada" revela la verdad de lo que decimos. No se quiere despertar al pueblo, no se quiere "despertar la caballada", y por eso no se le ilustra, ni se le pone en condiciones de que él solo pueda ilustrarse. Se le distrae como a un niño con los oropeles de la dictadura; se le dice que somos muy ricos los mexicanos, y el pobre pueblo se adormece bajo la tiranía triunfadora. Si fuese ilustrado el pueblo, comprendería que era víctima de un engaño; que la riqueza solamente se hizo para sus amos, y que él está condenado a ser siervo si no abre los ojos, si no reconquista su libertad.
Es inútil que los mexicanos esperemos que el actual gobierno se preocupe por instrucción. Mientras deja en completa libertad a los frailes para que funden escuelas donde se deforma el espíritu de los niños, el gobierno dilapida en prebendas el dinero que recauda.
En treinta años de paz no interrumpida, la ignorancia hubiera desaparecido si otro hombre hubiera ocupado el puesto de que se apropió el rebelde de la Noria y Tuxtepec. El audaz soldado que se convirtió en opresor del pueblo en cuyo beneficio fingió luchar, olvidó al día siguiente de haber cambiado la silla de su caballo de combate por el dorado sillón presidencial, que había prometido la regeneración del pueblo que en mala hora dio su sangre por elevarlo.
Caminando a ciegas hemos pasado los treinta años. Varias generaciones han crecido desde que en Tecoac se escucharon los últimos disparos de la rebelión, y esas generaciones marchitas no han pasado por las aulas porque así lo ha querido la tiranía que teme el despertar formidable del pueblo que encadenó.
La indigencia intelectual del pueblo es el producto del capricho de la dictadura que considera como su enemiga la educación de las masas. Las masas educadas habrían hecho el verdadero progreso de la patria en todo el tiempo que cabizbajas y mustias han tenido sobre si el peso de su ignorancia, agravado con la injusticia. ¿Pero qué freno mayor para el progreso que la ignorancia y la injusticia?
Muradas las conciencias por la falta de instrucción; cerrados los horizontes por la falta de justicia, el pueblo marcha a su destino trágico empujado por la férrea mano del que juró redimirlo. La ignorancia crece como una mancha de grasa y ya se pierden sus límites, y por eso crece la tiranía en arrogancia y se manifiesta incontrastable, feroz, sin freno, sin límite, segura de su triunfo sobre el rebaño ígnaro que se somete sin protesta y sin cólera.
Porque no tenemos escuelas somos esclavos. Parias miserables de la ciencia nos conformamos con vegetar como animales domésticos acariciados a puntapiés y a salivazos.
"El mundo marcha"; pero nosotros no marchamos; nos arrastramos como gusanos cuando nos prendemos como moluscos al pasado, ebrios del lodo con que la ignorancia nos cierra los ojos. Hay muchos que viven solo el recuerdo de nuestras hazañas de ayer, pero no tienen sangre que se suba al rostro al comparar el glorioso ayer con el oprobio actual; no tienen nervios que se sacudan indignados ante la maldad triunfadora, ni gritos que despierten a ese gigante que duerme arruinado por las alas membranosas del despotismo.
Despertemos al gigante para no decir después con el remordimiento clavado en el pecho: ¡ha sido demasiado tarde! Apresurémonos a hacerlo; no suceda que tengamos que asistir a los funerales del pueblo cuando nos decidamos a llamarlo a la hermosa vida de la libertad y la justicia.
La muerte de Blas Escontría, ministro de Fomento, hubiera pasado inadvertida si poetastros de numen esquelético y escritorzuelos de plumas estropeadas, no hubieran sacado la cabeza de los pasteles en que alimentan su estupidez para lanzar sus notas de condolencia, roncas como graznidos.
Hubiera pasado inadvertida la muerte de Blas Escontría, porque nada significó en provecho del pueblo la vida estéril de ese funcionario. Procuró por su bienestar personal, fue partidario del clero y empleado obediente de Porfirio Díaz; hechos que no ameritan el llanto cocodrilesco de los folicularios que se deslíen en lágrimas por el fallecimiento del insignificante señor.
En buena hora que todos aquellos que por arrastrarse a los pies del funcionario nuestro hubieran recibido de él algunas migajas, deploren que haya desaparecido el que tuvo la debilidad de mantenerlos sin trabajar; pero que se guarden, que no den a conocer los suspiros de sus estómagos huérfanos, que no profanen las bellas letras con el dolor de sus intestinos desamparados. La poesía no se hizo para los desahogos gástricos de los animales domésticos.
El pueblo no tiene necesidad de oír las jeremiadas de los eunucos, y aun se indigna oyéndolas, porque él no puede entristecerse cuando se mueren sus opresores. Blas Escontría fue un opresor sin iniciativa para oprimir, pero formó parte de la máquina fatal en cuyos engranajes dejamos todos los mexicanos: dignidad, ciudadanía, valor civil, salud, dinero, y en donde acabaremos por perder nuestra nacionalidad, que por lo demás ya la estamos perdiendo.
Blas Escontría formó parte de ese todo que se llama tiranía: un tornillo, una pieza cualquiera, la más insignificante de la máquina opresora; pero sirvió para que el todo despótico funcionara desgarrándonos las carnes.
¿Debemos llorar esa muerte? No; no debemos llorarla. Una pieza menos de la máquina dictatorial, significa un paso más hacia la libertad.
Cuando deje de funcionar habremos recobrado nuestra libertad. Hoy por hoy comienza a crujir ¡ha funcionado tanto tiempo!… Dejemos que se desmorone sin que se contriste nuestro espíritu. Lo lamentable es que no haya desaparecido para siempre.
Dejemos que los lacayos lloren; ¿no es natural que los pobres perros aúllen cuando desaparece el amo? Pero los ciudadanos altivos; los que tenemos confianza en nuestras fuerzas; los que ganamos el pan sin humillarnos, los que a despecho de la tiranía conservamos un corazón bravío incapaz de soportar el más ligero yugo, no podemos ni debemos llorar la desaparición de un hombre que no supo hacer el más leve sacrificio en pro de la comunidad.
Blas Escontría fue un gobernador como cualquiera otro: fiel al César que lo sacó de la nada. Como todos los gobernadores, no fue electo por el pueblo sino por la Autocracia, y naturalmente, sirvió al César a quien todo lo debía y no al pueblo. Hombre de escasa intelectualidad a pesar de tener el título de ingeniero, sus actos públicos revelaron una inepcia desesperada. Los más triviales asuntos lo entretenían con notorio perjuicio de la buena marcha de la administración potosina; pero fiel empleado de la dictadura pudo llegar a ser ministro de Fomento.
Por una cosa se distinguió Escontría: por su recalcitrante catolicismo. Amigo de curas y de beatos, tal vez soñaba con que México fuera una dependencia de Roma, y que los mexicanos llegáramos a ser súbditos del embajador del Vaticano. Afortunadamente esos sueños enfermizos quedaron encarcelados en el cerebro del muerto porque careció de iniciativa y no fue hombre de acción.
Hizo todo el bien posible a esos parásitos que, además de mermar la riqueza nacional, siembran la hipocresía y la estupidez: los frailes. Montes de Oca, el fatuo obispo de San Luis Potosí, fue uno de los íntimos amigos del hombre cuya muerte lloran tantos estómagos de lacayo.
El pueblo debe estar satisfecho de que desaparezcan sus opresores. Que se marchen en buena hora los que nada bueno supieron hacer por sus compatriotas.
Los folicularios que gimen como afeminados, ya se consolarán. Nunca faltan migajas para los histriones. Al ver cómo lloran esos pobres hombres, nuestros tiranos que adivinan que de no pagar lloriqueos no habrá quien llore por ellos cuando se mueran, comprarán de antemano las lágrimas venales de los eunucos y harán anticipos por las larvas literarias que garrapatean los borrajeadores para cantar a los difuntos.
Así como hay quien compre en vida el sitio en que debe ser sepultado, del mismo modo los tiranos compran, las lágrimas que se han de verter por ellos. Lloren pues los histriones; pero que lloren en silencio, y, sobre todo, que dejen las bellas letras que no se inventaron para asuntos de estómago.
Nuestra labor de verdad es implacable; implacable porque no se detiene pasmada ante el oropel de nuestro falso progreso, sino que rasga velos, destruye barnices, penetra, ahonda y exhibe la fofa estructura de lo que constituye nuestro adelanto.
Muchos mexicanos están orgullosos de que en la república haya fábricas y de que la actividad industrial adquiera mayor impulso cada día. Tenemos fábricas dicen muy satisfechos esos compatriotas, como si realmente las fábricas fueran de propiedad común. Tenemos riquísimas minas de oro y de plata, dicen también esas buenas personas. ¿Y nuestros ferrocarriles y teléfonos? preguntan cuando se les dice que estamos muy atrasados, muy pobres y en plena tiranía.
En efecto; hay fábricas, hay minas riquísimas, hay ferrocarriles y telégrafos. Hay hasta suntuosos palacios… ¿pero todo eso es nuestro progreso? No hay dificultad para admitir que todo eso existe, y además, hay tierras inmensas capaces de producir alimentos en abundancia para todos los mexicanos y para muchos millones más de habitantes.
Pero si hay todo eso, ¿por qué somos tan pobres? Hay fábricas de hilados y tejidos en número suficiente para surtir de ropa a todos los mexicanos; tanto pueden producir esas fábricas, que hace pocos años enviaron comisionados a Centro y Sud América para buscar mercados a sus producciones; pero entonces ¿por qué muchos millones de compatriotas andan casi desnudos? ¿Qué contestarán a esto los que tan orgullosos se muestran de que haya fábricas en la república? ¿Consiste el progreso en que haya fábricas de tejidos en medio de hombres vestidos a medias?
Hay minas, muchas minas, pero ¿quién tiene dinero en la bolsa? ¿Dónde está el oro que se extrae todos los días del seno de la tierra? ¿A dónde va a parar ese río de metales preciosos que vemos correr sin lograr que se queden en el pueblo?
Y los productos de la tierra ¿a quién enriquecen?
En los países donde hay libertad, rinde utilidades generales todo eso de que tanto se envanecen muchos mexicanos; mas en nuestro infortunado país sucede todo lo contrario. Las riquezas se muestran a la vista del pueblo que sufre el suplicio de Tántalo.
Con todo lo que existe en nuestra patria seríamos inmensamente felices los mexicanos, si no hubiera tiranía. Por un lado la autocracia empobrece al pueblo cobrando impuestos enormes, y por el otro, los ricos pagan salarios tan miserables, que los trabajadores no tienen ni qué comer. Y esa situación es agravada por el fraile y por el agiotista, vampiros insaciables que acaban por arrebatar al pueblo todo lo que no ha perdido entre cuestores y adinerados. Mientras más grande es la miseria, más poderoso es el agio que vive del hambre y del dolor humano.
En nuestro medio de injusticia y de opresión vemos que todo lo que debería hacer el progreso, causa atraso, miseria, probando elocuentemente que para que la patria llegue a ser grande es necesario que haya justicia y que haya libertad.
Siempre que, como ahora, el pueblo flagelado esté privado de toda clase de derechos y no tenga otra libertad que la de morirse de hambre, las fábricas, los ferrocarriles, todo lo que debería constituir el progreso de la nación, no serán más que instrumentos de explotación en los que deja el trabajador su fuerza y su provenir para amasar la insolentada fortuna de unos cuantos enriquecidos.
Se necesitan fábricas, se necesitan minas, se necesitan ferrocarriles y talleres, pero, sobre todo, se necesita libertad generadora de alegría y de bienestar. Sin libertad, continuará siendo el pueblo el doliente hambriento que no puede reclamar el alza de los salarios sin ser amenazado con el cuartel o con la cárcel.
De seguir las cosas como hasta aquí, veremos poblado de fábricas el territorio nacional; veremos horadar las montañas para construir túneles y volverse cada vez más compacta la red telegráfica; las minas darán millones de toneladas de mineral cada año, etc.; pero el pueblo continuará teniendo hambre en medio de tanta riqueza y la nación continuará siendo infortunada a pesar de todo.
Es que el progreso de los pueblos no se mide por el número de fábricas, sino por el número de seres dichosos y libres. Una distribución más justa de los productos, es lo que hace la prosperidad de las naciones. El enriquecimiento de unos cuantos no es la riqueza de la nación, porque no aprovecha más que a un cortísimo número de privilegiados.
Los Estados Unidos son grandes, porque todo hombre que trabaja cuenta con un regular jornal, y si todavía allí no está satisfecho el proletariado, y lucha y se declara en huelga y pone en conflicto al capital para que dé al trabajo lo que le corresponde, ¿cómo puede estar satisfecho el proletariado mexicano que es vilmente explotado?
El trabajador mexicano trabaja mucho y gana poco; por eso la miseria y la ignorancia se han apoderado del pueblo y a ellas se debe que seamos esclavos y que la patria no sea grande a pesar de los ferrocarriles, de las fábricas, de los grandes talleres y las negociaciones mineras millonarias. Se dice que hay mucho dinero extranjero en México. Solamente de capital americano hay, según rezan las estadísticas, más de setecientos millones de pesos. Y esa cifra enorme seduce a los cándidos que consideran hecha la prosperidad nacional con ese motivo, sin fijarse en que esos capitales no entran en circulación, aparte, de que muchos de ellos solamente existen en la imaginación de los que llegan a explotar el país.
Llegan a nuestro país grandes compañías que dicen representar millones de capital, pero la única utilidad que dejan son los misérrimos jornales que pagan a los obreros, a quienes explotan a su sabor, vejándolos y humillándolos a cada paso. Las ganancias no se quedan en México: van acumulándose en los bancos extranjeros. Y esas ganancias son adquiridas en nuestra misma patria, vendiéndonos demasiado caros productos por los que han dado a los trabajadores sueldos irrisorios.
Por todo lo expuesto, debemos convenir en que no progresamos. Progresan unos cuantos que nos explotan y que toman para sí la parte del león, después de declarar enfáticamente que nos favorecen tendiendo líneas de fierro, construyendo fábricas, explotando minas, campos, etc. Progresaremos cuando el trabajo sea mejor retribuido y las horas de trabajo se reduzcan razonablemente.
La dictadura cifra todo su orgullo en el desarrollo industrial del país; pero los hombres que piensan, que analizan las cuestiones y están dotados de espíritu crítico, comprenden que somos víctimas de un embrutecimiento cuando los defensores de la tiranía hablan del progreso material de la república.
Allí están las multitudes mal alimentadas y mal vestidas que desmienten con la elocuencia de su miseria, el alarde que se hace de nuestra falsa prosperidad.
Muchos idiotas disculpan a la dictadura, asegurando que si se nos han arrebatado nuestras libertades, hemos salido, en cambio, beneficiados materialmente.
Los únicos que se han beneficiado son los opresores, los embaucadores del pueblo. Pero no hay que desesperar, pronto, tal vez, veremos perecer la hidra que nos despedaza y nos befa.
Cualquiera diría al ver el despilfarro de dinero que se hace en fiestas cesáreas, que somos un pueblo rico. Para recibir y agasajar al dictador en Mérida, se presupuestaron cien mil pesos, suma enorme que no ha de haber salido de los bolsillos de los aduladores, sino del pueblo obligado siempre a dar su dinero para festines en los cuales no tiene cabida.
Del modo más lamentable se derrocha la riqueza pública. Al pueblo de Mérida no le reporta ningún beneficio la visita de don Porfirio, quien seguramente no lo librará de los esclavistas que lo oprimen. Antes bien, el pueblo yucateco verá en la visita del jefe de la opresión el afianzamiento de la unión que existe entre los que lo subyugan.
El viaje de Porfirio Díaz a Mérida1 es más bien ultrajante para el pueblo de Yucatán. No va el dictador como un visitante cualquiera, sino como el señor de lejanos dominios que hace una visita a un virrey obediente.
Molina, en efecto, ha sido obediente. Ha secundado con fidelidad asombrosa la dictatorial política del palo. Bernardo Reyes que hasta hace poco tiempo había sostenido el campeonato del terrorismo, siente que le pisa los talones un avejentado "científico": Olegario Molina.
Los sucesos de Kanasín2, el misterioso suicidio del señor Abelardo Ancona3, la prolongada prisión de los viriles luchadores liberales señores Carlos P. Escoffié, Tomás Pérez Ponce y José A. Vadill,4 los atropellos de todo género a los ciudadanos independientes; el estado de sitio que de hecho existe en la península, todo eso hace que Molina sea un leal servidor, a quien don Porfirio irá a decir cuando le estreche la mano: "¡así se gobierna!"5
¡Y cien mil pesos gastados para satisfacción de dos hombres que se entiendan para oprimir! ¿Qué mayor derroche puede pedirse del dinero sacado de los esclavos que agonizan en las plantaciones yucatecas? ¿No es un ultraje gastar cien mil pesos en torpes regocijos, cuando el pueblo descalzo, desnudo, hambriento y azotado por la justicia mira desde su ergástula los hogares sin lumbre y a sus hijos sin pan?
Al lado de la torva miseria que apura el pueblo como un tósigo, desarrollará su lujo insolente la corte de parásitos que viven prendidos a los faldones del Cesar, del que obtienen favores monetarios los que son más viles, los que todo lo han perdido menos las exigencias brutales de sus estómagos estragados.
El pueblo verá el derroche de su dinero que es su sangre sacrificada en las duras faenas; el pueblo carecerá de pan y de justicia mientras los dorados dominadores disiparán en pocas horas, en contados días, lo que hubiera servido para levantar edificios destinados a servir de escuelas o para comprar algunas varas de tela con que cubrir las carnes tostadas por la intemperie.
¿Cuántas humildes familias habrían visto la felicidad en forma de unas cuantas monedas si la suma despilfarrada se hubiera repartido? ¿Cuántas infortunadas mujeres se habrían salvado de la prostitución si en lugar de cerrársele todas las puertas —¡hasta las del trabajo!— hubieran recibido algo de la cantidad destinada al despilfarro?
Pero no; para nuestros gobernantes, para todos los que viven del trabajo ajeno, el pueblo debe darle todo: sangre, cuando es necesario para el afianzamiento del despotismo, armar a los hijos del pueblo para que luchen contra sus hermanos; oro, cuando los festines y las francachelas de los señores lo reclaman.
Y después de darlo todo el pueblo, es siempre despreciado. En las fiestas cesáreas, las culatas de los soldados lo tienen a raya. No es simpático el espectáculo de las turbas harapientas, para aquellos que por sus combinaciones tiene a las masas vestidas de harapos. En los festines, en los banquetes orientales que se dan los opresores, haría mala figura la blusa del obrero explotado. Pero ese desprecio no impedirá que las manos aristocráticas expriman al día siguiente los andrajos de los pobres en busca de más oro.
Esa es nuestra situación. Los que vivimos de nuestro propio esfuerzo estamos condenados a ser los sirvientes de los que oprimen; todo se desprecia en nosotros menos nuestras fuerzas, menos nuestra inteligencia, siempre que nuestras fuerzas y nuestra inteligencia estén al servicio de los que se aprovechan de ellas.
Profesionistas y obreros, escritores y modestos comerciantes, agricultores y pequeños industriales, todos pagamos nuestro tributo, todos damos el dinero que se despilfarra en fiestas, en canonjías, en dádivas graciosas, en subvenciones, etc., y todos formamos la masa obscura de dolientes desamparados de la justicia y de la libertad. Todos formamos el conjunto explotable que no tiene otro derecho que el de poner su inteligencia y su fuerza al servicio de los tiranos, de los ricos y de los curas.
Que gocen los señores mientras se llega el día de la libertad; pero que se den prisa porque las noches no duran siglos.
– – – – NOTAS – – – –
1 Porfirio Díaz visitó por vez primera Yucatán del 5 al 9 de febrero de 1906. Su comitiva sobrepasaba las cien personas. Durante su estadía, inauguró la Penitenciaría Juárez y visitó las haciendas henequeneras de Chunchukmil y Sodzil, en esta última, propiedad del gobernador Olegario Molina, se le organizó un ágape. Posiblemente a consecuencia de esta visita, Molina fue invitado a integrarse al gabinete de Díaz.
2 Refiérese al levantamiento efectuado en Kanasín, el 28 de noviembre de 1905, encabezado por Pedro Pablo Herrera, opositor a la reelección de Olegario Molina. En el alzamiento, Herrera asesinó al jefe de policía de la localidad y luego huyó al mando de unos 50 hombres. El gobierno del Estado aprehendió a varios habitantes del pueblo como sospechosos. A principios de enero de 1906 se publicitó la disolución del grupo rebelde, sin haberse logrado la aprehensión de Herrera.
3 Abelardo Ancona Cáceres, en 1905 director de La Voz de los Partidos (Mérida, Yuc.), órgano de la Convención Liberal Antirreeleccionista, que se editaba en los talleres de Verdad y Justicia. Al parecer, junto con otros antirreeleccionistas yucatecos, fue implicado por Eleuterio Solís, en un falso complot para asesinar a Olegario Molina, lo que motivó su aprehensión. La policía de Mérida hizo circular la versión de que el periodista se suicidó mientras estaba retenido en la jefatura.
4 José A. Vadillo. En 1897, director de La Metralla (Mérida, Yuc.), periódico de caricaturas opuesto al gobernador Carlos Peón. Director y propietario de Verdad y Justicia (Mérida, Yuc.), 1904.
5 “¡Así se gobierna!”, frase de Porfirio Díaz. En 1898 durante una visita a Monterrey, N. L., dijo: “…después de estudiar detalladamente los grandes beneficios que bajo su inteligencia y acertado mando alcanzó este bravo, inteligente y laborioso estado, considero justo decirle, condensando todos los elogios que me inspiran sus obras: general Reyes, así se gobierna: así se corresponde al soberano mandato del pueblo.”, declaración que colocó a Reyes como el posible candidato a la sucesión.
Otra vez nos ha llamado la atención el papasal sonorense, El Imparcial. Ahora dizque por boca de un corresponsal, habla de la Guerra del Yaqui, y después de una larga tirada de bravuconadas de ebrio que quiere hacerse pasar como veraz y honrado, termina por no decir la verdad. El artículo escrito indudablemente por el pobre Aurelio Pérez1, trae estos llamativos artículos: "El asunto del yaqui. —El miedo a la verdad", por los que cualquiera se supondría que iba a tropezar con verdades como montañas. Nada de eso; Aurelio Pérez sigue siendo el lacayo pagado para no decir la verdad.
Conocida de todos los mexicanos es la historia de la Guerra del Yaqui. Todos sabemos que la ambición de unos cuantos individuos de influencia y de poder originó esa guerra injusta del fuerte —el gobierno— contra el débil —los indios yaquis;— pero a Aurelio Pérez no le conviene decir que sus amos originaron la guerra y echa toda la culpa a los indios. Le choca a Pérez que los indios reclamen sus derechos. ¡No todos son tan resignados como Pérez!
La Guerra del Yaqui es una guerra injusta que desprestigia al país y que no tiene otra solución que devolver a los indios los terrenos que les arrebataron los que pagan a Aurelio Pérez para que escriba mamarrachos. Si Pérez fuera honrado, rechazaría con indignación el dinero que recibe, manchando con el asesinato y el despojo.
Habla Aurelio Pérez:
"En el asunto yaqui, pasa algo extraño, indudablemente. Parece que se siente no miedo, terror, por mostrar a la nación, al mundo entero la verdad."
Dice esto el infeliz histrión porque otro periódico pagado como el suyo, aseguró que ya no había indios rebeldes, cuando en realidad los hay y seguirá habiéndolos en Sonora, mientras no se haga justicia devolviéndoles las propiedades que se les arrebataron.
Aurelio Pérez la echa de veraz porque afirma que hay indios rebeldes; pero no se atreve a decir el pobre lacayo que sus amos son los que han provocado esa rebeldía tomando lo que no era suyo, no se atreve a decir que los yaquis han sido infamemente diezmados, —aún los pacíficos que trabajan en las haciendas y en las minas— y que han tenido que tomar las armas para no perecer impunemente. Tal vez Aurelio Pérez será tan… resignado que si a él se le hubiese arrebatado tierra y hogar y se le hubiese amenazado con la muerte habría puesto dócilmente el cuello para que se le ahorcara; pero los yaquis no son… Pérez, son hombres que tienen dignidad y vergüenza, y disputan a la fuerza ebria de soberbia, el derecho que tienen a ser respetados en sus vidas e intereses.
La rebeldía de los yaquis provoca trastornos naturalmente. ¿Pero quién tiene la culpa de esa rebeldía? Responda el eunuco sonorense si es que ama la verdad y es hombre honrado.
Todos los mexicanos lamentamos los asesinatos que perpetran los yaquis. ¿Pero cometían los indios esos delitos antes de que los amos de Aurelio Pérez les robasen sus terrenos? Responda el eunuco.
Los yaquis eran indios laboriosos y patriotas. Durante la Intervención Francesa dieron gustosos su contingente de sangre en defensa de la patria, como no lo hubiera hecho Aurelio Pérez que, como ahora, se habría puesto del lado del fuerte, esto es, del invasor. Vivían tranquilamente como ciudadanos, dedicados al trabajo; pero a los amos del mercenario Pérez se les ocurrió atropellarlos y los indios se rebelaron. ¡No todos son Pérez para soportar yugos! ¡No todos nacieron para ser lacayos!
Ya que Pérez no tiene valor para denunciar a sus amos, denuncia a los indios, y en lugar de clamar porque se haga justicia a la raza mártir que lucha en Sonora, aconseja que se la extermine según se desprende del parrafejo que en seguida verán nuestros lectores:
Se hará necesario, no muy tarde, que una fuerza federal ocupe Sahuaripa y que se establezcan líneas telefónicas, a lo menos militares, MIENTRAS SE DA CAZA A LA TRIBU REBELDE.
Da vergüenza que las letras de molde se empleen para glorificar la barbarie, porque, ¿qué otra cosa sino barbarie, es esa de dar CAZA A LA TRIBU REBELDE?
No podía esperarse mucha dignidad en cierta prensa después de treinta años de tiranía, en que ha sido lícito a los eunucos poner sus nombres al frente de papeles impresos que han asegurado su existencia vendiendo elogios a los opresores. En todo ese tiempo de sombras, las larvas que habrían perecido bajo un sol de libertad y de justicia, han podido crecer en soberbia y en estupidez y distraer con sus gestos de simios beodos, a gobernantes ignaros que no saben distinguir entre el graznido y el canto, y se consideran grandes cuando los gorilas de la prensa alquilada les queman estiércol en lugar de incienso.
No podía esperarse que a la sombra de la opresión porfirista creciera otra cosa que hongos insolentes, glorificadores de todo lo que ha producido la decadencia del espíritu nacional en los años de esclavitud en que ha vivido el pueblo.
Los resultados de la tiranía son la abyección y la desvergüenza de los papeles mercenarios, capaces de ruborizar a un troglodita. Aurelio Pérez es un producto del medio infecto creado por el despotismo, y su papasal El Imparcial, tiene que arrastrarse. ¿De qué vivirían ciertas gentes si no tuvieran flexible el espinazo? ¿Qué harían los eunucos si no hubiera serrallos de guardar?
– – – – NOTAS – – – –
1 Aurelio Pérez. Periodista oriundo de Guaymas, Son. En 1894-1895, dirigió de El Imparcial (Hermosillo, Son.), editado en el taller tipográfico de Belisario Valencia.
Inútil es andar buscando el origen de nuestro atraso político y social, cuando es tan fácil encontrarlo; manos temblorosas son las que manejan las riendas del gobierno. Viejo es el presidente, viejos los ministros, viejos los gobernadores; la mayor parte de los diputados son viejos: jueces, magistrados, funcionarios, superiores, casi todos viejos.
A esos hombres viejos debemos nuestro atraso. Aferrados a la tradición; por lo general fanáticos; uno que otro intelectual rezagado entre ellos; casi todos ignorantes en grado máximo, no pueden imprimir a sus actos el carácter fresco, sano, vigoroso que distingue a los actos de los jóvenes. En cambio, el capricho senil, el mal humor de los organismos en decadencia se exhiben con opulencia tropical en todos los actos de nuestros ancianos funcionarios. Para nuestros funcionarios, la energía es la viliosidad irritable; el capricho, es, para ellos, rasgo de carácter, y titulan voluntad inquebrantable lo que sólo es una terquedad insoportable.
Nuestra vida pública se resiente de la influencia de los ancianos funcionarios: una exasperante rutina, es la característica de la administración. Lo mismo que se hizo en 76 cuando sobre la nación cayó el sable enrojecido de Porfirio Díaz, se hace hoy que casi han pasado treinta años. Ni para "suprimir" a los "díscolos" se ha variado de sistema: la Ley Fuga no ha evolucionado.
La vida pública lleva el sello de la sangre vieja y viciada que nos gobierna, y nuestra joven nación sufre el hastío que una adolescente debe sentir cuando une su destino al de un hombre que la tumba llama a gritos. No hay entusiasmos, no hay vida activa y fecunda. Todo está condenado a muerte, hasta nuestra nacionalidad si no reaccionamos, porque los tiranos han hecho suya la patria, y al hacer su testamento, la entregarán a los banqueros extranjeros en pago de los millones que han pedido prestados.
La sociedad perece por la senectud de los gobernantes, porque permanecer inactivos cuando todo avanza a gran prisa en alas de las ideas modernas, es morir. Todos los pueblos avanzan, menos nosotros. Por todas partes se anuncian victorias del pueblo sobre la tiranía, avances formidables del trabajo sobre el capital, amplios horizontes ganados al clero católico tan tartufo, tan traidor, tan criminal. Nosotros, en cambio, vivimos vida vegetal. Nuestros viejos tiranos nos inyectan su decadencia, y el espíritu público, en su vejez prematura, experimenta precoces desfallecimientos y anticipados escepticismos.
Somos viejos para reaccionar; pero nuestro raciocinio no es el del hombre que en su madurez sana sabe analizar y sacar deducciones abundantes de verdad. Nuestro modo de pensar está arreglado a un cartabón estúpido que nos hace considerar inútil toda lucha, todo esfuerzo que hagamos por ser libres y felices, y dejamos caer los brazos con desaliento cuando sabemos que el sendero que nos llevará a la redención está cubierto de espinas.
Ese apocamiento de que adolece el espíritu público, es el resultado de la dominación de los hombres rutinarios que nos gobiernan. No tenemos libertad para nada, porque nuestros funcionarios no nos lo permiten. Si alguna vez tenemos iniciativas y entusiasmos, el agrio gesto que se dibuja en los rostros de nuestros amos nos hace variar de propósitos, y si insistimos, no hacemos más que exacerbar la biliosidad de los mandones y lo menos que puede ocurrir es un 2 de abril de 1903.1
Somos víctimas del mal humor, del capricho y del orgullo de los que deberían ser mandatarios del pueblo, y ese mal humor ese capricho y ese orgullo son hijos de organismos ruinosos que quieren comprobar su vitalidad haciendo sentir su influencia enfermiza. La proximidad del sepulcro hace que nuestros gobernantes nos tiranicen. No teniendo grandes esperanzas de mandar por mucho tiempo, se apresuran a hacer sentir su dominio ¡y el pueblo es la víctima!
Hay muchas circunstancias que demuestran que una administración de ancianos no puede ser una buena administración. ¿Qué ideas nuevas puede tener un hombre que permanece varios lustros sobre los demás? Un orgullo monstruoso es lo único que puede engendrar tanto tiempo de dominio, orgullo que mata todo ideal generoso, todo sentimiento altruista. Tanto peor si el tirano tiene la seguridad de pesar hasta que una enfermedad mortal se apiade del pueblo llevándose al opresor, pues entonces se hace del capricho una ley porque no hay la necesidad de hacer méritos para marcharse a la vida privada entre las bendiciones de los ciudadanos.
Por eso la tiranía que sufrimos es implacable. Los hombres que la hacen sentir están viejos y tienen la seguridad de morir en sus puestos. Saben que bajarán del poder para ir al sepulcro, y no tienen la esperanza de que después de un periodo de tiempo de vivir fuera del gobierno, el pueblo los llame y los eleve en atención a su buen manejo anterior.
La tiranía por sí sola es mala, pero se vuelve insoportable cuando está ejercitada por hombres que están para caer a la tumba. Sangre nueva y fuerte se necesita para dar un buen impulso al moribundo espíritu público. Los valetudinarios que nos gobiernan harían bien en ir a cuidar en sus domicilios sus asmas y sus reumas, y dejar los puestos públicos donde se necesitan cerebros frescos, nervios sanos y espíritus fuertes.
Los hombres que por treinta años han dominado, han hecho todo el mal posible y nada augura que la férrea tiranía generadora de abyecciones y de miseria, pueda convertirse, ya próxima a morir, en manantial de bienes. Hombres gastados en la tarea de oprimir; cerebros ocupados totalmente por el orgullo; corazones cerrados a todo llamamiento, no podrán producir nada fecundo, ni grande, y para poder sostenerse en los puestos que han usurpado, tendrán que continuar su labor opresora, obstruccionista de todo lo que sea innovación favorable al pueblo porque temen que despierte y se avergüence de ser esclavo.
Necesitamos reaccionar, para que energías mejor orientadas tomen el lugar que les corresponde en las funciones públicas, a las que lleven el contingente de juventud y de fuerza que se necesita para que la administración pública evolucione y marche al fin. Nuestra tiranía no ofrece ninguna novedad; fosilificada desde hace treinta años no ha variado y así ha vivido, monótona y odiosa, imbecilizando a todos, corrompiendo a todos y comprometiendo el porvenir nacional.
Estamos condenados a morir de agotamiento, si no hacemos un esfuerzo por reaccionar. El ejercicio del civismo es para los pueblos como la gimnasia para los músculos. Indudablemente que el civismo no es agradable a los que nos oprimen; viejos como son, necesitan reposo y la lucha cívica los molesta, tanto más cuanto que esa lucha dará por resultado, si tenemos vergüenza y la emprendemos, el derrumbamiento de la tiranía; pero no debemos considerar si es agradable o no lo es para los opresores que son unos cuantos, si tenemos la convicción de que la comunidad sale aprovechada con el ejercicio del civismo.
Todavía es tiempo de regenerarnos, pero deberemos apresurarnos antes de que venga lo irremediable: la completa abyección. ¡Regenerémonos despojándonos del despotismo valetudinario! Necesitamos sangre nueva que nos haga avanzar, que nos ponga, como pueblo, a la altura a que no hemos podido llegar, ni llegaremos, si consentimos continuar bajo la férula de la vetusta tiranía de los seniles funcionarios.
– – – – NOTAS – – – –
1 Véase supra, art. 34 “La hecatombe de Monterrey” y n. 164.
Las arrogantes palabras vertidas por Porfirio Díaz en Yucatán1 al hablar de la condición de los trabajadores yucatecos, deben servir para que los proletarios comprendan que el gobierno actual está decidido a sostener hasta el fin su programa de opresión.
