ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS

1907

Con la mano puesta en el corazón hacemos oír por primera vez nuestra palabra, ardiente por los entusiasmos que alientan en nuestros pechos, vibrante por las ideas redentoras que pueblan nuestra mente, briosa y rebelde como los sentimientos que nos animan contra todo lo que significa dominación y yugo, prostitución y vileza.

¿Quiénes somos? Unos enamorados de la libertad en cuyas almas alientan las soberbias rebeldías de Espartaco, y que sienten, a través de los tiempos, el soplo fecundo del espíritu libertario de los Gracos.

No tenemos otro título que nuestra honradez; no ofrecemos otra garantía que nuestra buena intención.

Salimos de la masa anónima, de allí, de la oscura masa donde crecen los dolores y se cosechan las lágrimas, no en busca de un nombre ni de una posición, sino a cumplir un deber, una alta y noble obligación impuesta por nuestra conciencia: prender una esperanza en los corazones de los que sufren; señalar una senda a los que tengan hambre y sed de justicia.

Somos parte de ese gran Partido que en septiembre del año pasado retó valerosamente a la Dictadura de Porfirio Díaz llamándola al combate que rehusó el cobarde tirano poniendo en juego la traición contra sus nobles y francos enemigos. ¡Menguada satisfacción la del histrión de Chapultepec que pudo detener unos instantes su caída inevitable atacando por la espalda a sus adversarios!

Somos parte del Partido Liberal Mexicano; nuestra bandera es el Programa promulgado por la Junta Organizadora de St. Louis Missouri el 1º de julio del año anterior.

¿Qué queremos? Ya lo dijimos: prender una esperanza en los corazones de los que sufren; señalar una senda a los que tengan hambre y sed de justicia.

Somos unos convencidos de la impotencia del civismo ante la fuerza bruta, unos convencidos, también, de la necesidad de los grandes sacudimientos populares cuando entre la libertad y los hombres se interponen el capricho de los gobernantes y la rapacidad de los señores del dinero.

En México —esa Patria atropellada por todos los bribones y maculada por todos los bandidos—, en México, repetimos, el civismo ha hecho fiasco, la boleta electoral ha fracasado, ¿por qué? Porque una soldadesca ebria impide al ciudadano el ejercicio de sus derechos. Ir a la casilla electoral con el objeto de votar es tanto como presentar el pecho desnudo a las bayonetas del César. Resistirse a trabajar por salarios despreciables constituye un ultraje que la Dictadura castiga con hecatombes en masa.

Las peticiones de justicia se contestan con consignaciones al Ejército; las protestas se ahogan en sangre; la palabra es detenida en los labios por la manaza de los gendarmes. La vida no sonríe al mexicano, ese desposado con la muerte y con la injusticia.

Generaciones educadas en la servidumbre marchan taciturnas de Calvario en Calvario bajo el látigo de los esbirros, sin un consuelo en sus pobres corazones, sin una luz que guíe sus pasos por el azaroso sendero de la vida sembrado de abrojos y de guijarros hostiles para los humildes; alfombrado de rosas y fecundo en placeres para los dominadores.

Es a esas generaciones dolientes a las que nos dirigimos, para las que escribimos este periódico y a las que deseamos comunicar el fuego que arde en nuestros cerebros emancipados, a fin de que despierten y que levanten la cabeza abrumada por las tristezas de los sacrificios estériles. Venimos a anunciar a los que sufren que de ellos será el porvenir si a la inercia sucede la acción, si a la pasividad sucede la actividad consciente de los hombres que al ultraje responden con la rebelión.

Ha llegado el momento de hablar claro y alto. Sabedlo de una vez, humildes, oídlo bien, esclavos: en vuestras manos está la libertad, de vuestro esfuerzo depende la felicidad con sólo cambiar de actitud; estáis arrodillados; ¡levantaos! Levantaos, sí, y ved a vuestros verdugos cara a cara. No los respetéis más; ¡rebelaos! No pongáis más la otra mejilla: ¡devolved golpe por golpe, ultraje por ultraje!

Es en vosotros, los hombres oscuros, en quienes reside la fuerza que hace marchar a la humanidad. Tened confianza en vosotros mismos.

Los hombres que piensan reconocen vuestro poder. Paul Deschanel,1 en un discurso en la Academia francesa, dijo estas palabras que todos los humildes deben grabar en sus mentes:

Las causas profundas de los grandes cambios humanos no se hallan en los círculos de letrados: radican en las aspiraciones de los sencillos. Son los desheredados de la tierra quienes han perseguido más enérgicamente el ideal y quienes han elaborado el bien en que vivimos. Son los infinitamente pequeños, en lo profundo del sombrío mar de los pobres, quienes fundan el porvenir.

Tengamos fe en el porvenir y veamos de frente la tormenta que se avecina cargada de amenazas para los que oprimen, pletórica de esperanzas para los oprimidos. No cerremos los ojos ante el horror de la catástrofe; aceptémosla como el medio único de salvarnos de una perenne deshonra y de una vida miserable. La revolución es el remedio enérgico que necesita el pueblo mexicano para volver a la vida y debemos esperarla más bien con placer que con tristeza, mejor con entusiasmo viril que con desaliento cobarde. Sin fijarnos en los sacrificios, sin medir los obstáculos, sabiendo que la muerte gloriosa del héroe es preferible en todo caso a la existencia vil y deshonrada de los esclavos.

Los cobardes temblarán al leer nuestro periódico. Los despreciamos. No es a ellos a quienes nos dirigimos, sino a los valientes, a quienes el yugo hace enrojecer el rostro por la vergüenza y la cólera.

Es, pues, para los mexicanos de vergüenza para quienes escribiremos este periódico.

– – – – NOTAS – – – –

1 Paul Deschanel (1855-1922). Político francés, miembro del Partido Progresista. Notable orador, promotor de la separación entre la Iglesia y el Estado y opositor a la pena de muerte. Fue presidente de Francia entre febrero y septiembre de 1920. Renunció al cargo por padecer trastornos nerviosos.

¡Mentira que la virtud se anide solamente en los espíritus sufridos, piadosos y obedientes!

¡Mentira que la bondad sea un signo de mansedumbre; mentira que el amor a nuestros semejantes, que el anhelo de aliviar sus penas y sacrificarse por su bienestar, sea una cualidad distintiva de las almas apacibles, tiernas, eternamente arrodilladas y eternamente sometidas!

¿Que es un deber sufrir sin desesperarse, sentir sobre sí el azote de la inclemencia, sin repeler la agresión, sin un gesto de coraje?

¡Pobre moral la que encierre la virtud en el círculo de la obediencia y la resignación!

¡Innoble doctrina la que repudie el derecho de resistir y pretenda negar la virtud a los espíritus combatientes, que no toleran ultrajes y rehúsan declinar sus albedríos!

No es verdad que la sumisión revele alteza de sentimientos; por el contrario, la sumisión es la forma más grosera del egoísmo: es el miedo.

Son sumisos los que carecen de la cultura moral suficiente para posponer la propia conservación a las exigencias de la dignidad humana; los que huyen del sacrificio y el peligro, aunque se hundan en el oprobio; los cobardes incorregibles que en todos los tiempos han sido un grave obstáculo para el triunfo de las ideas emancipadoras.

Los sumisos son los traidores del progreso, los rezagados despreciables que retardan la marcha de la humanidad.

Jamás el altruismo ha germinado en esos temperamentos morbosos y amilanados; el altruismo es patrimonio de los caracteres fuertes, de los abnegados que aman demasiado a los demás para olvidarse de sí mismos.

¡Mentira que la sumisión sea un acto digno de encomio; mentira que la sumisión sea una prueba de sanidad espiritual! Los que se someten, los que renuncian el ejercicio de sus derechos, no sólo son débiles: son también execrables. Ofrecer el cuello al yugo sin protestar, sin enojo, es castrar las potencias más preciadas del hombre, hacer obra de degradación, de propio envilecimiento; es infamarse a sí mismo y merecer el desprecio que mortifica y el anatema que tortura.

No hay virtud en el servilismo. Para encontrarla en esta agriada época de injusticias y opresiones, hay que levantar la vista a las alturas luminosas, a las conciencias libres, a las almas batalladoras.

Los apóstoles serenos que predicando la paz y el bien conquistaban la muerte; los abocados al sacrificio; los que creían sacrificarse marchando indefensos al martirio; los virtuosos del cristianismo, no surgen ni son necesarios en nuestros días: se ha extinguido esa casta de luchadores, desapareció para siempre, envuelta en el sudario de sus errores místicos. Con su ejemplo nos legaron una enseñanza viva de que la mansedumbre es la muerte. Predicaron y sufrieron. Fueron insultados, escupidos, pisoteados, y jamás levantaron la frente indignada. La ges­tación de sus ideas fue muy lenta y muy penosa; el triunfo, imposible. Faltó en ellos la violencia para demoler los castillos del retroceso, la pujanza bélica para abatir al enemigo y enarbolar con férreo puño los estandartes vencedores. Su ejemplo de corderos no seduce a las nuevas falanges de reformistas, sublimes por su consagración al ideal; pero perfectamente educadas en la escuela de la resistencia y las agresiones.

Luchar por una idea redentora es practicar la más bella de las virtudes: la virtud del sacrificio fecundo y desinteresado. Pero luchar no es entregarse al martirio o buscar la muerte. Luchar es esforzarse por vencer. La lucha es la vida, la vida encrespada y rugiente que abomina el suicidio y sabe herir y triunfar.

Luchemos por la libertad; acudid a nuestras filas los modernos evangelistas, fuertes y bienhechores, los que predican y accionan, los libertarios de conciencias diáfanas que sepan sacrificar todo por el principio, por el amor a la humanidad; los que estén dispuestos a desdeñar peligros y hollar la arena del combate donde han de reproducirse escenas de barbarie, fatalmente necesarias, y donde el valor es aclamado y el heroísmo tiene seductoras apoteosis.

¡Acudid los cultores del ideal, los emancipados del miedo, que es negro egoísmo! ¡Acudid; no hay tiempo que perder!

Concebir una idea es comenzar a realizarla. Permanecer en el quietismo, no ejecutar el ideal sentido, es no accionar; ponerlo en práctica, realizarlo en toda ocasión y momento de la vida es obrar de acuerdo con lo que se dice y predica. Pensar y accionar a un tiempo debe ser la obra de los pensadores; atreverse siempre y obrar en toda ocasión debe ser la labor de los soldados de la Libertad.

La abnegación empuja al combate: apresurémonos a la contienda más que por nosotros mismos, por nuestros hijos, por las generaciones que nos sucedan y que llamarán a nuestras criptas para escarnecernos si permanecemos petrificados, si no destruimos este régimen de abyección en que vivimos; para saludarnos con cariño, si nos agitamos, somos leales al glorioso escudo de la humanidad que avanza.

Laboremos para el futuro, para ahorrar dolores a nuestros postreros. Es fuerza que destruyamos esta ergástula de miseria y vergüenza; es fuerza que preparemos el advenimiento de la sociedad nueva, igualitaria y feliz.

No importa que perezcamos en la azarosa refriega, de todos modos habremos conquistado una satisfacción más bella que la de vivir: la satisfacción de que en nuestro nombre la Historia diga al hombre de mañana, emancipado por nuestro esfuerzo:

“Hemos derramado nuestra sangre y nuestras lágrimas por ti. Tú recogerás nuestra herencia.”

“Hijo de los desesperados, tú serás un hombre libre.”

he World,1 de Nueva York, publicó hace pocas semanas un artículo en que al hablar de la escasa salud del verdugo de México, se augura su próxima muerte, por lo que pregunta dicho periódico: “¿después de Porfirio Díaz quién y qué?…

Deja entender The World que después de Porfirio Díaz se quebrantará el orden en virtud de que la paz que ha formado el tirano es puramente mecánica, hecha por la fuerza y no por la convicción de los ciudadanos.

La opinión de The World, periódico que tira más ejemplares diarios que cualquiera otro en el mundo, ha conmovido hondamente a los judíos que desde Wall Street en Nueva York tiranizan con el poder del dinero a todos los países de la tierra, incluso nuestro pobre terruño en el que están clavadas las uñas de Greene2 y otros magnates del dinero.

El pánico sembrado entre aquellos fenicios salta a la vista en un articulejo que pudieron haber escrito Flores,3 Bulnes4 o Dufoo5 expresamente para que lo publicara The Wall Street Summary,6 de Nueva York, donde ha aparecido bajo el titulo de: “México después del Gral. Díaz”. Asegura el periódico de los judíos que la salud del tirano es magnífica; que aunque va muy cerca de los ochenta años, tiene las energías y los entusiasmos de un hombre de cincuenta, y que, en caso de que muriera, ya tenemos ahí al “conspicuo Corral”7 para que siga la misma política de hierro que el farsante del 2 de abril,8 con lo que el “orden” permanecerá inalterable y todas las sanguijuelas habidas y por haber podrán seguir chupando la sangre del buen pueblo mexicano.

Éstas son las cuentas alegres que se hacen nuestros dominadores, aunque están tan convencidos como nosotros los revolucionarios de que después de Díaz tiene que venir la revolución como una consecuencia del estado social en pleno desequilibrio creado por las bayonetas de la Dictadura.

Se necesitaría para que el orden fuera estable después de la muerte de Díaz que no hubiera oprimidos y opresores, explotados y explotadores, grandes capitalistas y grandes indigentes. ¿Podrá conseguirse eso en el medio actual de injusticias? ¿Por obra de qué milagro sociológico seguirán consintiendo los oprimidos que los poderosos les pongan el pie en la nuca? ¿Qué nuevo Cristo realizará el prodigio de los panes y de los peces, dejando satisfechos a los millones de hambrientos que no tienen un adobe que les sirva de almohada y que sólo encuentran lecho en los presidios y en los cuarteles?

Aunque Díaz viviese mil años, la revolución estallaría indefectiblemente sin esperar a que muriese el tirano, porque el malestar que sufrimos los mexicanos arranca de hondas causas que no dejarían de existir por el simple cambio de tiranos. Poco importaría que el tirano se llame Díaz, Corral o Reyes,9 si las causas de la tiranía continúan existiendo, si sigue habiendo millones de seres desamparados y un grupo de vampiros insaciables y crueles que no se duelen de la indigencia de los de abajo, ni conciben que bajo los andrajos del pueblo palpitan corazones deseosos de vivir y que bajo los sombreros de petate hay cabezas en cuyos sesos ha prendido su llama roja la protesta.

Saben los dominadores que la revolución tiene que estallar, pero son ciegos y no ven las verdaderas causas. No es la ambición de determinado grupo político lo que provocará la general conflagración que reducirá a cenizas el trono de la iniquidad, sino la injusticia y la miseria.

Los mexicanos sabemos muy bien que no es necesario que muera Díaz para que la revolución estalle, porque ésta no será una obra de politicastros, sino la explosión forzosa y formidable de las energías por tanto tiempo dormidas, el despertar rugiente de las cóleras tanto tiempo tragadas en silencio, el estallido de las ansias de vivir de un pueblo que despierta al borde de un abismo, y que saca del fondo de su ser todo su brío y todo su coraje para evitar el total derrumbamiento de su libertad y de su felicidad.

Los mexicanos queremos vivir, queremos luz, y no vamos a esperar a que el tirano muera para conseguir lo que necesitamos, ni esperamos de nadie que nos dé lo que nos hace falta: la libertad. Nosotros la tomaremos por la fuerza de las armas y muy pronto, ya muy pronto…

Sólo los ciegos no verán la nube de tormenta que se avecina; sólo los que no hayan lanzado una mirada a los bajos fondos de la sociedad donde el dolor es endémico, donde el hambre es la regla, y donde, hay que decirlo, se forjan en el sufrimiento los espíritus fuertes, podrán imaginarse que es estable la calma fabricada por la espada de Porfirio Díaz. ¡Cómo se engañan esos ilusos! ¡Bajo el cristal azul del lago que inspira a los poetas, las fuerzas ciegas de la naturaleza laboran la fiebre y la muerte!

Los felices no pueden entender nunca a los que sufren. Los satisfechos que comen manjares deliciosos y beben generosos vinos consideran que la gleba está conforme con un puñado de fríjol y unas cuantas tortillas. ¡Cómo se engañan los felices! El pobre devora en silencio su miserable pitanza amargada por la humillación, por el contraste de la extrema pobreza y de la extrema opulencia; pero en el fondo de su alma germina la rebeldía, sentimiento bendito que rompe cadenas y redime esclavos. Y el que es rebelde, el revolucionario por convicción, no espera a que se muera un tirano para rebelarse. La libertad es una necesidad cuya satisfacción no puede aplazarse como no puede la respiración. El hombre no da treguas, y el rebelde es un hambriento de libertad, un gran necesitado de justicia.

Basta una caricia del aire para que se desprenda del árbol el fruto ya maduro. Basta el más insignificante incidente para que estalle una revolución que ha madurado en los espíritus.

Así, pues, si los banqueros de Wall Street confían en que la revolu­ción mexicana no estallará porque vive el tirano, deben ir perdiendo sus esperanzas porque la revolución, obra del pueblo que quiere eman­ciparse, no depende de la vida del octogenario mandarín, sino del menor incidente, del más insignificante detalle. El fruto de la revolución está maduro y un beso del céfiro puede hacerlo desprenderse. El Progreso.10

– – – – NOTAS – – – –

1 The World. Periódico neoyorkino fundado en 1860. Tras ser adquirido por Joseph Pulitzer en 1883, se convirtió en el vocero nacional del Partido Demócrata, y alcanzó a tirar un millón de ejemplares diarios. En su batalla por ganar la circulación ante el New York American Journal, de William Randolph Hearst, modernizó las formas del periodismo, introduciendo el sensacionalismo o amarillismo.

2 Greene William Cornell Greene (?-1911). Empresario estadunidense. En 1896 adquirió de la familia del ex gobernador de Sonora, Ignacio Pesquiera, la mina El Ronquillo. Tres años después fundó la Cananea Consolidated Coper Co., más tarde filial de la Anaconda Cooper Co. de John D. Rockefeller. Diversificó su emporio a través de la maderera Madre Land and Timber Co., la empacadora Greene Cattle Co., así como con el Ferrocarril Río Grande, Sierra Madre y Pacífico. Tras la huelga en Cananea del 1 de junio de 1906, organizó la expedición de las tropas dirigidas por el capitán de los rangers de Arizona, Thomas Rynning, que masacró a los obreros huelguistas. Junto con el abogado Norton Chase y en coordinación con Enrique C. Creel organizó una campaña de persecución de los miembros del PLM mediante el uso de grupos de choque provenientes de compañías privadas de detectives, la compra de testigos y el cohecho de jueces y jurados. Logró encarcelar, deportar clandestinamente y enjuiciar a una docena de líderes liberales de la región, entre otros a Librado Rivera. En 1908, tras un revés financiero, sufrió un colapso nervioso que a la larga provocaría su muerte.