Porfirio Díaz aseguró que no hay esclavitud en Yucatán, que los peones son felices y consideran como padres a los negreros que los explotan y los maltratan. Dijo más el presidente: que la prueba de que no había esclavitud estaba en que no se registraban huelgas en la península.
Esas palabras revelarían ignorancia, si otro que no fuera Díaz las hubiera vertido. Pero en boca de nuestro dictador resultan maliciosas porque nadie mejor que él está al corriente de la vida de esclavos que soportan los trabajadores yucatecos.
Y no simplemente se concretó a negar, sino que saliéndose de los límites de la serenidad, aprovechó el brindis para lanzar destemplados desahogos contra todos los que salimos a la defensa de la humanidad lesionada en las fincas yucatecas. Nuestros gritos de protesta contra la esclavitud, fueron tachados de calumnias.
El dictador recibió muchos aplausos, porque habló entre los esclavistas, entre los dueños de las haciendas donde sufren los trabajadores.
El hecho de que no se registren huelgas en Yucatán, es la prueba más abrumadora de que sobre el pueblo peninsular pesa una tiranía sin límites, como es una prueba de que sobre toda la república pesa el sable de la dictadura, el hecho de que los ciudadanos no ejerciten el civismo.
Los obreros yucatecos no se declaran en huelga, no porque sus condiciones de vida sean buenas, sino porque saben que contra sus derechos están las bayonetas gubernamentales; los ciudadanos de la república no ejercitan sus derechos porque el atropello, el calabozo y la Ley Fuga se oponen a las actividades ciudadanas.
Hay más; ¿cómo se declararán en huelga los esclavos yucatecos, si no han podido organizarse, si viven en la ignorancia y están desunidos y débiles? La tiranía exagerada, la ignorancia y la desunión son los motivos por los cuales los hombres son débiles y fácil pasto de los aventureros y los audaces.
El proletario mexicano debe perder toda esperanza de redención mientras Porfirio Díaz continúe al frente de los destinos nacionales. Como la tiranía no tiene otro fin que el provecho exclusivo de los que la ejercen, naturalmente tiene que favorecer al reducido número de los que están interesados en que subsista, saliendo perjudicada la inmensa mayoría de la población de la cual sacan toda suerte de ventajas y sobre la cual pesan todas las cargas.
Los trabajadores, por lo mismo, deben pensar en el modo de conquistar la felicidad. El gobierno nada hará por ellos, porque de la ignorancia y de la desunión saca la fuerza que necesita para sostenerse.
Hay muchas sociedades de obreros ¿pero qué bien general han producido? No negamos que tengan su utilidad, pero hay que convencerse de que se necesita algo más que protección mutua de los asociados. La protección mutua de los asociados no significa defensa contra abusos del capital, porque éste se ve libre de toda obligación para con los obreros cuando éstos se enferman o se inutilizan. Hay que conquistar el derecho a mejores jornales, a menos horas de trabajo, a indemnizaciones cuando provienen accidentes por causa de trabajo. etc., etc., y esas conquistas no las pueden hacer las sociedades mutualistas, sobre todo ahora que muchas de ellas se ven arrastradas a adular a los tiranos, por individuos como Fusco,2 como Heriberto Barrón, como José María Gutiérrez F.3, que busca en los obreros un apoyo para alcanzar empleos y plazas de diputados.
Los obreros deben ser absolutamente independientes del gobierno porfirista que es su peor enemigo, y choca, duele que muchos obreros se arrastren a los pies de los gobernantes que están de parte del capital ensoberbecido y cruel, como ha podido comprobarse por el brindis de Díaz pronunció en Yucatán y que ha motivado este artículo. No hay que ser complaciente con la dictadura. Sus periódicos, El Imparcial a la cabeza, se ocupan en denigrar al obrero llamándole vicioso, inútil, holgazán, etc., con el deliberado propósito de justificar la injusticia. ¡Perezosos los hombres que trabajan de diez a quince y dieciséis horas diarias! ¡Inútiles los hombres cuyos brazos fabrican la riqueza de los explotadores!
Hay obreros viciosos, ¿pero quién es el culpable del vicio? Hay obreros que beben alcohol, beben por desesperación, por decepción, por la cólera que en ellos provoca la injusticia. Son ellos, los obreros, los que trabajan, los que sudan, los que producen la riqueza, y son ellos, los obreros, los que nada disfrutan de lo que producen, los despreciados por todos los zánganos que viven y engordan a su costa. Los obreros trabajan para que los señores coman bien, beban mejor, vistan trajes elegantes y derrochen el dinero en joyas, en sedas, en carruajes, en palacios, en festines, mientras los pobres se desesperan en su miseria y en su abandono, sin escuchar una palabra de aliento ni recibir un átomo de justicia. En tales condiciones, ante la miseria que sufría el hogar por más que se trabaje, ante el desprecio y maltrato de que es víctima el obrero, ante el espectáculo ultrajante del lujo que gastan los pulpos que nada producen, hay obreros que piden al alcohol lo que el gobierno y los ricos le niegan: la felicidad.
Pero los obreros deben despertar. No hay que pedir al alcohol la felicidad que solamente se obtiene por la solidaridad. Unidos, fuertes, solidarios, podrán exigir del capital lo que les niega. Hay que pensar que al rico y a la tiranía les conviene que se embriaguen los trabajadores, porque el alcohol produce degeneraciones y hace que las ideas redentoras mueran en los cerebros de los proletarios.
¡Proletarios: alerta! No esperéis que la dictadura os tienda la mano. Mientras la ignorancia y la desunión estén entre vosotros, la dictadura será fuerte; mientras viváis en la miseria, no podréis ser felices ni podrá ser grande la patria.
– – – – NOTAS – – – –
1 En respuesta al brindis del Sr. Joaquín Peón, Porfirio Díaz, señaló “…que … comprendía que no faltaran calumniadores para los dueños de las fincas, en quienes ha visto la preocupación plausible por el bienestar de los trabajadores, que en nada representan ser esclavos; las que yo he oído de ellos, son voces de ciudadanos que gozan de libertad , y que tienen para sus amos sentimientos de cariñoso afecto, de verdadero amor. … Siguió diciendo el Sr. Presidente, que no debía haber tales sufrimientos en los hombres de trabajo, porque si los hubiera ya se habrían denunciado en huelgas ; y aquí, señores, no hay huelgas, hay trabajo fecundo y honrado…” (“Las fiestas presidenciales. Más detalles sobre la visita a Chunchukmil.”, El Imparcial, febrero 9, 1906.)
2 Federico M. Fusco (¿-1908). Periodista, orador y organizador obrero. Formó parte de la redacción del El Socialista, en 1874; colaboró también con El Obrero Internacional. Director de La Paz Pública (México, D.F., 1888-¿?). En El Partido Liberal publicó bajo el seudónimo de El Repórter.
3 José María Gutiérrez F. Organizador obrero. Dirigió La Evolución Social. “Defensor de los intereses del pueblo de la nación y órgano del Congreso Mutualista y Obrero de la República Mexicana.” (1904). México, D. F. En 1903, tras un concierto de la cantante Luisa Tetrazzini dedicado a los artesanos, pronunció un discurso de agradecimiento, a nombre de sociedades mutualistas.
Liberales por convicción que somos, y no por conveniencia, no hemos vacilado en prestar nuestro apoyo a la idea de organizar el Partido Liberal. Nuestros lectores, por esa circunstancia, están al corriente de los trabajos emprendidos por la Junta Organizadora del Partido Liberal; hemos dado cabida en las columnas de nuestro periódico a los documentos de la Junta y hemos escrito artículos especiales con el objeto de animar a los correligionarios a trabajar por la idea iniciada por los liberales desterrados que residen en Saint Louis Missouri.
En el número 2 de Regeneración,1 órgano oficial de la Junta, vemos que la organización del Partido Liberal avanza y que el número de adeptos aumenta, cosas que a todo liberal honrado, que a todo hombre que anhela para nuestra patria una era de libertad y de justicia, deben regocijar.
El primer paso está dado: el de la organización, paso necesarísimo, sin el cual, los liberales continuaríamos aislados, débiles y sin esperanza de poder sacudir el yugo para siempre. Ahora, solamente falta que el Partido Liberal adopte su Programa, y según vemos en el número 2 de Regeneración, los organizadores de la unión de los liberales no han olvidado asunto tan importante y van a expedir una convocatoria para que todos los liberales colaboren en la confección del Programa.
Este paso de la Junta es trascendental. Precisa definir las aspiraciones del Partido, concentrándolas en principios que no puedan ser burlados en lo futuro. Nada ganaría la causa de la libertad y del bienestar del pueblo, si el Partido Liberal se limitase a luchar contra la dictadura y la derrocase al fin, con lo que solamente se lograría obtener un cambio de tiranos.
Esto lo ha sabido muy bien la Junta Organizadora del Partido Liberal y por eso convoca a todos los hombres de buena voluntad para que colaboren en la confección del Programa. El Programa será para el futuro la garantía de que no podrá imponerse otro hombre contra la voluntad popular; y como tiene que ser una conquista del pueblo será la mejor garantía de su bienestar material, de su cultura intelectual, de su bienestar social.
Deseosos de trabajar por el bien de nuestra patria, y aprovechando la excitativa que la Junta hace a todos los liberales mexicanos, vamos a dar algunas ideas para la formación del Programa del Partido Liberal.
La observación constante y atenta de la situación en que se encuentra la patria, nos ha hecho adquirir la convicción de que los pueblos no solamente se estacionan y retrogradan por la falta de libertades políticas sino también por la falta de mayor equidad económica. La tiranía política priva al ciudadano del derecho que tiene a intervenir en los asuntos públicos, convirtiéndose de hecho el ciudadano en menor de edad respecto de los asuntos de la administración pública. La tiranía económica convierte en bestia de carga a todos aquellos hombres que no teniendo bienes de fortuna, están en la necesidad de dar su inteligencia, sus conocimientos científicos, literarios, artísticos o técnicos de cualquier ramo de la actividad humana, o simplemente sus fuerzas, en cambio de un jornal o sueldo que resulta mezquino dado el provecho que de la inteligencia, los conocimientos o las fuerzas obtienen los que los explotan, y dada la duración exagerada de las jornadas de trabajo.
En nuestra patria existen las dos tiranías apuntadas y a ellas se debe que tanto los gobernantes y las autoridades abusen por medio de la fuerza, como que los ricos señores de la tierra, de la industria, etc., abusen también mermando los beneficios de los hombres de trabajo, de los que no tienen otro patrimonio que su fuerza o su inteligencia, o su destreza para desempeñar alguna labor. Incalculables son los males que causan las dos tiranías apuntadas. Los hombres dejan de ser ciudadanos para convertirse en siervos de los malos funcionarios y de los avaros capitalistas, como lo vemos en la patria. El carácter degenera por la tiranía política y el despotismo económico. El hambre, el maltrato, la falta de justicia, etc., envilecen las almas, convierten en indiferentes a los ciudadanos, matan toda aspiración sana y arrojan al hombre al vicio y a la abyección.
Nuestra inferioridad respecto de otros pueblos del mundo proviene de esas dos tiranías. El miedo a los gendarmes del gobierno nos hace soportar el yugo; el miedo a quedar sin pan, nos hace soportar el robo que se hace de nuestro trabajo. Hay la circunstancia agravante de que las huelgas contra los abusos del capital son disueltas a sablazos; de que la altivez de los obreros es correspondida con cárcel, porque nuestros gobernantes están íntimamente ligados con los empresarios para oprimir y envilecer.
Quisiéramos hacer mayores consideraciones, pero nunca acabaríamos. Hay mucho que decir acerca de los males que acarrean las dos tiranías que señalamos. Sin embargo, basta con observar el amilanamiento general, la miseria causada por los enormes impuestos y los escasos salarios, la extinción del carácter en los ciudadanos, para comprender que no sólo se necesita sino que es urgente una Reforma si queremos asegurar nuestra existencia como pueblo autónomo y aún perpetuar nuestra raza que desfallece al soplo de todas las tiranías.
En consecuencia, proponemos a la Junta Organizadora del Partido Liberal, que para la formación del Programa se tomen en cuenta esas observaciones. Creemos que para evitar en lo futuro nuevas tiranías, debe hacerse constar en el Programa los puntos siguientes. I.- Restricción de las facultades del Ejecutivo: II.- Supresión del Senado; III.- Abolición de la reelección; IV.- Libertad de Prensa; V.- Supresión de los Jefes Políticos; VI.- Ensanchamiento del municipio; VII.- Agravación de las responsabilidades de los funcionarios públicos con severas penas corporales; VIII.- Practicabilidad y expedición del juicio de amparo; IX.- Reformas en la Legislación para hacer práctica la justicia; X.- Abolición de Timbre.- Medidas encaminadas a abaratar los artículos de primera necesidad; XI.- Descanso dominical; XII.- Legislación sobre el trabajo; XIII.- Reducción de la jornada de trabajo a ocho horas; XIV.- Reglamentación del trabajo de las mujeres y de los niños; XV.- Fijación de un mínimum de salario; XVI.- Indemnización de los patrones a los obreros perjudicados con motivo del trabajo; XVII.- Supresión del trabajo a destajo; XVIII.- Limitación de las utilidades que los dueños de tierras obtienen de los medieros; XIX.- Declaración de que son de propiedad nacional las tierras cultivadas que retienen los terratenientes.
Quisiéramos hablar en detalle de cada uno de los anteriores puntos; pero no nos lo permiten las limitadas dimensiones de nuestro semanario. Sin embargo, creemos que son tan claras nuestras conclusiones que todos las entenderán y sabrán deducir los beneficios que reportarán.
Además de las dos tiranías citadas, hay otra: la que sobre las conciencias ejerce el clero católico. Por demás nos parece extendernos en esta materia, ya que todos los que hemos logrado emanciparnos de la fuerte barbarie clerical, palpamos la nociva influencia de clero en las familias, en la ciudad y en el Estado. Desde el triunfo de Tuxtepec, el clero ha podido organizarse y fortalecerse al amparo del católico general Díaz y a despecho de las leyes vigentes. El clero ha podido, gracias a la influencia del dictador, volver a poner conventos, injerirse en los negocios públicos, adquirir propiedad raíz, —que está en manos de testaferros— y ha llevado su arrogancia, en virtud todo de la funesta política de conciliación, hasta tomar a su cargo la enseñanza de los niños, esto es, de los futuros ciudadanos. Los males que ha ocasionado esta preponderancia clerical, saltan a la vista; la inmensa mayoría de nuestros funcionarios son clericales; el fanatismo que tanto envilece al hombre matando en él toda aspiración y convirtiéndolo en pusilánime, en sumiso, en hipócrita o en malvado, ha echado raíces tan profundas, que una gran masa de nuestra población lo espera todo de la misericordia del dios absurdo del catolicismo, sin hacer el menor esfuerzo por sacudir un yugo que pesa más cada día, ejercitando sus derechos legales. El clericalismo embrutece y degrada, enciende la discordia en el seno del hogar, prostituye a las familias y hace ineptos a los hombres para la libertad y la justicia.
Un mal grave es el del clero, y es preciso someterlo. El fraile es el que predica sumisión incondicional al amo y al tirano, y los sumisos nunca llegarán a ser libres y felices. Buscar la felicidad después de la vida es el peor de los absurdos. La felicidad está en vivir, en ser libre, en ser útil a sus semejantes, en trabajar por el mejoramiento intelectual y material del linaje humano.
La historia nos demuestra, además, la perversidad del clero católico. En nuestra patria el clero ha sido siempre aliado de tiranos y de invasores. Aliado de Santa Anna y de Díaz; aliado de los norteamericanos y de los franceses. El clero vive y medra cuando hay opresión, y por eso la procura atándose a los opresores. El clero, además, enciende las guerras civiles.
Hay, pues, que someterlo, y al mismo tiempo, procurar el ensanche de la instrucción laica, gratuita y obligatoria. Por lo tanto, proponemos a la Junta Organizadora Liberal, los puntos siguientes: I.- Hacer efectivas las Leyes de Reforma y reformarlas en el sentido de hacerlas más prácticas para evitar que sean burladas; II.- Hacer que en los templos católicos se lleve una escrupulosa contabilidad y que paguen contribución al Fisco; III.- Perseguir criminalmente a los testaferros del clero, en cuyo nombre figuran sus bienes y restitución de éstos al Estado; IV.- Supresión de las escuelas sostenidas por el clero o en que se de instrucción católica. Multiplicación de escuelas de instrucciones primaria, laica, gratuita y obligatoria, y de las escuelas rurales; V.- Instrucción militar y de trabajos manuales en las escuelas primarias; VI.- Salarios a los niños pobres que tengan que asistir a las escuelas de instrucción primaria; VII.- Dignificación del profesorado de las escuelas primarias pagándosele sueldos elevados.
Es necesario, ya que las naciones fuertes viven armadas, y son sus enormes ejércitos una amenaza para los pueblos débiles, y, sobre todo, para los pueblos de la América Latina, es necesario que nosotros tengamos también Ejército, pero para esa formación creemos que debe abolirse el odioso sistema del servicio militar obligatorio; vehículo de injusticias y de males irreparables. El soldado de la patria no debe ser un forzado, sino un ciudadano que voluntariamente abrace la carrera de las armas. Por otra parte está probado que en los casos de conflicto armado con otras naciones, ha sido el pueblo el que ha sabido defender la patria y los soldados del pueblo los más arrojados paladines de nuestras libertades. Por lo tanto, proponemos a la Junta Organizadora del Partido Liberal, los siguientes puntos: I.- Abolición del servicio militar obligatorio; II.- Hacer efectiva la Guardia Nacional; III.- Suspensión de los llamados tribunales militares; IV.- Creación de un Ejército de voluntarios; V.- Creación de obras de defensa nacional.
A reserva de proponer otros puntos, damos los anteriores. Hay muchos males que remediar y no basta un artículo para señalarlos todos, pero prometemos hablar más sobre el asunto en posteriores números2.
Consideramos que como nosotros, muchos otros correligionarios tomarán interés porque el Programa de Partido Liberal sea realmente redentor, que cierre la puerta al abuso y que garantice una libertad y un bienestar efectivo.
Por nuestra parte, invitamos también a los liberales y a los periodistas independientes, a que cooperen con sus luces a la formación del Programa. Cada gremio social tiene sus intereses que defender y es preciso, por lo mismo, que tanto el profesionista como el obrero, el militar como el estudiante, el agricultor como el industrial, el comerciante, el minero, el empleado, etc., tomen interés por asunto de tanta trascendencia, y envíen, todos sin excepción, sus ideas a la Junta Organizadora del Partido Liberal, para su estudio y consideración.
Al señalar los anteriores puntos, nos hemos colocado en el terreno de la justicia, y deseamos que nuestros correligionarios los secunden para bien de la causa.
Esperamos que la Junta estudiará los puntos indicados, y que, con los que reciba de los demás correligionarios, después de un concienzudo trabajo de selección para lograr la unidad que debe campear en el Programa, resumirá en cláusulas concretas, las aspiraciones del pueblo mexicano.
– – – – NOTAS – – – –
1 Refiérese a “Nuestra reorganización. Los días de la dictadura están contados”. Regeneración, Año I, 3ª época,núm. 2; febrero 15 de 1906.
2 Véase, infra, arts., núms. 85, 98 y 107.
Al lado de un grupo de ciudadanos que desean que el estado de Oaxaca se vea libre de la tutela del centro, aprovechando para ello la oportunidad del cercano periodo de elecciones, hay otro grupo formado por personas que no ven en un cambio de gobernantes otra cosa que la posibilidad de obtener las ventajas personales que les escatimó el tirano caído.
Bajo la administración de Emilio Pimentel han medrado muchos pillos, pero los recursos de un Estado, por grandes que puedan ser no alcanzan para que todos los lacayos puedan satisfacer sus apetitos. Entonces, los lacayos que no pudieron tener a su alcance el apetecido bocado, piensan que un cambio de gobernantes puede favorecerlos, y procuran que un nuevo tirano suceda al que les negó la pitanza. Naturalmente, esos individuos no procuran buscar en el gobernante que desean, las cualidades que se necesitan: energía, independencia, virilidad. Saben que esas cualidades, no agradan a Porfirio Díaz, y, por lo tanto, es problemático el triunfo de un candidato adornado con tales prendas morales.
Buscan, pues, esos "desinteresados" luchadores, un hombre que sea del agrado de la dictadura, para asegurar ellos sus estómagos.
Por eso hemos visto, que hay oaxaqueños que piensan postular a Félix Díaz, el sobrino de don Porfirio, o que, al menos, se conforman con Benito Juárez hijo, Eutimio Cervantes, Fidencio Hernández u hombres que, como los señalados, son de las confianzas del despotismo por haber comprobado cien veces su obediencia incondicional; y por lo mismo, pueden contar con el apoyo del centro.
Pero los oaxaqueños verdaderamente honrados que buscan con lealtad el medio de libertar al estado de la tutela porfirista, convencidos de que el origen de todos los males que afligen a la patria está en el poder omnímodo de que hace uso don Porfirio, no encuentran la salvación en el encubrimiento de otro sirviente del clero, sino en la elección de un hombre que garantice su independencia respecto del centro.
Los oaxaqueños honrados se han fijado en el doctor Aurelio Valdivieso1 para que sea el candidato del pueblo. El doctor Valdivieso ha probado más de una vez su energía y estar dotado de un espíritu independiente y liberal, enemigo de transacciones vergonzosas.
Algunos periódicos de esta capital, entre ellos El Paladín2 y El Pueblo3, sorprendidos por un corresponsal servil, han dicho que no es seria la candidatura del doctor Valdivieso.
Dicha candidatura es completamente popular. Fueron estudiantes y obreros los que la anunciaron en unas hojas sueltas, y por esa razón, la candidatura es seria, porque los gremios más independientes, como los de los estudiantes y los obreros, que no necesitan adular ni enlodar su dignidad para vivir, son los que la propagan.
La candidatura del doctor Valdivieso no es simpática a Porfirio Díaz, y esa es la mejor garantía de su seriedad. Si Valdivieso fuera simpático a la dictadura, no lo postularían los hombres honrados.
Hay que hablar con toda franqueza. Los que desean que a Pimentel lo suceda Félix Díaz u otro sirviente de la dictadura, son histriones que buscan el medro personal. El pueblo no debe seguir otra candidatura que la del doctor Aurelio Valdivieso.
La Asociación "Juárez" de Oaxaca, va a proponer una candidatura. Hay en la Asociación algunos individuos partidarios de Félix Díaz, Benito Juárez hijo, Eutimio Cervantes y demás servidores incondicionales del centro; pero esperamos que el elemento sano, sacará triunfante la candidatura del doctor Aurelio Valdivieso. Más si por desgracia predomina el elemento servil, los hombres honrados, los ciudadanos de buena voluntad, deben separarse y luchar por el candidato popular.
No hay que desmayar, oaxaqueños. Al dinero y a la influencia de los serviles debemos oponer los hijos del pueblo nuestra voluntad inquebrantable y nuestra abnegación para la lucha.
– – – – NOTAS – – – –
1 Aurelio Valdivieso Silva. (1855-1925). Médico y profesor oaxaqueño. Director de Instrucción pública del Estado. Diputado local, federal y senador de la República. Dirigió en varias ocasiones el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Contendió por la gubernatura del Estado frente a Miguel Bolaños Cacho. Autor de diversos trabajos científicos.
2 El Paladín. “Periódico de combate, consagrado a la defensa de la raza latina y de los intereses del comercio, la industria y la agricultura”, (1901 a 1913). México, D. F., dir. Ramón Álvarez Soto; antes El Español.
3 El Pueblo. Existen dos referencias contradictorias sobre periódicos de la ciudad de México que llevan ese título. Una de esas publicaciones al parecer auspiciada por Bernardo Reyes, se ocupó en 1905 de desacreditar a los oposicionistas de Coahuila que trataban de evitar le reelección de Miguel Cárdenas, protegido de Reyes. La segunda sufrió persecuciones en febrero de 1906, e incluso su director fue puesto en prisión; los redactores de Regeneración, se solidarizaron con su caso.
Vamos a continuar ocupándonos en el trascendental asunto del Programa del Partido Liberal. En nuestra edición anterior1 hicimos breves consideraciones sobre los asuntos sociales y políticos que, por su importancia reclaman una urgente reforma, si se quiere que el Programa sea efectivamente redentor.
Nuestros correligionarios se habrán fijado que hemos dado gran importancia a las conquistas que queremos asegurar en el terreno económico. No podemos negar que la libertad política es indispensable al progreso de los pueblos, pero también tenemos la firme convicción de que la sola libertad política no beneficia a la inmensa mayoría de los habitantes de una nación, si sobre ellos pesa sin freno la tiranía de los capitalistas.
En necesario, por lo tanto, sujetar el capitalismo en cierto modo para que respiren con menos dificultad las clases laboriosas e intelectuales de nuestra sociedad, así como es urgente dar fin al cobro exagerado de los impuestos por parte del gobierno. El pueblo mexicano es un pueblo pobre, y, sin embargo, paga enormes impuestos cuya inversión constituye un verdadero derroche de la fuerza nacional. Una nube de favoritos y de zánganos viven y medran a costa del trabajo de los mexicanos, sin otro título que su servilismo y su incondicional obediencia al despotismo.
Dado lo que de impuestos recauda el gobierno, la república debía estar poblada de escuelas, en nuestras costas y en nuestras fronteras y en los puntos estratégicos debería haber grandes obras de defensa nacional y hasta buques de guerra podríamos tener en nuestros mares. Pero nada se ha hecho. Las rentas públicas han aumentado desmesuradamente, y cuando por ese hecho debería decrecer la deuda de la nación, los mexicanos vemos el extraño fenómeno de que aumentan los compromisos hasta el grado de que no sabemos cómo ha de pagar la patria la enorme deuda que pesa sobre sus hombros.
Hay que cerrar la puerta al abuso y consideramos necesario que en el Programa de Partido Liberal se expresen los medios que hayan de emplearse, tanto para aliviar la condición de los trabajadores, como para salvar a la patria de posibles conflictos emanados de los compromisos que tan necia y antipatrióticamente, ha contraído la administración tuxtepecana.
Tenemos a la vista la convocatoria2 expedida por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano para que los liberales envíen a dicha Junta las ideas que deben expresarse en el Programa de Partido. Consideramos que no habrá un solo liberal que deje de cooperar con sus observaciones y sus ideas a la formación del Programa. A todos los liberales, sin excepción, se convoca, para que más tarde no haya el pretexto, para cualquier ambicioso, de alegar que el Programa no fue el resultado de las aspiraciones del Partido. El que no tome parte en la formación del Programa, no será porque se le haya impedido hacerlo, sino porque no lo haya querido.
En otro lugar de este mismo número reproducimos, por estar de acuerdo con ellos, los puntos a que hace especial mención la convocatoria de la Junta, y a esos puntos remitimos a nuestros correligionarios para que estudien y resuelvan concienzudamente, advirtiendo que hasta el 5 del próximo abril se reciben en la mencionada Junta las ideas, proyectos y observaciones de los liberales, para que el proyecto de Programa se de a conocer el 15 del mismo abril. Según la convocatoria, el Programa quedará sometido a discusión para su aprobación o desaprobación.
En el IV punto de la convocatoria se lee: "Los despojos y las indebidas apropiaciones de terrenos cometidos por unos cuantos favoritos de la dictadura, han concentrado la propiedad territorial en muy pocas manos, etc."
Nada más cierto que lo manifestado en dicho punto, y si se quiere reparar la injusticia que se ha cometido con muchos ciudadanos a quienes se les han arrebatado sus terrenos es preciso hacerlo constar en Programa del Partido. La guerra del Yaqui no tiene otro motivo que el despojo de los terrenos de que fueron víctimas los desdichados indios por parte de favoritos de la dictadura. La inexistente Campaña de Yucatán reconoce el mismo origen. Lo justo, lo verdaderamente humano no es dar fin a los yaquis y a los mayas, sino devolverles los terrenos a que tienen derecho desde tiempo inmemorial.
Muchas comunidades han perdido sus terrenos del mismo modo que los yaquis de Sonora y los mayas de Yucatán, y hay que restituirles lo que se les ha quitado.
La concentración de la propiedad territorial en pocas manos, es una de las causas de la miseria pública. Grandes extensiones de terrenos que podían producir no sólo lo necesario para el consumo interior, sino para surtir muchas plazas extranjeras, permanecen incultos porque no es posible a los acaparadores de la tierra cultivar todo lo que han detentado, y cuando los campesinos pobres entran en trato con nuestros modernos señores feudales para sembrar una determinada porción de terreno, los hacendados los extorsionan hasta privarlos de las utilidades que casi pasan íntegras a las arcas de los privilegiados.
La despoblación de la república que todos los mexicanos vemos aumentar día a día, proviene tanto de la amenaza del servicio militar obligatorio que pesa sobre las clases trabajadoras, como de la brutalidad de los caciques y tiranuelos y la codicia de los ricos que escatiman al pobre toda clase de beneficios. No teniendo los pobres terrenos propios que cultivar, y no resignándose a ser vilmente robados cuando trabajan como medieros y como jornaleros, se marchan a la vecina república del Norte en busca de trabajo mejor retribuido y para estar a salvo del cuartel, del calabozo, del flagelo, de la multa, de la ronda, de los trabajos públicos, de la miseria y de la injusticia, en fin.
Una división territorial más justa es urgentísima; como un medio para reducir el pauperismo en los campos y aún en las ciudades a las que afluyen de los campos inicuamente acaparados por unos cuantos, millares de hombres que se sentirían dichosos con un pedazo de tierra que cultivar sin tener que darle al amo más de la mitad de lo que producen las cosechas, como sucede ahora a los llamados medieros.
Creemos que la Junta Organizadora del Partido Liberal tomará en cuenta las ideas que esbozamos, y que en el Programa se expresará, que pasan a poder de la nación los terrenos que permanecen incultos y se cederán a todos los ciudadanos que los soliciten para cultivarlos y aumentar de ese modo la riqueza pública.
En el próximo número continuaremos ocupándonos en asunto tan importante, pero antes de terminar no dejaremos de llamar la atención sobre el punto VI que propone la Junta3. La nación no necesita más empréstitos, y si se contraen por el actual gobierno otros nuevos, la nación debe negarse a reconocerlos.
Todos los patriotas debemos apoyar ese punto. De no hacerlo, veremos aumentar todavía más la monstruosa deuda que pesa sobre la nación y que pone en grave peligro nuestra nacionalidad. Ante la actitud resuelta del pueblo, los banqueros extranjeros dejarán de prestar dinero a la dictadura convencidos de que no se les reembolsará.
Este paso del Partido Liberal será uno de los más cuerdos y más patrióticos. Los empréstitos que ha conseguido el gobierno porfirista, se han evaporado porque nadie siente los beneficios de ellos. Es pues, insensato continuar agravando nuestra situación con nuevos compromisos, y lo sensato es evitarlos declarando que la nación no reconocerá nuevos empréstitos, ya sea que se estén negociando o que se trate de negociar, así como se negará a pagar cualquiera otra deuda que el actual gobierno trate ahora de reconocer.
Mucho se habla de que el gobierno está negociando un nuevo empréstito por cuarenta millones de pesos, oro, y, también, de que pretende reconocer la deuda del pirata Maximiliano4. Urge pues, que el Partido Liberal se apresure a declarar el desconocimiento de nuevos compromisos que aumenten la miseria pública.
Una vez más invitamos a todos los liberales a que cooperen a la formación del Programa del Partido. Hay que hacer a un lado la indiferencia y acometer briosamente la empresa de cerrar el paso a la tiranía y conseguir la regeneración política y social de nuestra patria.
– – – – NOTAS – – – –
1 Véase, supra, art. 83, “El Programa del Partido Liberal”.
2 “Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. Convocatoria”, suscrita por la Junta el 25 de febrero de 1906 y publicada en Regeneración, no. 3, Año I, 3ª época, marzo 1º, 1906. Reproducida en el no. 131 de ECP.
3 El punto VI se refiere a la supresión de impuestos y la disminución de gastos del gobierno, así como al desconocimiento de nuevas deudas y nuevos empréstitos acordados por la dictadura. Véase “Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. Convocatoria”, suscrita por la Junta el 25 de febrero de 1906 y publicada en Regeneración, no. 3, Año I, 3ª época, marzo 1º, 1906. Reproducida en el no. 131 de ECP.
4 Refiérese a la deuda reconocida en el tratado de Miramar (1864), por el que la nación se comprometía a indemnizar por daños y perjuicios a los súbditos franceses durante el tiempo que durara la intervención. A esto se sumaron los préstamos bancarios de París y de Londres para sufragar los gastos militares, así como las deudas francesa e inglesa del gobierno mexicano previas a la intervención.
Buen chasco se ha llevado el gobierno que creía bien muerto al Partido Liberal, y gran asombro ha causado entre los retrógrados esa resurrección espléndida del glorioso Partido histórico que viene como siempre a alumbrar el camino que debe seguir el pueblo para su redención.
Lozano, vigoroso, nutrido con las ideas modernas sin rezagarse en sus aspiraciones, sin estacionarse en medio de la humanidad que cada día quiere ser más libre, el Partido Liberal es hoy, como lo fue ayer, el escudo de los oprimidos y el portavoz de las demandas del ciudadano.
Al iniciarse la organización del Partido Liberal, no faltaron escépticos que consideraron un sueño lo que hoy es una grata realidad: la organización misma.
La rápida marcha de la organización es, por lo demás, bastante explicable. No se trata aquí de un milagro ni hay que atribuir a lo providencial lo que es absolutamente natural. El pueblo está cansado de sufrir y como comienza a darse cuenta de la causa de sus sufrimientos, natural es que acuda a sostener la bandera de su liberación.
Mientras el pueblo caminó a ciegas sin más guía que la palabra venal de los asalariados del gobierno que, como los frailes aconsejan la sumisión para que el ganado humano se deje esquilmar sin protestas ni indignaciones cada día que pasaba, era un paso más hacia el precipicio donde había de quedar para siempre a merced de los buitres; pero surgió la lucha de la verdad contra la mentira entronizada, y el pueblo se estremeció. En su alma esterilizada por el engaño y la traición, comenzó a gobernar la esperanza, y cuando se le llamó a la organización acudió presuroso al llamamiento; por eso crece en número y en fuerza el Partido Liberal.
No estaba muerto el Partido, ni podía morir. Las ansias de la libertad palpitan con más fuerza mientras mayor es la opresión. Bajo la aparente calma y sumisión del esclavo, arde el alma de Espartaco; la nieve de los volcanes, no denuncia el fuego que arde en sus entrañas, y la calma de los pueblos, su tranquilidad aparente tiene mucho de la calma y la tranquilidad del mar que hace palidecer a los marinos.
Entre el seno de las sumisas muchedumbres dormitan ansias de redención que despiertan cuando la verdad las alumbra. He ahí explicado el éxito de la organización del Partido Liberal que nada tiene de maravillosa ni de providencial.
Ahora, dado el primer paso, hay que perseverar. No hay que confiar que por la ley de la inercia, dado el primer impulso, la organización seguirá su camino. Hay muchas fuerzas que oponen una resistencia incansable: los privilegios que peligran; el despotismo que ve con terror cómo avanza majestuosa la ola libertaria; la aristocracia que ya cree sentir que la robusta mano democrática se posa sobre sus hombros escuálidos; todos los que hoy medran con la desgracia ajena; el funcionario arbitrario, el fraile holgazán, el juez venal y el hirsuto esbirro, palidecen de rabia y de miedo y ponen en juego todas sus artimañas y todas sus fuerzas para conservar este odioso estado de cosas que los liberales deseamos ver morir.
Para contrarrestar las resistencias, para evitar la pérdida del terreno ganado por el Partido, merced a tantos sacrificios, aconsejamos la constancia. Perseverando, venceremos, porque cada día adquiriremos mayor fuerza, que equivaldrá a mayor debilidad por parte de la opresión.
Si cada correligionario se convirtiera en activo propagandista de la organización del Partido, en un mes el Partido Liberal sería lo suficientemente fuerte para exigir la libertad que anhela el pueblo.
Bueno es, por lo mismo no desmayar. El triunfo no depende sino de nosotros mismos, de los liberales, y deseamos emplear todo el tiempo que tengamos disponible en la organización del Partido, procurando que nuestros adeptos ingresen a él, y cada nuevo adepto, por su parte haciendo que otros y otros más engrosen las filas de los ciudadanos que tienen dignidad y desean ser libres y felices.
Consideramos que todos los liberales están penetrados de la necesidad de su esfuerzo personal para la rápida organización del Partido, y solamente los excitamos a que trabajen con ardor, con verdadero entusiasmo ya que de la buena voluntad de cada uno de los miembros del Partido Liberal depende el pronto triunfo de la justicia en nuestra abatida patria.
Ahora, más que nunca, hay que trabajar con entusiasmo. El hielo de la indiferencia principia a fundirse y el horizonte comienza a teñirse de rosa anunciando la espléndida epifanía de la libertad. Libremos de escombros el camino para que no tropiece y caiga la amada deidad. Trabajemos por ella, que es cariñosa y nos hará felices. Amémosla bastante; nuestra indiferencia la tenía postrada y por eso hemos sido tan desgraciados. Recordemos que descendemos de una estirpe bravía; veámonos bien la melena: ¡somos leones!
Así, pues, liberales, no hay que desmayar. Pronto tendrá el Partido su Programa según la convocatoria de la Junta de Saint Louis Missouri y debemos apresurarnos a emitir nuestras ideas y a activar la organización. Que cada liberal sea un apóstol propagandista de la buena nueva para que nuestro Partido se robustezca con nuevos adeptos dispuestos también a propagar el ideal.
Hay que hacer a un lado la apatía. La apatía nos encadena con más crueldad que el despotismo. Los apáticos están condenados a servidumbre perpetua. La tiranía durará el tiempo que dure la apatía en desaparecer. Si nos quejamos del medio en que vivimos, no somos justos porque nosotros tenemos la culpa, por nuestra apatía, de que tal medio sea pésimo. Carlyle1 lo dijo: "ninguno tiene derecho a quejarse de la época en que le tocó nacer. Si es mala, ahí está él para mejorarla".
Por lo tanto, deben cesar nuestras quejas; sólo a los eunucos les es lícito lanzar ayes. La lamentación además de ser ridícula, es estéril, mientras que la acción es fecunda…
¡Obremos!
– – – – NOTAS – – – –
1 Thomas Carlyle. Filósofo e historiador escocés (1795-1881). Autor de la célebre Historia de la revolución francesa y de Los héroes y el culto a los héroes, en donde exponía la necesidad de éstos para la marcha progresiva de la humanidad. Incluye la frase: “ninguno tiene derecho a quejarse de la época en que le tocó nacer. Si es mala. ahí está él para mejorarla”.
Parecidos a los negros salvajes de África que dan a los traficantes plumas de la avestruz, colmillos de elefante, pepitas de oro y otras riquezas en cambio de inservibles chácharas, sintiéndose satisfechos cuando sobre sus pieles tostadas y desnudas se ponen una levita usada a raíz y sin otra prenda de vestir, o coronan sus apelmazadas cabelleras con una chistera, mientras llevan sus cuerpos totalmente desnudos; parecidos a esos negros estrafalarios, somos muchos mexicanos que sentimos orgullo cuando levantamos la vista para admirar los palacios suntuosos que embellecen nuestra capital.
El símil es exacto. Los negros africanos han dado su riqueza por chácharas que para nada les sirven, como no sea para atraer sobre sí el ridículo, lo mismo que nosotros damos nuestras riquezas para adornar las ciudades mientras nuestras carnes se asoman lastimosas por los agujeros de los andrajos.
Más que satisfechos deberíamos sentir cólera por el contraste del lujo injurioso de los palacios y la miseria pregonada por nuestra desnudez. Como mustias larvas nos deslizamos al pie de los soberbios palacios, sin fijarnos en lo ridículo del contraste, ensoberbecidos por la idea de que en nuestro suelo, en nuestra ayer altiva Anáhuac, crecen exuberantes, como bosques de piedra, las ricas barricadas de nuestros aristócratas, de los señores de la influencia, del dinero y de la tierra, que son para nosotros, lo que los traficantes para los bárbaros africanos.
La insolencia de los palacios subraya cruelmente nuestro desamparo, porque ellos han sido fabricados a nuestra costa; han sido nuestros músculos los que han puesto piedra sobre piedra; han sido nuestra inteligencia y nuestros conocimientos científicos los que han trazado los planos, los que han calculado la resistencia de los materiales que han entrado en la construcción; nuestros brazos han sacado la piedra de la cantera; muchos hombres se han tostado en los hornos de cal y en los altos hornos de las fundiciones para fabricar las vigas de hierro que entran en la construcción de los palacios, sin contar a los hombros que con riesgo de su vida han manejado la dinamita en las galerías de las minas, donde muchos habrán perecido. Se ha necesitado, en suma, una legión de obreros y de intelectuales para cada palacio, o sea, millares de hombres han dado su fuerza, su inteligencia, sus conocimientos científicos y artísticos, y muchos su vida, para la mansión de un solo señor que ha pagado con unas cuantas monedas tan ímprobo trabajo.
Si fuésemos más dados a pensar que a admirar; si perdiésemos en santa hora ese fetiquismo por los relumbrones que nos ata al pasado de barbarie en que se hacía jefe de la horda al salvaje que ostentaba un collar más largo compuesto de cráneos humanos, otra sería nuestra suerte y la patria habría llegado a una altura correspondiente a nuestro esfuerzo, a nuestra inteligencia.
Nuestra raza, es raza de hombres de talento, pero camina lamentablemente extraviada por un camino fatal, que la hace regresar a las penumbras de la época en que el jefe del estado era de naturaleza divina, y en que el sacerdote, el guerrero y el noble participaban de un rayo de la luz de que estaba formada la carne de los dioses del Olimpo. De ahí nuestra admiración por los oropeles, que tiene mucho parecido con la admiración del hombre primitivo por los tatuajes y los toscos afeites.
Si fuésemos más dados a pensar que a admirar, un examen atento de las personas y de las cosas nos daría la clave de nuestros infortunios: todo lo damos en cambio de migajas. Ponemos la mesa, hacemos la comida, cuidamos el ganado, sembremos el grano, traemos la leña, hacemos los vestidos y las casas, y nos conformamos con las sobras… hasta en materia de amor. Un "snob" de la manida aristocracia lo dijo: "¡Que tome el lacayo las heces de amor!"1
¡Ah; estamos inundados de esas heces! Una legión de hetairas anuncia el medio de injusticia en que vivimos, porque ¿de dónde surge ese ejército de Venus que desfila por nuestras calles y nuestras plazas? ¿Qué pantano produjo ese lodo que disuelve familias, diezma nuestra raza y puebla los hospitales y los cementerios?
Esas desventuradas mujeres que mariposean a la vista de los hombres ¿ejercen por inclinación el triste oficio de la seducción venal?
La prostitución no es de generación espontánea. Fue virtuosa señorita y tal vez muy bella y sin duda alguna muy pobre. Belleza y miseria: he ahí dos horribles precipicios para una joven honesta. Por la belleza la hostilizan los ricos; por la miseria la explotan los ricos. La virtud se defiende desesperadamente, pero la miseria… La única solución es el trabajo, pero ¿qué ganan las mujeres en el taller o en la fábrica? Burgueses ventrudos se redondean de grasa mientras las mujeres proletarias fallecen de fatiga y de hambre en los talleres y en las fábricas. Filisteos sórdidos acumulan fajos de billetes de banco, producto del esfuerzo femenino, en tanto que la pobre obrera trabaja, trabaja, acechada por la tisis o tal vez víctima ya de ella hasta la médula. Así luchan las obreras en medio de millones de hombres, sin que haya un brazo viril que las levante.
¡Y caen muchas! ¿Cómo no caer? En el hogar falta lumbre; algunas son madres cuyos niños reclaman una alimentación sana y cuidados que solamente se obtienen con dinero, y el trabajo con ser muy pesado no da ni para pan; otras son hijas amorosas que ven agonizar de hambre a los ancianos a quienes debe la vida, y también, el trabajo, no da lo suficiente. ¿Qué harán esas pobres mujeres? ¿Dejar a su hijo, dejar perecer a sus padres? ¿Llevar hasta la muerte clavado en el pecho, el remordimiento de haber dejado morir a los seres queridos?
Las rebeliones de la virtud son sometidas por el dolor y por el hambre. La virtud es el adorno de los satisfechos y el martirio de los miserables.
Caen las pobres mujeres, a menudo empujadas al vicio por los mismos que las explotan. Son los patronos los que con frecuencia hacen conocer la prostitución a las mujeres proletarias, víctimas de la miseria. ¡Y se desprecia a esas mártires a las que se enseñó a vender sonrisas y caricias! ¡Y una moral tartufa complace lanzar anatemas sobre las atormentadas cabezas de las irredentas, sin atreverse a fulminar con sus cóleras mezquinas y sus cobardes odios las grasosas cabezas de los protervos que hacen la miseria con su rapaz explotación!
Sigamos admirando los palacios y el lujo de los opresores y deslizándonos como larvas miserables entre tanta riqueza ¡Nuestra admiración estúpida remachará las cadenas que nos humillan!
– – – – NOTAS – – – –
1 Refiérese a “Para un menú” de Manuel Guitérrez Nájera. “La copa se apura, la dicha se agota;/de un sorbo tomamos mujer y licor…/ Dejemos las copas… Si queda una gota,/ que beba el lacayo las heces de amor!”
Los liberales de corazón no hemos quedado satisfechos con los festejos, oficiales en honor del Benemérito de las Américas, porque se privó al pueblo de la participación que habría tomado en las fiestas del Centenario, si no hubiera visto que los opresores, los conculcadores precisamente de la doctrina del Gran Juárez, se abrogaban el derecho de festejar al Patricio.
Los liberales vemos con disgusto la tutela que sobre el pueblo ejerce el gobierno. Todos nuestros actos están sujetos a una inspección odiosa; nadie es libre ni de hablar en voz alta, porque se perturba la calma sepulcral que debe reinar en el país; pero la intervención que más nos indigna, es la que se verifica sobre nuestros sentimientos. ¡Hasta para amar a nuestros grandes benefactores necesitamos la intervención oficial!
El pueblo mexicano decidió celebrar con fiestas dignas de su objeto el Centenario del nacimiento de Juárez. El gobierno lo supo, y quiso lo que vulgarmente se llama aguar la fiesta, para lo cual no necesitó más que injerirse en el asunto; ¿qué cosa buena puede resultar de la injerencia de nuestro gobierno?
El golpe, por parte del gobierno, estuvo bien dado. Comprendió que no había de salir bien librado si dejaba al pueblo hacer su fiesta, ¡cuántos parangones habrían resultado entre la obra de Juárez y la de Porfirio Díaz! Esos parangones temió el gobierno, y para evitarlo, tomó a su cargo la organización de la fiesta.
Se está palpando el resultado de la intervención del gobierno. Por todas partes, oradores serviles, no tuvieron para el gobierno que nos encadena la más ligera frase de censura, y tal pareció, por el silencio cobarde de esos oradores, que gozamos actualmente de una dicha nunca soñada. Sólo en las contadas partes donde los ciudadanos se sustrajeron virilmente a la influencia oficial, hubo voces valerosas que al recordar la obra del Grande Hombre, apostrofaron enérgicamente al destructor de ella, nuestro oropelado dictador.
Por eso decimos al principio que los liberales de corazón no hemos quedado satisfechos con los festejos oficiales en honor del Benemérito de las Américas. La fiesta en honor de Juárez, para haber sido digna del héroe, debió haber revestido el carácter de protesta nacional contra los actuales demoledores de la obra del 57 y la Reforma. No se encuentra la república en un periodo de engrandecimiento para limitarse a entonar cánticos en honor de los hombres que trabajaron por nuestra libertad. Bien distintas son las circunstancias actuales, de las que para nosotros soñaron nuestros grandes hombres, y si se comprende esta triste verdad, si por todas partes no vemos más que esclavitud y explotación y embrutecimiento general, lo honrado, lo verdaderamente honrado y digno, hubiera sido protestar con energía contra un estado de cosas que sabemos que nos conduce a la catástrofe.
No se honra a los libertadores entonándoles himnos con el yugo en la nuca. Para honrar a los héroes, es necesario ser libres, porque ellos no lucharon para que fuéramos esclavos y nuestra esclavitud es para ellos un ultraje, pues ella significa que no hemos sido dignos de sus esfuerzos y que sus sacrificios y sus abnegaciones los hemos olvidado hasta el grado de sentirnos felices bajo las espuelas de nuestros dominadores.
Por lo tanto así como tenemos aplausos para aquellos de nuestros conciudadanos que hicieron oír sus protestas contra la tiranía el 21 del pasado marzo al recordar que en esa fecha había venido al mundo uno de los más grandes mexicanos, tenemos también votos de reprobación para los que en ese día deshonraron al Partido entonando alabanzas que no sentían, porque si efectivamente amaran a Juárez, comenzarían por luchar contra la dictadura que ha prostituido la obra del Benemérito, pues no se concibe que se ame a los libertadores sin amar también su obra, y la obra de Juárez está destruida, ha sido manchada por los que nos dominan.
Algunos mexicanos se dicen liberales porque, dicen ellos, veneran la memoria del Ilustre Indio. El verdadero liberal, el que realmente venera a Juárez, no se conforma con amar platónicamente al Patricio, sino que procura que los actos de la vida pública estén de acuerdo con el credo que profesó el héroe. Por eso los verdaderos liberales son los oposicionistas al actual gobierno que ha hecho del capricho un programa gubernativo. El verdadero liberal no se conforma con amar a Juárez, sino que lucha por la libertad que nos legó y que nos ha sido arrebatada por la dictadura.
Necesario es que no nos engañemos a nosotros mismos. Nunca se puede ser liberal, cuando se consiente por servilismo o por cobardía, que la obra del Repúblico sea sistemáticamente violada. Por eso nos indignamos contra los que el 21 del pasado no tuvieron un reproche para los que han cargado al pueblo de cadenas.
Mas si la fiesta hubiera sido netamente popular, si el gobierno no se hubiera apropiado el derecho de festejar el Patricio, el 21 de marzo habría sido, como el deseo de los hombres honrados, un día de protesta contra la tiranía; lo cual hubiera sido la mejor glorificación del héroe.
Creemos que para otra vez, no se permitirá al gobierno intervenir en nuestros sentimientos, y menos que a ningún otro gobierno, al de Porfirio Díaz, reconocido enemigo de Juárez y de su obra y opresor por treinta años.
Hay además la circunstancia de que Porfirio Díaz fue enemigo del Benemérito y el instigador del panfleto que escribió Francisco Bulnes bajo el título; El Verdadero Juárez. Por otra parte, los comités que se formaron en conexión con el que por orden del dictador se estableció en la ciudad de México, formado por Rosendo Pineda y otros "científicos", estaban compuestos por reconocidos clericales y por serviles. ¿Pudo haber sido seria una organización de esa naturaleza? ¿Ya no hay liberales para que sean los mochos los organizadores de fiestas que deberían ser liberales?
Porfirio Díaz quiso desnaturalizar la fiesta y lo consiguió, a excepción de los lugares donde grupos de ciudadanos independientes hicieron su fiesta aparte del elemento oficial, Ojalá que los liberales aprovechen esta lección para no permitir que el gobierno se mezcle en asuntos que no son de su resorte.
– – – – NOTAS – – – –
1 Celebraciones oficiales efectuadas el 21 de marzo de 1906 en la ciudad de México. Constaron de los siguientes actos públicos: procesión cívica de la Plaza de la Constitución al Panteón de San Fernando; colocación de lápidas conmemorativas en la casa de la calle Moneda donde murió Juárez y en el salón de embajadores; funciones teatrales y conciertos gratuitos en los teatros Renacimiento, Hidalgo, Riva Palacio, Apolo, Orrín y Principal; espectáculo de fuegos artificiales en el zócalo; plantación de un árbol conmemorativo del centenario en el Paseo de la Reforma; colocación del retrato de Juárez en las Escuelas Nacionales de Instrucción Primaria y, como cierre de los festejos, velada en el teatro Abreu presidida por Porfirio Díaz, acompañado de prominentes funcionarios. Tomaron la palabra en ese acto Justo Sierra, Victoriano Salado Álvarez, José Casarín y Rafael de Zayas Enríquez.
Ya hemos hecho notar con hechos, no solamente con palabras, que la patria sería tan desgraciada bajo la férula de los llamados "científicos," como lo sería bajo el acicate brutal de Bernardo Reyes. Reyistas y "científicos" tienen el mismo ideal: el de su propio provecho, y los hombres como los partidos que están dominados por ese ideal egoísta, serán siempre una rémora para los pueblos en que imperan y una amenaza de futuras calamidades si todavía no se apoderan del mando.
Reyistas y "científicos", que son las subdivisiones del partido porfirista, se disputan para el futuro, el gobierno de la nación. Desde ahora ejercen mando en diversas entidades federales, y gracias a esa circunstancia han podido ser estudiados por los hombres de criterio independiente.
Antes de unos cuatro años a esta parte, había personas de buena fe, pero candorosas, que consideraban como un alivio para las desventuras de la patria, el que los "científicos" empuñasen las riendas del gobierno cuando la naturaleza se acordase de que el actual dictador no le había pagado su tributo. Entonces se creía que después del gobierno porfirista no podría haber otro más malo que el de Bernardo Reyes. Cansados de militarismo esas candorosas personas, se conformaban con cualquier gobierno ejercido por civiles, aunque fueran los "científicos".
No podían comprender las personas superficiales que militares y no militares, los tiranos tienen que emplear siempre la brutalidad. Un gobierno que no emana del pueblo, tiene que ser tiránico ya sea que esté representado por un soldado o un simple particular, porque un gobierno de esa naturaleza sabe que a nadie debe su existencia nacida de la fuerza de las armas o de la fuerza de la astucia, y así como el gobierno de Porfirio Díaz se ha hecho insoportable porque nada respeta puesto que a nadie más que a su fuerza brutal debe su imperio, del mismo modo el gobierno de la nación por los "científicos" sería odioso porque debería su origen a la astucia y no a la voluntad del pueblo.
Estas sencillas consideraciones no podían ocurrírseles a las personas a que nos referimos. Dichas personas veían solamente que los gobiernos militares eran malos y pensaban que un gobierno civil no lo sería. Afortunadamente los "científicos" encumbradas por su influencia, comenzaron a tener bastante representación en los gobiernos de los estados; muchos de ellos fueron nombrados gobernadores por el dictador, y decimos que afortunadamente llegaron a la altura, porque merced a su presencia en los puestos públicos de importancia, ha podido conocerlos bien el pueblo.
En efecto; los "científicos" como gobernadores de diversos estados, se han dado a conocer como enemigos irreconciliables de la libertad, y por lo mismo como protectores decididos de los curas y de los explotadores.
La historia del gobierno de Emilio Pimentel en Oaxaca, es una de las mejores muestras de cómo tiranizan y explotan los "científicos" y esa muestra ha servido para que se convenzan los cándidos de que de los "científicos" sólo hay que esperar un despotismo igual al de cualquier soldadón afortunado.
El gobernador de Yucatán, Olegario Molina, también es "científico" y toda la nación ha visto con indignación el desarrollo tenebroso de la administración molinista, en cuyos rudos engranajes han muerto trituradas la libertad y la justicia.
El "cientificismo" es jesuita y eso lo hace más peligroso. Últimamente se ha visto con qué desenfado, como si se tratara de un gobierno que ajustase todos sus actos a la ley, Olegario Molina ha expedido una circular en la cual recomienda a los Jefes Políticos que se cumpla con la ley y se ponga especial cuidado en no atacar las garantías constitucionales.
Cualquier idiota, aplaudirá tal Circular, pero los que estamos al corriente de la torva tiranía yucateca, no podemos menos que indignarnos cuando vemos que esa Circular constituye una burla sangrienta al pueblo que sufre el más cruel despotismo.
No citaremos por lo pronto los trágicos sucesos de Kanasín, ni la muerte del señor Abelardo Ancona en el fondo de un calabozo de la Estación Central de Policía de Mérida, para que se vea que no se ha cumplido con la ley. Nos concretamos a la disposición de Olegario Molina, de prohibir a nuestro viril correligionario señor Carlos P. Escoffié Z., director de El Padre Clarencio, que lea y escriba en el interior de la prisión, donde hace más de un año se encuentra recluso en compañía de otro esforzado luchador, el señor Tomás Pérez Ponce.
No ha bastado a Olegario Molina tener presos a esos viriles escritores por más de un año, sin que hasta hoy se haya dictado sentencia en su contra, todo lo cual es contrario a la ley cuya observancia se recomienda jesuiticamente en la Circular que hemos citado, sino que ahora priva a uno de los presos, al señor Escoffié, de que lea y escriba, esto es, de que ocupe sus penosas horas de injusta reclusión en un trabajo honesto y sano y provechoso al pueblo, porque el púgil escritor escribía su periódico, El Padre Clarencio, desde el interior de la cárcel.
El gobierno de los "científicos" se exhibe solo y creemos que no habrá ya necios que esperen algo provechoso para la comunidad de esa camarilla de burgueses ventrudos para quienes el pueblo es un rebaño bueno únicamente para esquilarlo.
La salvación está en el Partido Liberal.
Parecía que Emilio Pimentel iba a quedar dueño del campo, y, francamente así lo creímos cuando se supo que el candidato de un grupo de oposicionistas era el Coronel Félix Díaz.
Desde un principio lo hemos dicho: cualquier candidato que de algún modo esté ligado a la dictadura, lleva en sí la derrota de las aspiraciones sanas de la sociedad, porque los hombres ligados a Porfirio Díaz tienen que ser sumisos sirvientes de él, de modo que tendrán que hacer lo que el centro les mande. Si el centro les ordena que renuncien su candidatura, tendrán que hacerlo como ya lo hizo por ese motivo Félix Díaz hace cuatro años, y entonces la oposición quedará sin candidato y sin tiempo para propagar una nueva candidatura, o puede suceder también que si el centro encuentra de su agrado al candidato, lo impondrá al fin; pero en ese caso, nada habrá ganado el pueblo porque el nuevo gobernante será tan servil para la dictadura y tan tirano para el pueblo como lo es Emilio Pimentel.
Por eso hemos atacado enérgicamente las candidaturas de Félix Díaz, Benito Juárez hijo, Fidencio Hernández, Eutimio Cervantes, Miguel Bolaños Cacho y otros sirvientes de Porfirio Díaz. Cualquiera de esos individuos en el gobierno de Oaxaca, tendrá que ser tan malo o peor que Emilio Pimentel, porque sin libertad para obrar en beneficio de la colectividad, lo que equivaldría a minar la tiranía porfirista, tendría que seguir las inspiraciones del centro en lugar de atender a las necesidades del pueblo.
Lamentábamos grandemente que se extraviase la oposición, tanto más cuanto que ese extravío había dado lugar a diferencias entre los mismos oposicionistas que, lo diremos con la franqueza acostumbrada, perdían lamentablemente el tiempo en atacarse entre sí, cuando lo lógico era atacar a Pimentel y despreciar las cuestiones meramente personales para entrar de lleno a los trabajos serios de la organización de la oposición.
Ciertamente, los oposicionistas verdaderamente honrados, los que luchan por principios, los que no quieren la caída del actual tiranuelo para medrar con uno nuevo; ciertamente esos oposicionistas tenían razón en no hacer causa común con los oposicionistas personalistas, esto es, con los que quieren que sea el candidato cualquiera de los sirvientes de Porfirio Díaz que hemos citado; pero lo deplorable era que el grupo oposicionista sano, el verdaderamente liberal y honrado, no se decidiese a organizarse y a hacer los trabajos serios de la oposición.
Preveíamos en virtud de esas circunstancias, que Pimentel iba a reelegirse sin una protesta, sin un esfuerzo por parte del pueblo que significase que se daba cuenta de su esclavitud, cosa que habría insolentado a la tiranía todavía más, a la vez que habría matado la esperanza de ver altivo y digno al pueblo que tantas pruebas dio de su virilidad y su energía en épocas de prueba para la patria.
Afortunadamente, después del largo silencio y de la inactividad de la oposición, un grupo de buenos liberales se ha decidido a entrar de lleno en la lucha, y por medio de su órgano La Semecracia1, semanario de empuje que ha empezado a publicarse en Oaxaca, ha dado en conocer sus aspiraciones regeneradoras.
Al frente del grupo que tiene por órgano el viril semanario La Semecracia, se encuentran los conocidos liberales profesor Adolfo C. Gurrión y Plutarco Gallegos,2 ciudadanos que se han distinguido por su energía y por su honradez y que por su firmeza de principios honran al Partido Liberal.
Felicitamos a esos dignos correligionarios por su resolución y deseamos fervientemente que el pueblo oaxaqueño acuda al llamamiento que le hacen dichos liberales en su Manifiesto publicado en el primer número del periódico referido, por el cual invitan a todos los ciudadanos de buena voluntad a que se congreguen en clubes que luchen contra la reelección de Emilio Pimentel.
Los liberales del grupo aludido, así lo creemos, lucharán porque se celebre una convención en la cual se discutan las candidaturas de los diferentes clubes que se formen en el Estado. Ese es el sistema verdaderamente democrático que garantiza una efectiva libertad en la elección del candidato, pues si se hiciera de otro modo, la candidatura se vería como una imposición y no como el resultado de un acuerdo tomado por el mayor número posible de ciudadanos.
Si en cada distrito del estado de Oaxaca se propusiera un grupo de liberales secundar la idea de formar clubes, en quince días podría estar organizado el movimiento antirreeleccionista, y en otros quince podría ser celebrada la convención. Se ve, pues, que hay tiempo, y lo que se necesita exclusivamente es buena voluntad.
Odiosidad contra Emilio Pimentel, existe y justificada; pero los ciudadanos no deben conformarse únicamente con odiar a los tiranos. Hay que hacer lo que es lógico: si se odia a un tirano, hay que derrocarlo. Así, pues, si los oaxaqueños quieren obrar de acuerdo con su modo de pensar, deben alistarse para derribar esa tiranía, que haciéndoles sentir la influencia del centro, les hace sentir también la propia, con lo que de hecho, los hijos de Oaxaca, sufren dos tiranías: la del centro y la del Estado, tiranías que han hecho del estado suriano uno de los más atrasados si es que puede haber una entidad federativa de nuestra república más atrasada y más infortunada que las demás.
Para luchar con éxito los liberales oaxaqueños deben despojarse de esa torpe manía que nos ha valido a los mexicanos el estar dominados por una tiranía débil y sin prestigio. Esa manía es la de que los mexicanos pretendemos que las iniciativas de importancia deben ser propuestas por hombres de influencia o que lleven agregados a sus nombres algunos títulos más o menos deslumbrantes. Los mexicanos nos pagamos de exterioridades. Si un rico, un profesionista notable, un militar encumbrado, un hombre de los llamados de influencia porque tienen flexible el espinazo, o cualquiera otra dorada personalidad propone algo, hay que ver a una turba de imbéciles arremolinarse para hacer coro y acoger con aplauso la proposición.
Hay que corregirse de ese defecto que nos coloca al nivel de los pueblos bárbaros que se entusiasman con el hombre de su tribu que usa las plumas más vistosas, y lo nombran jefe. Si queremos ser verdaderos demócratas, debemos considerar que todos tenemos derecho de exponer iniciativa, que toca a los conciudadanos calificar, pero que si esas iniciativas son buenas, deber de todos es acogerlas.
Los correligionarios Adolfo C. Gurrión y Plutarco Gallegos no son hombres de influencia ante el gobierno, como no puede serlo ningún oposicionista honrado; son sencillamente liberales de corazón que han probado desde hace tiempo su amor a la libertad. Así, pues, el llamamiento que hacen al pueblo del Estado, para que se congregue en clubs debe ser atendido, porque su iniciativa es cuerda. No imponen candidato porque son demócratas y harían mal imponiendo alguno a su capricho. Sencillamente desean que se congregue el pueblo en clubs. Los clubs, naturalmente nombrarán delegados a una Convención donde se elegirá un candidato.
Es de desearse que todos los oaxaqueños que amen su pasado de heroísmo, combatan la tiranía de Emilio Pimentel que lastima el buen nombre del estado en que nació el Benemérito de las Américas. Creemos que los oaxaqueños no se habrían resignado a ser eternamente esclavos de déspotas que avergüenzan, porque es ultrajante para todo hombre que se precie de tener vergüenza, inclinarse ante funcionarios que ni siquiera han conquistado virilmente el derecho de estar sobre los ciudadanos, sino que deben su encumbramiento, como Emilio Pimentel, al favor que por su sumisión les otorga Porfirio Díaz.
– – – – NOTAS – – – –
1 La Semecracia. (Marzo de 1906). Oaxaca, Oax. Dirs. Adolfo C. Gurrión y Plutarco Gallegos. Sus directores fueron procesados por difamación al juez Francisco Canseco, a quien criticaron y llamaron “famélico can seco”. Publicaron fuertes críticas contra el régimen del Lic. Emilio Pimentel.
2 Plutarco Gallegos (1885-1944). Abogado y periodista oaxaqueño. Encabezó el ala radical de la Asociación Juárez de Oaxaca, que se opuso a la reelección de Emilio Pimentel. En 1906, Junto con Adolfo C. Gurrión, publicó La Semecracia, periódico que les acarreó la prisión por “delitos de imprenta”. Acusado de promover un levantamiento en la capital del Estado, fue aprehendido y enviado a San Juan de Ulúa, donde permaneció hasta 1910. A su salida gozó de la protección de Teodoro Dehesa, gobernador de Veracruz, y fue diputado por Tehuantepec. Se unió al constitucionalismo. En 1920 fue magistrado del Supremo Tribunal de Justicia.
Los hombres que hemos logrado emanciparnos de la necia creencia de que la dictadura está haciendo la felicidad de la nación, hemos visto con entera claridad esa subordinación que de hecho existe de nuestro gobierno para el americano.
Los asuntos interiores del país, los más arduos, traen el sello de esa subordinación, y como van las cosas, día llegará en que nada se haga en nuestra patria sin el "visto bueno" del Tío Samuel.
Al principio del gobierno de Porfirio Díaz se sospechaba que existía esa subordinación; pero hechos posteriores han venido a hacer la luz en el asunto. El general Díaz es demasiado obsequioso con los yankees. Se arregló sin dificultad el permiso de nuestro gobierno para que los americanos tuvieran una estación carbonífera en Pichilingue1; se reconoció la odiosa deuda conocida con el nombre de los "fondos piadosos de California";2 se atienden con premura todas las reclamaciones de americanos; se permite a los yankees poseer bienes raíces en los límites con su nación; en los juzgados, en las oficinas públicas, en todas partes, los yankees son objeto de mil atenciones; concesiones jugosas, etc., son para los yankees, y hasta en la política los yankees gozan de privilegios. Es muy sabido que Porfirio Díaz atendió las indicaciones de los yankees nombrando vicepresidente a Ramón Corral, grande amigo de los tiranos.
Los nombramientos de gobernadores, de ministros, etc., son sabidos en los Estados Unidos antes que en México. Cuando se trata de contratar un empréstito, lo sabe primero el pueblo yankee que el nuestro. Todo eso, al principio llenaba de perplejidad a los mexicanos; ahora se ve con naturalidad. Lo raro ahora es que algo se haga en México; que de las oficinas del gobierno salgan iniciativas propias y no sugerencias.
Tan raro es eso, que cuando el 26 de diciembre del año pasado, acordó Porfirio Díaz prohibir que los yankees adquiriesen más minas en Sonora,3 todos se asombraron. Un rasgo tal en treinta años de continua complacencia con los americanos provocó gran extrañeza. Era la primera vez que se ponía un dique a la desbordante ambición yankee. Muchos hombres honrados aplaudieron la medida. En verdad, es un peligro para la integridad de la patria la preponderancia creciente del elemento americano en Sonora, y sólo se sentía, sólo se deploraba que no se tomase una medida eficaz para poner a salvo a toda la república.
Nosotros no entramos en el concierto de alabanzas. Siempre hemos creído faltos de sinceridad los actos de la dictadura que a primera vista parecen buenos. Un gobierno como el de Díaz no puede producir nada en beneficio de la nación. Nos cuidamos, pues, de aplaudir, e hicimos bien, porque festinadamente, con una precipitación sospechosa como del que quiere borrar una falta que desagradará a personas de consideración, Porfirio Díaz ha revocado4 la prohibición de 26 de diciembre, por la que se impedía que los americanos continuaran haciéndose dueños del estado de Sonora.
La prensa independiente ha hecho los comentarios del caso y no pocos colegas censuran con toda justicia la conducta de la dictadura que ha cedido indudablemente al temor de malquistarse con los yankees. En este, como en otros muchos, como en todos los casos, mejor dicho, en que se trata de intereses americanos, todo ha estado a favor del extranjero y en contra de nuestro porvenir.
La prensa semioficial por su parte, tratando de defender la actitud antipatriótica del gobierno, acaba de hundirlo. Dice esa prensa, —y su dicho necesita ser puesto en cuarentena— que el gobierno yankee ha declarado que no exigirá nada a México por las reclamaciones de americanos perjudicados con motivo de la rebelión yaqui; pero no se cita nada oficial ni auténtico y no podría citarse porque el gobierno de Washington no ha hecho tal declaración. Dice la prensa semioficial que en virtud de esa declaración, —que no existe,— del gobierno americano, Díaz no creyó necesario sostener su disposición de 26 de diciembre y por eso la revocó.