3 Manuel Flores (1853-1924). Médico, pedagogo y periodista. Fue diputado porfirista desde 1892. Defensor del positivismo. Fue colaborador de El Imparcial, periódico que llegó a dirigir al dejar el cargo Carlos Díaz Dufoo.

4 Francisco Bulnes (1847-1924). Ingeniero, periodista y profesor capitalino. Fue diputado federal y senador en múltiples ocasiones. Desempeñó diversas comisiones dentro del sector minero, bancario y de hacienda pública. En 1904 publicó su polémico El verdadero Juárez seguido de Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma. Escribió en el periódico El Universal. Crítico acérrimo del gobierno maderista. Se le considera el vocero “científico” del régimen porfirista. Publicó entre otros: La Guerra de IndependenciaLas grandes mentiras de nuestra historiaEl verdadero Díaz y la Revolución Los grandes problemas de México.

5 Carlos Díaz Dufoo (1861-1941). Periodista y literato veracruzano. Dirigió El Ferrocarril de Veracruz La Bandera Veracruzana. Fundador de El Imparcial junto con Reyes Spíndola (1896) y de la Revista Azul (1894), con Manuel Gutiérrez Nájera. Publicó: “La evolución industrial de México”, en México y su evolución socialRobinson mexicanoMéxico y los capitales extranjerosLa cuestión del petróleoLimantour México, 1876-1892.

6 The Wall Street Summary. Periódico dedicado a negocios y finanzas fundado en 1908 por la New York News Bureau Association. Dejó de circular en 1910, cuando fue sucedido por el Financial America.

7 Ramón Corral (1854-1912). Nació en la Hacienda de la Mercedes, Álamos, Son. Su primer acto público, en 1863, fue protestar contra el establecimiento de la monarquía en México. Periodista. Director de El Efirmaantasma La Voz de Álamos, periódicos oposicionistas (1873). Intervino en una sublevación contra el gobierno sonorense de Pesqueira; tras su derrota se marchó a Chihuahua. En 1877 fue electo diputado suplente para el distrito de Álamos y presidente del congreso local. En 1879 participó en el derrocamiento del gobernador Mariscal y fue nombrado secretario de gobierno de Sonora. En 1880 fue diputado federal por su estado natal y luego por Sinaloa. En 1883, de nuevo secretario de gobierno de Sonora. Vicegobernador constitucional de 1887 a 1891, fecha en que volvió a ocupar el cargo de secretario de gobierno. De 1895 a 1899, gobernador constitucional de Sonora. En 1900, fue llamado por Díaz para ocupar la gubernatura del D.F. De 1903 a 1911 se desempeñó como secretario de Gobernación; en ese puesto se ocupó ampliamente de la persecución de liberales radicados en Estados Unidos. En 1904, vicepresidente de la República, cargo que repitió en 1910. Tras los acuerdos de Ciudad Juárez, marchó a Europa. Murió en París.

8 Refiérese a Porfirio Díaz.

9 Bernardo Reyes (Guadalajara, Jalisco, 1850-México, D.F. 1913). Militar y político. Combatió a la intervención francesa. Gobernador de Nuevo León entre 1885 y 1887 y entre 1889 y 1909. Secretario de Guerra entre 1900 y 1902, donde creó la Segunda Reserva del Ejército. Participó en la campaña contra Manuel Lozada, “el tigre de Álica”. Recibió los sobrenombres de “El procónsul del noroeste”, “El barba de bronce” y “El atrincherado de Galeana”. Durante su gobierno en Nuevo León favoreció la industrialización del estado, en ramas como la fundición, el cemento, el vidrio y la cerveza, y extendió enormes facilidades a la inversión extranjera, particularmente la estadunidense. Se le consideraba, junto con el secretario de Hacienda, José Ives Limantour, como el sucesor natural de Porfirio Díaz. Animó un gran movimiento en su favor, el que se conoció como “reyismo” o “los reyistas”. El 2 de abril de 1903 provocó una sangrienta represión contra una multitud ciudadana convocada por la Convención Electoral Neolonesa y los periódicos antirreyistas Redención, Justicia y Constitución, que manifestaba en las calles de Monterrey su adhesión al abogado liberal Francisco E. Reyes; resultaron 15 manifestantes muertos, infinitud de heridos y nume­rosas aprehensiones. RFM escribió una crónica de los sucesos —“La hecatombe de Monterrey”— en el número 846 del El Hijo del Ahuizote, firmada con el seudónimo de Escorpión. Al acercarse la sucesión de 1910, el recién fundado Partido Democráti­co postuló a Bernardo Reyes como su candidato a la vicepresidencia de la República, pero Porfirio Díaz lo envió al exilio diplomático en Europa para alejarlo de la política nacional, y favoreció a Ramón Corral como su compañero de fórmula. En 1912 se sublevó contra el gobierno de Francisco I. Madero, fue derrotado y encarcelado en la ciudad de México. El 9 de febrero de 1913 fue liberado de la prisión junto con Félix Díaz, sobrino del dictador, por el levantamiento militar que daría lugar a la “Decena Trágica”, el asesinato de Madero y Pino Suárez y la dictadura de Victoriano Huerta. Como parte de esta sublevación, el General Reyes encabezó el ataque al Palacio Nacional del mismo día 9, cayó abatido por las balas de los defensores de Madero a las puertas del palacio.

10 El Progreso, “Semanario Independiente”, San Antonio, Tex., (1906?-1908). Editor Ramón Torres Delgado. De abril a junio de 1907 fungió como vocero de la JOPLM

El Dictador Porfirio Díaz está asombrado de la fuerza de la revolución que se le echa encima para acabar con su despotismo. Creía el tirano que la Junta Organizadora del Partido Liberal, compuesta de modestos ciudadanos sin charreteras, ni condecoraciones, ni ninguno de esos relumbrones que embelesan a los idiotas, sería impotente para hacer que el pueblo se levantara en armas desconociendo el Gobierno que por treinta años ha dispuesto a su antojo de la honra, de la vida y de los intereses de los mexicanos ¡Cuán equivocado estaba el Dictador!

¡Y como él, cuán equivocados estaban todos aquellos que consideraban imposible una revolución contra el cesarismo porfirista!

Se creía hasta hace poco que sólo un general, un personaje de polendas, un individuo que de algún modo hubiera ocupado grandes puestos en la administración pública, podría hacer una revolución, y que, mientras no sucediera eso, mientras ningún ex ministro, ningún ex gobernador, ningún viejo militar tomasen a cuestas la tarea de re­dimir al pueblo, éste habría de someterse y de esperar tranquilamente que un Mesías de sombrero montado y deslumbrantes entorchados se decidiera a pronunciarse.

Los hechos han venido a demostrar que las verdaderas revoluciones, esto es, los movimientos populares que son el producto de una necesidad colectiva, no necesitan la injerencia de personajes de oropel para manifestarse y triunfar. La revolución que se inició a fines de septiembre del año pasado y que está próxima a continuar es una revolución popular, de motivos muy hondos, de causas muy profundas y de tendencias bastante amplias. No es la revolución actual del género de la de Tuxtepec,1 de la de la Noria,2 verdaderos cuartelazos fraguados por empleados mismos del Gobierno, por ambiciosos vulgares que no aspiraban otra cosa que apoderarse de los puestos públicos para continuar la tiranía que trataban de derribar, o para sustituir en el poder a gobernantes honrados y progresistas como Juárez y como Lerdo de Tejada, a cuya sombra los bandidos no podían medrar.

Una revolución como aquellas que encabezó Porfirio Díaz o como las que hasta antes de la Guerra de Tres Años se siguieron una después de otra en nuestro desgraciado país, una revolución sin principios, sin fines redentores, la puede hacer cualquiera en el momento que se le ocurra, lanzarse a la revuelta, y bastará con apresar a los que la hacen de cabecillas para destruir el movimiento, pero una revolución como la que ha organizado la Junta de St. Louis Missouri no puede ser so­focada ni por la traición, ni por las amenazas, ni por los encarcelamientos, ni por los asesinatos. Eso es lo que ha podido comprobar el Dictador y de ello proviene su inquietud. No está en presencia de un movimiento dirigido por aventureros que quieren los puestos públicos para entregarse al robo y la matanza como los actuales gobernantes, sino de un movimiento que tiene sus raíces en las necesidades del pueblo y que, por lo mismo, mientras esas necesidades no sean satisfechas, la revolución no morirá, así perecieran todos sus jefes, así se poblasen hasta reventar los presidios de la República y se asesinase por millares a los ciudadanos desafectos al Gobierno.

Así se explica cómo a pesar de las persecuciones que desde septiembre del año pasado se han registrado en todo el país; a pesar de estar ya congestionadas de prisioneros las prisiones y a pesar de las hecatombes de Río Blanco, del espionaje constante de los rufianes del tirano, de la inseguridad en que todos viven, pues nadie está a salvo de ser considerado como conspirador y encerrado por siete años en una cárcel si no se le aplica la ley fuga; a pesar de todo, la organización revolucionaria se fortalece día por día con nuevos y valiosos elementos, extendiéndose la idea revolucionaria con una rapidez que llena de entusiasmo a todos los hombres de bien que ven acercarse a grandes pasos el día de la redención.

La revolución actual tiene en verdad hondas raíces; ya ningún hombre inteligente quiere la paz, la vergonzosa paz porfirista: paz de zahúrda donde medran los cerdos con el hocico en el fango, y nadie quiere ya la paz, no porque se ame la guerra, no porque sea cosa adorable la matanza, la destrucción, el incendio; se quiere la guerra como medio para liberarse del yugo de la miseria y de la tiranía; es el clavo quemante al que se afianza un pueblo que no quiere morir; que quiere vivir y se resiste a cerrar su historia en la presente página de esclavitud y de muerte.

He aquí explicado por qué la Junta puede hacer una revolución y por qué esa revolución está animada de una vitalidad que no aciertan a comprender los que desconocen su fuerza. No se trata de una revolución de simple carácter político, no se trata de quitar a Porfirio Díaz para que ocupe su puesto otro tirano como él. La revolución actual es de carácter social y de ahí deriva su fuerza y su prestigio. No se concreta a demandar reformas políticas, sino que quiere conquistar reformas sociales que pongan al pueblo mexicano en aptitud de poder conquistar aun nuevas y mejores reformas.

La revolución actual es un aspecto del problema del pan que por sí solo ocupa la presente etapa de la historia humana. Es un problema universal que los pueblos tienen que resolver a pena de perecer. Ya los pueblos desfanatizándose poco a poco gracias a la creencia no se conforman con esperar hasta la muerte para ir a comer bien en el cielo que las religiones prometen a los mansos y a los crédulos. Todos quieren comer en este mundo, gozar de las comodidades que ofrece la civilización moderna, nutrir el cerebro y nutrir el cuerpo. En vano los sacerdotes de todas las religiones se desgañitan recomendando sumisión y humildad. Ya nadie quiere ser humilde ni sufrir con paciencia privaciones y martirios con la esperanza de volar al cielo, ese cielo mentiroso cuyo prestigio fue más fuerte para someter a la humanidad y tenerla en la esclavitud que las armas y los soldados de los déspotas.

El pueblo mexicano, como el pueblo de todas las naciones, quiere también vivir, quiere gozar, quiere ser libre y por eso es fuerte la revolución, por eso no murió con la traición de Ciudad Juárez, por eso vive a pesar de que centenares de sus leaders se encuentran en las cárceles y otros más han sido asesinados; por eso triunfará.

No espere, pues, Porfirio Díaz que con el terror que pretende sembrar muera la actual revolución. Ella tiene raíces muy hondas, bastante hondas… ¡Es cuestión de vida o muerte para el pueblo!

– – – – NOTAS – – – –

1 Rebelión llevada al cabo al amparo del llamado Plan de Tuxtepec. Proclamado el 1 de enero de 1876. Suscrito por militares pronunciados contra el presidente Lerdo de Tejada, que reconocían como general en jefe a Porfirio Díaz. Reivindicaba la Constitución de 1857; exigía la no reelección del Presidente de la República y los gobernadores; desconocía al Presidente y a todos los funcionarios electos en julio de 1873; proclamaba elecciones libres, libertad para los municipios y responsabilidad para los partidarios de Lerdo. Triunfó en noviembre de 1876, y llevó a Díaz a la presidencia.

2 Rebelión de La Noria. Movimiento encabezado por Porfirio Díaz contra la reelección de Benito Juárez en 1871.

Hace un año que los obreros mexicanos empleados en las minas de Cananea decidieron, en número de seis mil, reclamar la jornada de ocho horas y aumento de salarios.

La reclamación era justa, y, además, para fomentarla, no se recurrió por parte de los obreros a ningún medio violento. Una comisión de trabajadores se acercó a Greene, gerente de la Compañía de Cananea, y le expuso que los obreros mexicanos empleados en la negociación se sentían humillados por el hecho de que, desempeñando la misma labor que los obreros extranjeros, también empleados ahí, ganaban, sin embargo, salarios inferiores a los que disfrutaban estos últimos, y que, para que esa desigualdad ultrajante dejara de existir, demandaban el aumento de sus salarios y el establecimiento de la jornada de ocho horas.

Greene manifestó a la comisión de los trabajadores que no podía aumentar los salarios sin el consentimiento del gobierno.

Como resultado de la negativa, los obreros rehusaron volver al trabajo y en ordenada procesión recorrieron las calles de Cananea, dirigiéndose todos a los lugares donde había trabajadores mexicanos para invitarlos a que se les unieran.

Entre tanto, el telégrafo funcionaba entre Cananea y Hermosillo y entre esta ciudad y la de México. El alambre que debiera ser conductor de ideas salvadoras, vehículo del progreso y medio excelente para poner de acuerdo a la humanidad en su penoso bregar por la felicidad y la justicia, era infamemente deshonrado: órdenes draconianas partían del Palacio Nacional de México y del Palacio de Gobierno de Hermosillo para que las autoridades de Cananea impidieran, a cualquier costo, que los obreros abandonasen sus labores, obligándolos por la fuerza a reanudarlas.

Las órdenes fueron estrictamente cumplidas y el proletariado de Cananea fue pasado a cuchillo.

No encontrándose capaz el Gobierno Mexicano de degollar él solo a los obreros, pidió su ayuda a las autoridades americanas, y juntos, esbirros mexicanos y esbirros americanos, se entregaron a la matanza. La sangre obrera, la sangre generosa que hecha músculo produce la riqueza, fue derramada a torrentes, empapando aquellos campos mineros que, previamente y durante muchos años, bebían el sudor de los mártires de la explotación capitalista.

Un estremecimiento de indignación agitó el organismo nacional desde el Bravo hasta el Suchiate como si una mano tosca hubiera tropezado con una cuerda en tensión, y traspasando las ondas vibratorias las fronteras y los mares, fueron a percutir dolorosamente en los corazones generosos.

Desde aquel instante quedó rota la paz porque hasta los más ciegos pudieron ver que nada de común podía existir entre el pueblo y sus tiranos, como no fuera el odio mutuo producido por sus respectivos intereses siempre en pugna. El interés del amo es distinto del interés del siervo.

Fue entonces que cuando después de treinta años comprendió el pueblo que una paz amasada con lágrimas y sangre, es una paz vergonzosa, y que, reclamar el derecho con las manos vacías, equivale a un suicidio.

El espíritu de rebeldía, ese espíritu fecundo que transforma en hombres a los esclavos y al cual se debe el actual progreso humano que necesita para desenvolverse aún el esfuerzo de nuevos rebeldes, ocupó en muchos corazones el puesto donde antes dormitaba la resignación.

Todos vieron claramente la tremenda injusticia y se trajo a la memoria la visión cruenta de ese vía crucis de treinta años del pueblo mexicano. En treinta años el pueblo sólo había vivido para sus amos de la política y del dinero y cuando después de sufrir humillaciones y maltratos pidió respetuosamente algunas consideraciones y unos centavos más para poder vivir, sus pacíficas demandas fueron contestadas a balazos y los labios que pedían justicia enmudecieron en las horcas.

¡Qué lección tan grande la que recibió en Cananea el pueblo mexicano!

Allí se supo por fin que sólo había dos caminos qué escoger: el de la sumisión o el de la revolución. Someterse, renunciar a ser libre, consentir que el látigo siga cruzando las espaldas y la saliva ungiendo los rostros o rebelarse: ése era el dilema.

Y como no había muerto el sentimiento de la dignidad, como a pesar del terror derramado a manos llenas por un gobierno de bandidos las madres mexicanas han podido producir hombres enteros, es el de la rebelión el camino escogido por los espíritus fuertes.

Ya que los dioses no realizan el prodigio de arrojar tempestades de fuego sobre las sociedades prostituidas, las nuevas Gomorras y las Sodomas modernas serán arrastradas por el espíritu enérgico de los revolucionarios.

Confiemos en que por la rebelión conseguiremos lo que por la sumisión se nos ha rehusado: la libertad y el bienestar.

Al consagrar hoy un recuerdo a los mártires de Cananea no debemos conformarnos con condenar el crimen cínico perpetrado por los esbirros del César mexicano. Hay que hacer algo más: robustecer nuestros propósitos de derribar la tiranía.

La Junta Organizadora del Partido Liberal, residente en St. Louis, Mo., trabaja activamente para derribar por el eficaz medio de la lucha armada el vergonzoso despotismo que pesa sobre los mexicanos.

El día de las reivindicaciones se acerca, y los hombres de temple lo esperan con ansia. ¡Los días de la Dictadura están contados!

No se ha extinguido el eco de los fusiles de Acayucan,1 y las vibraciones heroicas de los clarines de Jiménez2 llenan de espanto a nuestros verdugos y renuevan las esperanzas de libertad de los humildes.

¡A la lucha mexicanos!