Nada de eso es cierto. El gobierno americano ejerce gran influencia en nuestra política y a eso se debe la festinada revocación de un decreto que estorbaba el robustecimiento del capital americano en nuestro país, pues suponiendo, —cosa que no está probada,— que el gobierno americano hubiera declarado lo que dice la presa semioficial, más hubiera sido eso motivo para sostener la prohibición que para revocarla, porque ni desavenencias internacionales habría desde el momento en que el gobierno Americano mismo, considera que, por la rebelión yaqui, es preferible que los yankees no se internen al territorio de Sonora.
No hay, pues, que atribuir a la supuesta declaración del gobierno yankee, la revocación de la prohibición de 26 de diciembre. Esa declaración, en último resultado, no era sino la ratificación de lo que había hecho el gobierno de Díaz, la sanción, mejor dicho, de la prohibición. Para evitar quejas y disgustos internacionales, el gobierno de Washington declaró, según los serviles, que no atendería reclamación contra México por perjuicios ocasionados a americanos por la rebelión yaqui. Por lo mismo, si fuera auténtica esa declaración, ella robustecería la prohibición del dictador, y en tal caso, era sencillamente estúpido revocarla, esto es, exponerse a las críticas y a las condenaciones justicieras del pueblo por tal acto antipatriótico.
Lo que en el asunto ha habido, es esa complacencia de nuestro gobierno para el americano, complacencia que nos avergüenza y nos humilla. Se sintió perjudicado con la prohibición el capital americano y protestó, y a eso se debe la revocación de la prohibición de que los extranjeros adquieran minas en Sonora.
El porvenir está lleno de amarguras para nuestra raza, porque nuestro gobierno, que se siente poseído de furor ante los ciudadanos aislados que lo acusan, es, en cambio, complaciente con los extranjeros que se están enriqueciendo a costa de nuestra futura libertad.
Los periódicos gobiernistas deben cesar en sus torpes defensas al gobierno que pruebas inequívocas ha dado de su amor a los extranjeros, que nace del sentimiento de su debilidad. No contando con el apoyo del pueblo que lo detesta por tiránico, recurre a la influencia extranjera, y para no perderla, necesario es que pague con complacencias y favores.
¡Escrito estaba que por nuestra mansedumbre teníamos que sufrir todas estas vergüenzas!
– – – – NOTAS – – – –
1 En 1861, el jefe político de Baja California autorizó a la armada de Estados Unidos para que se estableciera la estación carbonífera en la Bahía de Pichilingue, con la finalidad de abastecer a los barcos estadounidenses de la flota del Pacífico. En 1867 el gobierno ratificó la concesión y fue prorrogada en 1900, con la enmienda de que podría revocarse en cuanto el gobierno mexicano lo considerara conveniente. Fue clausurada en 1926 por orden gubernamental.
2 Fondo piadoso de las Californias; establecido por Carlos II en 1697 para financiar la misión evangelizadora de los jesuitas en ambas Californias. Los bienes contemplados en él eran propiedad de la Corona, hasta la independencia de México, cuando pasaron a formar parte del Estado mexicano. Tras la guerra de 1847, las misiones de la Alta California se desligaron de la Iglesia mexicana. A partir de 1859 los jerarcas de San Francisco y Monterrey, California, reclamaron al gobierno norteamericano que exigiera a México el pago de los intereses del fondo que, a su entender, les correspondían. La petición fue analizada por una comisión mixta que determinó el pago de 904,700 dólares. A partir de 1868 los obispos californianos volvieron a exigir el pago de la deuda, reclamando además la liquidación de intereses anuales desde 1847. En 1902, el gobierno mexicano llevó el caso al Tribunal de la Haya, cuyo fallo determinó que México debía pagar 1, 428, 682 dólares más 43,050 dólares a perpetuidad por concepto de intereses anuales. El asuntó se discutió en negociaciones diplomáticas subsecuentes hasta el sexenio de Adolfo López Mateos cuando se pagaron 716,546 dólares a cambio del pago anual a perpetuidad. La deuda se liquidó en 1967.
3 Decreto de fecha 26 de diciembre de 1905, motivado por la queja de empresarios norteamericanos por la inseguridad en la que se encontraban sus bienes a causa de la rebelión yaqui y la incapacidad del gobierno para defenderlos.
4 A instancias del gobernador Rafael Izabal, los norteamericanos dueños de minas enviaron cartas encomiando las medidas del gobierno en relación a sus intereses y negando las noticias sensacionalistas de la prensa norteamericana. Acto seguido el gobierno frevocó el decreto del 26 de diciembre.
Ese hongo nacido al calor de la corrupción oficial y cuya vida significa para la nación el derroche anual de un centenar de miles de pesos; esa cátedra, llamada El Imparcial abierta y fomentada por nuestro mal gobierno para embrutecer concienzudamente al pueblo, ha despegado los labios, como siempre, para propagar la mentira con ese cinismo con que los merolicos abonan sus bebistrajos.
A su modo comenta El Imparcial el hecho de que los correligionarios Flores Magón y Sarabia no hubieran permanecido en Saint Louis Missouri para ser sorprendidos por la nueva acusación que se iba a presentar contra ellos al ser absueltos de la primera.1 Eso es lo que al El Imparcial y a sus amos ha dolido más: que estando hecho el gasto de la segunda acusación contra los perseguidos periodistas, estos la hubieran burlado con lo que se salvó su periódico de una nueva interrupción.
El Imparcial trata de engañar a sus lectores, diciendo que los Flores Magón y Sarabia estaban completamente seguros de recibir una severa condena y que por eso optaron por no representarse al Jurado. La verdad la encontramos en los siguientes párrafos que copiamos de Regeneración.
Aunque sin tener nuestras pruebas, —dice Regeneración— estábamos resueltos a afrontar la situación fiados en que la justicia de nuestra causa había de salvarnos; pero una indiscreción de nuestros enemigos puso sobre la pista del nuevo golpe que se trataba de asestarnos. Nuestros enemigos no tenían grande fe en su triunfo, antes bien, tenían seguro su fracaso. El objeto de la persecución que sufrimos fue el de dar un golpe de muerte a Regeneración, que tanto preocupa a los que oprimen al pueblo mexicano. Se tenía por segura nuestra estancia en la Penitenciaría por un término no menor de cuatro años, y cuando vieron nuestros perseguidores que la acusación bajó de la Corte Criminal a la Correccional, se desanimaron grandemente. Lo que más chocó a la dictadura, fue que Regeneración volvió a la arena aun cuando todavía no terminaba el proceso, y entonces resolvió acusarnos por un delito en el caso probable de ser absueltos.
Así las cosas, se acercaba el día 16 cuando logramos sorprender las intenciones que había contra nosotros. Ya estaba lista la nueva acusación, y se iba a presentar cuando fuimos advertidos de la red que se nos tendía y resolvimos no dar a la dictadura el gusto de entorpecer nuestros trabajos, para lo cual franqueamos la frontera americana internándonos al Canadá, sin que por nuestra marcha se perjudicasen los fiadores, quienes ya tenían en su poder las cantidades con que nuestros correligionarios nos ayudaron para obtener nuestra libertad bajo fianza.2
De esto a lo que dice El Imparcial hay una gran diferencia. Pero eso no es todo.
Pocos ejemplos habrá en la historia de la felonía humana, que revistan los caracteres que en ese sentido ofrecen los periódicos asalariados por el gobierno. El Mundo y El Imparcial no sólo se presentan a desempeñar el papel de fígaros, sino que, con el deleite con que el perro callejero y hambriento muerde la carroña verde encontrada en un caño, esos periódicos se complacen en hacer de polizontes de la misma prensa, cuando no están encargados de justificar los excesos que el despotismo tiene en sus represiones a los periódicos que no gastan la tinta, ni encanallan el tipo de imprenta en adulaciones, sino que más conscientes de sus deberes se sirven del arte tipográfico para la manifestación viril de sus ideas.
En El Mundo vemos que se prepara un ataque gubernamental a la prensa independiente. Nuestro gobierno se paga mucho de fórmulas que lo hagan aparecer como justificado. No sólo es capaz de excederse, sino que siempre se excede en sus facultades, pero se preocupa mucho de que los imbéciles al menos, ya que no las personas sensatas, aprueben sus actos, y por eso, cuando quiere dar un golpe a la prensa independiente, ordena a sus gozquecillos de la calle de las Damas3 a que hagan una atmósfera propicia al atentado.
Así se ha visto siempre a los periódicos del gobierno “preparar el terreno” para que las persecuciones a la prensa que brutalmente se ejercitan, no asombren demasiado, aunque en honor de la verdad sobran tales precauciones desde el momento que es universalmente sabido, que de treinta años a la fecha, los garrotes de los gendarmes han estado suspendidos sobre el pensamiento, espiando todos sus pasos, siguiendo todos sus movimientos como una sombra implacable.
Ya El Imparcial y El Mundo hablan de “reprimir el abuso” que hace la prensa del derecho que le concede la ley. El tiro está dirigido contra los periódicos independientes para los cuales es abuso, según el criterio oficial, el programa de verdad que se han impuesto.
La prensa independiente tiene por norma defender al débil de los abusos del fuerte. En nuestra patria el fuerte, —la autoridad— se entrega a excesos que han provocado ese amilanamiento del espíritu que se nota por todas partes; esa falta de sinceridad para decir con franqueza lo que se piensa sobre los actos de los funcionarios públicos; esa debilidad del carácter que se hace palpable, que está en el medio y que conduce a los mexicanos a soportarlo todo, a no protestar, teniendo como regla de conducta esa fórmula propicia a todas las tiranías y a todas las abyecciones: ver, oír y callar.
¡Ver, oír y callar! He aquí lo que los gobiernos despóticos hacen adoptar a sus vasallos; y cuando del medio abyecto se eleva una voz robusta proclamando el derecho que todo ser humano tiene de emitir libremente sus ideas; cuando entre las sociedades espantadas un hombre sin miedo alarga el brazo para arrancar virilmente la máscara que solapa a los hipócritas; cuando la corrupción gubernamental provoca la indignación, primero de pocos, después de más y amenaza indignar a todos, entonces los malos gobiernos, las malas autoridades que se veían continuamente sorprendidas en sus torpes manejos, hacen que sus lacayos proclamen la “media hora de escándalo” y aboguen porque se descuaje el árbol de flores venenosas, como llama el despotismo al grupo, a la legión que lo acusa y lo aporrea.
Los escritores independientes denuncian las torpezas o los crímenes de los funcionarios públicos, y, en consecuencia, son grandes benefactores de la sociedad sobre la que pesan esos funcionarios. En tal virtud, la sociedad tiene sus defensores en los hombres de espíritu libre. Pero El Mundo dice que la sociedad está amenazada con la existencia de los escritores independientes y la azuza para que los extermine. El Mundo se ha de referir a la sociedad que los funcionarios tienen formada entre sí para pesar sobre el pueblo, pero no al conjunto de la familia mexicana que desea ser libre.
Para concluir haremos notar el cinismo de los periódicos del gobierno. Los independientes atacamos funcionarios públicos, y estaríamos dentro de la ley aun cuando hiciésemos los más duros cargos; ¿procede lo mismo la prensa gobiernista?
No; la prensa gobiernista, servil y lacayesca, trata de hacer pasar como buenos los actos de los tiranos a quienes colma de alabanzas, como que de eso vive la desgraciada, de arrastrarse a las plantas de los poderosos y cuando ataca, que es con frecuencia, no es para denunciar atentados, no es para fustigar a funcionarios nocivos que abusan de sus puestos, pues para la prensa gobiernista aun los funcionarios más bribones, son modelo de probidad y de sabiduría, sino para arrancar la honra a particulares, a personas que no habrán cometido otra falta que negar una copa de aguardiente al insigne escribidor.
La prensa independiente procede de modo bien distinto, como queda dicho. El bien general, es su guía. Ataca a los malos funcionarios, no a particulares que no tengan conexión alguna con la política como lo hace la prensa del gobierno. ¡Cuántos particulares han tapado la boca de ciertos periodistas gobiernistas, ofreciendo unas monedas!
¡Oh, ese es el árbol que hay que descuajar! La sociedad tiene pendiente sobre su cabeza las gacetillas escandalosas de los periódicos gobiernistas de información. Y ¡guay! del que no dé unas monedas: si ha sido deshonrado, así quedará.
La sociedad necesita defenderse de la “industria” de la información “oportuna”, —“hoy eres tu; mañana soy yo,”— porque el mal puede echar raíces más hondas y quizás cuando se quiera descuajar su “árbol de flores venenosas,” encontremos que será tarde. La sociedad que admire el vuelo de las águilas, no debe titubear en estrangular serpientes.
– – – – NOTAS – – – –
1 RFM, Juan Sarabia y Enrique Flores Magón, salieron de Saint Louis, Mo., para internarse en Canadá, el 16 de marzo de 1906, al tener conocimiento que se preparaba una nueva acusación en su contra, una vez que el caso de difamación promovido por Esperón y de la Flor, descendió de la Corte Criminal a la Correccional, y los redactores de Regeneración obtuvieron su libertad bajo fianza. El Imparcial se refirió a estos acontecimientos en: “En Saint Louis Missouri” (abril 1º, 1906) y “Prensa libre y prensa libertina. Límites necesarios de la libertad de prensa. Cómo entienden esta libertad los grandes pueblos civilizados” (abril 2, 1906)
2 Véase “La dictadura burlada. El progreso del Partido”, Regeneración, año I, 3ª época, no. 5, abril 1º, 1906.
3 Refierése a los colaboradores del diario capitalino El Imparcial, que tenía sus oficinas en la calle de Damas.
No es la primera vez que tropezamos en las columnas de la prensa gobiernista con la afirmación de que, más felices que los franceses, los mexicanos consumamos hace años la Reforma, mientras los franceses apenas la están consiguiendo penosa y lentamente.
En El Estado de Coahuila,2 periódico pagado por Miguel Cárdenas con dinero del pueblo, encontramos a ese respecto afirmaciones imbéciles. Se ufana el periódico de que, en virtud de haberse consumado la Reforma, haya en nuestra patria una gran calma social.
A sabiendas asienta falsedades el periódico gobiernista, porque México no está consumada la Reforma. Existen las Leyes de Reforma, pero la existencia de esas leyes a la existencia de la Reforma hay una gran distancia.
En efecto; a pesar de las Leyes de Reforma, el clero posee bienes raíces, tiene conventos y goza de tanta influencia en las cuestiones del estado, como antes de que se hubiera derramado la sangre mexicana por conseguir la Reforma. Por eso decimos que en México no se ha consumado la Reforma.
La Reforma estuvo en vigor únicamente bajo las honradas administraciones de Juárez y de Lerdo de Tejada; pero desaparecidos esos dos hombres y encumbrado el pretorianismo amigo del clero, la grande obra quedó proscrita para dar paso a la llamada "conciliación" que no es otra cosa que la reacción triunfante sobre la conquista que obtuvo el pueblo a costa de su sangre y aun del peligro de ver destruida la patria por un despotismo extranjero.
Nunca podremos dejar de lamentar los liberales la pérdida de una conquista con tantos sacrificios obtenidos y nos indigna que con tanto desplante traten los periódicos gobiernistas de embaucar al pueblo haciendo creer que nuestra patria le lleva una gran ventaja a Francia, porque mientras nosotros hemos consumado la Reforma, los franceses apenas están conquistándola.
Ha sido producto de la prensa gobiernista dar a entender que, bajo la dictadura que nos ahoga, México ha alcanzado un puesto elevadísimo entre las naciones civilizadas, con lo que no se hace más que abusar del candor de las buenas gentes. México ha retrocedido bajo el actual despotismo, porque retroceso es destruir una obra avanzada como la Reforma. El clero, como arriba afirmamos, goza de tanta influencia y de tanto poder como en la funesta época de Santa Anna. Porfirio Díaz y el Arzobispo Alarcón gobiernan en común con el mismo desparpajo que si no se hubiera incendiado el territorio nacional con la Guerra de Tres Años; los conventos se multiplican y florecen; los frailes gozan de fueros y se enriquecen a la vista de todos.
No; en nuestra patria no se ha consumado la Reforma. Treinta años de dictadura han destruido lo que se pudo conquistar, y ahora, de la Reforma no nos quedan más que las leyes, y con leyes escritas pero sin observancia no podemos ufanarnos de estar más adelantados que los franceses que de un modo efectivo están sometiendo a la gangrena del género humano, el clero católico.
Dice el papasal pagado por Miguel Cárdenas:
El anticlericalismo es en México un cliché gastado, inútil; un objeto de la vieja utilería masónica, que ni sirve ni nada… El clero opulento de hoy no lucha en un estado inerme; mejor dicho, no hay lucha, puesto que la ley y el conjunto de las fuerzas sociales son superiores a sus pretensiones de restauración y a su orgullo. Francia por el contrario, está encogida en una red tan tupida de influencias clericales que allá el anticlericalismo es grito del patriotismo y necesidad política urgente que en otros artículos estudiaremos.
He aquí cómo se burla el gobierno de los ciudadanos, pues es órgano del gobierno el que tales desatinos asienta. Se trata de hacernos creer que el clero está sometido a la ley, cuando palpamos que todo lo contrario es la verdad; el clero, más poderoso que nunca porque cuenta con el apoyo del gobierno que ha traicionado los principios liberales, está sobre la ley que ha quedado reducida a letra muerta y cuya resurrección necesaria para el porvenir del pueblo mexicano, será causa de tremendos trastornos que se hubieran evitado si un liberal leal, patriota y desinteresado hubiera sido el encargado de dirigir al pueblo hacia sus grandes destinos.
A todos los que comprenden nuestra situación, no puede escapárseles el hecho de que en virtud de haber dejado el gobierno de Porfirio Díaz de aplicar la ley para someter al clero, cuando se trate de hacer observar la ley el clero resistirá con todas sus fuerzas y se reproducirán en la patria las escenas de la época luctuosa en que el pueblo luchó contra la tiranía del militarismo y del clero. Porfirio Díaz pudo ahorrarnos eso, ¿pero cómo se habría perpetuado en el poder sin la ayuda del clero?
A los fines personalistas del dictador convenía más hacer pactos con el clero que con el pueblo, y por eso hoy tenemos que lamentar la pérdida de la obra de la Reforma y vemos en el porvenir alzarse monstruosa la soberanía clerical cuando se trate de obligar al clero a que cumpla con la ley.
Ya se ve por esto, que son más felices los franceses a pesar de estar conquistando apenas la Reforma. Ellos están obteniendo lo que nosotros hemos dejado perder y que solamente reconquistaremos con sacrificios enormes.
Al recordar que la sangre generosa de nuestros padres se derramó estérilmente, porque su conquista yace bajo el sable del militarismo, y al considerar que para reconquistar la Reforma tendrá que cubrirse nuevamente de luto el cielo de la patria, no podemos menos que maldecir el momento en que, candorosos como palomas o estúpidos como carneros permitimos que se entronizase el despotismo con lo que pactamos nuestro infortunio.
¡Ah; pero tal vez la ruda lección nos enseñe a ser verdaderamente hombres, no permitiendo una nueva tiranía!
– – – – NOTAS – – – –
1 Se refiere a la redefinición de relaciones entre la Iglesia y el Estado francés, concluida a principios de 1906. Reforma impulsada por el diputado socialista independiente Aristide Briand, que pugnaba por la institución de la libertad de cultos y la libertad de conciencia, al tiempo que negaba las subvenciones estatales a cultos religiosos y suprimía el presupuesto de Estado a Departamentos y Comunas con ese fin. Los bienes eclesiásticos fueron entregados a asociaciones culturales para su resguardo.
2 El Estado de Coahuila. Periódico de variedades, política, literatura y anuncios. (1893-1910); Saltillo, Coah. Dir.: Jacobo M. Aguirre. Apoyó las reelecciones de Miguel Cárdenas. En 1910 sostuvo la fórmula Díaz-Corral para las elecciones federales, aunque más tarde se inclinó por Bernardo Reyes.
"La prensa es luz y sombra, águila y serpiente," decía hace poco El Mundo hermano gemelo de ese histrión, El Imparcial que oculta piadosamente con hojas de papel las llagas de la administración porfirista.
Sí, la prensa es luz y sombra, águila y serpiente. El pensamiento humano tiene claridades solares y negruras de antro; enseña o prostituye, vivifica o mata.
La prensa es luz, cuando entre las tinieblas de la opresión y la miseria llega a los corazones de los humildes para prender en ellos una esperanza de justicia. ¿Qué sería de las masas irredentas sin el consuelo y la enseñanza de la prensa-luz? Serían la presa de los audaces; el ganado de resignados y de pobres de espíritu que apetecen los ambiciosos y los tiranos; el rebaño trasquilado y apaleado que viviera sin otro consuelo que la esperanza de la muerte como libertadora de infortunados.
La prensa es luz, cuando se enciende en plena orgía de despotismo para sorprender a los opresores y mostrarlos al pueblo tal cual son: débiles y vulgares, sin esa aureola de divinidad que las turbas ignaras pretenden encontrar en cada tirano. Entonces, la prensa educa, hace que la virilidad despierte en los sumisos y ante el contraste del áspero infortunio de los de abajo y la holganza llena de goces de los de arriba, se despierta el ansia de un medio de mayor justicia que al chocar con los intereses creados por los privilegios se resuelve en lucha civilizadora y fecunda, generadora de progreso y de bienestar.
Una prensa así, batalladora y viril, es la prensa-luz. A su influjo caen desmoronadas las supersticiones. Su luz es tan poderosa que los privilegios deslumbrados claman por el reinado de las tinieblas, donde el despotismo pueda celebrar sus orgías sin el molesto testigo de la opinión popular.
La prensa-luz todo lo alumbra para que todo sea visto, y del mismo modo lanza sus rayos sobre la justicia para hacerla fúlgida, como sobre la tiranía para que el pueblo pueda sortear los escollos y seguir sin tropiezo el camino de sus grandes destinos.
Al lado de esta prensa, está la prensa-sombra. Ésta también llega a los oprimidos, pero como el fraile, para predicar sumisión. No insufla virilidad en las muchedumbres somnolientas, antes bien, predica una moralidad de eunuco. El orden: ese es su estribillo; pero no es el orden fecundo nacido del equilibrio de las fuerzas sociales, el que propaga la prensa-sombra, sino el orden del aniquilamiento de la voluntad colectiva por la fuerza bruta triunfadora. Es el orden que reina en los cementerios, es el orden de las cosas muertas. No es el orden, producto de un respeto recíproco, el que proclama la prensa-sombra, sino el orden nacido de la imposición, de la amenaza, del terror. Es un orden que se apoya en la violencia y en la injusticia.
Para la prensa-sombra todo acto gubernamental es bueno y no sólo eso: es magnífico. Apoyo de tiranías, convence al pueblo de que los hombres de brazo de hierro son seres que la Providencia envía a la tierra para dirigir el rebaño humano, que sin ese brazo providencial echaría a andar no se sabe qué malos senderos. ¡Y el vulgo estulto se sobrecoge de pavor y bendice el brazo brutal que los estrangula!
¡Ah, la prensa sombra, cuántos males causa! Esa prensa justifica el atentado. Ella hace que los pueblos lleguen a amar el yugo y a considerar la miseria y la injusticia como las pruebas que Dios somete a las criaturas humanas para llevarse al cielo a las más mansas, a las sufridas, y por lo mismo, a las más abyectas. ¡Dios estúpido y perverso inventado por los que tienen interés en que el hombre sea eternamente vil y eternamente esclavo para asegurar el dominio de la tierra!
La prensa-sombra en México es bastante poderosa. Ella ha crecido con excepcional lozanía vivificada con el dinero del pueblo al que embrutece con beneplácito del gobierno que no ahorra esfuerzo por tenerlo en las tinieblas, mientras que la prensa-luz, la que clama contra el despotismo y aspira al reinado de la justicia, es objeto de persecuciones encarnizadas que demuestran ese horror a la verdad que sienten todos los que no tienen tranquila la conciencia.
La prensa gobiernista, esa prensa-sombra que adula por paga, ha reinado soberana, y bajo sus alas membranosas el pueblo mexicano ha vivido en la ignorancia y se ha nutrido de errores. Los resultados los palpamos: afeminamiento del carácter, hipocresía, falta de sinceridad para decir lo que se siente. Los sables de los tiranos son terribles porque arrancan vidas y siembran el luto y el dolor; pero los déspotas cuentan con otra arma igualmente terrible: la prensa-sombra, la prensa venal propagadora de cínicas mentiras.
Para esa prensa sólo una cosa es intocable: el gobierno que mantiene a los holgazanes que la integran. El respeto a la vida privada y a la moral, no reza con prensa-cloaca que tiene el privilegio de destruir reputaciones, de manchar honras sin sufrir el menor castigo, cuidándose únicamente de que los perjudicados no pertenezcan al círculo oficial ni sean personas de influencia.
El programa de esa prensa que se nutre del tesoro nacional puede resumirse en estas palabras: guerra a la honra de los ciudadanos, alabanzas de las torpezas o delitos de los funcionarios. Y ese programa desastroso, conjunto de venalidad y de cinismo agresivo, flota como una bandera negra solapando crímenes, amenazando virtudes, propagando la maldad y la barbarie.
Los que empuñan esa bandera son legión. Son los inútiles, los impotentes para afrontar una sana competencia, los holgazanes y los degenerados los que militan a la sombra de ese pendón siniestro que se hincha al soplo de las sonrisas de los magnates, como la vela de un barco que marchase a un destino de oprobio.
Sin embargo, esa prensa bellaca blasona de honrada y de decente… porque se arrastra a los pies de los opresores del pueblo. Es la prensa serpiente que es preciso destruir; la prensa de vientre escamoso que ha alimentado nuestro mal gobierno, y que hace de cancerbero para impedir que la crítica honrada llegue hasta donde se está fraguando nuestra esclavitud.
La prensa viril, esa águila que aunque aprisionada sabe hacer escuchar su verbo de verdad y de justicia, debe emprender una lucha formidable contra la prensa serpiente que envenena los corazones, embrutece al pueblo y adula a los déspotas.
Es una deshonra para la civilización la existencia de esa prensa fermento de estercolero. La prensa debe ser luz. Luz que llegue a las conciencias y haga ver con claridad el error para evitarlo. La prensa debe llegar hasta el esclavo y decirle que tiene derechos, que es igual al amo soberbio y brutal.
La prensa debe llegar hasta el paria y decirle; no es fatal tu miseria; no pidas la felicidad; ¡tómala! La prensa-luz tiene una gran misión. Es consuelo de los oprimidos y látigo que cruza el rostro de los opresores. Su voz es vida para los que sufren y es amarga y ruda para los detentadores de la libertad.
¿Qué choca a los que oprimen explotan y embaucan? ¡Es natural! Para el que acostumbra desvalijar a los transeúntes, es una gran contrariedad maniobrar en medio de las miradas de los ciudadanos, y su ideal sería operar en una sociedad de ciegos. Pero la prensa honrada no debe detenerse. Su misión es de verdad y de justicia y debe ser aliento para los oprimidos, látigo para los malvados.
Nadie duda ya de la debilidad de los gobiernos que tienen por base la imposición, pero si todavía quedan por ahí espíritus extraviados que no han dado paso a esa verdad, pueden convencerse con lo que últimamente ha ocurrido en la Capital del estado de Oaxaca.
Muy fuerte se creía Emilio Pimentel, porque a pesar de acercarse el periodo de elecciones no había podido organizarse por parte del elemento popular e independiente una fuerte oposición. Sentimiento en contra del funesto funcionario, lo había y bastante; pero faltaba la organización para emprender una lucha fructífera que derribara la administración pimentelista, y esa circunstancia envanecía a Emilio Pimentel.
Empero, bastó que dos ciudadanos de corazón bien puesto, los incorruptibles liberales Adolfo C. Gurrión y Plutarco Gallegos, se aprestasen desembozadamente a la lucha, para que el tiranuelo oaxaqueño temblase. Al señor Gurrión lo puso preso en la cárcel de Oaxaca, sirviendo de acusador un tal Manuel Bejarano, jefe político de Tehuantepec. El pretexto fue el artículo que se publicó en el Suplemento del número 2 de La Semecracia, en que se hicieron cargos severos a Bejarano, quien lejos de sincerarse ante la opinión pública para desmentir los cargos en caso de que no fueran justificados, prefirió contestar con la cárcel lo que era su deber rebatir por medio de la prensa. El atentado se consumó y el señor Gurrión pasó a la prisión, subrayándose el atropello con la clausura de la imprenta del señor Francisco Márquez en que se imprimió el suplemento.
No quedó conforme Pimentel. Era necesario llevar el rigor a un alto grado para que en lo sucesivo no hubiera ciudadanos dignos que lo exhibiesen ante el estado y ante la nación. Era preciso perseguir también al señor Plutarco Gallegos. El señor Gallegos es pasante de Derecho y hace sus estudios en el Instituto de Ciencias. Pimentel ordenó a un tal Ramón Pardo1 que hace de director del Instituto, la expulsión del estudiante señor Gallegos. Pardo obedeció. El estómago triunfó sobre su conciencia y expulsó al digno liberal.
¿Qué significa esto? Respondan todos aquellos que consideran fuerte a un gobierno que se intimida ante dos ciudadanos valerosos.
Sí, nuestro gobierno es débil; por eso persigue, por eso se amedrenta cuando el ciudadano sin miedo se yergue en ejercicio de un derecho. Los gobiernos fuertes ven una garantía de su estabilidad en el uso que los ciudadanos hacen de sus derechos, porque su fuerza radica en el civismo de los ciudadanos. Pero los gobiernos que nacieron de la ilegalidad, necesitan observar esa ilegalidad para poder sostenerse, y persiguen, amenazan, encarcelan a todos aquellos que obran como si las leyes guardasen su vigencia y se observasen fielmente por los encargados de hacerlas cumplir: los gobernantes.
En materia de civismo, según la práctica de nuestros gobernantes, lo honrado no es cumplir la ley, sino dejar de cumplirla. Así es como se ve que los ciudadanos que cumplen con la ley, son tratados como criminales y encarcelados, perseguidos y expulsados de las escuelas si son estudiantes.
¿Se quiere que los estudiantes sean eunucos? Indudablemente, puesto que el estudiante viril y resuelto es expulsado de las escuelas.
¡Magnífica educación lacayesca se da a la juventud! Con el sistema de terror implantado por la actual dictadura, no sólo se ha corrompido a los viejos, sino que se ha llevado la corrupción a las aulas, de donde salen hombres sin iniciativa, sin vigor, sin aliento para acometer grandes empresas y laborar por el adelanto de la joven nacionalidad. La obra de castración nacional llevada a cabo por nuestro gobierno ha sido completa, y de ahí que los que con sinceridad queremos para la patria un destino glorioso, no podamos menos que ver con tristeza el porvenir que se nos espera.
Generaciones afeminadas, temblando aterrorizadas ante los audaces, será la herencia que para el futuro nos deje la Autocracia, porque ¿qué hombres podrán dar las escuelas a la patria, cuando en cada tierno corazón se ha grabado brutalmente la sumisión a los que oprimen? Nadie querrá tomar parte de la cosa pública por el miedo que inspira el gobierno, nadie se tomará el menor interés por los asuntos de la sociedad, porque eso desagrada a los gobernantes. Y todos sufrirán pacientemente el atentado que se comete en un miembro de la sociedad; nadie se atrevería a defender al vecino que cae víctima de un atropello; todos procurarán silenciar los malos actos de los que "mandan" para no verse envueltos en un conflicto, y el embuste, la falacia, el egoísmo quintaesenciado por una educación que tiene mucho de la que se imparte en los seminarios y en los cuarteles, normarían las relaciones de los ciudadanos en esa sociedad de hipocresía y de infamia.
Mucho hay ya de eso en la época actual; pero se agravará el mal si los hombres honrados no lo remedian. El miedo al que "manda" ha llegado a un alto grado; se silencian los atentados, se ocultan las malas acciones de los déspotas para no sufrir un perjuicio sin fijarse en que el perjuicio real está en que se pervierta y se disuelva al fin la sociedad por el embuste, por el egoísmo, por la cobardía de sus miembros.
Vamos derecho a un precipicio. Una poca de viril entereza puede salvarnos.
– – – – NOTAS – – – –
1 Ramón Pardo (1872-1940). Médico y político oaxaqueño. Profesor del Instituto de Ciencias y Artes de su estado natal, institución que dirigió en varias ocasiones. En 1910 fue vocal del Club Central Reeleccionista y en 1913 dirigió el Club Central Felicista. A partir de 1920 ocupó diversos puestos en la administración del Estado. Autor de numerosos estudios científicos y de filosofía jurídica.
En toda clase de empresas donde trabajan obreros mexicanos y de otras nacionalidades, se hace notable el desprecio con que es vista nuestra raza por parte de los que se enriquecen con el sudor del mexicano. No es raro ver en la prensa que en tal o cual finca extranjera azotan a los mexicanos, que en tal o cual negociación se roba miserablemente al trabajador o se le pagan salarios inferiores a los que, en las mismas negociaciones, ganan obreros de otras nacionalidades que desempeñan una labor de la misma calidad y con frecuencia inferior, a la que desempeñan nuestras compañías.
Esas noticias aparecen diariamente en la prensa, aumentando el bagaje de vergüenza con que ya se doblegan nuestras espaldas, pues eso significa que política y socialmente los mexicanos somos siervos de todo aquel que quiera arrebatarnos nuestros derechos, y de todo aquel que quiera apropiarse del producto de nuestras fatigas.
Nacemos mexicanos, pero tenemos menos derechos que cualquier rico empresario extranjero, y estamos obligados a dar nuestro trabajo por un salario inferior al que ganan obreros extranjeros, en nuestra misma patria y en las mismas negociaciones donde se nos explota.
¿Qué significa eso? ¡Oh, se nos señala, se nos humilla para que vayamos siendo cada vez menos dignos hasta que consideremos que es natural nuestra esclavitud y creamos que pertenecemos a una raza inferior!
No lleva otro objeto ese prurito de colocársenos en un nivel de inferioridad. Pronto nos haremos abyectos y con más facilidad se nos dominará.
¡Hasta el hombre de raza amarilla gana mejores salarios que los operarios mexicanos! En las negociaciones mineras de la Baja California, los mineros mexicanos ganan un peso diario, mientras los mineros japoneses ganan un peso cincuenta centavos y aun dos pesos diarios por desempeñar las mismas faenas que nuestros compatriotas.
Al mexicano no le queda ni el derecho de evitar esas humillaciones, porque cuando no quiere sufrirlas y abandona el trabajo, la autoridad obliga con su fuerza a los obreros a que vuelvan a la negociación. ¿No se ha visto eso en toda la república?