– – – – NOTAS – – – –

1 Refiérese al ataque a Acayucan, Ver., llevado al cabo por Hilario C. Salas al frente de cerca de 300 indígenas de la región de la Sierra de Soteapan, el 30 de septiembre de 1906. Los rebeldes fueron dispersados y dos días después intentaron de nueva cuenta la toma de la población con iguales resultados.

2 Se refiere a la población de Jiménez, Coah., en la que tuvo lugar el levantamiento liberal del 26 al 28 de septiembre de 1906, encabezado por Juan José Arredondo y León Ibarra. Los rebeldes, en su mayoría procedentes de Texas pero originarios de la región, fueron repelidos por el ejército federal. Un grupo de alzados retornó a los Estados Unidos, donde fueron perseguidos y, algunos, aprehendidos.

Desde que los valientes liberales de Jiménez y Acayucan se levantaron en armas para hacer triunfar el Programa del Partido Liberal promulgado por la Junta de St. Louis Missouri el primero de julio del año pasado, algunos oposicionistas, cobardes o sinceros, se apresuraron a declarar en ciertos periódicos que ellos quieren obtener por la evolución lo que los revolucionarios queremos por la revolución: la libertad y la felicidad del pueblo.

Creen o fingen creer los llamados evolucionistas que todo lo que se expresa en el Programa del Partido Liberal pude obtenerse sin empuñar las armas, sin derramar una gota de sangre, sin ejecutar el menor acto de violencia. La solución es bien sencilla para esos pobres de espíritu; que vaya el pueblo a las casillas electorales, elija sus gobernantes y sus legisladores y que espere sentado la libertad y el bienestar, sin que sea necesario lanzar el más leve grito subversivo ni trastornar en lo más mínimo el orden y la paz. Pueden los gobernantes interesados en no soltar el puesto que tienen hacer fraude en las elecciones, de modo que, aunque el pueblo haya querido nombrar a H, sea R el que resulte favorecido por el voto. En este caso, los evolucionistas acusarían a los que tal fraude hubieran hecho; pero aquí también ocurre que, estando interesados todos los que componen la máquina administrativa en no soltar sus puestos, desecharían la acusación, y si se recurriese por último a los tribunales federales en demanda de amparo, la llamada Suprema Corte de Justicia de la Nación declararía, como lo hace siempre en estos casos, que “la justicia de la Unión no ampara ni protege a los quejosos”, con lo que el fraude quedaría consumado en medio de la paz más sepulcral posible, y las cosas seguirían como antes de haber perdido el pueblo su tiempo en los comicios electorales.

Esto es lo que ha pasado hasta la fecha y lo que seguiría pasando si al fraude de los mandatarios no respondiera el pueblo con la revolución.

Ahora bien, a ese sistema de soportar todas las burlas es al que quieren aferrarse los llamados evolucionistas. ¿Que no se pueden obtener las libertades que necesita el pueblo para dignificarse? Pues no hay que rebelarse por eso, sino esperar, esperar siempre a que vengan tiempos mejores en que los verdugos, por su voluntad, nos hagan la gracia de quitarnos las cadenas.

Y así pasarían siglos y más siglos y los tiranos se sucederían sin interrupción, abusando cada vez más de su poder en la confianza de que el pueblo nunca tomaría las armas para desembarazarse de sus opresores. Sucedería lo que hemos visto en todo el tiempo que Porfirio Díaz ha estado en el Poder: no temiendo los tiranos que los pueblos se levanten en armas; no viéndose obligados a dar libertades porque los que las piden no han de rebelarse, perpetúan la tiranía sin preocuparse poco ni mucho de la felicidad de los ciudadanos.

¿Qué evolución puede efectuarse en tales circunstancias? ¿Como puede el pueblo obtener su libertad y su felicidad, si hay intereses opuestos que no pueden permitirlas sin perecer o sufrir al menos grave lesión?

Los llamados evolucionistas no son tales evolucionistas; son cobardes que en presencia de los graves problemas sociales se sienten impotentes para destruir los obstáculos que retardan la evolución de los pueblos.

Si fueran realmente evolucionistas, serían revolucionarios, porque la evolución no excluye la revolución; por el contrario, se vale de ella para efectuarse cuando en su desenvolvimiento progresivo tropieza con fuerzas que es necesario que destruya, so pena de detenerse y de morir.

La historia toda de la humanidad es la historia de la evolución y de su inseparable compañera la revolución que juntas, hasta confundirse, han operado hasta alcanzar el grado de civilización que ostentan las modernas sociedades. Sin la revolución, la evolución se habría detenido hace miles de años, como la vemos estacionaria en China, inmóvil en el Indostán, muerta en Turquía, y, hasta hace poco, cataléptica en Persia y en Rusia. Si la China, el Indostán y la Turquía dan un paso hacia la vida, será por virtud de la revolución que en estos momentos se prepara en aquellos grandes y oprimidos pueblos.

La evolución de las sociedades humanas, desde el clan primitivo hasta la república actual de gobierno representativo, se debe a la revolución, a la rebeldía constante y fecunda, a los medios violentos, a las medidas extremas tomadas por los oprimidos contra los opresores de todos los tiempos. El árbol de la libertad no hubiera enraizado sin el riego perenne de sangre humana, y necesita, para llegar a su total desarrollo, todavía mucha sangre. A sangre y fuego va conquistando la humanidad cada vez mayores bienes y es natural que así sea, porque siempre ha habido hombres cuyos intereses son opuestos a los intereses de la masa del pueblo y es indispensable que el pueblo, si no quiere ser esclavo, si quiere evolucionar, se rebele para destruir los intereses que le son contrarios, ya que los interesados en oprimir, los que explotando y tiranizando son felices, no han de despojarse de buen grado de lo que los hace fuertes y poderosos, sino que opondrán desesperada resistencia y sólo por la fuerza se les podrá arrancar algo de la libertad que detentan, algo de la felicidad que monopolizan.

He aquí cómo los verdaderos evolucionistas somos los revolucionarios, los que estamos dispuestos a emplear la violencia contra lo que se opone a la evolución del pueblo mexicano.

La evolución contra la Dictadura de Porfirio Díaz es por lo demás, bastante justificada. El pueblo no solamente carece de derechos, no solamente vive sin garantías, sino que, además, no tiene pan. ¿Por qué salen de la Patria los mexicanos? ¿Por qué abandonan la tierra donde vieron la primera luz, donde residen sus afectos, donde se quedan con las lágrimas en los ojos tal vez una madre, quizá una esposa y probablemente una prometida que ve alejarse hacia un país desconocido al objeto de sus tiernos amores?

Los mexicanos salen de la Patria porque en ella no gana el hombre lo necesario para vivir; porque en ella son avaros los patrones, son arbitrarias las autoridades, se carece de pan, se carece de justicia, y, como un peñasco pendiente de un cabello, está sobre las cabezas de los pobres exclusivamente el servicio militar obligatorio.

El pobre, en nuestra Patria, es el más infortunado de los esclavos. El amo puede abofetearlo y escupirlo; la autoridad puede hacer otro tanto. Si el pobre protesta, va a dar al cuartel o al presidio. Si el amo o la Autoridad tienen interés en alguna mujer de la familia de un pobre, éste para que no estorbe, es consignado al Ejército o encarcelado o perseguido o asesinado. Pedir justicia es una locura: los jueces están para castigar a los pobres, no para atenderlos y hacerles justicia.

Ir a la casilla electoral para elegir funcionarios que sean menos brutales y que garanticen los derechos de los ciudadanos es otra locura: cuando no se emplea el fraude para que resulten electos otros individuos que los que el pueblo desea, las autoridades recurren a la fuerza para impedir que los ciudadanos ejerzan el derecho electoral.

Apelar a la huelga para obligar a los amos a ser menos rapaces es otra locura; los soldados del despotismo porfirista asesinan en masa a los trabajadores en huelga.

Esperar que la prensa denuncie tanta infamia es otra locura: los periodistas independientes son encarcelados, apaleados y aún asesinados porque hablan en favor del pueblo.

¿Es posible que en tales circunstancias pueda operarse una evolución benéfica al pueblo en nuestro desgraciado país? No, no es posible, y sólo queda a los mexicanos el recurso de rebelarse para apoderarse de las tierras que detentan los grandes propietarios, para hacerse pagar mejores salarios, para hacerse respetar de amos y caciques; para ser libres, para ser felices.

Por eso espera el pueblo con ansia la revolución: porque es necesaria, porque es salvadora, porque está destinada a destruir los obstáculos que impiden a los mexicanos vivir como hombres en su propio suelo.

¡Bienvenida sea la revolución!

El problema del pan es un problema universal surgido de la presente civilización capitalista, basada en el perfeccionamiento cada vez más grande de los medios de producir la riqueza, o sean las máquinas, que sustituyen con ventaja al trabajo manual antiguo. A mayor perfeccionamiento de las máquinas, corresponde un mayor número de brazos sobrantes que van a engrosar la legión de la oscura miseria, agravándose ésta con la desaparición de la pequeña industria, impotente para resistir el empuje de las grandes empresas que reinan soberanas en el mundo económico imponiendo su voluntad a los pueblos todos de la tierra.

No es, por lo tanto, el del pan, un problema exclusivo de México; pero sí podemos asegurar que en ninguna parte como en México presenta dicho problema caracteres más crueles, aspectos tan brutales, que hacen pensar seriamente en un recurso formidable como el de la revolución, para evitar que el problema se resuelva en el envilecimiento, y más tarde, en la extinción definitiva de una raza, por el hambre y la tiranía.

En todas partes el trabajador gana lo necesario para vivir, si no con holgura, al menos con relativa comodidad; en México, el trabajador gana solamente lo estrictamente indispensable para no perecer de hambre.

Desde luego hay esa gran diferencia de condiciones; pero sigamos adelante. En todas partes, generalmente, el trabajador obtiene en dinero el salario por el cual trabaja. En México, el trabajador, generalmente, no recibe el salario en dinero, sino en vales para tiendas de raya donde se les cargan los efectos al doble o triple del valor que tienen en el mercado.

Hay más todavía: el obrero es relativamente respetado en todas partes. En México absolutamente no se le respeta.

Todavía más: en todas partes puede el obrero unirse a sus compañeros y demandar del Capital mejores salarios y menor número de horas de trabajo. En México, los obreros son castigados por rebelión cuando a tal cosa aspiran.

Mas aún: en todas partes donde está instituido el sufragio universal, pueden los obreros tener sus representantes en el Parlamento o en el Gobierno. En México, a pesar del sufragio universal, nadie puede votar otras candidaturas que las oficiales.

Como se ve, hay una gran diferencia entre la condición de los trabajadores extranjeros y la de los mexicanos, pues mientras los primeros son relativamente libres, gozan de ciertas comodidades, y son generalmente respetados, los segundos, los mexicanos, son verdaderos siervos, sin voz ni voto, sin una libertad, como no sea la de reventar de miseria en cualquier covacha.

El problema del pan se complica todavía más con el hecho de que la tierra está en manos de unos cuantos grandes propietarios que, ni la cultivan, ni la aprovechan en nada útil y sólo se preocupan en extorsionar a los pequeños arrendatarios que en ellas se establecen, o a los medieros, a quienes explotan de una manera criminal.

Estos hechos y otros muchos que sería imposible enumerar en un artículo de periódico forman en México un medio de miseria y de total abatimiento no comparable con ningún otro en el mundo, medio propicio a la implantación de las tiranías y que retarda a ojos vistos la evolución de un pueblo inteligente, laborioso, sobrio, cuyo único pecado es ese respeto supersticioso a sus tiranuelos y a sus amos, imbuido por curas perversos, y que lo hace soportar todas las infamias y todas las humillaciones.

Para resolver el problema del pan hay que comenzar por ser rebeldes, extirpando de nuestros cerebros las preocupaciones que nos atan al pasado sin dejarnos mover hacia el porvenir. Demos entrada a la luz; examinemos los alegados derechos de nuestros amos y nuestros déspotas a robarnos y tiranizarnos; atrevámonos a poner en duda y a negar al fin nuestro deber de sumisión y de obediencia a los que nos hacen trabajar para su beneficio, y a los que se trepan sobre nuestros hombros para mandarnos; no hagamos aprecio de lo que aconseja el clérigo, sino de lo que enseña la razón; en suma, seamos hombres de nuestro siglo, conscientes, libres, altivos, y no las mesnadas serviles de los señores de horca y cuchillo de la Edad Media. Pero si por el contrario, por falta de carácter viril, no nos atrevemos a levantar la vista hacia nuestros capataces por temor a la excomunión del fraile; si consideramos justo vivir acosados por las privaciones mientras los que nos gobiernan gozan de todo y todo lo tienen en abundancia, hasta lo superfluo; si es vida humana la que arrastramos los de abajo; si es racional que tengan todo los que no hacen nada y que nada tengamos los que lo hacemos todo; si es motivo de orgullo quitarse el sombrero delante de personajes que tienen más manchadas las manos que un matancero del rastro, entonces, no nos quejemos de nuestra miseria ni de nuestra deshonra, y sigamos postrados ante los tiranos que nos vejan y los ricos que nos roban.

El problema del pan es un problema complejo en verdad, pero difícil de resolver desde el momento en que se conoce el medio: la rebelión.

Y no hay otro medio eficaz, porque interponiéndose entre los hambrientos y el pan los intereses de los señores, es preciso pasar por sobre esos intereses, lesionarlos, arrollarlos, no detenerse irresolutos o respetuosos ante ellos, y tomar por la fuerza lo que se escatima sin razón y sin justicia.

La revolución que está para estallar en México entraña ese problema, como ya lo hemos dicho en algún otro número de este periódico, y por eso es popular y esperada con ansia por todos los que sufren y por todos los que aman el ideal de libertad y de justicia. El espíritu de rebeldía lo hará todo y a él deberemos la grandeza futura de la Nación Mexicana.

Emancipados los hombres de ese fardo pesado de los respetos a los tiranos, estarán aptos para escalar alturas hasta ahora no soñadas. Eso es lo que presiente el pueblo ante la inminencia de la catástrofe, cuyo soplo comienza a enardecer los corazones preparando los ánimos para la gran lucha, para el duelo gigantesco de los de abajo contra los que oprimen.

Los tiranos tiemblan. Creyeron estar sentados sobre un cadáver sin darse cuenta de que su trono estaba construido sobre un volcán. Los marinos ignorantes muestran confianza en medio de un mar tranquilo cuando ningún viento lo encrespa y lo agita, sin saber que esa calma es el presagio de la tormenta, que en el cielo diáfano está suspenso el rayo que ha de herir la embarcación, y que el vientecillo que pasa acariciante refrescando los rostros quemados por el sol está próximo a levantar montañas de agua que, al desplomarse, arrastrarán al abismo todo lo que encuentren a su paso.

El pueblo es como el mar. Su tranquilidad es engañosa porque presagia tempestades de fuego y de sangre. Las manos que levantan barricadas y guillotinas son las que poco antes ponían la semilla en el surco, manejaban la escuadra o acariciaban las cabecitas de los pequeños… Los labios contraídos por la cólera, tal vez conservan el sabor de los últimos besos de la amada…

El silencio y la calma del momento, tienen en potencia el estruendo y el tumulto de mañana. El azadón es fácilmente sustituido por el fusil. ¡Cuántos que no soñaban ni en pastorear ganados conducirán mañana a la victoria un ejército de leones! Morelos elevaba la hostia al cielo sin presentir la epopeya de Cuautla. Los laureles de Calpulalpan no fueron soñados por González Ortega1 cuando litigaba en los juzgados de Zacatecas.

¿Cuántos Morelos, cuántos González Ortega, cuántos caudillos que la revolución hará insignes habrá en estos momentos en ese mar tranquilo que se llama pueblo mexicano? Tiene que haber muchos. Las grandes conmociones sociales son propicias a la aparición de los grandes caracteres.

¿Cuánto puede el espíritu de rebeldía? La humanidad será algún día grande y dichosa por la rebeldía, y el pueblo mexicano, para no rezagarse, para ir con el resto de los humanos hacia las grandes conquistas del porvenir, debe ser rebelde, no respetar más fetiches, romper las cadenas que lo atan al pasado, y, por lo pronto, para no verse detenido en su evolución, derribar al traidor Porfirio Díaz e implantar el Programa del Partido Liberal.

– – – – NOTAS – – – –

1 Jesús González Ortega (1822-1881). Militar zacatecano. Apoyó el Plan de Ayutla. Gobernador de su estado natal (1858). Decidió la Guerra de Tres Años en la batalla de Calpulalpan en diciembre de 1860. Establece una tensa y contradictoria relación con Juárez. Protagoniza el desastre de Cerro Borrego ante las tropas francesas y después de 62 días de sitio en Puebla se rinde incondicionalmente. Las disputas por el Poder Ejecutivo con Juárez lo llevarán al exilio, a la cárcel y finalmente al retiro a la vida privada.

Es grato observar cómo, a pesar de los esfuerzos de la Dictadura, se han difundido rápidamente las ideas emancipadoras y han logrado cautivar el corazón y la voluntad de nuestro pueblo que al fin comprende sus derechos y se manifiesta resuelto a no continuar siendo la resignada víctima de la explotación y el despotismo.

Poco, muy poco hace, algo menos de un año, que fue expedido en St. Louis, Mo., el Programa del Partido Liberal en el que se ofrecen reformas sociales y económicas que tienden a abolir los abusos del Gobierno y el Capital y a despejar de obstáculos el camino que conduce al aseguramiento de nuevas libertades. Poco, muy poco hace, que la conciencia pública se estremeció al recibir la simiente de las nuevas doctrinas contenidas en el documento citado, y ya pueden admirarse los frutos en la fecunda revolución de ideas que en los actuales momentos conmueve al pueblo mexicano.

La simiente estaba sana, pletórica de vida, y cayó en suelo fértil y generoso.

Los proletarios, que son los que más sufren bajo el actual sistema de opresión y los que más beneficios obtendrán con el triunfo del Partido Liberal, se han adherido en masa a los principios proclamados por la Junta de St. Louis Missouri y, devorados por la impaciencia, esperan el momento de consagrar sus energías al servicio de la causa que los ha de redimir.

Saben, por dolorosa experiencia, que en México, bajo las actuales circunstancias, bajo el actual Gobierno de cafres, sería inútil —para no calificar de insensata— cualquier tentativa que hicieran para obtener por medios pacíficos el mejoramiento de las crueles, de las inhumanas condiciones de trabajo a que están sujetos. No escapa a su penetración que siempre que supliquen, que siempre que pidan a sus amos con la humildad de siervos unos centavos más de jornal o una disminución de las horas de la faena diaria, no conseguirán otra cosa que ser objeto del desprecio y el escarnio. Tampoco ignoran que la huelga quieta, ordenada, es impracticable, porque los soldados del Dictador intervendrán y a machetazos harán que los huelguistas vuelvan al trabajo. Si protestan contra el atentado, si presentan la más leve resistencia, serán asesinados, como en Cananea, como en Río Blanco.

En cuanto a libertades políticas, si se atreven a reclamar por medio de la prensa o la tribuna el derecho de votar, de asociarse, de tomar participación en la vida pública conforme lo garantizan nuestras leyes; si practican cualquiera de esos actos legítimos, la cárcel o el puñal del asesino mercenario los reducirá al silencio, a la inacción.

Todo eso lo saben perfectamente y por lo mismo no incidirán en procedimientos que conducen al fracaso inevitable, al sacrificio infecundo.

Acudirán al único recurso practicable, eficiente, al salvador: la revolución.

Seguros estamos de que sólo esperan que la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano inicie el movimiento que está preparando para rebelarse ellos a su vez y cooperar, con el heroísmo y la abnegación de que son capaces, al derrumbamiento de la Dictadura que durante treinta años nos ha afectado y oprimido.

Si fuera posible que todos los proletarios estuvieran en comunicación con la Junta, que todos los elementos que van a combatir por la libertad se organizaran y prepararan sus planes antes de que estallara la revolución, alcanzaríamos el triunfo definitivo sin dificultades, sin grandes sacrificios. Porfirio Díaz y sus favoritos serían impotentes para resistir el empuje de las legiones inmensas de rebeldes.

Pero no hay ni siquiera que intentar tal cosa para evitar que se nos destruya en detalle. La Dictadura tiene a su servicio un ejército de esbirros que, violando la correspondencia, o por medio del soborno y el espionaje, trabajan incesantemente para sorprender los secretos de la conspiración. Si la Junta fuera a comunicarse con todos los partidarios de su causa —que es la causa del proletariado nacional— habría muchas víctimas de las triquiñuelas de los esbirros; las cárceles se llenarían de hombres que nos harían falta en los campos de batalla.

La Junta no puede entenderse directamente más que con un limitado número de leaders del próximo movimiento, leaders, que a su vez, están en contacto con los grupos constituidos secretamente en diversas poblaciones de la República.

Los revolucionarios que no estén en contacto con la Junta ni con alguno de los leaders, pueden formar grupos con los que les merezcan confianza y relacionarse luego con la Junta, si les es posible, o hacer sus preparativos aisladamente o estar listos para secundar y sostener a los insurrectos que primero se levanten en armas.

Los que por prudencia no quieran ingresar a algún grupo, individualmente se equiparán.

Lo esencial es que todos procuren armarse, que cada quien se compre un fusil y se provea de parque.

Esta revolución no es fomentada por politicastros ni por hombres de dinero, sino por ciudadanos humildes a quienes les sería imposible aportar la exorbitante suma de dinero que se requiere para el armamento de todos los rebeldes. Esta revolución persigue el bien general, y justo es que se esfuercen porque obtenga éxito todos los hombres que deseen ser libres; que cada quien contribuya con lo que más pueda, cuando menos con su propio fusil.

El sacrificio pecuniario que se haga para proporcionarse el arma no será en balde: es un sacrificio con que se compra la libertad y el futuro bienestar.

A armarse, pues, sin pérdida de tiempo, los que estén dispuestos a perder la vida en defensa del ideal.

Vamos a empeñarnos en una lucha encarnizada, y conveniente es que hagamos acopio de previsión, que nos preparemos con oportunidad, para que a la hora suprema nos encuentre fuertes el enemigo y tenga que someterse y servirnos de escalón en nuestro ascenso inevitable hacia la sociedad del mañana, cuyos fulgores ya asoman en el horizonte de la Patria.

Constituimos los oprimidos un ejército inmenso, incontable: somos la nación entera y en nuestra contra milita un reducido número de tiranos, de ventrudos burgueses y esbirros degradados. ¿Permitiremos que esos canallas nos sigan oprimiendo y robando el fruto de nuestro trabajo? ¿Seremos tan imbéciles que no arrojemos un yugo que no tiene más apoyo, más fuerza para imponerse sobre nuestras nucas, que nuestra imperdonable mansedumbre y envilecimiento? ¿Seremos tan miserables que leguemos a nuestros hijos la esclavitud que con un arranque de abnegación, con un leve impulso, podemos destruir, emancipándonos nosotros mismos y salvando de ese oprobio a los que nos sucedan?

La revolución se avecina, la va a iniciar muy en breve la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. Que no nos sorprenda desprevenidos e indecisos. Compremos nuestros elementos de guerra, alistémonos, permanezcamos en guardia y al escuchar el toque de llamada, acudamos a nuestros puestos, sin dilación, sin zozobra, como soldados leales y avezados al peligro.

En el número 5 de revolución1 publicamos una excitativa firmada por varias señoritas residentes en El Paso, Texas, por medio de la cual se señala a los hombres el camino del deber, esto es, el de la revolución, para derribar ese vergonzoso despotismo que pesa sobre los mexicanos.

Son las causas más bellas las que logran interesar a la mujer, sacándola de ese quietismo enervante en que la tienen sumida, las preocupaciones heredadas y las enseñanzas torcidas de una educación hipócrita, que hoy por hoy, es el menguado pan intelectual con que nutre los cerebros una sociedad regida por eunucos y por viles.

La causa que persigue la Junta Organizadora del Partido Liberal tiene la virtud de interesar a todos los espíritus honrados, hombres y mujeres, porque es una causa humana y civilizadora que quiere la felicidad, la fraternidad y la libertad de todos los que viven en esa parte integrante del mundo que se llama México. Por eso hay muchas mujeres entre los miembros del Partido Liberal, y por eso las señoritas mexicanas que residen en El Paso, Texas, excitan a los hombres a que no sean mansos, a que sean realmente hombres y a que tomen las armas para ganar la libertad.

Nosotros, los emancipados, los que pensamos libremente, saludamos con entusiasmo a la mujer moderna, la compañera del hombre que ante la ciencia ha dejado de ser el animal inferior condenado a la esclavitud y que, como el hombre mismo, tiene su puesto en el combate que la humanidad entera libra contra las fuerzas ciegas de la naturaleza que hay que domar para hacerlas útiles, y contra los errores multiseculares de los cuales va desprendiéndose lentamente, lentamente.

La mujer no debe permanecer indiferente a las luchas de los hombres; por el contrario, debe interesarse vivamente por ellas, porque las conquistas que se obtengan redundarán en beneficio de todos, hombres y mujeres, y se obtendrán más pronto y más fácilmente si la mujer deja de ser, como en la generalidad de los casos, el freno que detiene nuestros más sinceros impulsos, el soplo helado que marchita nuestros entusiasmos calculando y midiendo las dificultades de las grandes empresas. Pascal Duprat2 asegura, y con razón, que si las más generosas revoluciones no han producido todo el fruto que de ellas se esperaba y si nuestro progreso político avanza pulgadas en vez de avanzar palmos, eso se debe a “que nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras hijas, nuestras Compañeras sobre todo, no participan de los sentimientos y de las ideas que han provocado esos grandes movimientos. He ahí la causa principal de tantos fracasos políticos: hemos dejado a la mujer en la superstición y en la ignorancia”.

La mujer, ese ser bello, tierno y adorable, que si uniera sus esfuerzos a los esfuerzos del hombre, si sumara sus aspiraciones con las aspiraciones del hombre, daría un gran impulso al progreso, se ha convertido, al influjo de una educación malsana, en obstáculo que retarda la marcha del hombre hacia la libertad y el ideal. La mujer, en general, considera como impropio de su sexo la injerencia en los asuntos políticos. El fraile y una moral absurda la han enseñado a no fijar la atención en los graves problemas que se presentan en la lucha por la vida de las sociedades humanas, y de ahí que sólo el hombre luche por la libertad, derivándose también de ese hecho que el hombre, dueño del campo, confeccione leyes que deprimen a la mujer, que la hacen esclava socialmente y la alejan más y más del terreno de la lucha en que juntos, hombres y mujeres, deberían encontrarse para allanar la senda de los destinos humanos.

Siendo la mujer ajena a la agitación política por defecto de educación, natural es que sea la primera en oponerse a que el hombre tome participación en los asuntos de interés general. Las madres aconsejan a sus hijos que no se mezclen en política; las hermanas riñen con el hermano que tiene ideales y que quiere ser digno y libre; las compañeras muestran al marido la prole como el mejor argumento para hacer a un lado sueños de redención y de justicia. ¡Cuántos impulsos generosos, que dejados en libertad habrían llevado al linaje humano por senderos expeditos, se han marchitado y muerto al calor de los besos, al contacto de las lágrimas y al roce de las caricias de una madre o de una amante que se oponen a que el hombre cumpla sus deberes de solidaridad humana! ¡Cuántas veces la férrea voluntad del héroe, capaz de romper cadenas y de arrasar tronos y de derribar dioses, es impotente para romper esa dulce cadena de jazmines y de rosas con que la mujer detiene al hombre al echarle al cuello los brazos adorables!

¡La humanidad será grande el día en que los labios de la mujer al dar miel de amor, den aliento de combate!

¡Madres, hermanas, amantes, no detengáis más a los hombres: dejadlos luchar por el bienestar de todos, y si algunos de ellos, por cobardía o por egoísmo se rehúsan a tomar parte activa en la lucha que se prepara, empujadlos a que cumplan con su deber! ¡Madres: de vuestros hijos es el porvenir; que tengan un porvenir de hombres libres; empujadlos al combate! ¡Hermanas: la suerte de vuestros hermanos es la vuestra; si ellos son libres y felices, vosotras lo seréis también; empujadlos a la lucha! ¡Esposas: el deber del hombre es luchar por el bienestar de todos, con lo que se obtiene el bienestar de cada uno; ante la revolución que va a estallar ningún hombre digno debe permanecer indiferente; empujad al esposo al combate que os hará felices, y si se resiste, no lo acariciéis más, renunciad a tener hijos de cobardes!

La función social de la mujer no está limitada por el radio estrecho de la maternidad: tiene horizontes más amplios, amplísimos, como los del hombre, y si bien jurídicamente se la considera inferior porque los que hacen las leyes han tenido siempre interés en que la mujer sea la esclava y no la compañera del hombre, la ciencia le concede los mismos derechos, las mismas prerrogativas que asisten a éste para gozar de libertad y de bienestar; teniendo, por lo tanto, los mismos deberes que el hombre como parte integrante de la especie humana. La mujer es, pues, la compañera y no la esclava del hombre, y juntos tienen que luchar, como cualquier especie biológica, contra todo lo que se oponga a la satisfacción de sus necesidades.

¡Y qué de necesidades dejan de satisfacerse por la tiranía que impera en nuestro país!

Hay, pues, que luchar contra el despotismo, y cada quien tiene que luchar según su sexo y edad: los hombres fuertes, con el arma al brazo; las mujeres y los ancianos, animando a los bravos a que marchen al campo de batalla.

De ese modo la mujer dejará de ser un obstáculo para las grandes empresas; no encadenará con sus encantos a los espíritus altivos; no matará con su aliento da ambrosía las grandes aspiraciones varoniles, ni morirán en sus labios, al calor de los besos, los propósitos generosos de los hombres enérgicos. Al contrario, todo lo que la mujer tiene de subyugador y de adorable, todo lo que hace de ella la parte más tierna, más bella y más encantadora de la humanidad será la fuerza propulsora que lance a los gladiadores del pueblo a la conquista de la libertad.

– – – – NOTAS – – – –

1 No se ha encontrado ejemplar del número 5 de Revolución, cuya fecha probable de publicación es el 29 de junio de 1907.

2 Pascal Duprat (1813-1884). Escritor francés, periodista y político. Electo diputado en 1863, opositor al Segundo Imperio. Fue un brillante orador. Miembro de la Asamblea Nacional, apoyó a Adolphe Thiers, el represor de la Comuna de París.

Los hombres “serios”, los “sensatos”, todos esos hombres de alma lisa e incolora que como los ciegos no dan un paso sin antes haber tocado el camino, no toman una resolución sin haberle dado mil vueltas en sus espesos cerebros, no dan una opinión sin haber antes conocido la opinión del hombre que creen más autorizado; esos hombres de “orden” que amoldan sus movimientos al movimiento de la mayoría, que se descubren respetuosamente cuando pasa un bandido de espada al cinto y cruces en el pecho, y se ruborizan cuando alguien murmura de los representantes de la autoridad; esos seres cenicientos, sin relieves, que pasan por la vida sin dejar más rastro que el que dejaría un gusano en la arena del jardín; esos hombres “serios”, “sensatos” y “juiciosos” que se adaptan al medio, cualquiera que sea, ven con desdén, cuando no con coraje, a esos otros hombres movedizos, activos, indisciplinables, que abominan del medio ambiente, que no se detienen a copiar las actitudes de los demás para imitarlas ni se inclinan ante los bandidos de espada al cinto y condecoraciones en el pecho. Los “sensatos” llaman a estos últimos: agitadores, díscolos, revoltosos, y piden para ellos la hoguera o el manicomio.

La Autoridad, por su parte, aliada fiel de los hombres “serios” y de “orden”, tiene listos sus esbirros para lanzarlos como perros de presa sobre los agitadores, a quienes considera como criminales enemigos del género humano y cuyo contacto con las masas es tenido por peligroso. El agitador es para la Autoridad lo que la manzana podrida para el frutero: vehículo de corrupción que hay que extirpar.

Y sin embargo, ¡cuánto debe la Autoridad a esos agitadores, a esos inquietos a quienes se persigue y se hace pedazos como a canes hidrófobos!

La civilización moderna es el producto del trabajo de todos los siglos. No veríamos los campos cruzados por ferrocarriles, ni los mares salpicados de barcos de vapor, ni el pensamiento caminaría como rayo a través de los continentes por medio del telégrafo, ni quedaría fijado en millones de libros y de periódicos, ni las costumbres se hubieran suavizado, ni el pecho del hombre viviera la esperanza de una era de mayor justicia y de verdadera fraternidad, si los inquietos no hubieran existido ni aparecieran aquí y allá en este planeta, como florecillas que rompen la monotonía de los prados.

Sócrates, Jesús, Galileo, Dante, Cervantes, Goethe, Darwin, son altos ejemplos de inquietos sublimes, que en el cielo de la humanidad son como estrellas de primera magnitud a las que acompañan estrellas menores y otras más pequeñas aún, pero vívidas, que revolucionaron en el arte y en las ciencias y en las sociedades, contribuyendo todas, desde las más grandes hasta las más pequeñas, al agradecimiento del hombre.

Sin inquietos, grandes y pequeños, no habría progreso. Sin la acción de los inquietos, la humanidad parecería un enorme barco sin máquina en medio del océano. Son los inquietos los que ponen en movimiento ese barco; ellos quienes lo dirigen; ellos quienes lo salvan de los escollos, lo hacen salir avante de la tiranía de las olas y lo encaminan hacia el puerto seguro que sólo pueden ver los espíritus fuertes y las almas generosas.

Los pueblos perderían toda esperanza de redención, si no produjeran inquietos capaces de rebelarse.

Descaminados andan los hombres “serios” al pedir el exterminio de los inquietos, de los agitadores, de esos hombres activos que, inconformes con el crimen triunfante, ahogándose en el ambiente de mentira que corrompe a los hombres trabajan sin cesar entre las masas somnolientas dando luz a los ciegos del espíritu, haciendo andar a los paralíticos a quienes los prejuicios imposibilitan de todo movimiento, devolviendo el habla a los tímidos a quienes el miedo había dejado mudos.

¡Exterminar a los inquietos es cortar a los pueblos!

Sin inquietos, la humanidad sería un ganado presa de esos lobos voraces que se llaman tiranos.

La raza mexicana alcanzará grandes alturas por la acción de sus inquietos.

Mientras más recia es la lucha más la amamos; el combate tiene para nuestras almas indomables atracciones de abismo. Por eso no nos detenemos; por eso vamos adelante. Con las alas rotas por la traición y la vileza, podemos todavía volar.

Y volaremos. Y en medio del mudo terror de los cobardes, por encima de las cabezas humilladas de los viles, acometeremos al monstruo que por treinta años se ha nutrido de lágrimas y sangre.

La empresa es ardua: hay que desalojar de la altura al reptil audaz que quiso tener morada de águila. El monstruo se defenderá, mejor dicho, ya se está defendiendo. Sus hijos, que son legión, han invadido el territorio patrio y aun pasado las fronteras: son el gendarme, el esbirro, el delator, el espía, el judas, toda la jauría de la opresión lanzada sobre los esclavos que quieren redimirse. En la noche que agoniza —la angustiosa noche de la tiranía— se distinguen las pisadas cautelosas de los hijos del monstruo que andan sorprendiendo luchadores: ponen el oído a las puertas y escuchan; con los ojos inquietos escudriñan las sombras, y, con las lenguas enlodadas, van y delatan.

Sin embargo, luchamos. No hablamos: gritamos. Tenemos que hacernos oír. Y nuestro grito llega hasta las multitudes taciturnas como un toque de clarín que llama al combate. Del seno negro de la muchedumbre salen los bravos al llamamiento bélico: son los héroes del mañana, los predestinados a sentir sobre sus frentes la caricia del laurel.

En las sombras hostiles perforadas por las miradas fosforescentes del espionaje, se congregan los libres, mejor dicho, los que quieren ser libres, y se dan las manos trémulas por la emoción y la esperanza, y se alientan y se arman, esperando todos con impaciencia el momento sublime de romper las cadenas. ¿Y el peligro? El peligro es un licor fuerte que embriaga a los bravos; no lo rehúyen; van a él; no lo esquivan, lo buscan. El peligro no es sima, es cumbre, y sobre ella se sientan los héroes: por eso vemos más altos a los más amenazados.

El peligro es el alimento del héroe: sus nervios fuertes necesitan fuertes emociones. Por algo se ha dicho que los héroes tienen médula de león.