Pero hay más; ha habido veces que los patronos han estado dispuestos a hacer algún aumento en los salarios de los obreros, más entonces, nuestros «paternales» gobernadores se han apresurado a aconsejar a esos patronos que no hagan tal cosa. Bien comprenden nuestros opresores de que el pueblo comiera bien y tuviera algún desahogo, no admitiría la tiranía.
Más aún, la esclavitud torturadora que sufren los trabajadores de campo en Yucatán pareció dulce y benigna a nuestro dictador, quien declaró que aquel infierno yucateco es un positivo paraíso.1
Todos estos detalles deben hacernos abrir los ojos a la realidad. No se trata de un hecho aislado, por el cual fuera absoluto generalizar, sino de un conjunto de hechos sistemáticamente repetidos y que son en número bastante a justificar una inducción.
En efecto; se nos humilla en todos sentidos para que vayamos perdiendo la dignidad. Se nos posterga a los extranjeros para que nos acostumbremos a considerarnos como individuos de una raza inferior, y cuando nos resistimos a entrar a la fábrica, a la mina o al lugar donde se ha herido nuestro orgullo, la policía, sable en mano, nos convence de que debemos dar nuestras fuerzas a los señores que nos explotan aunque sangre nuestro honor hecho pedazos.
¡Oh, qué bella escuela de ilotas la que inauguró el tuxtepecanismo hace treinta años!
Y a todo ese conjunto de iniquidad se le ha dado el nombre de progreso en nuestro infortunado país, donde parece que todo debe entenderse al revés. Es que se nos engaña como a chicuelos.
¡Progreso! ¿Quién ha visto el progreso en nuestra patria? Unos cuantos enriquecidos a la sombra de la dictadura son los que han progresado, pues si antes no tenían qué comer, ahora gastan lujosos trenes y habitan palacios en los que cada piedra condensa el dolor y el infortunio de los proletarios.
El proletariado de blusa y de levita, puesto que todos son igualmente desgraciados y explotados por los próceres, no ha progresado. El que tiene que trabajar con sus manos o con su inteligencia para comer, vive en peores condiciones que antes de ese «desenvolvimiento» material con que nos arrulla la tiranía.
Antes de que hubiera fábricas de hilados y tejidos de la magnitud de la que existen ahora, un metro de manta valía quince centavos; hoy vale veinte.
Los alquileres de las casas, el precio de los alimentos, de los vestidos, de todo, suben hoy el doble, y más muchas veces, de lo que valían antes de que se desarrollaran las industrias y tuviéramos tantos ferrocarriles. Esto parece un contrasentido, pero así es; todos palpamos la miseria ambiente, la respiramos, nos hace sus víctimas hasta degradarnos y envilecernos.
Eso es lo que se ha querido producir: la miseria. La miseria es el mejor freno de que hacen uso los despotismos para someter a los hombres. El hambriento se somete a todo con tal de llevar un pedazo de pan al estómago, ese tirano implacable que hace claudicar virtudes y apaga la vergüenza encendida con chorros de esa agua podrida que se llama necesidad. La necesidad es el bordón en que apoyan los tránsfugas y los bellacos.
Cuando la falange de hambrientos crece, la tiranía se consolida. Por eso nuestros «amables» gobernantes aconsejan que no se paguen buenos salarios, pues así los hambrientos tendrán que someterse y que concederlo todo.
¡Oh, proletarios, parias de blusa y de levita, luchad por vuestra felicidad! Luchad contra el hambre, generadora de indignidades y de vilezas. Luchad contra la tiranía.
– – – – NOTAS – – – –
1 Véase supra, Art. 82. “¡Alerta proletarios! Un brindis del dictador”
Creemos que todos los liberales de corazón habrán leído atentamente el Proyecto de Programa del Partido Liberal1 que ha dado a conocer la Junta Organizadora de Saint Louis Missouri, y creemos, también, que no habrá liberal honrado que deje de aprobarlo.
El programa es radical, absolutamente radical. Los males que afligen a la familia mexicana son de aquellos que necesitan remedios enérgicos.
No se trata de un simple paliativo. Hay que aplicar el cauterio.
La sociedad agonizaba. Envenenada hasta la médula con doctrinas de envilecedora servidumbre, estaba en condiciones de admitir cualquier yugo, aun el extranjero creyendo que por el camino de la esclavitud puede llegarse a la libertad.
Mucho se le había predicado sobre que era indispensable que depositase su soberanía a los pies de un hombre de brazo de hierro, y que, andando el tiempo, podría ir adquiriendo paulatinamente ciertos derechos, hasta que, —tal vez dentro de millones de años,— pudiera ser completamente libre.
Tanto se predicó en ese sentido; tan grande propaganda se hizo en tales mentiras, que la sociedad confiada y sumisa puso ella misma el cuello para recibir el yugo.
No se sabe qué tanto tiempo habría permanecido en esa actitud, pero tal vez habría sido por poco, pues los pueblos que voluntariamente se encadenan mueren por la conquista.
Afortunadamente, todavía a tiempo se dio la voz de alarma. Ante la evidente decadencia de un pueblo que habría sabido ser servil, los hombres que amamos la libertad extendimos el brazo para mostrar a ese pueblo del que somos parte integrante, las negras nubes que cerraban los horizontes patrios. Era la conquista que amenazaba cerrarnos el paso, no porque ejercitábamos nuestros derechos, sino por sumisos. A los pueblos altivos no se les conquista.
Y ya era tiempo de señalar el peligro. La preponderancia de los capitalistas extranjeros aun en asuntos de gobierno interior, el aumento incesante de la Deuda Pública, la absoluta falta de justicia, la influencia malsana del clero en la política mexicana y la evidente decadencia del pueblo que indiferente y sufrido no tenía una aspiración ni un deseo, todas esas circunstancias agravadas por una miseria general que provocan los impuestos excesivos que cobra la dictadura y la rapacidad de los ricos que explotan el trabajo de los obreros, sin contar la ignorancia crasa en que viven millones de parias, nos ponían en condiciones de no poder alcanzar nunca la libertad que por el camino de la resignación se nos había ofrecido, sino que, por el contrario envilecidos, hambrientos, acobardados y sin aliento para nada redentor ni grande, no habría ya yugo que nos avergonzara, ni saliva que provocase nuestra indignación.
¡Ah, qué fácilmente se envilecen los pueblos! ¡Oh, pero que caudal de experiencias hemos adquirido para el futuro!
Ahora, el Partido Liberal está próximo a tener su Programa. Excitamos a todos los que con sinceridad quieran para el pueblo un porvenir de libertad y de justicia, a que envíen a la Junta Organizadora de Saint Louis Missouri su voto de aprovechamiento. A todos los mexicanos se convocó a dar forma al Programa para que más tarde los díscolos, que no faltan, no arguyan que de un modo arbitrario se procedió a la formación del mismo. El que no haya enviado su opinión, sus luces, sus observaciones, habrá dejado de hacerlo: o porque tuvo confianza en que el resto de correligionarios lo haría, o porque no tuvo voluntad de hacerlo.
Sin embargo, todos están en libertad de hacer rectificaciones al Proyecto o de enviar nuevas observaciones, siempre que unas y otras no estén en pugna con el espíritu del Programa, eminentemente redentor.
Nosotros hacemos a la Junta una observación que, por la justicia que entraña, consideramos que será atendida: nada se dice en el Programa acerca del juicio de amparo.
El juicio de amparo es, a nuestro modo de pensar, una válvula de seguridad para evitar que se consumen atentados en la persona de los ciudadanos.
Dejar que el juicio de amparo continúe siendo como hasta aquí ilusorio, es, puede decirse, permitir que se perpetúe el abuso, y por lo mismo, la tiranía.
Hay que hacer que el juicio de amparo pueda ser pedido sin necesidad de ocupar un abogado, sino que por el hecho de recibirse la queja del atropellado, aunque no llenen las formalidades estúpidas que hoy se requieren para atender una petición de Amparo, se atienda al quejoso. Hay que hacer, en una palabra, realmente practicable dicho juicio.
Esperamos que la Junta estudiará el asunto, y que incluirá en el Programa de cláusula relativa a hacer práctico el juicio de amparo.
Desearíamos que todos nuestros correligionarios se preocuparan hondamente por el Programa del Partido Liberal, y por lo tanto los invitamos a que envíen a la Junta, ya su aprobación, o bien sus observaciones sobre los puntos que consideren deban ser reformados, o nuevas observaciones sobre puntos que encajen en el espíritu ampliamente liberal e igualitario del mismo.
Una nueva era se abre a la nación mexicana, era de actividad fecunda que la conducirá a la meta de sus grandes destinos. No creemos que el Programa del Partido Liberal sea la última palabra en materia de conquistas del oprimido sobre el opresor, del hambriento sobre el ahíto, del débil sobre el fuerte, —la humanidad tiene que hacer cada vez mejores conquistas hasta llegar a la perfección— pero sí consideramos que con ese Programa, cuando lo pongamos en práctica, se liberará la ascensión del pueblo mexicano a la altura de bienestar y de libertad con que sueñan todos los espíritus justos, todas las almas grandes.
¡Ah, cuánto quisiéramos que ese Programa hubiera estado en vigor desde la usurpación de Tuxtepec!
Otra sería nuestra condición; pero nos tocó en suerte que la ambición se entronizara y los ambiciosos no pueden tener Programas redentores; hoy, por eso, tenemos que comenzar la ascensión. No nos detengamos cuando hayamos implantado el Programa, no permanezcamos inactivos, soñemos siempre con nuevas y mejores conquistas, que los pueblos que no aspiran a realizar un ideal de felicidad sana y fecunda, son pueblos que merecen desaparecer.
Todo evoluciona, todo avanza. Hace sesenta o cincuenta años hubieran parecido sueños de poetas lo que hoy por todo el mundo civilizado reclama la humanidad. No nos rezaguemos en esa ascensión del linaje humano hacia el bienestar. Pongamos la primera piedra del gran edificio de la igualdad y la fraternidad haciendo porque en nuestra dolorida patria se ponga en vigor el Programa del Partido Liberal.
Si todos, con un entusiasmo que corresponde a la grandeza de la obra está llamada a desempeñar el Partido Liberal, nos proponemos el fortalecimiento del Partido, pronto veremos realizados nuestros ideales.
¡Compatriotas: uníos, que no quede un hombre honrado sin prestar su apoyo al Partido; que cese la indiferencia, echemos tierra sobre las envilecedoras doctrinas que nos han nutrido durante treinta años, veamos de frente el porvenir, que sólo pertenece a los hombres de buena voluntad.
– – – – NOTAS – – – –
1 Véase “Junta Organizadora del Partido Liberal. Proyecto de Programa del Partido Liberal, que se somete a la consideración de los correligionarios”, publicado en Regeneración, no. 6, año I, 3ª época, abril 15, 1906.
Un ruido de cerrojos por toda la república, anuncia el principio de una de tantas represiones violentas que de tiempo en tiempo ejerce la dictadura para librarse de la acusadora palabra de los defensores de la libertad.
Hoy como ayer y como siempre, el argumento que esgrime el poder es el de la cárcel.
¿Habla un ciudadano palabra de verdad? pues a la cárcel, a rodearlo de una atmósfera de miseria y de desprecio; a humillarlo para ver si se consigue que su frente se incline al fin y selle con una sumisión vergonzosa su actitud batalladora y digna.
De todas partes nos han llegado noticias de atentados cometidos en estas últimas semanas contra hombres que cometieron el grave "delito" de decir la verdad, hoy que los actos de los ciudadanos deberían estar regidos por la hipocresía y la mentira. No basta el escándalo que tanto ha alarmado a la nación y ha resonado en el extranjero como una prueba de nuestra esclavitud: nos referimos a la larga prisión que han soportado los heroicos Carlos P. Escoffié Z. y Tomás Pérez Ponce, quienes tienen ya cerca de un año y medio de estar procesados en Mérida, Yucatán, sin que hayan obtenido ni su libertad ni una sentencia, que en todo caso tendrá que ser arbitraria, pero que al menos daría visos de legalidad a esa manifiesta venganza de que son víctimas nuestros correligionarios yucatecos; no bastaba, decimos, esa larga tortura que han sufrido los viriles yucatecos por haber denunciado la esclavitud en su tierra; nuevos escándalos se fraguaban en la sombra y hace unas cuantas semanas que han venido sucediendo en diversas regiones del país, y aun en el extranjero, donde se persigue encarnizadamente a los correligionarios Flores Magón y Sarabia.
En Oaxaca es empujado a la cárcel el altivo correligionario Adolfo C. Gurrión y expulsado del Instituto de Artes y Ciencias el bravo liberal Plutarco Gallegos; en Chinameca, Veracruz, según datos vagos que hemos recibido, un grupo de liberales ha sido objeto de un atentado que indigna; en San Juan Bautista, Tabasco, los antirreeleccionistas han sido reducidos a prisión; en Ahome, Sinaloa, un dignísimo liberal, el señor Jesús María Elizondo,1 ha sido vilmente atropellado y conducido al Fuerte en medio de una gruesa escolta por el "delito" de no ser servil; en esta capital, el valeroso Paulino Martínez2 es arrancado de su hogar y conducido a una bartolina de Belem, porque tampoco es servil; y por el estilo, una larga serie de atentados se están cometiendo para acallar esa protesta que vibra en el ambiente, esa acusación formidable de la opinión pública que señala a nuestros gobernantes como reos del delito de haber dado muerte a la libertad.
Todos los malos gobiernos se empeñan en acallar las acusaciones de los hombres honrados, con encarcelamientos y medidas violentas, y, como si ignorasen la historia, sueñan que de ese modo ya no habrá voces robustas que acusen. ¡Cómo se engaña el despotismo! Si antes de la primera víctima no había más voz que la de ésta, después serán cuatro, veinte, cien. El atentado tiene el privilegio de desprestigiar al que lo comete y de rodear de un nimbo de martirio a la víctima.
Ninguno propaga tanto las verdades que asientan los hombres independientes, como la misma tiranía que, con sus excesos, no hace más que comprobar que es mala, que es liberticida y que los perseguidores son los que tienen la razón.
El objeto de la dictadura al perseguir a los luchadores, ha sido el de matar el descontento, ¿pero es posible eso? ¿Es dando pruebas de crueldad como se adquiere una patente de bondad? ¿Para probar que lo amargo es dulce, es menester redoblar la amargura?
¡Ah, sueños locos de una dictadura que no acierta dónde poner el pie!
El suelo donde se asienta el actual despotismo está muy reblandecido, no ha habido lágrimas que no hayan mojado; no ha habido sudor que no haya caído en él; ¿y en cuanto a sangre?… Está rojo de ella.
¡En treinta años los cascos de los corceles de los cosacos han roto la veste de la república! Y mil conciencias indignadas ante la vista de esos jirones sagrados se resisten a someterse. Es, pues, inútil, que la tiranía se extreme y en sus últimas convulsiones quiera ahogar la protesta en las gargantas.
Ellas se hacen oír a pesar de todo.
Poned una hoja de papel en la boca de un cañón; a eso equivale correr un cerrojo detrás de un hombre libre; la hoja de papel no detendrá el disparo; los muros de la prisión no ahogan las maldiciones que brotan de los labios de los hombres enteros.
La oposición se robustece. De la inmensa masa de oprimidos donde tiene honda resonancia los excesos del despotismo, sale un clamor que crece a cada instante, sin cesar y que amenaza ser ensordecedor. ¿Eso es lo que se quiere acallar? ¿Puesta en vibración la primera capa atmosférica, habría algún loco que quisiera impedir el ensanchamiento de la onda sonora en el espacio libre?
Perded toda esperanza ¡oh déspotas! las voces acusadoras se oirán, y manos invisibles continuarán trazando en los muros de todos los palacios las amargas palabras: ¡Mane, Thecel, Phares!3
Quisiéramos llamaros a la razón, pero como la habéis perdido, nos conformamos con anunciaros que la justicia triunfará al fin. No os podéis detener en vuestro descenso, el plan inclinado que escogísteis os llevará a la derrota. Lo malo será que en vuestra caída os llevéis nuestra nacionalidad que habéis empujado por vuestro camino!
Pretendéis ahora un nuevo empréstito de cuarenta millones de pesos oro que acelerará la caída de la patria, esa Klonadyke4 ha abierto todos los apetitos.
Puede continuar el ruido de los cerrojos. Los ciudadanos pueden ser paseados entre filas esbirros y entre la conciencia de cada hombre y sus actos puede continuar interponiéndose el garrote de los gendarmes; la protesta no morirá. Las cárceles rebosarán de hombres enérgicos; en las encrucijadas habrá que poner algunas lápidas más; la protesta continuará creciendo hasta atronar el espacio como voz de tempestad.
Nadie podrá detener el avance de las ideas redentoras. Un luchador que cae, no es una idea que muere. Toda causa grande tiene sus sinsabores, pero ellos sirven para robustecer convicciones. El luchador preso o perseguido es como la semilla dentro de la tierra: si es buena, está en condiciones de fecundarse.
No hay que temer, pues, ni persecuciones ni cárceles. La idea no está al alcance de las garras de los opresores y ella es acariciada por todos los que anhelan un porvenir de libertad y de justicia.
Si no hubiera oprimidos; si hubiera buenos jueces; si el trabajador no viera desaparecer su pan en manos de los cuestores del gobierno y en las uñas de los que lo alquilan por un salario de mendigo; si las filas del Ejército no estuvieran suspendidas como una inmensa amenaza sobre los humildes; si no hubiera caciques, ni leva, ni tiranía, en fin, la idea no progresaría y tendría por tumba el cráneo mismo del que la hubiera concebido. Pero se vive en la patria una vida nada honrosa, azotados los ciudadanos por todos los audaces, y de ahí que la idea redentora no pueda morir, sino antes bien se robustece con los atentados con que a diario nos obsequia la dictadura.
Desengáñese el despotismo. La tiranía es un fruto podrido que en vano intenta afianzarse de la rama para no caer.
– – – – NOTAS – – – –
1 Jesús María Elizondo. Médico y político sinaloense. En 1906, fue presidente del Comité Liberal de Ahome, Sin., encargado de organizar los festejos independientes con motivo del centenario de Juárez. El Jefe Político, Ignacio de la Fuente, obstaculizó los trabajos del comité y acusó a Elizondo y a otros miembros del Comité de “faltas a la autoridad”. Fue aprehendido y trasladado a Los Mochis, y de ahí a El Fuerte, cabecera de distrito, donde recuperó la libertad bajo protesta.
2 Paulino Martínez (1862-19??). Periodista guanajuatense. Participó en la conspiración del general Trinidad García de la Cadena y Mariano Escobedo. En 1888 publicó El Chinaco, tras la clausura y confiscación de la imprenta se refugió en Laredo. Se vinculó al movimiento de Catarino Garza, Ignacio Martínez y Cecilio Garza, Emeterio Chapa y Jesús Ruíz Sandoval. Fue encarcelado en San Antonio, Tex., por violación a las leyes de neutralidad. A su salida publicó La Voz de Juárez y las memorias de Lerdo ambas en San Antonio; 12 años después regresó a México y refundó La Voz de Juárez en la ciudad de México. En 1906 entró a la cárcel y su fianza fue pagada por Francisco I. Madero; defendió la huelga de Río Blanco y dio asilo a sus dirigentes José Neira y Ramírez; publicó El Insurgente en 1908. En octubre de 1909, vuelve a exiliarse en San Antonio, Tex. En 1910 publica El Monitor Democrático. Cercano a Madero, quien le encarga la negociación con los Flores Magón, colabora en la fundación del Centro Antirreeeleccionista pero rechaza los tratados de Ciudad Juárez, presidió la delegación zapatista a la Convención de Aguascalientes. Murió asesinado por orden de Francisco Villa el 13 de diciembre de 1914 en San Bartolo Naucalpan.
3 Sentencia bíblica: (Daniel 25:28), traducida como: “pesado, contado, medido.”
4 Región aurífera de Canadá, en el territorio del Yukón. Las minas fueron descubiertas en 1896, lo que atrajo alrededor de 30 mil aventureros, provenientes principalmente de Estados Unidos.
No hay que hacer un gran esfuerzo para saber por qué el proletario mexicano no ha podido hasta hoy efectuar alguna conquista de importancia sobre el orgulloso capital. Dirigido por hombres que han visto en la gran masa obrera no un conjunto de hermanos a quienes redimir, sino un apoyo que le dé influencia cerca de los poderosos, el proletario mexicano ha permanecido esclavizado porque sus directores, en lugar de asumir una actitud independiente y francamente oposicionista, han comenzado por empujar a los trabajadores a postrarse a los pies de los gobernantes que nos oprimen.
Los Ordóñez1 los Fusco, los José María Gutiérrez F., todos esos individuos que han asumido la jefatura de los obreros ¿qué han hecho sino adular a los gobernantes para ganarse canonjías e influencias?
Bajo la dirección de tales jefes, hemos visto con dolor, todos los que con sinceridad deseamos el engrandecimiento del obrero, absolutamente desnaturalizadas las tendencias emancipadoras del trabajo. La nota culminante de las organizaciones obreras, ha sido la de un servilismo apenas dispensable en individuos que comen del gobierno, y que resulta odioso cuando es practicado por los oprimidos, por los que nada le deben al gobierno como no sea opresión y maltrato.
¿Qué resultados prácticos han tenido los Congresos Obreros2 de la república? Como no sea el afianzamiento de una curul por los jefes, nada más se ha logrado. La inmensa masa de obreros continúa esclavizada porque los pobres no supieron hacer otra cosa que adular a los gobernantes y aun nombrar a varios de esos gobernantes presidentes honorarios o socios de mérito, etc., etc.
En suma: sólo la adulación se ha practicado, y como consecuencia de esa adulación las cadenas del trabajador se han remachado, y sigue siendo, a pesar de los Congresos Obreros, el instrumento productor de oro para todos los bolsillos, —menos para los suyos,— y el mulo de carga mantenido por una escasa ración mientras puede dar sus fuerzas, para ser abandonado como bestia inservible cuando quebrantado por la ruda labor de largos años, es impotente para enriquecer a sus amos.
He aquí lo que se consigue por el camino de la adulación; la muerte miserable después de muchos años de fatiga, la vejez lastimosa en un hospital de caridad, verdadera prisión con que se premia una vida laboriosa y honrada.
No, no es adulando como se triunfa; no es dando cargos honoríficos a los magnates o pidiéndoles sus consejos como se triunfa sobre la sordidez del capital. Los magnates están unidos a los señores del dinero.
Hay que luchar con independencia y dignidad. Las grandes conquistas de los pueblos no han sido el producto de concesiones graciosas de los magnates, sino beneficios adquiridos por la energía de los oprimidos.
Palmo a palmo irá ganando terreno el proletariado mexicano, si obra con absoluta independencia del gobierno. El gobierno no quiere otra cosa que tener envilecido al trabajador para que no despierte, y es claro que no es adulando a la dictadura como conquistará el obrero sus legítimos beneficios.
Por la adulación no se ha hecho otra cosa que perpetuar la esclavitud del obrero mexicano esto es, se ha perpetuado su miseria. Hay pues que buscar nuevos rumbos, hay que dirigir los pasos por un terreno más firme.
Veamos más allá de las fronteras de la patria, para estudiar lo que en otros países ha sucedido. Por todas partes vemos a los trabajadores más o menos organizados, pero hay que fijarse bien en esta circunstancia: donde son verdaderamente fuertes las uniones obreras o "trait d’union," es en aquellas partes donde los obreros no adulan a los gobernantes ni los hacen socios honrados de sus agrupaciones.
Los obreros mexicanos deben seguir ese ejemplo, y no admitir que jefes ambiciosos los aprovechen para organizar manifestaciones en honor de los que oprimen al pueblo: papel que hasta hoy se ha hecho desempeñar a las sociedades obreras.
Se necesita una gran organización obrera; que cada gremio, unido firmemente por los lazos de la solidaridad se haga el propósito de conquistar sucesivas ventajas del capital; que las sociedades mutualistas se transformen en sociedades cooperativas; que se funden agrupaciones de resistencia; pero que no se comience por invitar a nuestros actuales funcionarios a revisar los reglamentos de las sociedades ni a conferirles puestos honoríficos, porque, entonces, la esclavitud será eterna.
Ese es el consejo que damos a los trabajadores.
Los que pensamos seriamente en el porvenir de la patria, consideramos que ella solamente será grande cuando todos sus hijos sean felices, y que irá en camino de su grandeza cuando una mayoría sea feliz. Trabajemos, pues, por ponerla aunque sea en el camino de la grandeza si es que no podemos llegar a verla completamente grande.
Ahora, una minoría egoísta es feliz, mientras la inmensa mayoría de parias se conforman con las limosnas que les arrojan los poderosos. Si se logra que la mayoría sea la feliz, habremos hecho una obra buena, habremos encaminado a la raza para que de conquista en conquista, llegue al apogeo de su grandeza.
Trabajar menos horas y alimentarse mejor, debe ser la conquista inmediata del pueblo obrero. Hay que unirse para obtener esa conquista que debe ser considerada como uno de tantos escalones que conducen a la liberación.
Uníos proletarios; formad un solo cuerpo con todos los que luchan por la libertad y juntos conquistaremos el derecho a vivir como hombres libres en una sociedad de hermanos. No os inclinéis jamás, que las manos endurecidas en el trabajo dan mejor título a ser altivos, que las cruces con que los prohombres se adornan los pechos.
El porvenir es de los que trabajan. ¡No desmayéis, obreros!
– – – – NOTAS – – – –
1 Pedro Ordóñez. Periodista. Representó a la Sociedad Unionista de Sombrereros en el Congreso General de Obreros, reunido en la ciudad de México, en abril de 1876. Presidió el Congreso Obrero de la República Mexicana, en diciembre de 1879, que promovía la formación de sociedades mutualistas en el territorio nacional. Dirigió La Convención Radical Obrera (1887), periódico que postuló a Díaz para el periodo (1892-1896).
2 Refiérese a la tradición iniciada con el Congreso Obrero de 1876, e impulsada por el oficialista Gran Círculo de Obreros de México, que agrupaba a sociedades mutualistas de artesanos y trabajadores. A partir de 1879, la organización de aquellos corrió cargo del Gran Círculo Nacional de Obreros, protegido por el gobierno porfirista.
Todavía recordamos aquellas acusaciones que los periódicos gobiernistas hacían a la oposición tachándola de inconsecuente, de absurda, de caótica. Las primeras manifestaciones del descontento popular, recibieron la punzante burla de los asalariados defensores del despotismo. No había chascarrillo que no se aplicase a la oposición, buscándole atropelladamente un lado cómico para matarla en medio de risotadas y de encogimientos de hombros.
Los lacayos de los poderosos fingían despreciar la oposición y reían, reían de los que ellos llamaban juegos de escolares desaplicados, entrenamiento de estudiantes en vacaciones.
Se decía que la oposición no sabía a dónde iba. ¿Qué quieren esos descontentos? Esta era una pregunta eternamente repetida por los turiferarios del Poder. ¡Ah! —se contestaban ellos mismos,— quieren una curul, quieren vivir del Presupuesto!
Se tenía prevención contra todo oposicionista, porque, desgraciadamente, nunca han faltado tránsfugas iscariotes que se venden por un puñado de monedas, los ha habido en todas las causas. Apenas aparecía un oposicionista, la maledicencia rompía el freno y echaba a correr arrojándolo todo por el amplio campo de la calumnia. Para los gobiernistas, el oposicionista era un ser despreciable, holgazán, que quería que el gobierno le cerrara la boca con un candado de oro.
Pero la acusación que según los gobiernistas tenía mejor efecto, consistía en atribuir falta de orientación a los trabajos oposicionistas.
¿A dónde va la oposición? preguntaban continuamente los periódicos de la dictadura.
Ahora ya saben nuestros enemigos a donde vamos los oposicionistas liberales. Ya no podrán tachar de caótica a la oposición: vamos a la conquista de la libertad y del bienestar.
El Partido Liberal representa las aspiraciones sanas de la sociedad para salir de las tinieblas con que ha permanecido encadenada treinta años. Nada nebuloso hay en esas aspiraciones; se puntualiza todo lo que se considera necesario para poner a la nación Mexicana en aptitud de llegar a obtener un progreso efectivo y una gran libertad.
¡Cómo se engañaban los periódicos mercenarios cuando aseguraban que la oposición no tenía rumbo así como un peñasco lanzado al azar!
Era indudable que la oposición tenía un derrotero. El ciudadano atropellado en la casilla electoral, sabe que necesita libertad; la víctima de la venalidad de un juez, sabe que necesita justicia; el obrero que trabaja de sol a sol, sabe que necesita la jornada de ocho horas y un mayor salario; los que sufren los abusos de los caciques, saben que necesitan garantías; el que no tiene tierra que cultivar, mientras otros tienen de sobra, sabe que es justo que se le ponga en posesión de un pedazo de la tierra hasta hoy acaparada; en una palabra; los que sufren por la tiranía, saben que necesitan ser libres.
Sí: la oposición sabía a dónde iba. No era un barco sin timón que espera el soplo del viento para que lo empuje a cualquier playa. La oposición, consciente de su destino, ha venido marchando enérgica a pesar de los escollos, invencible a pesar de las infidencias, hasta llegar a formar su Programa que, con una bandera, sintetiza las aspiraciones sanas de una sociedad cansada de estar gobernada por el machete.
No era una cura lo que querían los oposicionistas; no era un candado de oro el que solicitaban con sus acusaciones formidables. El movimiento estaba orientado desde hace muchos años, no por un solo oposicionista ni por un grupo encarnizado, sino por todos los hombres que no habían perdido la dignidad y que han conservado la fe en el triunfo de la justicia.
Ya ven los periódicos enemigos que los oposicionistas sabemos a dónde vamos.
Hemos encauzado nuestras cóleras y discriminado nuestras ansias reivindicatorias. Nada de caótico hay en la oposición; todo está concretamente definido.
El Programa del Partido Liberal, estaba ya en la mente de todos los hombres de bien. Ante los excesos de la tiranía las conciencias claman por la justicia.
¿Qué dirán ahora los periódicos del gobierno? Callan como mudos respecto del Programa, pero su despecho los hará vomitar injurias personales. Los impotentes, como los mulos, se sirven de las pezuñas para desahogar sus iras.
Pero eso no será un obstáculo para que la gran idea eche raíces en todos los cerebros. Las almas de los humildes recibirán un consuelo. Su desventura tiene remedio, y es aquí, en la tierra, no en un cielo mentiroso, donde encontrarán la felicidad, si ellos así lo quieren. Basta querer para obtener. El hombre es desgraciado porque se resigna, porque no aspira a ser feliz.
Con suspiros y quejas sólo se consigue insolentar a los que oprimen.
El Programa del Partido Liberal debe ser conocido por todos, y en tal virtud, todo ciudadano que tenga amor a la causa de la libertad, no debe ahorrar esfuerzos por hacerlo circular. Es necesario estar convencido de que muchos hombres se resignan a sufrir, porque nunca ha llegado hasta ellos una palabra de verdad. Las mentiras que propaga el gobierno y las mentiras que propaga el fraile, forman el lamentable bagaje que muchos infortunados llevan sobre su cerebro, y es necesario hacer la paz; hay que decir que sobre el fraile y sobre la dictadura está el derecho inalienable que todo hombre tiene a ser libre y a ser feliz.
De ese modo, también, los que como los periodistas alquilados consideran que la oposición marcha sin norte hacia un destino desconocido, se convencerán de que nuestras aspiraciones son definidas y dignas de que las secunden todos los hombres honrados.
Que se sepa bien cuál es el camino que seguimos los oposicionistas en nuestra marcha, y con ello se conseguirá que muchos hombres que hasta hoy se mostraban indiferentes, secunden con ardor los trabajos del Partido Liberal hasta obtener el triunfo.
Para concluir no dejaremos de consignar un hecho; el miedo de la dictadura. Aquella risa forzada con que recibieron esos periódicos las primeras manifestaciones del descontento popular, cuando se quería ahogar la oposición en un mar de ridículo, ha desaparecido por completo. El éxito de los trabajos oposicionistas, a pesar de las burlas y de las calumnias, ha desconcertado al despotismo.
La voz de la verdad cundió gracias a perseverantes trabajos, y hoy ya son legión, los que consideran que el infortunio procede del sistema opresor que impera en la patria.
Debemos, enorgullecernos todos los liberales del terreno que hemos ganado palmo a palmo, y hacemos el firme propósito de no retroceder, sino que, por el contrario, avanzar cada vez más y engrosar nuestras filas con nuevos adeptos.
Nunca dejaremos de creer que el triunfo es nuestro. No nos desunamos los que ya estamos unidos, antes bien procuremos que se nos unan nuevos correligionarios, y, de ese modo, triunfaremos.
Que rían los lacayos, que injurien y calumnien los bellacos y los tránsfugas. Detrás de todas las risas y las injurias de los enemigos está el miedo femenil de los déspotas que azuzan sus cachorrillos para manchar una causa. Pero todo es inútil, ¡oh tiranos! Ya es tarde; el dolor que habéis llevado a los corazones se ha transformado en odio. Convenceos: ya es tarde para destruir la causa de la justicia.
Un desventurado periódico, La Semana Comercial, inspirado indudablemente por los que tienen interés en que la nación reconozca la deuda de Maximiliano, aconseja al gobierno que reconozca esa deuda, no menor de cien millones de pesos, únicamente para dar una prueba de la fenomenal solvencia de la república.
Nuestros lectores ya están al corriente de lo que significa esa deuda. Ella fue contraída por el emperador Maximiliano para pagar a los soldados franceses que asesinaban a nuestros padres. La deuda, por esa razón, es odiosa, y al reanudarse las relaciones entre México y Francia, se estipuló que no se reconocería.
Se había echado en olvido la tal deuda. Ya ninguno de los tenedores de "petits biens" tenía esperanzas de recuperar el dinero que habían facilitado para degollar al pueblo mexicano; pero los "científicos" que están siempre a caza de negocios, han resucitado el asunto viendo en el fondo de él una flamante tajada que devorar.
El negocio es brillante para esos fenicios ávidos de oro. Bonos que no valían nada, pueden adquirirse casi regalados, y si se logra hacerlos valer, con unos cuantos centenares de pesos que se hayan gastado en adquirirlos, se realizará una ganancia de cien millones de pesos.
Esa es la operación que quieren hacer unos cuantos ambiciosos echando sobre la nación una nueva abrumadora carga.
Ahora bien; como el negocio quieren hacerlo los "científicos", sin darles nada a los reyistas, estos pobres diablos han puesto el grito en el cielo y aseguran en sus papasales que la dictadura no aprobará tal deuda.
Nosotros, en cambio, creemos que si los "científicos" se empeñan, la deuda será reconocida.
La dictadura no cuenta con más apoyo que el que le prestan sus lacayos, y es indudable que tiene que concederles favores para tenerlos gratos. ¿En qué se gasta el dinero de la nación si no en mantener a los serviles?