Humanidad suplicante y sumisa: ¿qué sería de ti sin los héroes? ¿Qué sería de ti si el aliento respetuoso de los bravos no barriera de vez en cuando a los bandidos de corona y cetro? ¿Qué sería de ti si no hubiera manos fuertes que aplastasen esas cumbres que se llaman guillotinas? ¡Te arrastrarías en el fango, cada vez más abajo, y también cada vez más envilecida, sin poder sacar el rostro del lodo de tu degradación, besando las huellas de tus amos y bendiciéndolos y adorándolos, como el perro maltratado que lame la mano del verdugo en vez de morderla y destrozarla con rabia!

El mundo marcha, dijo Pelletan,1 y le faltó agregar: marcha por sus héroes. Sobre ese fardo de dolor que se llama humanidad, caen de tiempo en tiempo chispas que lo conmueven y lo hacen vibrar como por efecto de un galvanismo saludable. El fardo entonces se incendia y sangra y se purifica y marcha; pero poco a poco pierde su velocidad y parece como que va a detenerse y apagarse, mas nuevas chispas —los héroes— provocan la conflagración vivificante, galvanizan el cuerpo próximo a morir, y nuevamente marcha. Así es como se cumple la evolución de los pueblos; ¡ése es el ciclo que se repetirá mucho aún, antes que la humanidad ponga la planta en el suelo firme de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad!

Y ¡guay!, del pueblo que no se incendie; ¡guay!, del pueblo que no sangre: ¡se detendrá y se pudrirá como los muertos!

Para no corromperse las aguas, necesitan correr; para no envilecerse los pueblos, necesitan marchar, luchar, conquistar el porvenir.

El pueblo mexicano está próximo a incendiarse. Ya estaba agonizante a las plantas de sus opresores, cuando cayó sobre él la chispa revolucionaria de Jiménez y Acayucan, y, detenido el incendio, no sofocado, toma en estos instantes nuevo aliento y nuevo brío para envolver y destruir con su lumbre fecunda todo lo que degrada, todo lo que oprime, todo lo que hace del mexicano un paria y un esclavo.

Desde la altura usurpada, el reptil clava la pupila sanguinolenta en las sombras que se extienden a sus pies, adivinando el peligro. Algo como el rumor de la marejada llega a su oído atento: son los esclavos que se desperezan. En su azoramiento busca el monstruo otras cumbres, y distingue, allá a lo lejos, en otra cumbre, otro reptil en la patria ayer libre de Washington. Demanda su ayuda y la obtiene: los malhechores son siempre solidarios. La jauría de la opresión se multiplica; la canalla hace del espionaje una profesión, y el Iscariote, a quien el dogal no estranguló por completo, puesto que vive, cubre su rostro cínico con la máscara del luchador y vende a sus hermanos.

Al entenderse los monstruos, la civilización huye de América. Una nube de vergüenza empaña el cielo desde Chapultepec hasta Washington, y los bandidos, en medio de las sombras, se entregan al crimen. Se oye el batir de las mandíbulas triturando víctimas; hay mordazas para que no se escuchen los gritos desesperados de los mártires; hay esposas para que las manos de los ultrajados no caigan en el rostro de los verdugos. ¡Cafrería, Congo, Patagonia: cómo suspiran por vuestra libertad y vuestra civilización los oprimidos de América!

La entrega de Manuel Sarabia2 por bandidos americanos investidos de autoridad a los bandidos que oprimen a México, es el ultraje más villano que alguna vez haya sufrido la civilización.

Y sin embargo, luchamos. Mientras más recia es la lucha, más la amamos. El combate tiene para nuestras almas indomables atracciones de abismo; por eso vamos adelante. Con las alas rotas por la traición y la vileza, podemos todavía volar.

Y nuestro vuelo va rectamente hacia el monstruo que respira en Chapultepec, y lo apresaremos, y lo entregaremos al pueblo para que se haga justicia.

La tormenta que brama sobre nuestras cabezas ni nos amedrenta ni nos detiene: de tanto oírla bramar ya ni llama nuestra atención. Muchos caeremos mortalmente heridos; pero otros llegarán adonde van nuestros pasos. Y esos serán los héroes, los hombres que en estos momentos se preparan a romper las cadenas del pueblo mexicano.

Mientras caemos, seguimos adelante, no retrocedemos. Por nuestras arterias corre sangre fuerte y ardiente: ¿la queréis, tiranos? ¡Bebedla!

Y mientras os la bebéis, gritamos, porque sabemos que nuestros gritos enardecen el alma de los esclavos; porque sabemos que nuestros gritos encienden la rebeldía en los corazones; porque sabemos que nuestros gritos hacen tomar el arma a todos los que quieren tierra y libertad.

¡Adelante!

– – – – NOTAS – – – –

1 Probable referencia a Camille Peletan (1846-1915), periodista y político francés, presidente del Partido Radical. Anticlerical, apoyó la separación del Estado y la Iglesia en Francia en 1905. Aunque opuesto al colectivismo, luchó por la liberación de los Comuneros de 1871.

2 Manuel Sarabia (1883-1913). Periodista potosino residente en la ciudad de México. Trabajaba en una casa comercial suiza en la capital. Su primo Juan lo integró a la redacción de El Hijo del Ahuizote y al Club Liberal Redención. Encarcelado en la cárcel de Belem, salió de ella para emigrar a los Estados Unidos. Colaboró en Regeneración, tanto en San Antonio, Texas, como en San Luis, Mo. Segundo vocal de la JOPLM En junio de 1907, fue secuestrado en Douglas, Ariz. Se le trasladó a territorio mexicano. Fue devuelto a Estados Unidos a causa del escándalo suscitado. En 1908 fundó El Defensor del Pueblo en Arizona. Publicó artículos en The Border. En 1909, marchó a Inglaterra con su esposa, Elizabeth Trowbridge. Participó en el Congreso Socialista de Londres, de 1910. Al año siguiente, regresó a los Estados Unidos y, en 1912, se radicó en la ciudad de México, donde murió.

Movidas por intereses opuestos, dos fuerzas chocaron en breve tiempo: las fuerzas del despotismo y las fuerzas del pueblo. Las primeras, formadas por esclavos; por hombres libres las segundas.

El soldado del pueblo y el soldado de la tiranía se encontrarán frente a frente en el llano, en la montaña, en el valle, en cualquier parte, y librarán un duelo tremendo: el primero, por la libertad; por la opresión el segundo. Un sol de sangre alumbrará el combate; gritos de odio, de dolor o de victoria atronarán el espacio; apenas podrá respirarse un aire espeso de humo y de rabia; muchos caerán heridos y otros cerrarán definitivamente los ojos.

Tal es, a grandes pinceladas, el cuadro que se producirá en muchos lugares del territorio nacional.

¡El soldado del pueblo y el soldado de la tiranía: esos serán los combatientes!

El soldado del pueblo irá al combate animado por grandes y redentores ideales. Es el representante de todo un pueblo que sufre y que quiere ser feliz; es el escudo de los desamparados, el brazo fuerte que se hace justicia cuando los encargados de impartirla son sordos a las demandas de los humildes. Va por su voluntad a la lucha, no porque ame la sangre, no porque encuentre goces malsanos en la destrucción y el incendio, sino porque en su noble corazón repercute el dolor de los demás, se duele de las penas de sus hermanos de servidumbre y él mismo sufre las cadenas y quiere romperlas.

El soldado de la tiranía va al combate con el cerebro vacío de ideales. Es el representante de los opresores; el mercenario que hace armas contra sus hermanos por la pitanza que se le arroja como un perro y los sablazos con que se le doma como a un mulo. Es un esclavo sacado por la injusticia de la masa de los esclavos para convertirlo en azote de un verdugo. Un esclavo armado por el despotismo es un esbirro; un esclavo armado por el pueblo es un libertador.

El soldado de la tiranía no es un hombre: es una máquina de matar. La disciplina cuartelaria le ha atrofiado el corazón: si se le ordena que haga fuego sobre su familia, obedecerá. La sangre no le inquieta: precisamente está amaestrado para derramarla. En la guerra encuentra dos grandes alicientes: el saquear y violar a las mujeres de los venci­dos… La victoria para el soldado del pueblo es la adquisición de una libertad, de una reforma, el triunfo de un ideal santo y grande. La victoria, para el soldado de la tiranía, es la satisfacción momentánea de groseros apetitos para continuar después la vida hedionda de esos presidios que se llaman cuarteles.

Un brazo armado produce la muerte; pero si el brazo es de un soldado del pueblo, al dar la muerte hará vivir la libertad. En el caso contrario, si el brazo es de un soldado de la tiranía, al dar la muerte hará vivir el despotismo. La libertad y la tiranía no pueden coexistir: la vida de una implica la muerte de la otra. El orador dijo: “cuando el tirano respira, la libertad desfallece”.

Vosotros, soldados de la tiranía, escuchad: debajo de las culatas de los fusiles que el tirano os puso en las manos, un pueblo gigante ha despertado y quiere moverse. Ese pueblo está formado de hermanos vuestros. Allí están vuestros parientes y vuestros amigos de la infancia y de la juventud; allí están vuestras mismas familias que deben encon­trarse en la miseria porque una mano brutal os arrancó de su seno para encarcelarlos en el cuartel; allí deben estar vuestros hijos pidiendo pan; tal vez vuestras hermanas y vuestras esposas se hayan prostituido, ¡los seres que amabais más y que os hacían menos dura y menos amarga la amarga y dura vida del pobre! La anciana madre es posible que esté tendiendo la mano a los transeúntes en demanda de una limosna o que haya muerto de dolor, de hambre o de vergüenza. Tenéis en vuestras manos las armas que el tirano necesita para tener al pueblo en la miseria, en la ignorancia y en la abyección, y os convertís, por el capricho del tirano, en verdugo de vuestras propias familias. Meditad; pensad. ¿De qué lado están vuestros afectos? ¿La vida perniciosa del cuartel os ha degradado hasta el punto de amar a los que os han privado de la libertad y causan la desgracia de los vuestros y de odiar a los que sufren?

Sabedlo, esclavos de uniforme, parias de los cuarteles: vuestro puesto está en las filas del pueblo. No hagáis vosotros mismos fuertes a los que os hacen sufrir y hacen sufrir a vuestras familias y al pueblo vuestro hermano. La revolución se acerca; ya llega el movimiento preparado por vuestros hermanos para ser libres y felices y haceros a vosotros mismos felices y libres. ¿En qué lugar os corresponde estar? ¿Entre los que oprimen o entre los que luchan contra la opresión?

Tenéis armas en vuestras manos: uníos a los soldados del pueblo, pasaos con vuestras armas al lado de vuestros hermanos. En las filas del pueblo ganaréis un peso diario libre de gastos y seréis libres.

¡Escoged!

La bestia negra que tiene su guardia en Chapultepec ha dado un golpe en falso con el plagio de Manuel Sarabia: esta vez el bandido no quedará sin castigo. La facilidad con que había corrompido a algunos funcionarios americanos; la presteza con que se le entregaban los refugiados políticos por esos mismos funcionarios, y el silencio, el misterio, las tinieblas en que todos esos crímenes habían quedado sepultados, dieron alientos a la bestia inmunda, al aborto maldito que oprime nuestras nucas y nos hace desgraciados, para cometer un atentado más, un nuevo crimen: el del plagio de Manuel Sarabia.

Creyó el verdugo del pueblo mexicano que el oro que derramase para cometer el crimen sería suficiente para sellar los labios. No esperaba que el pueblo de Douglas, como un solo hombre, como una sola voluntad, se removiera indignado pidiendo el castigo de los malhechores, entre los cuales y como principal autor esta él, Porfirio Díaz. Ocurrió a este tiranuelo lo que a Estrada Cabrera con el asesinato de Lisandro Barrillas:2 ha sido el primer condenado en la conciencia pública.

Ha llegado para Porfirio Díaz la hora de la explicación. El hipócrita que en sus periódicos denigraba a Estrada Cabrera, será denigrado a su vez, mejor dicho, ya ha comenzado a ser denigrado, ya se le maldice, ya se le execra. En su rostro aparecen ya los primeros escupitajos que le han lanzado los hombres honrados de todo el mundo; en su rostro odioso y negro por la infamia se ven las marcas de los primeros bofetones con que lo han castigado los hombres virtuosos de la Tierra. En esta nación, en Francia, en Inglaterra, en España, en Cuba, en todas partes ha comenzado a ser desnudado ese chacal disfrazado de oveja, y cuando esa obra de justicia comenzaba, la fiera, de un salto, se ha lanzado al precipicio cometiendo un nuevo crimen, ejecutando un atentado más, de los más vergonzosos, de los más repugnantes, de los que conmueven hasta a esos seres desgraciados que sólo se preocupan de su bienestar personal, hasta los indiferentes, esos moluscos impasibles que viven felices en la concha de su estupidez.

Estrada Cabrera asesinando a Barillas perdió tanto como Porfirio Díaz plagiando a Manuel Sarabia. El mismo escándalo que produjo en la República Mexicana el asesinato de Lisandro Barillas se ha producido en esta nación con el plagio de Manuel Sarabia, y tal vez más, porque aquí son los ciudadanos los que han protestado, los que han exigido una satisfacción pronta y completa a la justicia.

Gracias a la acción popular, el Cónsul de México en Douglas, el perro de la Dictadura, Antonio Maza,3 fue puesto en la cárcel en compañía de los bandidos que con él fraguaron el plagio de acuerdo con Porfirio Díaz, autor intelectual del crimen que ha llenado de indignación al pueblo americano.

En importantes ciudades de esta nación se han celebrado reuniones de protesta contra el atentado porfirista; la prensa ha comentado el caso y condenado con energía a los autores, y, muy pronto, cuando se verifique el jurado de Antonio Maza y de los bandidos que cometieron el villano atentado, se hará pública la participación que en el crimen tuvieron Porfirio Díaz y otros altos funcionarios de la República Mexicana. Entonces veremos reproducirse las mismas negociaciones que se entablaron entre México y Guatemala con motivo del asesinato de Barillas: se pedirá la extradición del Gobernador de Sonora, el Gral. Torres,4 que ha hecho el papel de José María Lima5 en Guatemala, y Porfirio Díaz, nuevo Estrada Cabrera, se negará a entregar a su cómplice. Veremos envueltos en el sucio proceso a Ramón Corral, quizás también al inútil y embrutecido lacayo Ignacio Mariscal,6 al esbirro Kosterlisky7 y a muchos de los bandidos que nos oprimen y nos cubren de vergüenza con sus atentados salvajes.

Para el pueblo mexicano es una mancha de fango la que ha recibido en pleno rostro con el plagio de que fue víctima Manuel Sarabia. Los ciudadanos de esta nación se preguntan admirados cómo ha sido posible que un pueblo formado de hombres haya soportado por tanto tiempo la gavilla de ladrones que lo saquean y lo diezman. Estas gentes educadas en la libertad no comprenden que haya hombres que se dejen oprimir, y sólo conciben que puedan ser esclavos los hombres que no tengan brazos para tomar un fusil.

Los ciudadanos de Douglas, enérgicamente, como hombres libres que son, han pedido que se devuelva a Manuel Sarabia a los Estados Unidos, vivo, si todavía respira, o su cadáver, si ha sido asesinado por los esbirros de Porfirio Díaz.

El viejo bandolero, la hiena maldita que ensoberbecida por sus fáciles triunfos contra los luchadores liberales, se atrevió hasta a invadir con sus esbirros el territorio americano para verificar el plagio, confiando en que Teodoro Roosevelt, el Porfirio Díaz norteamericano, cubriría el atentado de su cómplice de opresión y disimularía el crimen nefando, se ha equivocado. En esta nación el pueblo no es el juguete de vulgares bandoleros; en esta nación el pueblo no es la bestia que se deja apalear por sus amos; el pueblo de esta nación no es el sufrido, el humilde, el dolorido pueblo de México; el pueblo de esta nación no permitirá que el cómplice de Díaz en la esclavitud de los mexicanos, Teodoro Roosevelt, se burle de la justicia en beneficio de su socio, de su camarada, del sombrío tirano en cuyo hocico hediondo agoniza la Patria desgarrada.

Aquí se hará justicia, pésele a Roosevelt; aquí se hará justicia, pésele a Díaz. El tirano de la Casa Blanca se morderá los codos, pero Manuel Sarabia tiene que ser devuelto a este país, porque el pueblo lo exige, porque el pueblo lo quiere, porque el pueblo americano no quiere ser cómplice de ese crimen cobarde fraguado en la sombra.

El cachorro Antonio Maza es el primer Cónsul de Porfirio Díaz que se sienta en el banquillo de los acusados. A ese malnacido, seguirán otros de la misma asquerosa ralea, otros cónsules miserables a quienes el Partido Liberal exigirá responsabilidades y los hará morder los hierros de los presidios americanos. Ha llegado el momento de caer sobre los mastines de Porfirio Díaz y de despedazar esa jauría de esbirros que el tirano de México ha echado sobre los revolucionarios refugiados en esta nación.

Y tú, bestia envejecida en el crimen, prepárate a caer. Tu reinado de sangre ha llegado a su omega. Miles de brazos esperan impacientes el momento de tomar el winchester y de lanzar al viento en son de reto estas palabras: ¡Tierra y Libertad!

En la práctica del mal has envejecido. Tu vida ha sido larga como la de los semovientes, y como la de éstos, estéril para el bien. Al arrastrarte, tu vientre escamoso ha desgarrado la justicia, y, todavía más, ha desgarrado la Patria. Justo es que caigas, monstruo viejo, o mejor, que subas, porque para los monstruos de endurecido corazón, caer es ascender: ¡subirás a la horca!

¿Amas la altura? Pues bien, la obtendrás: el cadalso es una cima.

Es inútil que en tu caída te agarres a ese esclavo enrojecido que se llama Teodoro Roosevelt: caerás, fatalmente caerás en un mar de saliva y de lodo.

Presintiendo tu caída, quieres vender la Baja California y querrás vender la Patria entera. ¡Mi reino, por un caballo! dijo un tirano como tú. Y tú gritas: ¡mi Patria, por la silla presidencial!

Quisiste convertirnos en cerdos, pero el honor es mago: nos ha transformado en leones.

¿Llevas la cuenta de los que has asesinado? ¿Sabes siquiera cuántas lágrimas has hecho derramar? ¿No te estremece el llanto del viento en las comisuras de las puertas como el rumor lejano de los lamentos de tus víctimas? ¿No sientes en tu frente de maldito el soplo de las fosas por ti abiertas?

¡Oh, ciencia injusta! ¿Por qué destruiste el infierno? ¡Ése era el lugar destinado a Porfirio Díaz!

– – – – NOTAS – – – –

1 Manuel Estrada Cabrera (Quetzaltenango, Guatemala, 1857-ciudad de Guatemala, 1924). Dictador de Guatemala entre febrero de 1898 y abril de 1920. Su san­grienta dictadura se entronizó en el poder gracias al servicio que dio a la United Fruit Company, a la que convirtió en la principal fuerza económica de su país. Se opuso a la creación de una República Centroamericana con el apoyo de Porfirio Díaz, y enfrentó militarmente a los salvadoreños. Su siniestra figura inspiró la novela El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias. En 1910 el Congreso guatemalteco lo declaró enfermo mental y lo obligó a renunciar. Autor de la famosa frase “Aquí yo sólo soy el poder”.

2 Lisandro Barrillas (Quetzaltenango, Guatemala, 1845-ciudad de México, 1907). Militar y político guatemalteco. Conservador. Presidente de su país entre 1885 y 1892, al que gobernó despóticamente, ordenó la matanza de Huehuetenango, en 1887. Fue opositor a Manuel Estrada Cabrera, quien lo obligó a exilarse en la ciudad de México en 1898, donde fue asesinado por dos enviados del dictador en abril de 1907. Cuando los asesinos fueron capturados, antes de ser fusilados denunciaron como autores intelectuales del crimen a militares del círculo cercano al dictador guatemalteco.

3 Antonio Maza. Diplomático. Cónsul en Douglas, Ariz. entre 1905 y 1907. Organizó la persecución del grupo de liberales asentados en esta población y en la franja minera fronteriza donde trabajaban muchos mexicanos simpatizantes del PLM. Orquestó la vigilancia, represión y desmantelamiento del Club Libertad de Douglas y, en septiembre de 1907, supervisó la aprehensión y entrega a las autoridades mexicanas de varios de sus integrantes, como Lázaro Puente. Al año siguiente, en julio de 1907, fue uno de los artífices del secuestro de Manuel Sarabia y de su inmediata e ilegal entrega a la policía mexicana. Publicaba en Douglas el “papasal El Correo”, desde el que atacaba a Regeneración y al PLM. En sociedad con I.A. Gutiérrez, a El Melcochero, regenteaba “saloncitos de baile”, en los que se practicaba la prostitución.

4 Luis E. Torres (1844-1935). Militar chihuahense. Combatiente contra la intervención francesa. Partidario del Plan de la Noria en 1871. Elegido gobernador constitucional para el periodo 1879-1881. Volvió a ocupar el gobierno estatal en 1883-1887, 1891, 1899-1903, 1907-1911. Extendió su influencia política a Sinaloa, Tepic y Baja California, con la colaboración de Ramón Corral, Rafael Izábal y Lorenzo Torres. Ejecutor de la campaña contra los yaquis en 1899. Promovió la deportación de los rebeldes a Yucatán. En 1911 se exiló en Los Ángeles, donde murió.

5 José María Lima. Ministro de Guerra de Guatemala, autor intelectual del asesinato de Lisandro Barillas en la ciudad de México, en 1907.

6 Ignacio Mariscal (1829-1910). Abogado oaxaqueño. Partidario del Plan de Ayutla. Diputado del Congreso Constituyente de 1856. Durante la guerra de los Tres Años se mantuvo al lado de Juárez. Ministro de la Suprema Corte de Justicia en vísperas de la intervención francesa. Secretario de la Legación mexicana en Washington (1863-1867). Secretario de Justicia e Instrucción pública del gabinete de Juárez. Ocupó diversos cargos diplomáticos y de procuración de justicia. Ministro de Relaciones Exteriores en varias ocasiones entre 1871 y 1911. Cultivó la poesía: Don Nicolás Bravo o clemencia mexicana (1895), Episodio en la vida de Juárez (1906) y Poesías (1911).

7 Emilio Kosterlitzky (1872-1928). Militar de origen polaco. Teniente coronel del cuerpo de rurales durante la huelga minera de Cananea, en cuya represión colaboró activamente. En 1912 combatió a los orozquistas y al año siguiente reconoció al gobierno de Victoriano Huerta. Se enfrentó a las tropas de Obregón y fue derrotado. Retirado, murió en la ciudad de Los Ángeles, California.

De las aberraciones en que incurre el derecho de propiedad, es de las más odiosas, sin duda alguna, la que pone las tierras en posesión de unos cuantos afortunados.

Las leyes escritas sancionan la apropiación de tierras; pero como dice Montesquieu “la desigualdad natural y las leyes naturales son anteriores a la propiedad y las leyes escritas”, y, agregamos nosotros, deben prevalecer sobre las legislaciones artificiosas que ha forjado el egoísmo para favorecer a las castas privilegiadas, arrojando a la miseria y al abandono a la mayoría, a la inmensa mayoría de los seres humanos.

La Naturaleza no hace distingos; no formó este globo, que la avaricia ha convertido en infierno de los desheredados, para que fuera la “cosa” de un reducido número de explotadores. Formó este globo de inagotables riquezas, fecundo, prodigioso, magnificente, para que nadie careciera de lo necesario, para que en él la humanidad toda viviera feliz y satisfecha. La Naturaleza es igualitaria: leyes semejantes, precisas, invariables, rigen la vida universal de los astros, y de la misma manera, leyes semejantes, precisas, invariables, determinan el nacimiento de todos los hombres. No hay quien sea superior a los demás: todos los hombres nacen iguales, tienen idéntico origen y viven sujetos a las mismas leyes biológicas. ¿Por qué han de ser unos poderosos y otros miserables? La Tierra, obra de la Naturaleza, ¿por qué ha de ser el feudo de los mimados de la fortuna, en vez del patrimonio de la colectividad, de la humanidad entera?

El derecho a acaparar tierras individualmente, a adueñarse de lo que corresponde a la colectividad, es un atentado contra las leyes naturales, que están muy por encima de las leyes escritas que rigen a la sociedad actual.

Y ese atentado resulta más odioso si se observa que no es la laboriosidad o alguna otra virtud lo que determina el enriquecimiento de los hombres; al contrario, son pasiones bajas, el egoísmo, la avaricia, la rapacidad, las que generalmente conducen al solio de los próceres.

Uno de los mayores absurdos del régimen capitalista estriba en la injusta y desproporcionada división de las tierras. En México, por no hablar de otros países, esa división, tal como subsiste hoy, es una verdadera calamidad nacional.

El territorio mexicano está poseído, casi en su totalidad, por un grupo reducidísimo de terratenientes, quedando cortas extensiones en poder de los pequeños propietarios. La masa de la población, el proletariado tan numeroso como hambriento, no posee ni un palmo de terreno.

Si examinamos esta cuestión, encontraremos que la violencia y la corrupción oficial han contribuido principalmente a despojar a la colectividad de las tierras que por derecho natural le pertenecen. El Estado, el Gobierno, ha sido un aliado eficaz de los despojadores, de los acaparadores de tierras que, en virtud de su crimen, se convierten en grandes, en poderosísimos Señores de vidas y haciendas.

La conquista española nos trajo una irrupción de soldados aventureros y de nobles ambiciosos a quienes, mediante la influencia de que gozaban cerca del trono de España o cerca de los virreyes, les era fácil, sencillísimo, obtener títulos de propiedad sobre terrenos rústicos o urbanos, aunque éstos pertenecieran de antiguo a los indios. Desalojar a los indígenas de sus tierras era cosa trivial y corriente en tiempos de la dominación española, lo mismo que ahora.

Así se formaron grandes propiedades, muchas de las que, pasando de generación en generación, aún subsisten en poder de los descendientes de los despojadores primitivos.

Ya independiente, vino la interminable sucesión de guerras civiles que engendraron el caudillaje, tan ávido de riquezas como los dominadores ibéricos.

Cualesquier “caudillo” que se insurreccionaba y que alcanzaba el éxito en la aventura, una vez encaramado al Poder, se llamaba a sí mismo salvador de la Patria y en premio de sus meritorios servicios se adjudicaba terrenos y más terrenos.

Sus compañeros de armas también tenían parte en el botín y se improvisaban rancheros o hacendados.

Desde los tiempos del Presidente Bustamante1 hasta las revoluciones de Díaz, los “caudillos” que luchaban por el medro personal, y no por la defensa de ideales, jamás perdieron la oportunidad de hacerse de un pedazo de la Patria.

Hubo “caudillos” que llegaron a poseer estados enteros.

En nuestra época tenemos ejemplos vivientes de esos voraces detentadores de tierras, siendo el principal Luis Terrazas,2 amo y señor de Chihuahua y parte de Sonora.

Los “caudillos” no reconocieron límites a su ambición: Santa Anna fue dueño de haciendas incontables, lo mismo que Márquez, Miramón y Mejía.3

Santiago Vidaurri4 se declaró propietario de gran porción de Nuevo León y Coahuila, y lo mismo hizo Manuel González5 en Tamaulipas y Guanajuato, Pacheco6 en Tamaulipas y cien más cuyos nombres callamos.

Habiéndose apoderado los “caudillos” y los favoritos del Gobierno de todas las tierras apetecibles, siendo ya difícil encontrar aunque sea un sobrante qué denunciar, los hombres de dinero y de influencia que quieren engrandecer su feudo entablan por cualquier pretexto pleitos con los propietarios pequeños e indefectiblemente triunfan en nuestros corrompidos tribunales.

Así, los terratenientes van absorbiendo rápidamente el territorio nacional que, puede asegurarse, está en manos de unos cuantos.

Pero tales propiedades son perfectamente ilegítimas y el pueblo tiene pleno derecho a apropiárselas y distribuirlas de una manera equitativa.

Esta solución justa y radical del problema agrario no es de nuestros días, es de un porvenir todavía remoto, bien lo sabemos. Estamos aún distantes de la época en que la colectividad tome posesión de las tierras y se evite así que, por medio de ellas, se explote al trabajador que las cultiva y que ve con cólera y desesperación que los productos pasan a los cofres de los propietarios holgazanes e insolentes.

Estamos muy lejos de abolir la explotación del hombre por el hombre, pero nuestro deber es avanzar hacia ese fin noble y fulgente.

No podemos instituir nuestra sociedad sobre la base de la igualdad económica porque nos falta educación; no podemos enarbolar como regla de conducta la sentencia de Proudhon: “la propiedad es el robo”; pero sí podemos contribuir al mejoramiento del proletariado y a ponerlo en aptitud de que más tarde destruya al monstruo de la explotación y se emancipe por completo.

No suena aún la hora de que la colectividad entre en posesión de todas las tierras; pero sí se puede hacer en México lo que ofrece el Programa del Partido Liberal: tomar las tierras que han dejado sin cultivo los grandes propietarios, confiscar los bienes de los funcionarios enriquecidos bajo la actual Dictadura y distribuirlos entre los pobres.

Y esas tierras y esos bienes son inmensos. Hay muchas tierras sin cultivar, y favoritos de la Dictadura, como Limantour7, Terrazas, Corral, Torres, Cárdenas,8 Molina,9 Reyes, Dehesa10 y muchos más, han formado fortunas colosales y son dueños de grandes extensiones de terreno.

El Partido Liberal no defiende principios de relumbrón: lucha por las libertades políticas y por la emancipación económica del pueblo. Quiere para los oprimidos reformas positivas, reformas prácticas. Al mismo tiempo que por la conquista de los derechos cívicos, se preocupa porque el trabajador obtenga mejores salarios y pueda hacerse de tierras.

Por eso nuestro Programa es una verdadera redención; por eso nuestro grito de combate será:

¡tierra y libertad!

– – – – NOTAS – – – –

1 Anastasio Bustamante (1770-1853). Médico. Formó parte del ejército español que combatió a los independentistas. En 1821 fue nombrado miembro de la Regencia por parte del emperador Iturbide. Fue presidente de la república en tres ocasiones (1830-1832; 1837-1839; 1839-1841). Patrocinó el secuestro y asesinato del presidente Vicente Guerrero.

2 Refiérese a Luis Terrazas (1829-1923). Militar, hacendado, ganadero y político chihuahuense. Participó en las campañas militares contra los apaches en su estado natal. Combatió en la guerra de Reforma y se opuso al imperio de Maximiliano. Tras la restauración de la República fue partidario de la reelección de Juárez y opositor del porfirismo, con el que pactó posteriormente. Figura prominente de la oligarquía regional, llegó a consolidar un inmenso emporio ganadero, y se desempeñó además como gobernador de Chihuahua en distintos momentos, senador de la República y gerente del Banco Minero de Chihuahua. Se le considera el patriarca del clan Terrazas-Creel, que rigió los destinos del estado a lo largo del régimen porfiriano.

3 Refiérese a Leonardo Márquez (1820-1920), Miguel Miramón (1831-1867) y Tomás Mejía (1820-1867). Militares y políticos conservadores que combatieron a los liberales durante la Guerra de Reforma y apoyaron la intervención francesa. Los dos últimos fueron fusilados el 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas, junto a Maximiliano de Habsburgo, por órdenes de Benito Juárez.

4 Santiago Vidaurri (Lampazos, N.L., 1808-ciudad de México, 1867). Militar y político, perseguidor de indios comanches. Fue gobernador de Nuevo León. En 1865 intentó crear la República de la Sierra Madre. Tras haber pertenecido al partido liberal, se enfrentó a Juárez con la pretensión de anexar Coahuila a Nuevo León y crear la república independiente del norte de México. Se pasó al bando imperial apoyó a Maximiliano, del que fue ministro de Hacienda. Fue capturado por Porfirio Díaz en la ciudad de México, donde se había ocultado tras la caída del Imperio, y fusilado en 1867.

5 Probable referencia a Manuel González Cosío (1836-1913). Militar zacatecano. Liberal en la Guerra de Reforma, combatió la Intervención y el Imperio. Deportado a Francia luego de su arresto en Puebla (1865). A su regreso fue gobernador de Zacatecas (1871-1872), diputado y senador. Fue igualmente presidente municipal de la ciudad de México (1886-1891), secretario de Comunicaciones y de Obras Públicas (1891-1895), de Gobernación (1895-1903), de Fomento (1903-1905) y de Guerra y Marina hasta el final del régimen.

6 Carlos Pacheco (San Nicolás, Chih., 1839-Orizaba, Ver., 1891). Militar y político porfirista. En la guerra de Reforma y la Intervención francesa combatió en el lado liberal. En 1876 se unió a la rebelión de Tuxtepec que dio origen al porfiriato. Fue gobernador de Chihuahua, el Distrito Federal, Morelos y Puebla, además de ocupar las secretarias de Guerra y de Fomento durante los sucesivos gobiernos de su mentor, Porfirio Díaz. Fue combatido por el grupo de los denominados Científicos.

7 José Yves Limantour (1854-1935). Secretario de Hacienda a partir de 1893. Exponente emblemático del grupo de los científicos. Su política al frente de la secretaría se caracterizó por la atingencia y el apoyo decidido a la inversión extranjera. Encabezó en 1897 la conversión de la Deuda Extranjera y en 1902, emprendió la “mexicanización” de los ferrocarriles. Abandonó el cargo en 1911, año en que se exilió en París.

8 Refiérerse a Miguel Cárdenas. Hacendado, abogado y político coahuilense. Partidario y protegido de Bernardo Reyes, gobernó su estado natal de 1894 a 1909. En las elecciones de 1905 Francisco I. Madero contendió contra él. A causa de su filiación reyista fue presionado por el gobierno central para renunciar a la gobernatura en 1909, tras lo cual se retiró de la política.

9 Refiérese a Olegario Molina Solís (1843-1925). Hacendado y político yucateco. Combatió la Intervención francesa. Diputado al Congreso de la Unión durante la presidencia de Lerdo y fiscal del Tribunal Superior de Justicia. Fue gobernador de Yucatán de 1902 a 1907, año en que fue nombrado ministro de Fomento, Colonización e Industria; ocupó ese cargo hasta 1911. Se exilió en La Habana tras la caída de Porfirio Díaz. Cabeza de la oligarquía henequenera del estado de Yucatán.

10 Teodoro A. Dehesa (1848-1936). Simpatizante de Porfirio Díaz, a quien ayudó a fugarse del país tras el fracaso del Plan de la Noria. En 1892 tomó posesión del gobierno de Veracruz. Tras la caída de Díaz, dejó el gobierno y se exilió en La Habana. Volvió a México durante la presidencia de Huerta, con quien tuvo fuertes desavenencias que lo orillaron a exiliarse de nuevo en 1915. Regresó definitivamente a México durante la presidencia de Álvaro Obregón.

Perder el amo, ver desaparecer el cómitre brutal que a gritos y a golpes se hace obedecer, es cosa que hace temblar a los hombres-bueyes, esas bestias sumisas incapaces de dar un paso si la pica no ha acariciado sus ancas. Por eso ciertas gentes ven con odio la revolución que se acerca, porque por ella perderán el amo, por ella serán libres, y la idea de no sentir más la mano de hierro que las acogota las hace estremecer. ¿Qué será de las masas —se preguntan— sin la voluntad disciplinaria que desde el Olimpo del Poder frena los impulsos de los impacientes y ahoga las aspiraciones de los rebeldes?

Esos hombres-bueyes forman legión, ¡pobres bestias que no pueden marchar si la espuela no les desgarra los hijares! Así como hay hombres que necesitan el latigazo del alcohol para ser valientes y marchar, del mismo modo hay hombres mulos que sin el acicate del déspota vagarían como piedras arrojadas al acaso.

La acción de los hombres enérgicos es neutralizada por la inercia de los mansos, de los sufridos, de los que extrañan sobre los lomos el peso del jinete y necesitan en los hocicos la humillación del freno.

¿No vemos en algunos periódicos hacer la apología de las toscas manos que estrangulan a los pueblos? ¿No se ha dicho en todos los tonos que el pueblo mexicano —pueblo de inquietos— necesita soldadones asesinos que lo tengan sometido? Son los hombres mulos los que propagan esa doctrina de serrallo con la naturalidad con que el ganado esparce sus deyecciones en las praderas. Para esos seres despreciables es una vergüenza la rebeldía y una virtud la sumisión; pretenden alcanzar el progreso tirando eternamente de la carreta que ocupan sus amos y sin salir de los infecundos caminos del orden y la paz.