Todo negocio que aproveche a los lacayos tendrá que aprobarse. Eso lo saben bien los reyistas, pero nunca han tenido la entereza de confesarlo.
Siempre cobardes, siempre hipócritas, los partidarios de Bernardo Reyes no se atreven a tocar a la dictadura.
Ambiciosos y ávidos de enriquecerse, los reyistas han declarado guerra a muerte a los "científicos" para ver si logran gozar de las preferencias de la dictadura. No es la dignidad la que se rebela en esos mercaderes, es el estómago. Si fueran dignos, no servirían al desprestigiado gobernador de Nuevo León.
El pueblo ve con igual repugnancia a "científicos" y reyistas, camarillas de lacayos que sólo se distinguen en que los primeros hacen mejores negocios que los segundos, de donde nace el odio que éstos profesan a aquellos.
Si se reconoce la deuda de Maximiliano, no serán los culpables los "científicos" sino la dictadura. El reyismo quiere hacer entender que Porfirio Díaz es víctima de los "científicos", como si tratara de un chicuelo a quien pervierten amigos ya entrados en años. Es que el cobarde reyismo no se atreve a asumir una actitud viril.
La dictadura es la responsable de todos los males que afligen al pueblo. Porfirio Díaz no es un menor de edad a quien corrompen los hombres que lo rodean. Él es el que ha sostenido a muchos para que lo ayuden a sostener el despotismo, y de su voluntad dependen todos los asientos de la administración pública.
La camarilla de burgueses ventrudos que ramonea en los pastos del Presupuesto y se enriquece con grandes negocios más o menos turbios, la camarilla "científica", no existiría si no existiera la dictadura que necesita apoyo porque no lo tiene de parte de pueblo, y echa mano del primer guiñapo moral que se le presenta ofreciendo sus servicios.
Es pues a la dictadura a la que hay que culpar, y así lo comprende el pueblo con ese buen sentido de que ha dado prueba en muchas circunstancias.
No sería remoto que se reconociera la deuda de Maximiliano así como se reconoció la deuda inglesa1 y se sometió a arbitraje la deuda conocida con el nombre de Fondos Piadosos de California2, no dándose al licenciado Emilio Pardo los datos que se necesitaban para que triunfara México.
Conocemos bien a nuestro dictador, y sabemos que no le preocupa el porvenir de la patria. Su interés consiste en permanecer en el puesto mientras viva, y asegurando negocios a sus favoritos lo consigue.
Poco le importa a don Porfirio el futuro de la patria. Para él no existe más que el presente y por eso lo vemos contratar empréstitos tranquilamente cuando sabe muy bien que la empobrecida nación ya no cuenta más que con su territorio para pagar las deudas.
"Después de mí, el diluvio," debe decir el dictador.
Y así será si se siguen contratando nuevos empréstitos o reconociendo deudas que no deben ser pagadas.
El pueblo será el que pague con la vida de sus hijos, los actuales derroches de dinero, pues no serán los "científicos" ni ninguno de los que se ha aprovechado del actual desbarajuste, los que presentarán sus pechos cuando los banqueros extranjeros envíen sus soldados para pagarse con el territorio nacional. Los que se han aprovechado del actual desorden se pondrán a salvo con sus tesoros tan pronto como en nuestros mares aparezcan las escuadras extranjeras.
Este es el porvenir de los pueblos que abandonan sus derechos.
– – – – NOTAS – – – –
1 Refiérese al convenio Noetzlin-Sheridan, que normaba el pago del adeudo mexicano a aquella nación. En noviembre de 1884, tras dos días de agitación popular y estudiantil fue rechazada.
2 Véase supra, n. 247.
Varias veces hemos leído en los periódicos del gobierno, y en los periódicos clericales que son también del gobierno, consejos paternales a los obreros. Naturalmente, se les aconseja sumisión, se les exhorta a que sean respetuosos con sus patrones, en una palabra, se les enseña a que sean serviles y abyectos para que no se opongan a que la autoridad los utilice para soldados; a que el fraile lo envenene con sus doctrinas buenas para eunucos y no para ciudadanos, a que el patrón les arranque más o menos brutalmente la lana.
Esta educación servil que se da a los obreros, tiene consecuencias fatales, consecuencias que todos los hombres que estudiamos el medio social en que vivimos, podemos palpar.
Una de las consecuencias es la miseria en que vive el obrero y la ninguna estima en que lo tienen las clases elevadas de la sociedad.
En efecto, la miseria es el producto de la sumisión. Los hombres que por acatar las doctrinas envilecedoras de la Iglesia y de la tiranía, no luchan por mejorar su condición, van derecho a la esclavitud.
No; la victoria no es para los sumisos. ¿Qué otra cosa quisieran los que embaucan si no turbas de ilotas?
El obrero debe trabajar pero no como lo hacen los forzados. Debe trabajar como hombre libre satisfecho de proporcionarse comodidades con sus músculos, con la seguridad de que de ese modo trabaja por la felicidad general cooperando a la producción.
Pero hoy el obrero no trabaja así. Inclinado sobre el trabajo de diez a quince y aun dieciséis horas diarias, sólo procura el bienestar del que toma en alquiler su fuerza, y a él, al obrero, no le queda más que el cansancio de la abrumadora tarea, en cambio de un salario que ni los pordioseros admitirían.
Tal estado de cosas es notoriamente injusto, ¿pero cómo remediarlo? ¿Por medio de la humilde sumisión? No; sobre los débiles tienen derecho a cabalgar los fuertes; los hombros de los humildes se hicieron para soportar el peso de los audaces; la libertad es un don que obtienen únicamente los hombres de puños robustos.
El obrero debe pensar que puesto que a él se debe la riqueza, tiene derecho a gozarla, y que nunca podrá tener goce si continúa inclinado durante largas horas sobre un trabajo duro hasta para galeotes. El obrero debe pensar en que todo triunfo necesita un trabajo preliminar de organización. Deben, pues, organizarse los obreros, unirse para poder ir conjuntando sobre el capital el derecho que tienen a ser felices todos los que producen.
La conquista de la jornada de ocho horas y de un aumento de salario, pondrá a los trabajadores, esto es, a los que producen la riqueza, en aptitud de fortalecerse y de emprender la marcha hacia mejores conquistas.
¿Qué hombre honrado no quiere que el trabajador se eleve, que sea feliz y se dignifique por medio de la libertad?
Todos los que soñamos con una patria grande y gloriosa, deseamos eso, y por lo mismo el Programa del Partido Liberal procura esa conquista. Todos los hombres que sinceramente trabajan por la grandeza de la patria comprenden que para que ella llegue a ser verdaderamente grande, necesita que sus hijos sean felices.
Seguiremos siendo esclavos; si sólo unos cuantos mimados de la fortuna siguen poseyendo las tierras mientras millones de mexicanos no son dueños ni de la pequeñísima porción de tierra que ocupan sus pies; si el trabajador continúa suicidándose en sus pesadas labores sin contar con una buena ración alimentación; si los niños proletarios por su pobreza no pueden ir a las escuelas, y los adultos por la miseria y la fatiga no pueden ilustrarse; si el trabajador continúa siendo carne de presidio y de cañón, y la mujer obrera continúa luchando con la disyuntiva terrible de prostituirse o morirse de hambre; si todo eso se perpetúa, no pensemos en la regeneración política y social de nuestra patria y suicidémonos de una vez si no tenemos el deseo, la voluntad de ser felices.
Por el camino de la resignación no podrá llegar a ser grande ningún pueblo. Naturalmente los que están interesados en que se perpetúe un estado de cosas que significa el dolor de muchos y el regocijo de unos cuantos, predican el envilecimiento. Pero los espíritus libres debemos luchar contra tales supercherías.
La historia no da cuenta del engrandecimiento de ningún pueblo conforme con su desgracia, y aun los individuos en particular, cuando se abandonan, cuando ya no abrigan las reacciones sanas, permanecen en la mediocridad desesperada que revela su falta de voluntad.
No nos abandonemos conciudadanos. Despreciemos a todo aquel que nos hable de resignarnos con la suerte que nos tocó. Seamos activos y honrados, unámonos y seremos felices.
La felicidad está al alcance de nuestras manos; tomémosla; desposémonos con ella. De lo contrario seguiremos atados al potro de todas las tiranías y desapareceremos como nación y como raza. Los débiles perecen.
Perpetuemos nuestra raza pero no una raza de esclavos. Mas si nos resignamos; si no tenemos fuerza para sacudir el yugo, seamos al menos, como dijo Martí,1 tan dignos como los elefantes; no tengamos hijos.
– – – – NOTAS – – – –
1 José Martí (1853-1895). Político y escritor cubano. Desde muy joven combatió por la independencia de Cuba del dominio español, razón por la que estuvo largamente exiliado en varios de países de Latinoamérica y en Estados Unidos. Fundador del Partido Revolucionario Cubano. Murió en la batalla de Dos Ríos. De su obra poética destacan sus Versos sencillos y Versos libres; de sus escritos sociales: El presidio político en Cuba (1871), La República española ante la revolución cubana (1873) y las Bases del Partido Revolucionario Cubano (1892). En Nuestra América (1891), plasmó su ideario latinoamericanista.
Continúa siendo el tema de la prensa, la interesante cuestión del juicio de amparo que, según la dictadura debería restringirse para evitar que en la Suprema Corte de Justicia de la nación, se sigan acumulando juicios y más juicios que tienen que ser revisados y de los cuales hay pendientes de resolución muy cerca de cinco mil.
Nada más natural que un gobierno autocrático como el de Porfirio Díaz trate de restringir los derechos de los ciudadanos.
Lo raro, lo estupendo, sería ver a la dictadura destruyendo los obstáculos que se presentan a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos.
Hay cinco mil juicios de amparo pendientes de resolución, y cuando esa respetable cifra reveladora de los atentados de que a cada paso son víctimas los mexicanos, debería indicar a un gobierno patriota que es necesario, que es urgente suprimir la injusticia, lo único que se le ocurre al gobierno que nos oprime, es suprimir la justicia. La dictadura ha pensado de este modo: son muchos los que piden justicia, pues suprimámosla para que ya no la pidan.
Todo eso encaja muy bien dentro del programa de la tiranía y nadie habla de asombrarse. Lo asombroso está en que, aunque mutilada, nos quede aún una Constitución.
Nosotros creemos que con juicio de amparo o sin él, mientras subsista la actual dictadura, seremos igualmente infortunados. La dictadura trata de reformar ese juicio, pero así como ha sido impracticable hasta ahora, lo será después de la reforma. Restringiendo el juicio de amparo, será tan ilusorio como lo es ahora. El mal no está en las leyes, sino en los encargados de aplicarlas.
Leyes magnificas nos quedan muchas ¿y hay justicia por ellas?…
El tuxtepecano nos ha enseñado que nada significan las leyes, si los encargados de aplicarlas no las observan, y por eso no nos preocupa que Porfirio Díaz quiera hacer todavía más impracticable el juicio de amparo, pues tenemos la seguridad de que nunca habrá justicia en nuestro infortunado país mientras subsista el régimen actual.
Convencidos de que el actual gobierno solo procura su provecho propio, esto es, el bienestar de los hombres que lo integran, trabajamos para el porvenir en el que tenemos fijas las miradas.
En efecto, hemos tenido juicio de amparo, más o menos practicable, pero en fin, hemos tenido un último recurso del que muchos se han acogido sin obtener la más mínima ventaja. Los juicios de amparo, como lo ha confesado el mismo dictador, duermen cobijados por el polvo y las telarañas en los estantes de la Suprema Corte de la nación. ¡Hay cinco mil expedientes en esos estantes, que son otros tantos atropellos infligidos a los ciudadanos!
¡Y habría cien mil expedientes más si nuestros compatriotas no hubiesen comprendido al fin que nadie los ampara y que sólo los ricos y los mandones tienen para sí la justicia!
No se trata solamente de cinco mil arbitrariedades, de cinco mil ataques a los derechos del hombre; el número de expedientes de amparo, es todavía mil veces inferior a los atentados de todas clases, que en todas partes y a todas horas se cometen. Miles de ciudadanos prefieren devorar sus cóleras, a promover un juicio de amparo anticipadamente condenado a descansar bajo un sudario de polvo y de telarañas…
No hay justicia en nuestro país, y esta verdad es axiomática. A pesar del juicio de amparo las autoridades se desmandan y nos gobiernan como si fuésemos cafres.
En los batallones hay millares de individuos a quienes se ha atemorizado para que no pidan amparo contra su ilegal consignación al servicio de las armas. Otros millares hay también que han pedido amparo a pesar de los consejos en contrario, y que no han conseguido sino agravar su condición.
Cuántos ciudadanos a quienes la autoridad ha coartado el derecho que tiene a elegir funcionarios, han perdido su tiempo y su dinero recurriendo a la justicia federal en demanda de amparo, cuántos otros, sentenciados injustamente por uno de tantos jueces como hay, han pedido amparo sin conseguir un átomo de justicia. Los expedientes de todos duermen en los estantes, o han sido despachados a la carrera, sin estudio, dando la preferencia a las autoridades violadoras de garantías constitucionales.
En un medio así, de injusticia, "a outrance", en que la suerte de los ciudadanos no depende de la ley, sino del capricho, es inútil que haya juicio de
Amparo, y si se le reforma en el sentido de restringirlo y aun si se le suprimiera en los absoluto, seríamos tan desgraciados como si constara por escrito que fuera lo más amplio posible.
Ese es nuestro criterio, y por eso no nos preocupa mucho que, durante la actual dictadura haya o deje de haber juicio de amparo. Sabemos por anticipado que de todos modos no ha de haber justicia, y que política y socialmente, los mexicanos tendremos que ser parias, mientras no triunfe el Partido Liberal y se habrá al pueblo redimido el camino que hoy obstruyen la ambición de unos cuantos y el capricho de un puñado de audaces.
El juicio de amparo aportará bienes efectivos, cuando otros hombres tomen a su cargo la dirección de los negocios públicos del país. Para entonces debemos laborar, incitando a todos los compatriotas a que se unan, a que formen una unidad robusta con el conjunto de todas sus voluntades, encaminadas, no al sostenimiento de la actual tiranía, sino a la formación de ese medio de libertad y de justicia que de todo corazón anhelamos.
La dictadura es un tronco podrido que ningún beneficio general puede garantizar, y si se tratara, no ya de restringir el juicio de amparo, sino de aplicarlo y de hacerlo verdaderamente práctico, la reforma, sin morir la dictadura, sería absolutamente inútil. Eso equivaldría a injertar ramas vigorosas en un tronco que se desmorona de podredumbre y de vejez.
Dejemos a la dictadura que restrinja o amplíe el juicio de amparo, seguros de que la injusticia será la misma, y dediquémonos a transformar este medio que a ojos vistos nos envilece.
Estudiemos, con afán de hombres honrados, lo que necesita el pueblo para avanzar y no morir de abyección. ¿Por qué no mejor que perder el tiempo en discusiones estériles con los periódicos de la dictadura, nos dedicamos los periodistas verdaderamente independientes a popularizar el Programa del Partido Liberal? Haciendo esto último, tendremos la seguridad de trabajar por el bien efectivo del pueblo.
Desengañémonos; nada se conseguirá con el juicio de amparo, mientras Porfirio Díaz sea el árbitro de todos los asuntos; mientras el fraile continúe envileciendo a los hombres, y mientras el rico siga abusando del obrero. Propongámonos, como hombres y como mexicanos, unirnos, ser fuertes y luchar por ideales redentores. ¿No es vergonzoso que el pueblo mexicano sea un pueblo de analfabetas en este siglo XX? ¿No abochorna que los hombres que trabajan, coman menos que los holgazanes que los roban? ¿No subleva que unos cuantos gocen de la vida mientras millones de parias se pudren en la indigencia y se agotan de dolor? ¿Cómo vamos a hacer que amen la patria hombres que sólo reciben escupitajos de las autoridades y ven acaparada la tierra en que nacieron por uno cuantos señores feudales? ¿Qué redención puede operarse cuando los niños son explotados por los ricos en lugar de ir a la escuela, y las mujeres proletarias tienen —¡oh, vergüenza para los hombres!— que prostituirse muchas veces para ganar un pan que no pueden obtener con su trabajo vilmente explotado por amos avaros?
¡Ah; hay muchos males que necesitan urgente remedio! El juicio de amparo es ilusorio, mientras no haya justicia. No perdamos el tiempo en discusiones que resultan pueriles por puro inútiles. El mal está en el sistema todo que nos maltrata y en cuyos rodajes vamos dejando nuestra dignidad y nuestro porvenir.
Unámonos, compatriotas. El Partido Liberal ha convocado a todos los mexicanos. Sostengamos su Programa que en la negrura de nuestros infortunios ha aparecido como la aurora de una era de más equidad. Ya es tiempo de escoger: o nos resignamos a ser juguete de todas las tiranías, o nos unimos e imponemos nuestra voluntad de ser libres.
¡Escojamos!
Si se perpetuase la actual dictadura; si la máquina que nos tritura nunca llegase a descomponerse y a morir: si el despotismo con su legión de esbirros y su El Imparcial solapador de cuantos viviesen varios lustros más, —por un extraño y funesto fenómeno de longevidad,— la nación Mexicana llegaría a ser un país extranjero para los mexicanos.
Esta triste reflexión nace sin esfuerzo, ora contemplando esa desmedida invasión de hombres de raza amarilla que vienen a disputarle al mexicano la escasa pitanza que una plutocracia avara le concede, —explotando criminalmente las fuerzas del bracero,— ora leyendo las malévolas doctrinas de la prensa burguesa, que en su desprecio soberano por los intereses de la nacionalidad y el porvenir de la raza mexicana, sólo atiende al interés de la dictadura y al enriquecimiento de los negociantes, nacionales y extranjeros, que ayudan a sostener el despotismo.
Desde su fundación, El Imparcial ha aturdido al pueblo con este estribillo: hay escasez de brazos en la república, y es necesario importar brazos de cualquier raza: chinos, si chinos quieren venir.
En efecto, los grandes negociantes no encuentran a la mano el número de brazos que necesitan explotar; no hay suficiente número de esclavos disponibles y entonces, El Imparcial, que está al servicio de los que oprimen, pone el grito en el cielo y sale en defensa de los intereses de los "pobrecitos" señores capitalistas, que están en el gravísimo peligro de no ver aumentar sus tesoros en la proporción que su ambición deseara.
El Imparcial allana la dificultad con asombrosa facilidad: ¿faltan brazos? pues a traerles de China. En lugar de estudiar la cuestión como lo indica la honradez, desata el nudo gordiano como el personaje histórico cortándolo.
Las negociaciones que hay en la república necesitan brazos, pero brazos de esclavos que trabajen hasta dieciséis horas diarias y que se conformen con una ración de alimento como para un pájaro, y brazos de esa clase es difícil encontrarlos aun en nuestra infortunada raza tan sobria, tan leal. Por eso El Imparcial órgano de los que oprimen, aboga por los chinos, cuya suciedad y servilismo son legendarios. El chino trabaja por menos dinero que un mexicano.
Un periódico que ame al pueblo del cual forme parte nunca abogaría porque a los trabajadores de su patria se les hiciera competencia por trabajadores de otro país que se alquilaran por menos. Todavía más: un verdadero periódico, un defensor de los intereses de la sociedad y no de los intereses de unos cuantos especuladores, reprocharía que no ya obreros chinos, sino aun obreros mexicanos, hiciesen competencia por menos precio a los demás trabajadores mexicanos.
Pero El Imparcial no entiende nada de esto. Defender a los humildes no es "negocio", y defiende, naturalmente a los que pueden cubrirlo de oro: los ricos y el gobierno.
En realidad no hay escasez de brazos en la república. Para los negocios que hay, sobran brazos. Lo que sucede es que los mexicanos no quieren ser esclavos, no quieren que se les explote villanamente, y por eso no van a trabajar a las negociaciones que se quejan de la falta de obreros nacionales.
Mexicanos dispuestos a trabajar hay muchos; pero ¿cómo es posible que admitan los miserables salarios que se les paga por trabajar hasta deslomarse?
Regularmente ha sucedido que las negociaciones que se quejan de la falta de brazos, o algunas de ellas, han encontrado el sistema de enganches para proveerse de trabajadores. Al principio, gran número de éstos, atraídos por las halagadoras promesas de las negociaciones, se enganchaban; pero comenzaron a circular relatos espeluznantes sobre el pésimo tratamiento que se da a los trabajadores en esas negociaciones; se hizo público el tremendo abuso de que no se pagaba el sueldo que para atraer braceros se prometía; la prensa denunció mil y un atentados de que eran víctimas los proletarios, a quienes se llega a azotar y aplicar tormentos, o bien se les tiene contra su voluntad algunos años después de que terminó el plazo fijado en los contratos.
Se llegó a saber que los trabajadores enganchados vivían como presos, se les encerraba durante las noches y recibían pésima alimentación. Y como para subrayar todas esas descripciones nada tranquilizadoras, la autoridad no atendía quejas ?ni las atiende actualmente,? estando siempre de parte de los ricos.
¿Podría haber trabajadores mexicanos que sabiendo que se les iba a hacer víctimas de humillaciones y de maltratos, aceptasen ir a trabajar donde se les hacía esclavos?
Los brazos empezaron a escasear por ese motivo, y entonces la prensa gobiernista se dedicó a denigrar al trabajador mexicano y a aconsejar que se trajeran braceros chinos. El chino trabaja todavía por menos dinero que el mexicano y es, por lo mismo, más ventajoso para los especuladores contratar chinos, cuya presencia en nuestra patria, indica la falta de patriotismo de nuestro gobierno, que en lugar de trabajar por la dignificación del obrero mexicano, trae chinos serviles que le quiten el trabajo, o lo que es lo mismo, el pan de las familias pobres.
La renuencia del trabajador mexicano a engancharse para ir a ser esclavo en las grandes negociaciones, debía haber obligado a éstas a ser más humanas, a pagar mejores salarios y a cumplir en todas sus partes los contratos con los obreros; per a nuestro gobierno no le importa la suerte del pueblo y permite, —y quién sabe si hasta lo aconsejará,— que se traigan chinos para suplir la falta de brazos mexicanos que no quieren ser esclavos.
Decimos que tal vez aconseja el gobierno la importación de ganado amarillo, porque la prensa independiente ha estado diciendo en estos últimos meses que tanto Porfirio Díaz, como Ramón Corral, aconsejan a los dueños de empresas que no paguen buenos salarios a los obreros.
Hay en nuestra patria millones de hombres que no quieren otra cosa sino trabajar, pero no como mulos bajo el látigo del negrero, sino en condiciones más justas. El trabajador mexicano no es, como dice El Imparcial, un individuo adherido al terruño como el caracol a las raíces del árbol, y que no sale de su pueblo en busca de trabajo. La vulgar mentira solamente la creerán los que sólo conocen los asuntos del país por lo que dicen los periódicos gobiernista, o lo que es lo mismo, nada saben del país en que viven, porque esos periódicos propagadores del engaño, nunca dicen la verdad.
El trabajador mexicano es emprendedor y busca su felicidad; pero en nuestro país tiene en su contra a los caciques, a los malos gobernantes, que pesan sobre él del mismo modo que los ricos. Cuando el trabajador mexicano procura su bienestar, tropieza con el cuartel o con el presidio. Que vaya un trabajador a exponer ante una autoridad una queja contra los poderosos del dinero; si no se les castiga por "díscolo", por "revoltoso", por "calumniar" al señor de la negociación, cuando mejor librado sale tiene que soportar la aguardentosa reprimenda de cualquier cacique de los ricos.
Si El Imparcial obrara de buena fe, si no moviera sus linotipos y rotativas el chorro de dinero que los ricos y la dictadura vierten en los bolsillos de sus redactores, no se atrevería a estampar contra los obreros las falsedades que acostumbra. El trabajador mexicano no vive adherido al terruño como un caracol, sino que, buscando un respiro a la negra miseria en que vive por causa de la tiranía, busca fuera del país el pan que aquí se le escatima.
Año por año franquean la frontera norte de la república para ir a trabajar a los Estados Unidos, unos cien mil mexicanos que desmienten las crónicas afirmaciones del papasal de la calle de las Damas.
El Imparcial no ignora eso, y sabe, además, como nosotros, que esos cien mil mexicanos van huyendo del hambre y de la tiranía, que van a trabajar a donde se les roba menos que aquí.
Y ante el éxodo no interrumpido de los mexicanos, y la llegada continúa de hombres de raza amarilla, pronto la sociedad mexicana tendrá que arrepentirse de haber visto con tanta indiferencia una cuestión que revela la falta de patriotismo de nuestro gobierno. En virtud de la competencia china, el trabajador mexicano se verá obligado a emigrar, ya que en su tierra es un paria, y todo redundará en beneficio de unos cuantos mimados de la fortuna que aumentarán sus millones, con perjuicio de los mexicanos que veremos invadida nuestra tierra por la sangre amarilla, mientras la mexicana se marcha de la tierra de sus padres, donde en lugar de apoyo y amparo se encontró con el látigo del negrero y la disyuntiva de morirse de hambre o envilecerse como un chino para soportar la competencia de brazos.
¿No hay razón, y de sobra, para que los verdaderos liberales ansiemos una era de libertad y de justicia en la cual pueda el pueblo redimirse?
No desesperemos, pronto vendrá si todos nos empeñamos en advertir a las personas con quienes diariamente tratamos, del peligro que corre nuestra nacionalidad si el actual gobierno se perpetúa.
Nuestros males tienen remedio. Propaguemos el Programa del Partido Liberal; sacudamos nuestra apatía y cesará la ignominia que ya nos llega al cuello y amenaza tragarnos. Dejemos a nuestros hijos una patria libre.
El servilismo está empeñado en que consideremos al general Díaz, como a un ser de naturaleza distinta de la nuestra, barro vil, lodo animado, que está muy lejos de parecerse a la divina substancia de nuestro dictador.
Naturalmente un hombre en cuyos componentes materiales entran substancias más exquisitas que las que constituyen nuestros cuerpos plebeyos, debe tener pensamientos luminosos y ser más inteligente que el resto de los mortales.
Así discurre el servilismo y eso se enseña al pueblo, para que envuelva con su admiración la personalidad olímpica del afortunado oaxaqueño. Mas los hombres que pensamos con la cabeza y que prohibimos al estómago toda injerencia en nuestras decisiones, no vemos a don Porfirio, sino al número común y corriente que por un capricho de la fortuna se nos ha impuesto. ¡Nadie podría negar que, en materia de intelectualidad, nuestro dictador es un enano comparado con aquel gran cerebral que se llamó Sebastián Lerdo de Tejada!
Sin embargo, en la lucha del 76, el enano venció al gigante porque así lo quiso la fortuna. No venció entonces el más inteligente, sino el más audaz.
De absurdos de esta clase está llena la historia.
Los serviles no opinan como nosotros. Para ellos cada acto de don Porfirio está informado en más alta sabiduría; cada decisión está empapada de prudencia; cada medida tomada en tal o cual asunto, es una muestra de sagacidad y al sistema de gobernar con el machete se le llama: justo.
Hay que perder el tiempo leyendo la prensa aduladora, para convencerse de que no exageramos y para explicarse porque un pueblo activo ha podido estar sometido a un gobierno sin ley. Tanto se ha hablado de la naturaleza casi divina de don Porfirio, tanto se ha repetido que ese llamado portento cayó en la tierra mexicana como un Mesías que la gente creyó tales patrañas y se dedicó a adorar el ídolo con el mismo fervor con que los orientales adoran el elefante blanco, y la unción con que los egipcios se prosternaban cocodrilo.
Las gentes que no meditan tienen la particularidad de hacer uso del sentimiento cuando deberían aplicar la razón, por eso aún viven las religiones y por eso se transformaran en seres divinos los mortales comunes y corrientes a quienes el Dios Existo ha llamado a su lado, su dios ciego que no ve ni los elegidos han dejado tras de sí un reguero de lágrimas en un campo de dolores. La fortuna; he ahí lo bastante para alcanzar la adoración de esas buenas gentes, cuyo peso hace tardo el paso del carro del progreso.
En virtud de ese fetiquismo, proscrita la razón enemiga de adoraciones, sojuzgado el pensamiento, —eterno rebelde y eterno mártir,— los actos más absurdos de don Porfirio fueron considerados como modelo de justificación y de sabiduría. Nadie osaba preguntar en qué lugar había adquirido la sabiduría el afortunado soldado, que así como Moisés había recibido entre relámpagos y truenos las Tablas de la Ley para gobernar a su pueblo, don Porfirio había adquirido en la guerra un pesado sable para ponerlo entre él y los que criticasen.
Nadie osaba advertir que no podía ser sabio el hombre que no gastó su vida en el estudio y que ese título sólo lo merecen aquellos abogados que buscan en la ciencia, el medio de hacer más ligera y más bella la marcha de la humanidad por nuestro hermoso planeta, patrimonio hasta ahora de los audaces que quieren tener a los hombres a sus pies.
Todo cambia, sin embargo, y ahora ya hay un gran número de hombres que no creen en esa pretendida sabiduría ni en la privilegiada naturaleza de don Porfirio. Las vendas que impiden ver, se pudren y son convertidas en polvo por la acción del tiempo y de la verdad. El César está ya considerado por muchos como un hombre de carne y hueso como cualquiera otro, y lo curioso es que, mientras aumenta el número de los incrédulos, el servilismo redobla sus hipérboles al tratar de él.
Recórranse las páginas anodinas de los periódicos gobiernistas y en ellas se encontrará el abnegado que tal cosa haga, encabezados de párrafos parecidos a los siguientes: "La salud del señor presidente," "Notable vigor del señor general Díaz," etc., y si se tiene el valor de leer sandeces, se sabrá que don Porfirio tiene más fuerza vital que un joven de veinticinco años; que en la fiesta de tal parte, el dictador soportó la fatiga con más entereza que los jóvenes más robustos, lo que no obsta para que el público, cuando tiene oportunidad de verlo, observe en él esa fatiga propia de personas que están con un pie en el sepulcro.
Siendo don Porfirio de naturaleza especial según los serviles, hasta su vigor físico tenía que superar al resto de la humanidad, y cuando los demás hombres no logran tener a los ochenta años la ligereza y la fuerza peculiares de la juventud, nuestro dictador es la excepción…
Tanta burda mentira ha servido también para que muchos abran los ojos. Ya no vivimos en la época de los milagros, ni hay alquimistas que hayan inventado el elixir de larga vida.
La transformación del Doctor Fausto, no traspasó los límites del poema de Goethe1.
El prodigio, pues, de que don Porfirio es tan fuerte y tan ágil como un joven, es una patraña semejante a la de su pretendida sabiduría.
No es ágil ni fuerte porque está para franquear los ochenta años y todos los que hemos tenido oportunidad de verlo, nos hemos convencido de su decaído vigor. ¡Pobre patria si fuera un joven Porfirio Díaz! No es tampoco un sabio; la ciencia no es la humedad atmosférica que acaricia todos los cuerpos; hay que conquistarla. Pero no sable en mano como quien va al asalto de alguna fortaleza, sino con el trabajo paciente y metódico de los intelectuales, nutriendo el cerebro con ideas y haciéndolo producir.
Los que nos hemos emancipado de las doctrinas propagadas por el servilismo, los que tenemos a la razón como suprema autoridad para juzgar, no vemos en Porfirio Díaz sino el soldado afortunado que aprovechó un momento de descuido, para enarbolar el sable como símbolo de gobierno.
Ni sabiduría, ni prudencia, ni tacto le reconocemos, a no ser que se diga que es prudente comprometer con deudas el porvenir de la nación; que es sabio tener al pueblo en la miseria y en la ignorancia y que es signo de tacto exquisito dar exageradas concesiones a los capitalistas extranjeros que equivalen a venta lenta de la nación.
No hablamos de todas las demás: escaras de la admiración porfirista que tampoco acusan sabiduría en su autor, ni tacto ni prudencia.
Como ya nadie cree en milagros, ni los mismos mochos, los periódicos gobiernistas deberían dar fin a sus alabanzas hiperbólicas sobre fingidas cualidades del dictador.
La venda, podrida por el tiempo está cayéndose a pedazos y el pueblo puede al fin irse dando cuenta del torpe engaño en que ha vivido.
La verdad triunfa al fin.
– – – – NOTAS – – – –
1 Johann Wolfang von Goethe (1749-1832). Escritor y dramaturgo alemán. Autor de múltiples obras narrativas, teatrales, poéticas y científicas. Se le considera figura central del romanticismo europeo. Escribió Fausto, Pandora, Werther, entre otras.
En el número 9 de Regeneración1 acabamos de ver las observaciones que diversos correligionarios han hecho, respecto del Proyecto del Programa del Partido Liberal que la Junta Organizadora residente en Saint Louis Missouri dio a conocer en el número 6 de dicho colega.
Aunque muchas de las observaciones no están de acuerdo con el espíritu netamente igualitario y progresista del Proyecto presentado por la Junta, y al cual nos adherimos en todas sus partes, nos ha sido grato ver, como demócratas y como mexicanos, que nuestros compatriotas despiertan y comienzan a interesarse por los asuntos que afectan el porvenir de la patria. Ese despertar, fecundo en esperanzas, debe reanimar a todos aquellos que hasta hoy, han asumido una actitud expectante en lo que se refiere a los trascendentales trabajos de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano.
Se pide la supresión o reforma de los artículos 1, 2, 3, 4, 5, 6, 10, 13, 16, 17, 18, 21, 29, 30, 34, 35, 38, 39, 40, 41, 44 y 49. Quisiéramos hablar extensamente sobre tales observaciones, pero no dispone nuestro humilde semanario de las dimensiones necesarias para hacerlo, y por lo mismo, nos concretamos a hacer un llamamiento a todos los buenos mexicanos para que se fijen en los artículos originales del Proyecto y determinen la conveniencia o inconveniencia de reformarlos o suprimirlos.
La Junta pide a los correligionarios su opinión y pasamos a dar la nuestra que, así lo esperamos, será tomada en cuenta.
Consideramos que la supresión de algunos de los artículos del Programa, por las razones que dan algunos correligionarios a leyes existentes, carece de fundamento. Las leyes que rigen a los pueblos no son, ni deben serlo, como esos fósiles que admiramos en los museos incapaces de evolución.
Todo marcha, todo tiende a reformarse según nuevas necesidades. Si se pretendiera que las leyes fueran inconmovibles como las pirámides de Egipto o el volcán del Popocatépetl, la Jurisprudencia se habría fosilizado en las Pandectas o en las Siete Partidas y México estaría regido por las leyes de Indias o la Constitución del 1824.
Toda reforma implica necesariamente oposición a las leyes que se trata de reformar, y el Partido Liberal ha sido, y es, esencialmente reformista. Si Juárez y los hombres de la Reforma se hubieran puesto a considerar que el derecho que las leyes daban al clero de tener conventos, bienes raíces, etc., saldrían lesionadas con la adopción de la Reforma, nada habría hecho nuestro Benemérito; si nuestros padres del 57 hubieran considerado que el reconocimiento de los derechos del Hombre era contrario a la existencia de los fueros y de privilegios, nuestra Carta Fundamental no se habría promulgado.
Algunos correligionarios opinan que la supresión de las escuelas regenteadas por el clero es un ataque a la libertad de enseñanza; que declarar nulas las deudas actuales de los jornaleros de campo para con los amos, constituye una violación del derecho que tienen los acreedores contra los deudores; que despojar al terrateniente de las tierras que retienen sin cultivo, es un ataque a la propiedad; que la supresión de los Jefes Políticos y del Senado no tienen razón de ser porque no se puede decir que es mala la institución por el solo hecho de que son malos los funcionarios; que el Timbre es necesario, porque no tendría fondos el nuevo gobierno para cubrir los gastos de la administración, etc., etc.
Estas y otras consideraciones vemos que hacen algunos correligionarios. La Junta, obrando democráticamente las da a conocer para que los liberales decidamos.
Nosotros proponemos que todos los artículos del Proyecto de Programa, tal como fue publicado en el número 6 de Regeneración, sean aprobados por los correligionarios. No hay que ponerse a considerar si los curas tienen derecho a educar a la juventud, sino que lo que hay que hacer es reflexionar si la educación clerical es útil o nociva a la sociedad; si es nociva, no hay que titubear: suprimámosla. Tampoco hay que parar mientes en el "derecho" que puedan tener los grandes terratenientes sobre las vastas superficies de terrenos que detentan; ocasionan la miseria pública con sus acaparamientos de tierras, y hay que quitárselas. Por el estilo son los demás artículos del Proyecto de Programa; todos tienden a hacer más efectiva la libertad, y si en virtud de esa libertad que beneficia a la inmensa mayoría de mexicanos, sufren lesiones los "derechos" de unos cuantos mimados de la fortuna, o de los frailes o se aminora el poder del gobierno, no debemos detenernos en aprobarlos.
Tal como están hoy las leyes, es atentatorio despojar al señor terrateniente de la parte de tierras que no cultive, como es atentatorio cercar al clero para evitar que embrutezca, y aun obligar a los extranjeros que posean bienes raíces a que se hagan ciudadanos mexicanos, o prohibir a los chinos que vengan a hacer más difícil la situación del obrero de nuestra raza, etc., etc.; pero las leyes se modifican según las necesidades de los pueblos; no son inmodificables como la Biblia que, año por año y siglo por siglo, propaga las mismas estupideces. Desdichada sociedad aquella que por no tocar sus leyes se privara de dar un paso adelante. ¡Ah!, está China dominada hace centenares de años, esperando que un reformador la vuelva a la vida haciendo nuevas leyes!
No; no nos detengamos. Si algunas de nuestras leyes dejan abierta la puerta para que el abuso se entronice, no titubeemos en modificarlas.
Así pues, que sea aprobado el proyecto del Programa del Partido Liberal, haciéndosele algunas adiciones que tiendan más a garantizar una libertad efectiva, o a hacerlo verdaderamente práctico, que a restringir la libertad o hacerlo impracticable. Basados en un criterio ampliamente liberal, proponemos que se apruebe el artículo de las observaciones que trata de asegurar derechos iguales a los hijos ya sean legítimos, naturales o de otra denominación pues, ciertamente, si todos nacemos iguales, es un absurdo preferir a unos hijos en perjuicio de otros; igualmente proponemos la aprobación del artículo referente a la restitución de la Zona Libre y el que se refiere a hacer expedito y práctico el juicio de amparo.
Esperamos que los correligionarios opinarán como nosotros, y en tal virtud, aprobarán en todas sus partes el Proyecto de Programa que apareció en el número de Regeneración del 15 de abril, sin modificarlo, sin quitarle nada de su primitivo espíritu igualitario y progresista, agregando únicamente lo relativo a los derechos de los hijos, al juicio de amparo y a la Zona Libre.
Quizás en la precipitación con que desempeñamos nuestras labores, olvidamos algún otro punto importante de los que han sido expuestos, que deba ser tomado en consideración. Pero lo que consideramos de más importancia es lo que exponemos.
Esperamos con entusiasmo el número de Regeneración de 1º de julio donde aparecerá el Programa del Partido Liberal, Programa que todo hombre honrado debe propagar porque él encerrará las aspiraciones justísimas de un pueblo sediento de libertad y de bienestar.
Nuevamente hacemos un llamamiento a todos los buenos mexicanos para que se inscriban como miembros del Partido Liberal, enviando sus adhesiones a la Junta Organizadora de Saint Louis Missouri.
Demostremos por medio de la unión, que no somos el pueblo que calumnian los periódicos de la dictadura sino que somos un pueblo de hombres altivos que están resueltos a estar libres.
La Junta no escatima esfuerzo por procurar la unión; ayudémosla, no dejemos toda la carga a un grupo de hombres. Cada liberal individualmente puede ayudar a hacer fuerte al Partido, adhiriéndose y haciendo que otros más se adhieran. Ya lo hemos dicho: el triunfo estará cercano si somos activos, si nos interesamos por el engrandecimiento del Partido.
A trabajar por la causa de la libertad y la justicia; que ninguno quede inactivo.
– – – – NOTAS – – – –
1 Véase “Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. Adiciones y reformas al proyecto de Programa del Partido Liberal que han sido propuestas a esta Junta, y que se someten a la consideración de los correligionarios”, suscrito por la Junta el 1º de junio de 1906, publicado en Regeneración, no. 9, año I, 3ª época, junio 1º, 1906.
Hay una verdad que debería sonrojarnos; es el hombre, el ser más inteligente de la tierra, el que menos practica la solidaridad. Y por la falta de la práctica de esa virtud, el hombre es desgraciado.
Desunidos los hombres, encastillado cada quien en su egoísmo o en su indiferencia, la humanidad es débil para marchar virilmente por la vía de su glorioso destino.
Por eso es desgraciada la humanidad, por eso los pueblos, mustios y dolientes, pasan por la vida sin dejar otro rastro que el surco abierto por sus cadenas y el eco de sus gritos angustiosos. Hoy como ayer, la humanidad es el rebaño del fraile, del soldado, del tirano y del rico, y no escarmienta, no se une estrechamente para luchar contra el enemigo común que la desvalija y la diezma, y como ayer, continúa arrastrando su miseria y dejando en las páginas de su historia gris, el hedor de sus harapos, el surco abierto por sus cadenas y el eco de sus gritos angustiosos…
La humanidad es vieja, y se conduce como niña. La enorme experiencia de su vida milenaria no da a su voluntad un átomo de fuerza y marcha por el camino de la vida, como ayer explotada, como ayer aniquilada por los audaces y los fuertes.
Es que la solidaridad no ha echado raíces en el corazón de los hombres; es que una educación malsana ha hecho que cada hombre considere a su semejante como un enemigo, y un medio social absurdo, hace que los hombres se arrojen unos sobre otros para disputarse el derecho a la vida que toda criatura humana debiera tener.
El hombre no es hoy menos feroz con sus semejantes, que lo que fue en la edad de piedra, cuando arriesgaba la vida disputando un trozo de pedernal para fabricar sus flechas, y la frase de Hobbes1: "el hombre es el lobo del hombre," se resiste a pasar a la leyenda porque el hecho existe, continúa viviendo, brutal, inexorable, para vergüenza del linaje humano.
Los hombres nos quejamos de los que nos oprimen y maltratan, y, somos injustos. Somos nosotros —el rebaño disperso,— los que por nuestra desunión fomentamos la opresión porque no nos agrupamos para defendernos, porque cuando cae alguno de nuestros hermanos no sólo no nos apresuramos a levantarlo, pero ni siquiera hacemos vibrar nuestra voz indignada. ¡Cuántas veces nuestro brazo pudo detener la mano del verdugo!
Estas consideraciones nos han sido sugeridas por una Circular que la Junta Organizadora del Partido Liberal,2 ha enviado a los periódicos independientes, para que todos los periódicos que tengamos conciencia de la misión de la prensa honrada, salgamos a la defensa de los compañeros que sufren atropellos por parte de la dictadura y sus secuaces.
Hasta aquí, el atentado cometido contra un compañero apenas si había sido consultado por la prensa dedicándose a echar un parrafillo casi sin importancia y después el silencio se hacía y el asunto se olvidaba mientras el periodista ultrajado permanencía en la cárcel sin recibir una muestra de simpatía, sin que manos generosas se aprestasen a auxiliar al paladín en desgracia.
Esta falta de unión ha retardado el triunfo de la justicia y ha colocado a los órganos de la prensa independiente en condiciones desventajosas para la lucha. Si a cada atentado de la fuerza triunfadora hubiera respondido la prensa con una protesta viril, y si no se hubiera conformado con una sola protesta, sino que hubiera continuado clamando contra la injusticia por tanto tiempo como ésta durase, la tiranía nunca se habría extralimitado como lo ha hecho, y como lo hace ahora, ensoberbecida ante nuestra falta de cohesión, hinchada de orgullo ante nuestra apatía.
La bienvenida a la importante Circular de la Junta Organizadora, que viene a recordar a todos los periodistas honrados, que en la Penitenciaría de Mérida tienen año y medio de expiar el "delito" de haber denunciado la esclavitud en Yucatán, tres mártires del periodismo independiente, los señores Carlos P. Escoffié Z., Tomás Pérez Ponce y José Vadillo. El largo cautiverio de esos dignos luchadores es injustificado, pues están acusados de injurias, delito que, aun en el supuesto de que hubiera sido cometido, está penado con un año de prisión. Hay la circunstancia, altamente vergonzosa para el buen nombre de la nación, de que ni siquiera se ha dictado sentencia contra los abnegados periodistas yucatecos, que han sido el juguete de jueces serviles que interpretan a maravilla las pasiones del famoso gobernador Olegario Molina.
También recuerda la Circular, que en Oaxaca el altivo liberal Profesor Adolfo C. Gurrión director de La Semecracia, se encuentra preso por haber enarbolado la bandera de "No reelección" contra los deseos reeleccionistas del sátrapa Emilio Pimentel; y, por último hace saber que en esta capital, el viejo luchador liberal que con tanta constancia ha luchado contra la dictadura, el bien conocido periodista independiente señor Paulino Martínez también se encuentra preso, porque ha sabido sostener erguida la cabeza cuando todos se someten.
En la referida Circular se encarece a todos los periodistas independientes que no dejen sin defensa a esos nobles luchadores y que exciten a los buenos mexicanos a ayudar pecuniariamente a los perseguidos por la tiranía que como todos los luchadores honrados, son pobres.
Aceptamos gustosos la invitación que hace la Junta Organizadora, y por nuestra parte invitamos a todos los hombres que se hayan despojado de ese egoísmo que hace miserable y esclava a la humanidad, para que envíen su contingente pecuniario a los periodistas presos. Lo que se envié a los señores Carlos P. Escoffié Z, Tomás Pérez Ponce y José A. Vadillo, debe ir a cargo del señor licenciado Tirso Pérez Ponce, calle 62 número 449, Mérida, Yuc. Lo que se destine al Profesor Adolfo C. Gurrión, se le debe dirigir a Reforma, 14 Oaxaca; y lo que se mande al señor Paulino Martínez, deberá llegar la dirección de Espalda de San Juan de Dios, número 1½, México, D. F.
Abrigamos la esperanza de que los mexicanos sabrán corresponder al llamamiento que se les hace, convencidos de que la ayuda que presten a los periodistas que se encuentran presos en diversas cárceles de la república, redunda en beneficio de la causa de la libertad y de la justicia, porque con ese ejemplo los tiranos sabrán que no están solas sus víctimas, sino que con ellas están los hombres de bien, dispuestos a hacer menos amargo el cautiverio de los luchadores que han sido separados de sus familias y de la sociedad por el delito de ser honrados.
Despojémonos de todo egoísmo. Recordemos que los pueblos son desgraciados porque no practican la solidaridad. ¿Por qué se ha perpetuado el despotismo de Porfirio Díaz, si no porque indiferentes a los desmanes de la tiranía hemos callado como mudos cuando era preciso que refulgiéramos?
¿Cuando cae un paladín de la libertad, no es una vergüenza que el pueblo se concrete a comentar el caso, en lugar de demostrar con hechos y de un modo práctico que su corazón está en el caído y contra los verdugos?
Los opresores están unidos para el mal; unámonos nosotros para el bien. Tomemos ejemplo de ellos que nunca se abandonan.
Cuando un funcionario grande o pequeño tiene encima la acusación popular, es de verse esa unión que hay entre ellos, como todos los demás funcionarios se estrechan y ayudan al tiranuelo perseguido por la opinión pública, y jueces, gobernantes, polizontes y esbirros, formando un solo cuerpo, protegen al compañero en desgracia.
¿Por qué no hacemos lo mismo los periodistas? Y la inmensa masa de oprimidos en cuyo beneficio lucha el periodista encarcelado, ¿por qué no se une también, y como un solo hombre corre en auxilio del escritor confinado en un calabozo?
Esperamos que nuestros compañeros de la prensa independientes saldrán a la defensa de los periodistas presos, y esperamos, también, que el pueblo procurará hacer menos penosa la prisión de los luchadores a quienes nos hemos referido, auxiliándolos convenientemente.
– – – – NOTAS – – – –
1 Thomas Hobbes (1588-1679). Filósofo empirista inglés partidario de la monarquía. Autor de Elementos de la ley natural y política (1640), y sobre todo Leviatán, o la materia, la forma y el poder de un estado eclesiástico y civil (1651); el postulado central de este texto es que el ser humano debe renunciar a una parte de sus deseos y establecer un contrato social que regule las relaciones entre unos y otros. La sentencia “El hombre es un lobo para el hombre”, proviene de esta obra.
2 “Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. Circular”, suscrita por RFM y Antonio I. Villarreal, publicada en Regeneración, no. 9, año I, 3ª época, junio 1º, 1906.
Uno de los mayores males que la actual tiranía ha causado a la nación, consiste en esa prodigalidad con que se han dado concesiones a favoritos y lacayos regularmente extranjeros, para que exploten las riquezas naturales de nuestro territorio.
Grandes porciones de nuestro territorio, de nuestros litorales, de nuestros ríos, están ya en poder de concesionarios ambiciosos, para su beneficio exclusivo, pues ni siquiera se compensa con una fuerte contribución, el acaparamiento monstruoso de la riqueza pública.
Se ve en nuestra infortunada patria que bosques inmensos están en poder de unas cuantas manos que los destruyen, como que no son manos mexicanas las que los tienen; y, por eso, no se preocupan por conservarlos explotándolos con patriótica prudencia, sino que son manos de aventureros arrojadas a nuestras playas por no se sabe que mares iracundos, habiendo tenido la fortuna de caer en un medio corrompido, muy a propósito para improvisar fortunas exprimiendo los harapos de un pueblo encadenado por la ignorancia, por la miseria y por el gobierno.
Bosques, salinas, ríos, mares todo ha pasado en un segundo a poder de los grandes negociantes, concedido atropelladamente por nuestro gobierno, y de ese modo, los mexicanos que quieran su propio territorio, se encontrarán con que han sido preferidos los extranjeros a quienes se les han entregado todas las riquezas.
Muchos periódicos gobiernistas, para justificar la falta de patriotismo de nuestro gobierno por la entrega que hace a los extranjeros de la riqueza nacional, calumnian a los mexicanos diciendo que carecen de espíritu de empresa, y, que, puesto que ellos no han pedido las concesiones, se les dan a los extranjeros.
Esa mentira, echada a volar desde un principio, ha hecho creer a muchos que realmente no podía hacer otra cosa el gobierno que atender a los extranjeros, ya que nosotros somos tan idiotas de no explotar nuestras propias riquezas. Pero los que estamos enterados de la verdad del asunto, los que hemos visto a infinidad de mexicanos ocurrir a la Secretaría de Fomento en demanda de concesiones, concesiones que se les niegan después de haberlos hecho perder el tiempo y gastar inútilmente el dinero en abogados y otras cosas, sabemos que, si los mexicanos no tenemos ninguna riqueza que explotar, es porque no se nos ha preferido a los extranjeros.
No; no es que los mexicanos despreciemos la riquezas naturales y por eso no las explotemos. La verdad es que no se nos permite hacerlo, y por lo mismo, los extranjeros se están haciendo dueños de todo, al grado que después, —y ya lo comenzamos a ver,— no encontrando que explotar, nos dedicamos a ser los sirvientes de todas las moscas que llegan al país atraídas por la putrefacción del medio en que vivimos.
Una concesión escandalosa dada a la Compañía "S. Pearson and Son Limited,"1 ha venido a revelar con claridad que sólo los ciegos no podrán ver, ese prurito por parte de nuestro gobierno de dejar a los mexicanos sin riquezas que explotar. Se ha concedido a Pearson la novena parte del territorio de la república para que él solo la explote extrayendo petróleo, y por ese sistema, se priva a cualquiera otro que se encuentre fuentes de ese combustible en tan vasta región, de poder explotarlas, porque el favorito de la dictadura, aunque no sepa dónde se encuentran todas las fuentes, es dueño de ellas.
La extensión territorial concedida a Pearson, abarca a los estados de Campeche, Chiapas, Tabasco, Veracruz, el Partido de Valles de San Luis Potosí y el distrito Sur del estado de Tamaulipas, de donde resulta que se han entregado a un solo negociante: 26,094 kilómetros cuadrados del estado de Tabasco; 44,855 kilómetros cuadrados del estado de Campeche; 70,524 del estado de Chiapas; 75,863 del estado de Tamaulipas, y sin contar la parte que corresponde al Partido de Ciudad de Valles, todo lo anterior suma la respetable cifra de 219,336 kilómetros cuadrados.
Ahora bien; como la extensión territorial de la república es aproximadamente de un millón novecientos ochenta y siete mil doscientos un kilómetros cuadrados, Pearson ha adquirido el señorío de la novena parte de nuestro país en donde ningún mexicano podrá explotar criaderos de petróleo.
He aquí cómo nuestro mismo gobierno procura nuestra esclavitud. Si un mexicano hubiera pedido, ya no esa gran concesión, sino únicamente el permiso para explotar la riqueza petrolera de un solo Estado, de Tabasco, por ejemplo, cuya extensión de 26,094 kilómetros cuadrados, es grandísima, pero minúscula si se la compara con la extensión concedida a Pearson, no se le habría concedido, como ha sucedido muchas veces.
Contratos de esta naturaleza son notoriamente perjudiciales al país, porque crean un monopolio, tanto más odioso, cuanto que ha sido el mismo gobierno, formado al parecer por mexicanos, —exceptuando a Limantour que es francés,— el que lo procuró, sabiendo indudablemente que en esa novena parte del país, quedarían cerradas las puertas a las energías de otros hombres, con la circunstancia agravante de que la región entregada a Pearson, es la más rica en criaderos de petróleo, y por lo tanto, en realidad se ha pactado el monopolio de la extracción de ese combustible.
El que descubra petróleo en otra región del país quedará a merced del poderoso Pearson, contra quien nadie podrá competir y todos los mexicanos, además, pagaremos el petróleo al precio que al poderoso concesionario se le antoje poner al artículo.
¿Qué pretexto invocará el gobierno para haber comprometido tan torpe como antipatrióticamente la novena parte de la extensión territorial de la república mexicana? ¿Cómo podrá justificar ese señorío concedido a una compañía extranjera? ¿Paga siquiera Pearson una gran renta a la nación? ¿Pero aun cuando pagara una gran renta, que estamos seguros de que no la paga, eso no justificaría el dominio que se le ha concedido, porque ese dominio significa la prohibición que se hace a muchos mexicanos de dedicarse a explotar una buena parte de la riqueza nacional, con lo que se protege el monopolio y se procura la miseria pública, tan molesta, tan insoportable, tan aguda ya en nuestro infortunado país, y que, reclamando urgentes y enérgicos remedios, todavía es agravada por gobernantes egoístas que no ven el futuro de la desgraciada patria sobre la que pesan, embriagados como están por su fácil triunfo sobre un pueblo confiado y ciego.
Estas grandes concesiones son un peligro para el porvenir de nuestra nacionalidad, y como esa hay muchas que ponen los destinos de nuestro país, no en manos de los mexicanos, sino entre las uñas ávidas de un puñado de traficantes que dominándonos económicamente, nos dominan ya en materia política, en cuyas esferas, hoy por hoy, no pesa nada el voto del pueblo, sino el capricho de los aventureros que del exterior han caído sobre nuestro país como un enjambre de hormigas sobre un territorio de azúcar.
Nos engañamos lamentablemente si creemos que constituimos una nación independiente y soberana. Las deudas nos hacen súbditos de los banqueros extranjeros; las antipáticas concesiones nos hacen esclavos de los toscos mercaderes que los mares arrojan a nuestras playas, y nuestra ignorancia y nuestro fanatismo católico nos hace vasallos del Vaticano.
Raro será que cualquier día no despertemos con la punta de los marrazos extranjeros sobre la nuca, y, confiados y estúpidos continuemos creyendo que somos mexicanos.
Todavía es tiempo, sin embargo, de remediar el mal. Unámonos, abracemos con ardor el Programa del Partido Liberal, aconsejemos a nuestros amigos que desechen la indiferencia, que no haya un sólo mexicano honrado y patriota que deje de enviar su adhesión a la Junta Organizadora del Partido Liberal.
Si no hacemos eso, esto es, si no nos unimos los que deseamos un porvenir de libertad y de justicia, bueno será que nos quitemos el nombre de mexicanos porque nuestra desunión no significa otra cosa que el poco amor que tenemos a la libertad y el poco aprecio que hacemos del porvenir de nuestros hijos. Hoy ya somos miserables, mañana lo seremos más si no ponemos el remedio, que no es otro, que unirnos para ser fuertes y respetables.
– – – – NOTAS – – – –
1 Refiérese a la ratificación en agosto de 1906 por el gobernador interino de Campeche, Tomás Aznar y Cano del contrato para la exploración y explotación de carburos de hidrógeno y sus derivados en el subsuelo, suscrito entre la Compañía “S. Pearson and Son Limited” y el gobierno de Campeche. La compañía era propiedad del ingeniero inglés Weetman Dickson Pearson; empresa ocupada en el tendido de vías férreas, explotación petrolífera, hidroeléctrica y minera; negocios concentrados en Chihuahua, el Golfo de México y el Istmo de Tehuantepec.
Uno de los hechos más escandalosos ocurridos en Sonora durante la huelga de los mineros de Cananea,1 fue la intervención de tropas americanas y de fuerzas también americanas, organizadas en Arizona. La intervención, por lo demás, no fue oficiosa, sino que se debió, como lo aseguran muchos periódicos, a la súplica que hizo el gobernador Rafael Izábal a las autoridades de los Estados Unidos para que les prestaran fuerzas con que apaciguar la huelga que llegó a alcanzar serias proporciones.
La invasión de esas tropas extranjeras constituye un ultraje a la dignidad de la nación, y dejar impune el delito equivale a sentar un precedente funesto que será en lo futuro una fuente de peligros para la independencia de la república.
No sabemos si por malicia o por ignorancia, pidió Izábal el concurso de soldados extranjeros para que hicieran derramar sangre mexicana dentro de nuestra patria, ni es necesario saberlo. El hecho de haber entrado fuerzas extranjeras existe, y es preciso, para evitar que quede sentado el precedente ignominioso para la dignidad de la nación de que los soldados extranjeros pueden venir a ametrallar a los mexicanos, que un severo castigo se le imponga a Izábal si llega a comprobarse que a su súplica se debió la invasión del territorio mexicano por los esbirros yanquis.
Nos atenemos al dicho de la prensa y estamos en nuestro derecho para pedir que se abra una minuciosa averiguación. Asuntos de esta naturaleza no pueden callarse, porque ellos afectan directamente nuestra dignidad.
Hay que considerar dos casos para exigir las responsabilidades: o las tropas americanas entraron al país por solicitud de Rafael Izábal, o bien entraron por oficiosidad de las autoridades yanquis.
En el primer caso, la responsabilidad de Izábal es manifiesta y está prevista y penada por la fracción IV del art. 1077 del Código Penal, que en lo conducente dice:
Se impondrán doce años de prisión y multa de 1,000 a 3,000 pesos… IV. Al que invite a individuos de otra nación para que invadan el territorio nacional, SEA CUAL FUERE EL MOTIVO O EL PRETEXTO que se tome, si la invasión se verificare.
La disposición es terminante. Si se declara que Izábal pidió ayuda al extranjero, la pena que le corresponde es la de doce años de prisión porque no podía pretextar que llamó a los soldados extranjeros para conservar la paz, pues la ley dice que se castigará el delito "sea cual fuere el motivo o el pretexto que se tome."
Un castigo ejemplar redundaría en beneficio de la nación, porque así se demostraría que nuestro país no tolera invasiones que lo deshonren, mientras que si por el contrario, resultando Izábal responsable, queda sin embargo impune su delito, se sancionarán las futuras invasiones y se convertirá la patria en tierra de conquista que puede ser hollada por todos los soldados, y en la que para resolver asuntos interiores, pueden maniobrar los ejércitos extranjeros. México, si tolera esos atentados a su soberanía, quedará reducido a la humillante situación de China, donde todos pueden mandar, donde [todos] tienen derecho a intervenir, menos los chinos.
En el otro supuesto, esto es, si las fuerzas de los Estados Unidos entraron oficiosamente a territorio mexicano, el gobierno debe hacer una enérgica representación al gobierno de Washington, pidiendo una amplia satisfacción por el ultraje que sus fuerzas han infligido a la dignidad nacional, invadiendo el territorio de la república.
Esto último es en extremo grave, y se necesita obrar con toda energía.
Empero, creemos que nada se hará. El delito de Izábal, si lo cometió, quedará impune, y en cuanto a que Porfirio Díaz exija una cooperación del gobierno de Washington, no somos tan ilusos para creer que lo haga.
Conocemos bien la índole de la tiranía que pesa sobre la república, para esperar que se cumpla con la ley. A Izábal no se le molestará como no se ha molestado a ningún colaborador del infortunio nacional, porque hay entre los hombres que pesan sobre la patria lazos muy fuertes que se deben al interés que todos tienen de no perder los puestos que deben al azar.
En efecto, los hombres que nos gobiernan están unidos por el interés que tienen de no dejar los puestos públicos, y unos a los otros se ayudan y se silencian sus faltas, porque si no fuera así, la tiranía habría desaparecido.
Cada hombre público conoce los secretos de los demás, y cada quien, por lo mismo, se cuida de divulgarlos, y se cuida también de no ofender a los colegas que tantas cosas saben y[a] que si se consideraran ofendidos por los de su gremio, darían rienda suelta al despecho y los secretos se divulgarían con perjuicio de la estabilidad de la tiranía.
El secreto de todo despotismo está en el compromiso de todos los miembros que lo forman, a ayudarse mutuamente, desviando el brazo de la justicia que como una amenaza tienen suspendido sobre sus cabezas.
En virtud de estas reflexiones, no creemos que se castigue a Rafael Izábal, aun cuando fuera notoria su culpabilidad.
Y si no se castiga a Izábal, por no quebrantar la solidaridad que hace fuertes a los opresores, menos se exigirá una reparación del gobierno de Washington por la invasión de sus tropas a territorio mexicano.
La política de Porfirio Díaz en cuanto a asuntos exteriores, es bastante conocida de nuestros compatriotas para que tengamos necesidad de exhibirla. En el programa de gobierno de la dictadura figura en primer lugar la complacencia para todo lo americano, y es claro que si las tropas americanas han violado la soberanía nacional integrándose a nuestro territorio para derramar sangre mexicana, el atentado se debe al poco o ningún respeto que se nos tiene, gracias a las continuas y vergonzosas complacencias que nuestro gobierno tiene para los americanos.
He aquí, pues, que no se cumplirá la ley, ni se exigirá reparación a los invasores, y esa lenidad servirá para que los extranjeros nos desprecien más y nos escupan a cada paso.
– – – – NOTAS – – – –
1 Huelga de Cananea. Efectuada del 1º al 4 de junio de 1906, por trabajadores de la Cananea Consolidated Copper Co., propiedad de William Cornell Greene. Impulsada por la Unión Liberal Humanidad y el Club Liberal de Cananea, a causa de los malos tratos prodigados a los trabajadores, los bajos salarios y la discriminación contra obreros mexicanos. La huelga fue reprimida, a petición de Greene y del gobernador Rafael Izábal, por rurales mexicanos y rangers de Arizona. Los principales promotores de la huelga, Manuel M. Diéguez, Esteban Baca Calderón y Francisco Ibarra, fueron encarcelados y posteriormente remitidos a San Juan de Ulúa.
No sabemos si los elocuentes hechos de Cananea habrán convencido al fin a los que, ciegos, no han podido ver el peligro que entraña el fenomenal incremento del capital americano, en nuestra patria.
Embrutecidos por las mentiras que propalan los periódicos de la dictadura, no reflexionamos, no nos tomamos el trabajo de pensar, —puesto que el gobierno piensa por nosotros,— lo peligroso que es para una nación débil como la nuestra situada al alcance de la mano de otra nación poderosa y ambiciosa, esa prodigiosidad de franquicias que, puede decirse, pone nuestros intereses y aun la soberanía nacional, a merced de la ambición del Coloso Americano.
Don Porfirio Díaz no ha encontrado otra cosa para hacerse el bombo a que está tan acostumbrado y que tanto necesita para que se le crea necesario por los bobos, que abrir los brazos a los negociantes extranjeros que, agradecidos, propalan en el exterior la grandeza de un gobierno en la que no creen los mexicanos. Bien convencido nuestro dictador de que el pueblo detesta su largo reinado, busca en el exterior el prestigio de que aquí carece, y tanto a eso, como a los turbios negocios a que se entregan muchos de sus favoritos con quienes no quiere ni podría reñir, porque son su único apoyo interior, se debe esa invasión espantosa del capital americano que ya preludia el futuro desastre de nuestra nacionalidad.
Nuestro porvenir, de continuar esa política de servilismo para el yankee que ha dado tan triste fama a nuestro gobierno entre el pueblo, y ha despreciado tanto a nuestra nación en el exterior, porque las adulaciones interesadas que se hacen de Porfirio Díaz en el extranjero trascienden a mercenarismo, nuestro porvenir es ya bien claro: la esclavitud y la conquista.
Los hechos de Cananea han venido a hacer la luz.
Muchos creían inofensiva la invasión del capital americano, sin sospechar que cada "dólar" invertido en nuestro país está apoyado por una bayoneta sajona pronta a derramar sangre mexicana al primer síntoma de peligro.
En efecto; el capital americano en nuestra patria constituye un peligro, es una amenaza que tenemos suspendida sobre nuestras cabezas, y amenaza que ha comenzado a realizarse para nuestra vergüenza.
Por la prensa independiente están enterados los mexicanos de lo que ocurrió en Cananea los primeros días de este mes, pues la prensa gobiernista ha procurado callar, y a lo sumo, como para calmar la pública inquietud, se ha limitado a referir una parte de los acontecimientos, pero guardándose los más graves, los que al gobierno no le conviene que se conozcan porque son condenación más severa.
El primero de junio, como se sabe, los mineros mexicanos que trabajan en los diferentes campos mineros de la Cananea Consolidated Copper Co., se reunieron en número de cinco mil para solicitar del Coronel Greene1 dueño de las minas de Cananea, el aumento de los salarios a cinco pesos diarios y la implantación de la jornada máxima de ocho horas. El Coronel Greene recibió la comisión nombrada entre los obreros, oyó la justísima demanda que se le hacía, pero como el gobierno ha dado la consigna a las grandes negociaciones de que no paguen buenos salarios a los trabajadores, el dueño de las minas no concedió lo que los mineros pedían, diciéndoles que tenía que pedir el consentimiento al gobierno para poder atenderlos.
Los obreros, por ese motivo, dejaron los trabajos, pero como los obreros americanos, que ganan el doble que nuestros compatriotas en nuestro país, habían ya entrado a trabajar, los mexicanos fueron a invitarlos en nombre de la solidaridad a que se les uniera para paralizar completamente los trabajos y obligar a la Cananea Consolidated Copper Co., a elevar los salarios y a adoptar las ocho horas de trabajo.
En actitud pacífica, aunque viril y resuelta, nuestros compatriotas se dirigieron a los obreros americanos a que los acompañasen en la huelga, y fueron recibidos a balazos. La cobarde y brutal agresión de los "gringos," encolerizó a nuestros compatriotas, quienes correspondieron a pedradas los tiros que se les disparaban. Dos "gringos", hermanos, llamados Metcalf,2 murieron a pedradas y como dieciséis mexicanos murieron a balazos.
Después de este incidente, muchos americanos bien armados, se entretuvieron en disparar sus armas al interior de las casas de los mexicanos que indignados por tanta felonía, tomaron las armas que encontraron en un montepío y se defendieron.
Los "gringos" son esencialmente cobardes y pusieron el grito en el cielo. Ellos fueron los que provocaron la ira de los mexicanos y fueron los primeros en pedir auxilio, pero no a las autoridades mexicanas, sino a las americanas que inmediatamente movilizaron fuerzas armadas para penetrar a territorio mexicano.
Al llegar a la frontera, rumbo a México, las fuerzas americanas, con la arrogancia estúpida del sajón, pretendieron penetrar a nuestro territorio, pero los empleados mexicanos de al Aduana de Naco, Sonora, impidieron ese ultraje a la soberanía nacional. La negativa de los empleados de la Aduana fue contestada a tiros por las fuerzas americanas, entablándose un combate que pudo ser más serio, si más valerosos fueran los sajones. Los empleados de la Aduana hicieron retroceder las fuerzas americanas, con un resultado de tres muertos por cada lado.
El gobernador Izábal demostró falta de serenidad en los casos de peligro, y también, su falta de patriotismo permitiendo que las fuerzas americanas se internaran a territorio mexicano, donde permanecieron hasta que se calmó la excitación de los obreros. Esto lo niega El Imparcial, pero es cierto.
Se ve, pues, que es realmente peligroso el incremento del capital americano en nuestro país. Ya no se trata de temores más o menos fundados, sino de una realidad que debería avergonzarnos; cada "dólar" invertido en nuestro país, está apoyado por una bayoneta sajona. Bastó que unos cuantos americanos pidiesen auxilio a su gobierno, para que fuerzas americanas pasasen la frontera y hollaran el territorio nacional. ¿Qué será cuando los intereses americanos sean más grandes, pues que cada vez están adquiriendo mayores propiedades en nuestra patria y cada vez están obteniendo más y más concesiones por parte de nuestro gobierno, concesiones que, por lo demás, comprometen por sí mismas el porvenir de la nación?