¡El orden y la paz sobre todo! Gritan esos eunucos como balan y vuelven los ojos al cielo las ovejas destinadas al rastro. No sienten como Prometeo la necesidad de robar su lumbre al cielo, satisfechos con las brumas que envuelven sus espesos cerebros; inamovibles como ostras pegadas a la roca de la rutina, quietos como dioses viejos que duermen olvidados bajo el polvo de la indiferencia, de bruces en el estercolero donde el despotismo los tiene, beben sus lágrimas en silencio sin que de sus labios pestilentes broten las demoniacas imprecaciones de Job.

Y así marcha la humanidad llevando a cuestas la osada cruz de la traición fomentada por los hombres-bueyes. Sobre las conciencias pesa un cadáver que apesta: el de la rutina. Hay sed de aire puro: el del progreso. Se necesita luz: la de la libertad.

En el seno del amargo mar de la indiferencia, los revolucionarios se agitan. No son los hombres-bueyes que piden paz: ellos piden guerra; ellos saben que la vida se conquista desafiando la muerte y van derecho a ella.

Entre las multitudes compactas los rebeldes hacen prosélitos mostrando la verdad, la verdad desnuda: Afrodita con vestidos ya no es Venus. Y los cerebros, al digerir la verdad, se hacen rebeldes. La gran fuerza de la revolución que se aproxima es ésa: la verdad. La pluma de los escritos raspó el barniz que daba bella apariencia a la tiranía; la espada de los revolucionarios la matará. Siempre la predicación ha precedido a la acción. ¡Por algo persiguen tanto a los apóstoles los tiranos!

Los revolucionarios han demostrado que la paz enerva y corrompe, y no lo han demostrado con palabras sino con hechos. La paz significa quietud, y la quietud es la muerte. Del choque continuo de los intereses es de donde surge el progreso. El cosmos es un inmenso palenque donde las acciones y las reacciones se producen hasta lo infinito. Nada está quieto en el universo, y llevando la observación a las sociedades humanas encontramos confirmada esa gran verdad. Una sociedad que no evoluciona es una sociedad condenada a desaparecer podrida en su propia vileza. La enorme China, detenida en su evolución por la lepra del quietismo, ha ido perdiendo fracciones de su territorio como las personas atacadas del horrible mal van consumiéndose a pedazos. El Indostán, absorto en la contemplación de Brahama, apenas comienza a sentir el ultraje del sable británico que desde hace tantos años la ha venido desgarrando. España, petrificada en el pasado, perdió sus colonias, y gracias a la sangría de la guerra comprendió que era necesario marchar, y marcha llevando al frente las legiones libertarias hacia la República Social. Rusia, la madre dolorida de los mujiks taciturnos, fallecía bajo la férula del zarismo, perdiéndose sus lamentos angustiosos en la inmensidad de sus estepas, y se hubiera podrido al fin si el acicate de la guerra no enseña al pueblo que si la sangre ha de correr, debe ser en beneficio de la libertad.

México, en paz, es una nación destinada a morir. La paz de México no es la paz saludable del organismo sano; no es el producto del equilibrio de las fuerzas sociales, sino el resultado de la obediencia impuesta a todos por el capricho de un hombre, mejor dicho, de un bandido. La tranquilidad de México es la Varsovia, es la de la muerte. Es una paz adquirida al costo de la sumisión de todos, de la castración de todos: paz de harem digna de eunucos; vergonzosa para hombres. El pensamiento agoniza en los presidios; la justicia se prostituye en los estrados de la curia; los sostenedores del derecho mueren en las encru­cijadas o arrastran la vida del proscrito en las playas tan inhospitalarias como las de su Patria. Hay que respetar hasta la humillación. No hay ley: el sable es la ley. Los huesos de los rebeldes blanquean en todos los recodos desde California hasta Quintana Roo. El suelo está reblandecido por el sudor y las lágrimas de los esclavos. Las fábricas son presidios; las minas, lugares de tortura; las plantaciones, colonias penales donde el silbido del látigo acompaña al hipar de los siervos. La masa entera de una población de quince millones de habitantes vive en la miseria y en la ignorancia trabajando para un puñado de bribones: el cacique, el rico, el sacerdote, el militar, el gendarme.

Tal es el cuadro sombrío de nuestro México en paz; quienes no lo vean, serán ciegos. Un vaho mortal, como la respiración de un sepulcro, envuelve a los hombres y las cosas corrompiéndolo todo: es el aliento del Tirano.

Para confirmar nuestra degradación, ya sólo falta la conquista, que es el castigo de los pueblos que no saben rebelarse. Pero no, no sufriremos la conquista, antes nos rebelaremos.

Sacando fuerzas de nuestra debilidad, los rebeldes nos aprestamos a la lucha. Despreciando las peticiones de paz de los hombres-bueyes, los revolucionarios nos organizamos y pronto iniciaremos el grande incendio que, por sus principios, asombrará al mundo entero.

No queremos que los gobernantes sean nuestros amos, sino nuestros sirvientes.

No vamos los revolucionarios en pos de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las armas para imponer un dios o una religión; los dioses se pudren en los libros sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Corán, los Vedas, la Biblia, ya no esplenden: en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en crepúsculo de invierno.

Vamos hacia la vida. Ayer fue el cielo el objetivo de los pueblos: ahora es la tierra. Ya no hay manos que empuñen las lanzas de los caballeros. La cimitarra de Alá yace en las vitrinas de los museos. Las hordas del dios de Israel se hacen ateas. El polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años.

Los pueblos ya no se rebelan, porque prefieren adorar un dios en vez de otro. Las grandes conmociones sociales que tuvieron su génesis en las religiones han quedado petrificadas en la historia. La Revolución Francesa conquistó el derecho de pensar; pero no conquistó el derecho de vivir, y a tomar este derecho se disponen los hombres conscientes de todos los países y de todas las razas.

Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un recio bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar. Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la libertad y a la felicidad.

La desigualdad social murió en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos los hombres libres de la tierra.

He aquí por qué los revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan, ya que forzosamente ha de correr sangre; que las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta social.

 

Por eso nos escuchan las multitudes; por eso nuestra voz llega hasta las masas y las sacude y las despierta, y, pobres como somos, podemos levantar un pueblo.

Somos la plebe; pero no la plebe de los faraones, mustia y doliente; ni la plebe de los césares, abyecta y servil; ni la plebe que bate palmas al paso de Porfirio Díaz. Somos la plebe rebelde al yugo; somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer1 proclama la igualdad, la plebe que con Camilo Desmoulins2 aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo incendia Granaditas, somos la plebe que con Juárez sostiene la Reforma.

Somos la plebe que despierta en medio de la francachela de los hartos y arroja a los cuatro vientos como un trueno esta frase formidable: “¡Todos tenemos derecho a ser libres y felices!” Y el pueblo, que ya no espera que descienda a algún Sinaí la palabra de Dios grabada en unas tablas, nos escucha. Debajo de las burdas telas se inflaman los corazones de los leales. En las negras pocilgas, donde se amontonan y pudren los que fabrican la felicidad de los de arriba, entra un rayo de esperanza. En los surcos medita el peón. En el vientre de la tierra el minero repite la frase a sus compañeros de cadenas. Por todas partes se escucha la respiración anhelosa de los que van a rebelarse. En la oscuridad, mil manos nerviosas acarician el arma y mil pechos impacientes consideran siglos los días que faltan para que se escuche este grito de hombres: ¡rebeldía!

El miedo huye de los pechos: sólo los viles lo guardan. El miedo es un fardo pesado del que se despojan los valientes que se avergüenzan de ser bestias de carga. Los fardos obligan a encorvarse, y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar algún peso, que sea un peso digno de titanes; que sea el peso del mundo o de un universo de responsabilidades.

¡Sumisión! es el grito de los viles; ¡rebeldía! es el grito de los hombres. Luzbel, rebelde, es más digno que el esbirro Gabriel, sumiso.

Bienaventurados los corazones donde enraíza la protesta. ¡Indisciplina y rebeldía!, bellas flores que no han sido debidamente cultivadas.

Los timoratos palidecen de miedo y los hombres “serios” se escandalizan al oír nuestras palabras; los timoratos y los hombres “serios” de mañana las aplaudirán. Los timoratos y los “serios” de hoy, que adoran a Cristo, fueron los mismos que ayer lo condenaron y lo crucificaron por rebelde. Los que hoy levantan estatuas a los hombres de genio, fueron los que ayer los persiguieron, los cargaron de cadenas o los echaron a la hoguera. Los que torturaron a Galileo y le exigieron su retractación, hoy lo glorifican; los que quemaron vivo a Giordano Bruno,3 hoy lo admiran; las manos que tiraron de la cuerda que ahorcó a John Brown,4 el generoso defensor de los negros, fueron las mismas que más tarde rompieron las cadenas de la esclavitud por la guerra de secesión; los que ayer condenaron, excomulgaron y degradaron a Hidalgo, hoy lo veneran; las manos temblorosas que llevaron la cicuta a los labios de Sócrates, escriben hoy llorosas apologías de ese titán del pensamiento.

“Todo hombre —dice Carlos Malato5— es a la vez el reaccionario de otro hombre y el revolucionario de otro también.”

 

Para los reaccionarios —hombres “serios” de hoy— somos revolucionarios; para los revolucionarios de mañana nuestros actos habrán sido de hombres “serios”. Las ideas de la humanidad varían siempre en el sentido del progreso, y es absurdo pretender que sean inmutables como las figuras de las plantas y los animales impresas en las capas geológicas.

Pero si los timoratos y los hombres “serios” palidecen de miedo y se escandalizan con nuestra doctrina, la gleba se alienta. Los rostros que la miseria y el dolor han hecho feos, se transfiguran; por las mejillas tostadas ya no corren lágrimas; se humanizan las caras, todavía mejor, se divinizan, animadas por el fuego sagrado de la rebelión. ¿Qué escultor ha esculpido jamás un héroe feo? ¿Qué pintor ha dejado en el lienzo la figura deforme de algún héroe? Hay una luz misteriosa que envuelve a los héroes y los hace deslumbradores. Hidalgo, Juárez, Morelos, Zaragoza, deslumbran como soles. Los griegos colocaban a sus héroes entre los semidioses.

Vamos hacia la vida; por eso se alienta la gleba, por eso ha despertado el gigante y por eso no retroceden los bravos. Desde su Olimpo, fabricado sobre las piedras de Chapultepec, un Júpiter de zarzuela pone precio a las cabezas de los que luchan; sus manos viejas firman sentencias de caníbales; sus canas deshonradas se rizan como los pelos de un lobo atacado de rabia. Deshonra de la ancianidad, este viejo perverso se aferra a la vida con la desesperación de un náufrago. Ha quitado la vida a miles de hombres y lucha a brazo partido con la muerte para no perder la suya.

No importa; los revolucionarios vamos adelante. El abismo no nos detiene: el agua es más bella despeñándose.

Si morimos, moriremos como soles: despidiendo luz.

– – – – NOTAS – – – –

1 Thomas Munzer (Stolberg, 1490-Mühlhausen, 1525). Clérigo reformador que se fue radicalizando del luteranismo al radicalismo revolucionario. Enfrentado a protestantes y católicos, creó una comunidad cristiana en Allsted. Fundó la Liga de los Elegidos. Sus prédicas alentaron la llamada Guerra de los Campesinos, que proclamaba la necesidad de establecer el reino de Dios en la tierra y acabar con los tiranos. Tras la batalla de Frankenhausen, donde murieron más de seis mil rebeldes, fue capturado y decapitado el 27 de mayo de 1525. El historiador Ernst Bloch lo llamó Teólogo de la Revolución.

2 Refiérese a Camille Desmoulins. (1760-1794). Abogado, periodista, escritor y revolucionario francés. Secretario de Mirabeau (1789). Miembro del club radical de los Cordeleros (1791). Miembro de la Convención Nacional. Cercano a Danton, criticó el “Terror” de Robespierre a partir del tercer número de su periódico Le Vieux Cordelier, (1793) donde escribió “¿Qué es lo que diferencia a la República de la Monarquía? Una cosa: la libertad de hablar y escribir”. Murió guillotinado.

3 Giordano Bruno (Nola, Nápoles, 1548–Roma, 1600). Por sostener la teoría de que el Sol era sólo una estrella más en un universo infinito de mundos habitados, fue acusado de hereje y panteísta por la Inquisición y condenado a morir en la hoguera. Autor de numerosas obras de astronomía, religión, filosofía y poesía.

4 John Brown (Torrington, Conn., 1800-Charles Town, Virginia Occidental, 1859). Durante el periodo previo a la Guerra Civil proclamó la validez de la lucha armada para exigir la abolición de la esclavitud y organizó zonas liberadas en Virginia. En 1859, con 18 seguidores, tomó por las armas Harpers Ferry (actual Virginia Occidental). Fue detenido y ejecutado el 2 de diciembre de ese año.

5 Charles Malato (1857-1938). Propagandista, escritor, teórico y militante anarquista francés de ascendencia siciliana. Hijo de padres comuneros, vivió el exilio en Nueva Caledonia. Regresó a Francia a fines de la década de 1880, aunque a causa de un proceso judicial en su contra se exilió en Londres, donde desarrolló una importante agitación anarcosindicalista. Entusiasta defensor de la independencia de Cuba, trabó amistad con Fernando Tárrida del Mármol, con quien efectuó una intensa campaña internacional por la revisión de los procesos de Montjuich. Opositor a la monarquía española y amigo personal de Francisco Ferrer Guardia, fue acusado, sin pruebas, de fraguar el atentado contra Alfonso XIII el 31 de julio de 1905 en París. A mediados de 1907 entró en contacto con la JOPLM, y a partir de entonces, junto con otros escritores radicales, difundió informaciones sobre la dictadura en México. Gracias al trabajo de dicho comité, a partir de esa época la prensa obrera y revolucionaria empieza a publicar de manera regular artículos sobre el tema. En marzo de 1908, publicó en Les Documents du Progrès un extenso artículo en el que denunciaba las miserables condiciones de los trabajadores mexicanos. En 1911 su labor fue fundamental para convocar la solidaridad de los anarquistas franceses respecto a la lucha revolucionaria del PLM. En el número especial de Regeneración del 1 de enero de 1913 se publicó su retrato al lado de otras grandes figuras del anarquismo como Bakunin, Malatesta, Kropotkin y Reclus. Al comenzar la primera guerra mundial apoyó a la coalición aliada en contra del expansionismo alemán, lo que le valió el descrédito entre algunos sectores libertarios. Colaborador del Journal du PeupleLa Guerre SocialeLa Bataille SyndicalisteLes Temps Nouveaux, entre otros periódicos ácratas. Entre sus obras destacan Filosofía de la anarquía Revolución cristiana y revolución social.

La prensa “seria” (¡fuchi!) de México, los periódicos pestilentes con El Imparcial1 y El Diario2 a la cabeza, han emprendido algo que ellos llaman campaña periodística y que no es otra cosa que una competencia de servilismo en que tratan de ganar la mejor propina los de­gradados lacayos de pluma; han emprendido, decimos, lo que ellos llaman una campaña contra el reputado escritor Luis Bonafoux,3 que a guisa de prólogo de trabajos más fecundos y trascendentes, publicó en El Heraldo de Madrid4 —el diario español de mayor circulación— un vigoroso artículo en que delinea magistralmente la situación de nuestro país y exhibe a Porfirio Díaz con la túnica afrentosa del liberticida.

Bonafoux se inspira en el mismo criterio que nosotros y robustece sus argumentos con datos que le proporcionó la Junta de St. Louis, Mo. Leyendo lo que escribió Bonafoux, se adivina desde luego la fuente en que recogió informaciones, y seguros estamos de que, a este respecto, ni se equivocan ni abrigan la menor duda los periodistas venales que se han irritado contra las opiniones vertidas por el erudito y brillante colaborador del El Heraldo de Madrid.

Esos periodistas entienden bien la relación que hay entre Bonafoux y la Junta y, sin embargo, fingen ignorancia de tal hecho que salta a la vista y se obstinan en mezclar en estos asuntos de alta honradez a un miserable como Estrada Cabrera; se obstinan en propalar la especie de que Bonafoux obra a instigación del opresor de Guatemala; Bonafoux, que para Estrada Cabrera no ha de sentir otra cosa que infinito desprecio.

La prensa oficiosa ha procedido en este asunto con la perfidia que le es habitual. Constándole perfectamente como le consta, que los miembros de la Junta de Saint Louis, Mo., han asumido el encargo de desprestigiar a Porfirio Díaz en el extranjero y que en esa labor necesaria y justa trabajan abierta y empeñosamente, ¿a qué viene que esa prensa venal atribuya a Estada Cabrera lo que es obra de gente honrada?

En el número 1o. de revolución, bajo el título “Excelente propaganda”, publicamos un entrefilet del que reproducimos el siguiente párrafo:

Un grupo secreto de libertarios en el que figuran reputados escritores norteamericanos, franceses, españoles e italianos, se ha constituido en Estados Unidos para fungir de Comité central en la cruzada de extensísima propaganda que ya se ha iniciado para denunciar ante el mundo entero, el despotismo de Porfirio Díaz y demostrar que la causa de los revolucionarios es justa y acreedora de la simpatía universal.

A dicho entrefilet hizo referencia en sus columnas El Demócrata Fronterizo5 de Laredo, Texas, y lo reprodujo El Mensajero6 de Del Río, Texas. No es de creerse que haya pasado desapercibido para los periódicos subvencionados.

El referido Comité central está integrado por amigos de la Junta de St. Louis, Mo., a cuya iniciativa se organizó. Ha laborado con gran celo y abnegación y algunos de sus trabajos periodísticos los hemos reproducido en revolución. El distinguido escritor Bonafoux fue invi­tado por el mismo Comité a coadyuvar con su talento, a la emancipación del pueblo mexicano y aceptó de buen grado, como hombre de ideales y nobles aspiraciones.

Con Bonafoux colaborarán altos intelectuales de Francia, España e Inglaterra; vigorosos intelectuales que agitarán la prensa de los citados países y asombrarán al mundo con los relatos de los crímenes horrorosos perpetrados por el troglodita Porfirio Díaz.