Razón y mucha hemos tenido los mexicanos de ver con repugnancia el aumento de la riqueza yankee en nuestra patria. La dura lección que sufrimos en 1847, era suficiente para que un gobierno patriota hubiera evitado que dentro de nuestra debilidad hubiera echado raíces la fuerza capitalista del yankee, Juárez y Lerdo, esos dos grandes mexicanos que fueron dos gobernantes sinceros y honrados, pusieron cuantas dificultades pudieron al desarrollo de la riqueza yankee en nuestra patria, porque su amor a la tierra en que nacieron era más grande que la torpe vanidad de prestigiarse con los traficantes yankees con perjuicio de su patria.
¿Cuántas veces, representantes de grandes negociaciones extranjeras tuvieron que volver a su país con los millones que habían ido a ofrecer a aquellos honorables ciudadanos en cambio de una concesión?
En la época de aquellos grandes hombres que la imbecilidad no supo apreciar, y, sobre todo a Lerdo, el pueblo no supo defender; se tenía la convicción de que ceder franquicias al capital americano, era tanto como ir cediendo la patria al extranjero. La invasión de soldados americanos a Cananea, da la razón a los hombres de la época de Juárez y Lerdo.
Como si la autonomía de la república no existiese y nosotros, en lugar de mexicanos fuéramos súbditos de Roosevelt, los soldados yankees pasaron a Cananea, Sonora, a reprimir una huelga, como lo han hecho en Colorado3 y como lo harían en cualquiera otra parte del territorio de los Estados Unidos.
Sigamos fomentando el capital americano, si es que ya no queremos ser mexicanos; veamos impasibles la invasión yankee a nuestro territorio, si es que nos conformamos con ser vasallos de un soberano extranjero, si en nuestras venas ya no corre aquella sangre con que los héroes escribieron sus nombres en la historia, si estamos tan degradados que poco nos importa vivir como ganado que todos pueden atropellar y del cual todos pueden disponer. Entonces seremos más degradados que las bestias, porque éstas defienden el cubil donde guardan sus cachorros.
Creemos que todavía es tiempo de volver sobre nuestros pasos hasta el lugar en que dejamos el honor por seguir la senda torcida que nos marcó el despotismo y en la cual ya comenzamos a tropezar con los más serios obstáculos. Si seguimos por el mismo camino, después de andar un poco más ya no podremos buscar el bueno, el camino amplio y limpio que despreciamos por la admiración que nos causaron las lentejuelas del soldado de Tuxtepec.
Todavía es tiempo, conciudadanos; todavía es tiempo…
– – – – NOTAS – – – –
1 William Cornell Greene (18?? -1911). Empresario norteamericano. En 1896 adquirió de la famila del exgobernador de Sonora, Ignacio Pesquiera, la mina El Ronquillo. Tres años después funda la Cananea Consolidated Coper Co., más tarde filial de la Anaconda Cooper Co. de John D. Rockefeller. Diversificó su emporio a través de la maderera, Madre Land and Timber Co., la empacadora, Greene Cattle Co., así como con el Ferrocarril Río Grande, Sierra Madre y Pacífico. Tras la huelga en Cananea de junio 1º de 1906, organizó la expedición de las tropas dirgidas por el capitán de los rangers de Arizona, Thomas Rynning, que masacró a los obreros huelguistas. Junto con el abogado Norton Chase y en coordinación con Enrique C. Creel organizó una campaña de persecución de los miembros del PLM; con el uso de grupos de choque provenientes de compañías privadas de detectives, la compra de testigos y el cohecho de jueces y jurados. Logró encarcelar y deportar clandestinamente y enjuiciar a una docena de líderes magonistas de la región, entre otros a Librado Rivera. En 1908, tras un revés financiero, sufrió un colapso nervioso que a larga provocaría su muerte.
2 Refiérese a los hermanos George y William. Metcalf. El primero, era gerente del aserradero de la empresa.
3 Refiérese a la huelga de mineros del carbón de Cripple Creek, Colorado, efectuada de agosto de 1903 a agosto de 1904. La huelga, impulsada por la Western Federation of Miners, fue reprimida por las tropas del general Sherman Bell, bajo las órdenes del gobernador del Estado, James Peabody, y del propietario de la mina, John D. Rockefeller. Fueron asesinados 42 obreros, 112 resultaron heridos y 1,345 fueron encarcelados. Los procesos judiciales concluyeron en enero de 1905. A raíz de la represión de esta huelga se fundó la Industrial Workers of the World, central obrera partidaria del sindicalismo revolucionario.
Los mismos periódicos del gobierno están declarando que la miseria se hace cada día más insoportable, lo que hace pensar que hasta los lacayos que ganan el dinero sin esfuerzo y sin dificultad, y que, por esa sola razón deberían estar más conformes con las actuales circunstancias, sufren las consecuencias del sistema opresor y claman, como todos, contra un estado de cosas verdaderamente desesperante. Porque, hay que confesarlo, no todos los lacayos han podido hacerse millonarios, y los hay que vegetan bajo el peso de la miseria agravado por el peso de la ignominia.
No hace muchos días leíamos en El Popular, ese pobre papasal que vive en la obscuridad como un cacharro viejo destinado a dar abrigo de vez en cuando a las deyecciones de politicastros de ocasión, un articulejo en que los infelices escritorzuelos del periódico alquilado clamaban contra el alza inmoderada de los efectos de primera necesidad, el alza a los precios de los alquileres de las casas, el alza de todo lo que es necesario a la vida del hombre. El mismo Popular, pagado por el gobierno para propalar las excelencias del continuismo de Porfirio Díaz y contar a son de bombo y platillo los beneficios de la paz, el ensanchamiento de las industrias y todo lo que se nos pasa por los ojos para envilecernos, convino en que la sociedad mexicana, —los pobres, pues los ricos nada sufren,— sufren escasez como en tiempo de guerra a pesar de la paz y a pesar del flamante dictador.
Todo ha encarecido en verdad; los efectos cuestan hoy el doble o más de lo que valían hace diez años apenas, en algunas regiones de la república, y en general la vida se hace más difícil a pesar de los ferrocarriles, de los telégrafos, de las fábricas, de la paz, del talón de oro y de don Porfirio.
Y mientras esto sucede, los sueldos o salarios de los hombres que necesitan trabajar para comer, son iguales a los que se ganaban hace cien años en casi todo el país. En las regiones donde se paga mejor el trabajo, hay la circunstancia de que la vida es más cara por lo que el resultado, que es la miseria, es general.
Existe, pues, la miseria, miseria desesperadora que torture e inquieta aun a aquellos de los lacayos que no han podido hacerse millonarios a pesar de su falta de vergüenza, y esa miseria es el resultado de treinta años de tiranía.
Todos hemos visto, como han aumentado los impuestos hasta llegar al grado en que hoy están y que serían pesados aun para pueblos bastante ricos, como el de Estados Unidos o Francia.
El gobierno necesita dinero para pagar favoritos, para dar limosna a los serviles, para hacerse bombo en la prensa extranjera, y en todo eso se gastan bastantes millones que hay que sacarlos del pueblo haciendo sudar sangre al ciudadano con impuestos duplicados y aún triplicados, o inventando nuevas gabelas que son otros tantos puñales clavados en el pecho de nuestra raza.
Por eso todo es caro, y el hombre honrado, el que no roba ni adula para conseguir el pan, sufre escaseses y privaciones odiosas, mientras un puñado de sanguijuelas echan a crecer sus vientres sin preocuparse por la desgracia pública, formando una Jauja de nuestra miseria cada vez más irritante.
Nadie sabe hasta dónde llegará la explotación, pero lo probable es que continúe porque los compromisos de la dictadura no tienen límite y aumentan sin cesar. Un nuevo empréstito hay en perspectiva y tal vez no termine el presente año sin que cuarenta millones de pesos oro que se están contratando, caigan como una gota de agua en esa esponja reseca que se llama administración pública, como han caído todos los empréstitos que gravan nuestro infortunado país.
Ese es el resultado de treinta años de despotismo y de apatía por parte de los ciudadanos. En esos treinta años ha sido común ver a los ciudadanos hacer alarde de no "meterse en política," a la que no daban importancia alguna, o bien declarar que no se "metían en política" porque tenían familia que atender. El castigo lo tenemos ya encima; la miseria, miseria que será más dura y cruel conforme avance el tiempo y las gabelas sigan en aumento y los salarios permanezcan estacionarios.
La familia es el pretexto de muchos para no ser altivos, y la familia precisamente se perjudica por la cobardía o la indiferencia de sus jefes. Creen muchos que tomando parte activa en los asuntos que afectan a la comunidad, sus familias peligran, cuando lo contrario es lo que precisamente sucede. La felicidad de la familia depende de la felicidad general; las desgracias generales, caen sobre la familia.
El egoísmo personal, la falta de solidaridad, es lo que hace que los pueblos sean desgraciados. Todos desean ser felices, pero pocos son los que trabajan para conseguir esa felicidad, que no se alcanza aislándose con su familia, sino trabajando por el bien común.
Que cese, pues, ese pretexto imbécil de los cobardes o de los indiferentes de no mezclarse en los asuntos públicos porque tienen familia, en vista de que la familia no puede ser feliz en un medio de tiranía y de miseria sino en uno de libertad y de justicia.
La miseria abyecta y la tiranía odiosa que todos sufrimos, ha sido creada por los que no han querido internarse en los asuntos públicos… porque tienen familia. ¡Extraño modo de amar a la familia siendo indiferentes o cobardes con lo que se logra la imposición de la tiranía que es la ruina de las familias!
La familia vive perpetuamente amarga por la tiranía y no puede ser feliz. Los hijos crecen sin instrucción, y aumentan, cuando ya son grandes, la masa de explotados que dan su salud y su porvenir por un pedazo de pan que les arrojan los poderosos. ¿Cómo podrán esos hombres conquistar la libertad y la felicidad si sus padres no les enseñaron más que a obedecer y a disimular? Y si el hombre, el sostén de la familia, el que no quiso tomar parte activa en los asuntos públicos por no perjudicarla, muere después de una larga vida de privaciones ¿qué otra cosa deja a la familia sino la miseria? ¿Y qué hace la familia de ese hombre que no se preocupó por transformar el medio en que vivió, sino vegetar y morirse de hambre o prostituirse para evitar la muerte?
Si realmente se desea el bienestar de la familia hay que preocuparse por transformar este medio de explotación, de tiranía y de fanatismo en que vivimos.
Y hay que hacerlo, porque el mal puede hacerse incurable.
Los periódicos gobiernistas están resueltos a no decir la verdad en lo referente a los asuntos de Cananea, porque se descubriría la gran culpabilidad del gobierno. Así, pues, niegan a puño cerrado que las fuerzas americanas hubieran invadido el territorio nacional; niegan que los trabajadores de Cananea estén mal pagados y que sea insultante la preferencia que se da a los extranjeros en lo relativo a la cuantía de los salarios.
Ya ha quedado demostrado por los periódicos independientes, la entrada de fuerza americana a nuestro territorio, y más aún, en los mismos Estados Unidos se han practicado diligencias encaminadas a fijar las responsabilidades de la invasión, según los cablegramas que han aparecido en diversos periódicos americanos.
¿Con qué fin niegan los periódicos del gobierno la invasión de tropas americanas a nuestro territorio cuando los periódicos de los Estados Unidos confirman dicha entrada y citan nombres y refieren detalles que no dan lugar a duda?
Se quiere sin duda salvar a Izábal de la tremenda responsabilidad de que le resultaría si oficialmente se reconociese que hubo tal entrada de tropas americanas y el despotismo procura que no caiga ninguno de sus miembros. El secreto de la fuerza de la tiranía, está en la solidaridad efectiva que existe entre sus miembros. Nadie deja que caiga el compañero, todos procuran encubrir las faltas de los colegas. Si no hubiera solidaridad entre los que oprimen, la tiranía habría desaparecido hace mucho tiempo.
Entregados todos a oprimir, deseando todos el mismo fin: la conservación de los puestos que han podido atrapar, se callan sus faltas, se encubren sus malos actos, se dan la mano en las tinieblas para no tropezar y caer, porque con uno solo que cayera se derrumbaría el viejo edificio del despotismo al proclamar la verdad el miembro de la tiranía a quien se abandonará. Todos saben mucho y podrían decir grandes verdades si les faltase el apoyo de los camaradas. Si Izábal fuera abandonado por el despotismo, si no se le encubriese, los grandes secretos de la guerra del Yaqui se harían públicos; se sabría también cómo han podido adquirir minas los americanos en lugares tan cercanos a la línea divisoria con los Estados Unidos; se sabría por boca de uno de los autores todo lo que de terriblemente injusto y bárbaro tiene el hecho de aconsejar a los dueños de empresas a que paguen salarios reducidos a los trabajadores. Se haría la luz, provocada por el despecho del funcionario caído y las pruebas serían tan concluyentes que la tiranía sería perdida.
Esas consideraciones se hacen nuestros opresores, y se tienden la mano, se sostienen para no caer y aunque la verdad brille poderosamente, tienen periódicos escritos por mercenarios para negarla, para burlarse cínicamente del pueblo, como sucede en el presente caso, a pesar de que la luz se ha hecho y los rostros conservan los rastros de la vergüenza que produjo a todo mexicano de corazón bien puesto, la profanación del territorio nacional por las fuerzas americanas.
La cuestión de los salarios ha sido tratada por los periódicos alquilados con ese desplante y esa majadería que los caracteriza cuando hablan de las aptitudes del trabajador mexicano. No hay peor enemigo de nuestros obreros que los periódicos del gobierno. Para esos periódicos basta que un mexicano no tenga miles de pesos acumulados por la rapiña o por otros medios más o menos turbios, para que sea un vago, un degenerado, un depósito de vicios y de maldades. Un obrero es para esos periódicos un esclavo destinado a dar su fuerza, su porvenir, su salud, en provecho de un señor que a título de su riqueza, más o menos mal adquirida, puede abusar de los que no cuentan para ganarse la vida con otra cosa que su inteligencia, sus habilidades en cualquiera ramo de la actividad humana o simplemente su fuerza. Y con ese criterio tratan todas las cuestiones que se relacionan con la riqueza pública, que, para los dichos periódicos no es la abundancia de trabajo bien retribuido, sino la especulación sórdida de un grupo de ricachones que repletan sus arcas con el trabajo de millones de mexicanos.
Nunca hemos visto en la prensa gobiernista que se estudie a fondo la causa de la miseria pública, pues para dicha prensa no hay miseria, desde el momento que hay un grupo de ricos que atesoran cada año ganancias fabulosas. Consideran, pues, que la riqueza pública es la riqueza de unos cuantos y por ese camino se echan a hablar de la prosperidad nacional, del progreso económico de nuestro desventurado país.
Los liberales consideramos lo contrario y estamos en lo justo. Para nosotros la riqueza pública no es el bienestar de unos cuantos favorecidos por la suerte o por las trácalas, sino el bienestar de los hombres de trabajo, de los que ponen su inteligencia o sus fuerzas en provecho de la producción ya sea artística, literaria o científica, o industrial, agrícola o minera.
Pero no divaguemos. Con motivo de la huelga de Cananea, la prensa independiente, y aun parte de la prensa clerical que es gobiernista, ha hablado de la odiosa distinción que en las grandes negociaciones se emplea para humillar al trabajador mexicano. En ciertas negociaciones, y en la de Cananea especialmente, hay obreros de distintas nacionalidades trabajando con obreros mexicanos, y, aunque desempeñen el mismo trabajo, es común que los mexicanos reciban un salario inferior al que ganan los extranjeros, compañeros en las mismas faenas.
Esa distinción es irritante porque demuestra el desprecio que se tiene por nuestra raza que si algo tiene en su favor, es una notable aptitud para toda clase de trabajos y su laboriosidad y resistencia proclamadas por los mismos extranjeros.
Ahora bien; el origen de la huelga de los mineros mexicanos de Cananea, no fue otro que esa diferencia de retribución entre mexicanos y extranjeros.
Los mexicanos solicitaron justamente que se les pagasen cinco pesos diarios y se redujese a ocho horas la jornada de trabajo. Los mexicanos, en actitud completamente pacífica pidieron a Greene, dueño de las minas de Cananea, que les aumentase el salario y redujese la jornada de trabajo, y Greene contestó: QUE NO PODÍA AUMENTAR EL SALARIO SIN EL CONSENTIMIENTO DEL GOBIERNO, con lo que ratificó lo que la prensa independiente ha dicho muchas veces: que el gobierno se opone a que se eleven los salarios, convencido de que un pueblo que come bien, que tiene algún desahogo y puede ilustrarse, es un pueblo que no permite despotismos.
Esta declaración de Greene no es comentada por la prensa gobiernista; se cuidan bien los escritorzuelos del despotismo de no decir las causas por las cuales no reciben los obreros una mejor retribución de su trabajo, y esquivando la cuestión, se dedican a denigrar al pueblo obrero. Aseguran los periódicos gobiernistas que si no se paga al trabajador mexicano un salario igual al que recibe el trabajador extranjero, es porque la calidad del trabajo del mexicano es inferior a la del trabajo de un extranjero. Para probar su embuste, cita un mamotreto escrito por don Matías Romero1, con el fin con que escriben los periodistas del gobierno, de denigrar al trabajador mexicano para justificar la opresión que se ejerce sobre él. No cita ningún otro autor la infeliz prensa gobiernista, porque no hay otro que tenga el desplante de escribir barbaridades semejantes, y de la declaración de un hombre que no vio nunca el trabajo del mexicano y que escribió de memoria, saca la conclusión de que el trabajador mexicano está condenado a ganar menos, porque su poder productor es menor que el de un americano, o un belga, o un alemán.
No se arriesga a decir la prensa gobiernista que si el trabajador mexicano gana salarios de mendigo es porque el gobierno ha dado la consigna a los empresarios de que paguen malos salarios para que el pueblo no se dignifique; no se atreve esa desventurada prensa a declarar que si el mexicano vive como esclavo humillado, es porque el gobierno no quiere que los trabajadores se vuelvan altivos como todo hombre que tiene consciencia de su fuerza y de su valer. La miseria la produce el gobierno para que por ella nos encadenemos todos y nos parezca dulce cualquier opresión, la más ignominiosa, la más denigrante, como que los hambrientos se resignan y se envilecen.
El trabajador mexicano es tan apto para cualquier trabajo como el trabajador extranjero, y la prueba de ello es que en los Estados Unidos, para citar el país que toman como modelo de actividad los periódicos gobiernistas, se aprecia y estima en lo mucho que vale el trabajo del mexicano. Las minas de cobre de Arizona, las minas de carbón de Texas y del Territorio Indio, los grandes plantíos de betabel en Colorado, las inmensas granjas algodoneras de Texas, Loussiana, Mississipi y Oklahoma, los grandes trabajos ferrocarrileros en los estados del Suroeste de la Unión Americana, todas esa negociaciones se mantienen con el trabajo del mexicano que va de nuestro país a donde mejor le paguen. Y en esos trabajos los mexicanos ganan lo mismo que los extranjeros, ¿por qué? ¿por qué gustan los capitalistas de tirar su dinero a un abismo sin fondo? No; los mexicanos en esas negociaciones reciben salarios como cualquier trabajador de otra nación, porque saben trabajar, porque son inteligentes, porque resisten mejor que los individuos de otras razas las fatigas de las rudas faenas. No son los mexicanos como aseguran El Imparcial y El Mundo, ineptos para producir en cantidad y en calidad lo que producen los obreros extranjeros.
Estas observaciones demuestran la inquina estúpida y traidora de los periódicos que se mantienen con el dinero que el gobierno arranca a los mismos a quienes denigra.
A los Estados Unidos afluye inmigración poderosa de todos los países del mundo, y se ve que los dueños de empresas industriales, agrícolas o mineras así como los dueños de las empresas ferrocarrileras protegen la inmigración de mexicanos, con preferencia a la inmigración de individuos de otras nacionalidades. ¿Qué significa eso? ¿Es que los capitalistas de los Estados Unidos son unos imbéciles que gustan de tener obreros que les trabajen mal, despreciando a los obreros belgas, franceses y alemanes, que según los periódicos de la tiranía, trabajan mejor que el mexicano?
Hay una severa ley de inmigración en los Estados Unidos, por la cual solamente pueden internarse a territorio americano los individuos que vayan de paso o que tengan bienes de fortuna, o bien que presenten al pretender internarse, una suma de dinero, —treinta pesos oro,— deteniéndose en las fronteras o en los puertos a todos aquellos que no tengan en la bolsa los consabidos treinta pesos oro, para hacerlos regresar al lugar de origen o tomar otro rumbo distinto de los Estados Unidos. Esa medida fue tomada por el gobierno americano para impedir el pauperismo.
Pues bien, por esa ley se quiso impedir la entrada de trabajadores mexicanos que tan solicitados son por los yankees, pero las consecuencias de la prohibición se hicieron sentir bien pronto. Los mexicanos hacen falta en los Estados Unidos para el desarrollo de la riqueza, y últimamente, a mediados del pasado junio, el gobierno Americano autorizó a los inspectores que tiene la frontera con México, para que se dejase entrar cuanto mexicano desee ir a los Estados Unidos, aunque no lleve consigo los treinta pesos oro, o sesenta pesos mexicanos que se estaban exigiendo a cada inmigrante.
Esa medida del gobierno Americano, fue originada por la queja de los ricos de aquella nación que veían peligrar sus negociaciones por la falta de los buenos, de los magníficos trabajadores mexicanos. ¿Por qué escogieron aquellos negociantes a nuestros compatriotas y no a los trabajadores de otra nacionalidad que también quieren entrar a trabajar? ¿Podrían responder a estas preguntas los infelices escritorzuelos que denigran la labor del mexicano?
Estos hechos demuestran que en los Estados Unidos, donde según los periódicos gobiernistas se aprecia bien el trabajo, hacen justicia al trabajador mexicano, mejor que nuestro gobierno que considera al mexicano como un ser explotable y maltratable como bestia. ¡Ah, compatriotas, nuestro gobierno es nuestro peor enemigo! Vienen las grandes empresas extranjeras o se implantan las empresas nacionales, y el gobierno aconseja que no paguen salarios elevados, para tenernos cogidos por hambre, para envilecernos a fuerza de miseria y de humillaciones constantes.
Pero no desesperemos, compatriotas; este largo periodo de sombras en el cual se nos ha visto arrastrándonos como larvas, tendrá que pasar si nos oponemos a que se nos denigre, si nos proponemos salir de la abyección que acabará por hacer de nosotros una raza de esclavos.
No, no hay que desesperar, pero tampoco hay que permanecer inactivos. Asociémonos, unámonos, hagamos entre nosotros, los humillados y los oprimidos, efectiva la solidaridad. Que la desgracia de un mexicano sea considerada como la desgracia de todo el pueblo, que la persecución que sufre un solo mexicano sea considerada como una persecución a la masa en general. La unión nos dará la fuerza, la unión nos hará respetables, y entonces seremos felices en nuestra patria y no tendremos porqué franquear las fronteras para buscar trabajo en tierra extraña, porque aquí lo tendremos abundante y bien retribuido, y tendremos justicia y seremos respetados por todos.
No hay, pues, que desalentarse. ¡Adelante!
– – – – NOTAS – – – –
1 Probable referencia a Matías Romero, México and the United States; a Study of the subjects affecting their Political, Comercial and Social relations, made with a view to their Promotion. New York, A. P. Putman”s Sons, 1898. 2 vols.
Pimentel se venga del terror que le produjeron los primeros trabajos oposicionistas empleando a su vez el terror para con sus enemigos. ¡Y qué gran diferencia en los procedimientos! La oposición acaudillada por los viriles liberales Adolfo C. Gurrión y Plutarco Gallegos, se mostró con el pecho descubierto acusando al sátrapa, exhibiéndolo desnudo ante el pueblo amodorrado por largos años de esclavitud, para que cayera esa venda que impide a los pueblos medir la pequeñez de sus dominadores.
Esa actitud generosa y valiente fue premiada con la persecución alevosa, porque Pimentel no tuvo el valor de acusar él mismo, de vengarse directamente de las acusaciones que dos hombres le hacían en representación de un pueblo agotado por la miseria y la tiranía. Fue, como siempre un instrumento el que llevó a la cárcel a los luchadores, pues nuestros gobernantes carecen de esa ruda franqueza de los opresores viriles que saben encararse al pueblo, que se rebelan ante la cólera de las masas y desafían brutalmente serenos la indignación popular. Nuestros gobernantes no gustan de desafiar las responsabilidades, y buscan siempre para ejercitar sus venganzas, las vías tortuosas, los rodeos; tratan siempre de cubrir con la apariencia de la legalidad sus más enconados procedimientos. Se les acusa; pero no son ellos los que aparecen al frente de las persecuciones que sufren los valerosos combatientes de la oposición, sino sus esclavos, sus sirvientes, los gobiernistas por salario.
En los dos primeros números de La Semecracia que publicaron en Oaxaca los valerosos luchadores Gurrión y Gallegos, se hicieron cargos tremendos justificadísimos contra Emilio Pimentel quien no encabezó virilmente la persecución. Llamó a uno de sus paniaguados, un jefecillo de un Distrito, para que persiguiera a los antirreleccionistas. El profesor Adolfo C. Gurrión, fue puesto en la cárcel, y el pasante de Derecho Gallegos, fue expulsado del Instituto de Artes y Ciencias del estado donde hacía sus estudios, por haber hecho circular una Protesta contra la prisión del correligionario Gurrión.
Hace tres meses que se consumó el atentado, y se creía que no habría más persecuciones, cuando no con asombro, sino con indignación, se supo que una nueva acusación había sido presentada contra La Semecracia, a pesar de que hacía más de dos meses que no se publicaba ya. Otra vez no fue Pimentel el acusador; fue un sirviente suyo, un tal Francisco Canseco1, analfabeta solemne que tiene a su cargo la cátedra de Derecho Público en el Instituto de Ciencias y que goza además del sueldo que le proporciona su empleo de juez 1º de lo Civil. Como catedrático y como juez, Canseco ha demostrado que le sería más fácil tirar de una carreta. Los alumnos nada aprenden de ese dómine ignaro, y los litigantes se convencen de que no sólo los bípedos pueden vestirse la toga.
Ese es el nuevo acusador. Se creyó ofendido por un artículo que apareció en el segundo número de La Semecracia en marzo anterior, siendo lo notable que necesitó más de dos meses para indignarse contra los viriles redactores del perseguido periódico. El artículo apareció a mediados de marzo, y Canseco se encolerizó hasta el día 1º de junio poniendo en la cárcel a los leales enemigos del gobierno. Esa tardía indignación demuestra que el pobre Canseco no obra por sí sólo, sino empujado por su amo Emilio Pimentel.
Así es en efecto. Pimentel se reelige a la usanza de nuestro dictador sin que haya una voz honrada que proteste contra la usurpación; de no ser así, el pobre Canseco se hubiera sentido indignado desde el 18 de marzo que fue la fecha en que apareció el artículo que denunció al comenzar junio.
Pimentel, empero, no ha saciado su deseo de venganza y procura de varios modos hacer pesada la estancia en la cárcel de los señores Gurrión y Gallegos. Desde que fue presentada la acusación por Canseco, fue aprehendido el correligionario Gallegos a quien se incomunicó en la cárcel, a la vez que se incomunicó también al profesor Gurrión que, como decimos, hace más de tres meses que está preso por la denuncia que presentó el jefe político de Tehuantepec, otro instrumento de Pimentel.
Más de setenta y dos horas estuvieron incomunicados dichos correligionarios sin que se dictara el auto de formal prisión, teniéndolos en los calabozos más infectos, escogidos de antemano, para hacerles insoportable la reclusión, para humillarlos, sin saber los verdugos que todos los tormentos que por defender sus convicciones sufren los hombres honrados, sirven para enaltecer a las víctimas y para desprestigiar a los tiranos.
La acusación del pobre Canseco es absolutamente infundada, pero [la aceptó] el juez 2º del Ramo Penal, otro analfabeta, Leopoldo Castro, desheredado de la ciencia que vegetaba como postulante y se afianzó del Juzgado como de un clavo ardiendo para no morir de hambre, en lugar de tomar la pala o el hacha para ganarse la vida de un modo independiente; la acusación es infundada, decimos, pero el juez Castro no encontró obstáculo para declarar la formal prisión después de las setenta y dos horas que marca la Constitución.
Pimentel había dispuesto que Canseco acusara por medio de un apoderado, pero no hubo un solo oaxaqueño que quisiera servir de esbirro.
Hay en esta persecución a los ciudadanos independientes, muchos puntos que la hacen repugnante. Los señores Gurrión y Gallegos sufren en el interior de la prisión toda suerte de molestias que hacen recordar la crueldad de los reyes bárbaros de la antigüedad. No se permite a los presos que se comuniquen ni con sus familias, todavía más, ni con sus defensores. El Alcaide Manuel G. Gómez es de la madera de los esbirros, y cumple a maravilla su papel de cancerbero bien aleccionado por Pimentel. Gómez declaró cierta vez en presencia de un grupo de presos que Pimentel le había ordenado que molestase al señor Gurrión en el interior de la prisión, y lo cumple, y ahora molesta a los dos correligionarios presos, con la voluptuosidad que todos los insignificantes sienten cuando pueden poner las manos odiosas sobre un hombre superior. Se ha prohibido a los correligionarios escribir aun los más triviales recados. No tienen libertad ni para firmar los escritos que han de ser presentados para su defensa. No pueden recibir personalmente sus alimentos, ni enviar unas cuantas letras a sus padres ansiosos de tener alguna noticia de sus perseguidos hijos.
Los señores Gurrión y Gallegos han solicitado que se les ponga en un mismo calabozo, pero hasta eso se les niega y se les tiene separados para humillarlos en detalle, para hacerlos sufrir un rigorismo que ni con los más feroces bandidos, como Onésimo González2, se tiene. Contra la ley y contra el reglamento de la cárcel, al señor Gallegos se le tiene en un reducido calabozo donde hay más de veinte personas amontonadas, respirando la humedad del calabozo y las emanaciones pútridas de los cuerpos sin aseo.
Los presos se han quejado con el analfabeta juez Castro de los tormentos que se les hacen sufrir, pero Castro es un siervo de Pimentel y no puede hacer otra cosa que agravar la estancia en la cárcel de los oposicionistas, convencido de que eso halaga al gobernador.
Pero todo esto a pesar de su enormidad, no es nada comparado con las crueles represalias de Pimentel, que no se concreta a vengarse de sus enemigos a quienes ya tiene presos, sino que busca nuevas víctimas, víctimas inocentes que no tienen otro delito que ser parientes de los presos. La familia del señor Gurrión está siendo objeto de atentados que colman la paciencia. El jefe político de Juchitán que tan desprestigiado está por sus arbitrariedades y su docilidad para Pimentel, un tal de Gyves3, mandó a aprehender al señor Quirino Gurrión, primo hermano de Adolfo ciudadano trabajador y honrado y amarrado codo con codo, lo remitió a Oaxaca consignado al servicio de las armas el 28 de mayo último.
Estas inicuas represalias del fuerte contra el débil, esta persecución odiosa contra una familia honrada hace estremecer de cólera, cólera no satisfecha, indignación no desahogada que los oprimidos guardamos intactos, que las víctimas no olvidamos y que son la justificación de la severidad de los cargos que el pueblo hace a sus tiranos.
No es posible imaginar hasta dónde llegará Emilio Pimentel en sus venganzas; venganzas decimos, porque los tormentos que se están infligiendo a los valerosos luchadores Gurrión y Gallegos en el interior de la cárcel, no revela otra cosa que la inquina del sátrapa que quisiera vivir entre aplausos, que quisiera oír solamente himnos cantados en su honor, si reinara sobre un rebaño de eunucos. El hombre que en la altura pierde la serenidad, como Emilio Pimentel, no nació para dirigir los destinos de un pueblo. El funcionario público está expuesto a la crítica, está expuesto a los ataques, y con mayor razón si ese funcionario es como Pimentel protector de individuos de antecedentes nada limpios como muchos de los hombres que lo rodean y que lo ayudan a oprimir, ya como Jefes Políticos, ya como Jueces, o como presidentes Municipales o Jefes de Policía o diputados. Emilio Pimentel se ha formado en menos de cuatro años una atmósfera de odio, de odio que le tienen los humildes, los indefensos a quienes arranca la capitación; de odio que le tienen los que han sufrido los atropellos de sus sicarios investidos de funcionarios públicos. Él, pues, Pimentel, es el único culpable de que se le ataque, de que se le exhiba como funcionario pésimo que no ha sabido en el tiempo que tiene de gobernar, llevar un alivio a los pobres que extorsionan sus compinches los ricos en Valle Nacional y en las minas del desventurado estado de Oaxaca, ni ha podido evitar esas odiosas consignaciones al servicio de las armas que significan una venganza, ni ha logrado que los jueces del estado administren justicia, porque no lo ha querido, comprendiendo que por el maltrato se envilecen los hombres, y hombres envilecidos necesita para que lo soporten en las espaldas.
Y por eso cuando vio que había hombres que no estaban envilecidos, se entregó a perseguir con furor, con desenfreno, como queriendo aniquilar a los hombres altivos que le habían puesto la mano en el rostro y no se ha conformado con perseguir a los que han tenido valor de encarársele, sino que persigue a las familias de sus víctimas, las desbarata con el pretexto del servicio militar obligatorio, para dar ejemplo de una severidad malsana que significa inquina, deseo brutal de venganza, hasta con los que no tienen responsabilidad. Siga Emilio Pimentel por la pendiente que ha escogido; así precipitará la caída de la tiranía.
– – – – NOTAS – – – –
1 Francisco Canseco (1874-?). Abogado oaxaqueño. En calidad de juez de distrito ordenó las persecuciones contra liberales en la entidad. En 1914 fue gobernador interino y se vinculó al constitucionalismo para volver a la gubernatura. Tras su fracaso se retiró de la política por un largo periodo. En 1925 formó parte del gabinete del gobernador Onofre Jiménez. Ocupó un puesto en la Procuraduría de Justicia de la Nación, en los años treinta.
2 Onésimo González (¿ -1974). Abogado oaxaqueño. Ejerció su profesión en el bufete de Guillermo Meixueiro. Vinculado al felicismo. Colaboró con Meixueiro para derrocar a Miguel Bolaños Cacho. En 1914 asisitió a la Convención revolucionaria de la ciudad de México. Al año siguiente fue miembro de la legislatura soberanista. Constitucionalista en 1917, y partidario del general Pablo González en 1919. Se adhirió a la rebelión delahuertista, tras el fracaso de la cual abandonó el país.
3 Fernando de Gyves. Latifundista y jefe político de Juchitán. Vinculado al grupo de los “científicos” oaxaqueños encabezado por Rosendo Pineda y Emilio Pimentel. Construyó su emporio ganadero a base de abigeato. Ejecutor de las vengazas políticas del grupo al que perteneció.