Ya se verán, pues, los lacayos desvergonzados de El Diario El Imparcial en el trance de volver a fingir que se indignan —¡las meretrices de la pluma se indignan!— porque se flagela al amo que los ceba; pero no vuelvan a atribuir al execrado tirano Estrada Cabrera lo que es fruto de conciencias inmaculadas; no vuelvan a incidir en confusiones de ésas, si no quieren que les digamos que más valiera que hubieran nacido de burra para que no deshonraran a la especie humana.

– – – – NOTAS – – – –

1 El Imparcial, México, D.F. (1896-1916). Directores: Rafael Reyes Spíndola, Carlos Díaz Dufoo, Manuel Flores, Fausto Moguel y Salvador Díaz Mirón.

2 El Diario (1906-1914), periódico fundado por Juan Sánchez Azcona que transitó de la oposición al regimen de Díaz al huertismo bajo la dirección de Manuel Flores.

3 Luis Bonafoux (1855-1918) periodista español, publicó crónicas en El Liberal El Heraldo de Madrid; fundó los semanarios El Paréntesis El español y, en París, La Campaña; entrevistó a Enrique Malatesta en 1906. Escribió para El Heraldo de Madrid dos artículos: “París al día” y “México peor que Rusia”, que provocaron un desmentido del ministro plenipotenciario de México ante la corte del rey de España, Eduardo Béistegui.

4 El Heraldo de Madrid. Diario español de filiación liberal fundado en 1890. Crítico de la dictadura de Primo de Rivera, apoyó a la república española. Al final de la guerra civil, el 27 de marzo de 1939, sus instalaciones fueron tomadas por la falange franquista, su maquinaría incautada; el periódico dejó de circular.

5 El Demócrata Fronterizo, Laredo, Tex. (1891-1920) Director: Justo Cárdenas. En sus páginas escribió Sara Estela Ramírez, maestra y poeta muy cercana al Partido Liberal Mexicano, quien también colaboraba con La Crónica, de la misma población

6 El Mensajero, Del Río, Tex. (1904?-1907?). Director: Crescencio Villarreal Márquez.

¿Cuánto tiempo logró sustraerse a las miradas del mundo esa llaga que lleva el nombre de Dictadura porfirista? ¿Quién, fuera de la Patria, había parado mientes en esa úlcera roedora que debilita las energías de la Nación Mexicana?

Por mucho tiempo, por seis angustiosos lustros, sólo nosotros, los mexicanos, supimos que éramos inmensamente desgraciados. Mientras agonizábamos bajo la planta del César, éste era glorificado, era ensalzado, era admirado en el extranjero. Hábil histrión, supo representar su comedia de salvador de un pueblo, y recibía palmas y laureles. El retrato de bandido audaz ensució las planas de todos los periódicos extranjeros. Los cónsules y los representantes diplomáticos compraban plumas, alquilaban cerebros, embaucaban al mundo entero. El pecho del chacal se vio al fin constelado de cruces, de medallas, de cintas, de insignias de toda clase. Sobre el bufete del monstruo llovían los títulos honoríficos, los diplomas académicos, universitarios, reales. De allende los mares, de allende las fronteras, un clamoreo de alabanzas para el verdugo llegaba a nuestros oídos haciendo más profunda nuestra tristeza. ¡Ni una mirada para las víctimas, todas las atenciones y todos los honores para el victimario!

El pueblo desfallecía entregado a su propio dolor. La mordaza le impedía hacer llegar sus gritos desgarradores más allá de los mares y las fronteras. Las palabras de los apóstoles morían sin eco en las sombras de los calabozos. Las manos dejaban caer las plumas bajo el filo de los puñales. El veneno agostaba vidas fecundas. El látigo de las fiebres y la fusta de los capataces abrían brecha en las compactas filas de los oradores, obreros, luchadores que marchaban hacia Yucatán y el Valle Nacional, las odiosas siberias mexicanas. Un silencio de muerte invadía los ámbitos de la República Mexicana, sólo turbado por los disparos de los esbirros que aplicaban la Ley Fuga.

Parecía que catorce millones de mexicanos estábamos condenados a morir en silencio, quietamente, contemplando la sonrisa triunfadora del crimen envuelto en nubes de incienso.

¿Iba a triunfar definitivamente la mentira? ¿El engaño de que se hacía víctima al mundo entero no podría ser descubierto al fin? ¿Hombres degradados como Reyes Spíndola y Juan Sánchez Azcona,1 piratas de la prensa, gusanos nacidos para alimentarse en todas las llagas, hermafroditas de honor, huérfanos de vergüenza, deyecciones sociales, hombres de esa clase, afrenta de la humanidad, oprobio de su raza y de cuya vileza se han de sentir indignadas las cenizas de sus padres; hombres de tan baja estirpe moral seguirán ocultando la verdad con la mugre de sus sesos, con el fango de sus almas? ¿El ImparcialEl Popular2,El DiarioLa Patria3, toda esa prensa de zahúrda, hervidero de bribones, almácigo de canallas que Porfirio Díaz paga con el dinero que le arranca al pueblo, acabarían por ahogar la verdad bajo el peso de la mentira?

Hábil como pocos, hipócrita como ninguno, Porfirio Díaz logró ocultar la verdad durante treinta años. Los muertos no hablan, se dijo, y mató a todos los que hablaban. Unos, murieron a puñaladas, a balazos otros. Para los de hocico blando fabricó candados de oro. ¿Qué podría saberse en el exterior de lo que ocurría en México?

En el extranjero se veía al Dictador enorme, envuelto en una aureola de gloria. Brillaba el grajo con las plumas robadas a los pavos. Deslumbraba como un sol la estopa impregnada de resina. El simio disfrazado de hombre adoptaba las actitudes de un dios. Pero la llaga se hizo vieja y comenzó a heder. No obstante, los oropeles brillaban, brillaban hasta cegar. Cargado de afeites como un payaso, el Dictador podía engañar aún.

Y en el interior continuaba la enorme sangría. El ruido de los cascabeles ahogaba el estertor de un pueblo moribundo. En treinta años murieron sacrificados a la paz más hombres que en treinta años de guerra. ¡En treinta años de paz la población de México no ha podido duplicarse! ¡Recojan este dato aterrador los sociólogos del mundo!

El fraude, al fin, fue descubierto. La llaga hedía más y más cada vez. El aroma del incienso no bastaba a disimular la pestilencia de la Dictadura, y el hedor franqueó las fronteras, cruzó los mares, salvó los montes y ríos y precipicios y llegó a extranjeras playas algo así como el tufo de un sepulcro.

Las conciencias honradas se indignaron. ¿Cómo en este siglo de in­discutible progreso podía alentar tal barbarie? ¿Cómo fue que se ausentara la civilización de ese desventurado país? ¿Es posible que las sociedades humanas puedan regresar a la sociedad de la piedra?

Y la llaga continuó hediendo, hediendo más cada vez.

Los pensadores de la tierra, engolfados en sus nobles abstracciones, no se habían dado cuenta de tanta miseria; pero la llaga seguía hediendo y su hedor se hizo insoportable. Entonces se abrieron los ojos, inquie­tos, como cuando se adivina el peligro, y las miradas se clavaron en México y se hizo la luz y todos retrocedieron espantados ante el espectáculo que se ofreció a la universal vergüenza.

¡Rusia es libre, Rusia es un paraíso comparado con México!

Rusia tiene un Domingo Rojo; México tiene cien, tiene mil. Rusia tiene una Siberia; México tiene dos.

Contra la Autocracia rusa está el Trabajo organizado. Contra la Autocracia mexicana, el Trabajo, dividido, aplastado por las hecatombes, es una fuerza negativa.

 

En Rusia hay periódicos que atacan la Autocracia; ¿qué periódicos de México pueden hacer lo que hacen esos periódicos de la clásica tierra de la tiranía?

En Rusia no hay Ley Fuga, los revolucionarios recorren todo el país predicando sus doctrinas, se reúnen en clubes, deliberan, obran. ¿En México pueden reunirse, no ya revolucionarios, sino simples y pacíficos ciudadanos para tratar asuntos públicos; para formar uniones obreras?

Se ha hecho la luz. En Europa como en Estados Unidos se desnuda al tirano. Al golpe de la crítica caen las lentejuelas como las escamas de un pez, permitiendo ver la sombría armazón de ese castillo de naipes que se había dado en llamar el progreso de México. Sorprendidas en su cubil, las fieras aúllan de furor. Del hocico del César hotentote, como de un albañal, salen volando con sus alas membranosas las injurias.

No os detengáis en vuestra obra civilizadora ¡oh, escritores honrados! Desnudad la horrible bestia, mostradla alma (sic), al mundo como el símbolo de todas las impurezas, de todas las infamias. Catorce millones de esclavos os lo agradecerán.

– – – – NOTAS – – – –

1 Juan Sánchez Azcona (1876-1938). Periodista y político capitalino. Hijo del diplomático Juan Sánchez Azcona, realizó estudios de ciencias políticas en París, donde conoció a Francisco I. Madero. Colaborador de El ImparcialEl Mundo El Partido Liberal, entre otros. Diputado federal en 1904 y 1908. Director de El Diario, que mantuvo una relación ambivalente con el gobierno de Porfirio Díaz. En 1907, junto con Rafael Reyes Spíndola, se ocupó de neutralizar la propaganda internacional contra el régimen que efectuaban desde los Estados Unidos los dirigentes del PLM. Afiliado a la causa antirreeleccionista, colaboró en la redacción del Plan de San Luis y se desempeñó como representante de Madero en Washington. Fundador de los periódicos Nueva Era México Nuevo. Tras el golpe de Estado de Huerta se unió al constitucionalismo, al triunfo del cual fue nombrado representante del nuevo gobierno en Europa. A causa de su oposición a la reelección de Álvaro Obregón, se exilió en La Habana. Retornó a México a comienzos de la década de 1930.

2 El Popular, “Diario político poco-serio, independiente y de caricaturas”, México, D.F. (1897-1904, 1906-1908). Director: Francisco Montes de Oca, quien también editaba el vespertino Argos, dedicado a noticias humorísticas y ficticias.

3 La Patria, “Diario político, científico, literario, comercial y de anuncios”, México, D.F. (1877-1912). Director: Ireneo Paz. Entre sus colaboradores estuvieron Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, José María Vigil y Luis G. Urbina. En su suplemento La patria Ilustrada, publicó numerosas caricaturas José Guadalupe Posada; ahí empezó a hacer sus famosas calaveras catrinas en 1889. La Patria fue una publicación fiel a Porfirio Díaz hasta 1910, cuando desaprobó la candidatura a la vicepresidencia de Ramón Corral. El periódico dejó de publicarse en ese año a petición expresa de Díaz.

Conteniendo la respiración nos inclinamos a recoger un harapo: no es posible acercarse a ciertos objetos sin llevarse la mano a las narices. Ese harapo es la prensa de alquiler, la que por más o menos dinero se hace cargo de la defensa de los opresores, en cuyas filas milita contra el pueblo oprimido.

Los tiranos tienen presidios, tienen jueces, tienen soldados y gendarmes, tienen cadalsos para tener sometidos materialmente a los hombres; pero eso no basta: hay algo que escapa a la opresión material, algo que no puede guardarse detrás de los hierros de las cárceles, algo intangible que el esbirro no puede tomar del cuello y llevarlo a la presencia de ningún juez, que el verdugo no puede decapitar, ni el gendarme aprehender, ni el soldado fusilar: es el pensamiento, para el que no hay cárceles, ni flagelos, ni tumbas; el pensamiento inmortal que vive aunque el tirano decrete su muerte, que vuela aunque se pretenda cortarle las alas.

 

El tirano decreta las tinieblas: los entusiasmos se apegan, la tristeza hace más negras las sombras; pero el pensamiento vive y aletea, y brilla embelleciendo las almas.

No es una perla prisionera en una concha, no es la pepita de oro oculta entre las arenas: el pensamiento es luz, luz de sol. Anatematizado y proscrito, no deja de brillar. Va a todas partes: acaricia al prisionero en su celda; relampaguea en la plaza pública por encima de las cabezas delirantes; en los negros tugurios, pone lumbre en las frentes de los parias como el beso de un astro.

Poderoso como un dios, el pensamiento hace marchar pueblos, troza continentes, doma los mares, esclaviza al rayo, y audaz y libre y rebelde no se postra en los dinteles del cielo, penetra en él, destrona ídolos y muestra a las intensas multitudes la verdad.

El pensamiento hace temblar a los tiranos. Encadenados los pueblos, el pensamiento es libre aún. No queda prisionero en el calabozo con el apóstol; no muere en el cadalso con el héroe ni agoniza en el tormento con el mártir. El pensamiento rebelde no murió con Hidalgo en Chihuahua, ni quedó calcinado en las cenizas de Giordano Bruno, ni atado al clavo del que fue suspendido el Licenciado Verdad.1 La gleba se arrastra y muerde la tierra; pero el pensamiento tiene alas y no toca el suelo.

No pudiendo matar el pensamiento, los tiranos alquilan plumas que lo denigren, brillantes unas, sucias y grises las más. Contra la verdad esgrime la tiranía la mentira, y una legión de granujas zumban como moscas queriendo cubrir el sol.

Porfirio Díaz, como cualquier tirano, tuvo que alquilar plumas. El pensamiento no murió con los periodistas asesinados, ni quedó prisionero con los escritores presos, ni murió ahogado en la sangre de las hecatombes. El 24 de junio, en Veracruz,2 murieron varios rebeldes, pero el pensamiento no cayó bajo el machete de Luis Mier y Terán.3 En Cananea y en Río Blanco murieron muchos rebeldes, pero el pensamiento salió ileso de las fauces de los cosacos Kosterlisky y Rosalino Martínez.4 En Urus, en Belem, en Oaxaca, en Orizaba, en Mérida, en muchas cárceles —esas tumbas de seres humanos— hay muchos pensadores, y sin embargo, el pensamiento alienta por todas partes, todos los cerebros piensan en la revolución.

La prensa de alquiler cumplió su misión y la sigue cumpliendo. Misión baja y odiosa. Es la misión de la tapadera que oculta la inmundicia. La humanidad se avergüenza de que haya hombres capaces de desempeñar tan vil oficio. Por eso, conteniendo la respiración, nos inclinamos a recoger ese harapo, y, venciendo difícilmente la repugnancia que inspira, pasamos a examinarlo.

Hay en todas las sociedades desgraciados que, sin talento, sin vo­luntad, sin honor, y, sobre todo, sin deseos de trabajar honestamente para ganarse el pan de un modo que no avergüence, no se detienen ante ninguna humillación: pasan por todas; no retroceden ante ningún pantano: en todos se encharcan. Esos vencidos son los que en las ciudades viven a costa del vicio de sus mujeres; esos mentecatos venderían a sus madres, si por ellas recibieran un mendrugo o una copa de aguardiente. Pues bien, entre esa gente recluta Porfirio Díaz a sus esbirros y a sus “periodistas” —los hombres honrados se negarían a defenderle—, y de ese modo, hombres que por su ineptitud y su baja moralidad estaban condenados a desaparecer, logran vivir, y algunos de ellos pueden hacerse ricos.

Formada por tales hombres la prensa de alquiler, las personas honradas la desprecian; pero hay muchas personas que a pesar de ser honradas, no tienen el criterio necesario para apreciar en lo que valen las afirmaciones de la prensa gobiernista, y es entre personas donde esa prensa hace adeptos y se ahogaría la verdad bajo el peso de la mentira, si no fuera evidente la tiranía que impera en México.

Más que a sus bayonetas, el Dictador debe la existencia de su despotismo a la sombría labor de la prensa gobiernista. El pueblo yace en la miseria, sufre la injusticia de los caciques, tiene que dar sus hijos al tirano para que sirvan de soldados, y sus esposas y sus hijas a los amos y a las autoridades. Bajo el peso de tanta vergüenza el pueblo sufre y tiene que marchar al extranjero en busca de pan y de garantías.

Esas verdades constan a todos, a todos los mexicanos nos avergüenzan, menos a los periódicos del Gobierno. A ocultar esas tristes verdades se dedicó la prensa gobiernista para la cual es paternal un Gobierno que procura tener en la miseria al mexicano para que no se dignifique ni se rebele. La ocultación de la verdad fue general, pero al fin volvió a brillar, y hoy, cuando en todo el mundo la prensa honrada ha tomado la defensa de los oprimidos mexicanos, la prensa gobiernista trata aún de ocultar la verdad y de embaucar a los imbéciles.

El pensamiento no pudo morir. Vive a pesar de las matanzas y a pesar de las cárceles. Resistió la ira del Gobierno y la calumnia de la prensa vendida. Alienta en el cerebro de todos los hombres inteligentes y ha prendido en el pecho de los hombres honrados ansias formidables de libertad y de justicia que pronto estallarán en toda la República Mexicana, formando la magna revolución que asombrará al mundo por sus emancipadores principios y sus redentoras reformas.

Mientras pasa el tiempo, la idea revolucionaria se robustece. Sólo los ciegos del entendimiento no pueden comprenderla, o, mejor, no quieren aceptarlo, porque para ellos el tirano y el amo son seres superiores contra quienes los simples mortales no pueden rebelarse; pero los que somos irrespetuosos, los que sabemos que el tiempo y el amo son nuestros iguales, los que no acatamos una orden por el solo hecho de venir de arriba, los indisciplinables, los rebeldes, en suma, cada día templamos nuestros propósitos, y vemos que, a nuestro ejemplo, nuevos revolucionarios se aprestan a la lucha, esa lucha que tanto asusta a los cobardes y por eso la condenan, que tanto temen los déspotas y por eso ofrecen dinero por la cabeza de los leaders.

– – – – NOTAS – – – –

1 Francisco Primo Verdad (Jalisco, 1760-ciudad de México, 1808). Abogado, criollo. Precursor de la Independencia de México. Síndico del Ayuntamiento de México. Por sostener la tesis de que la soberanía reside esencialmente en el pueblo, fue atacado por los peninsulares y calificado de hereje por la Inquisición. La mañana del 4 de octubre 1808 su cuerpo fue hallado colgado en la celda del Arzobispado de México, donde había sido recluido por orden del virrey Pedro Garibay. Su asesinato dio pie al episodio “El licenciado Verdad” del famoso Libro Rojo, de Vicente Riva Palacio.

2 Respondiendo a la famosa orden de “mátalos en caliente”, emitida por Porfirio Díaz, el 24 de junio de 1879, el gobernador de Veracruz, Luis Mier y Terán, ordenó el fusilamiento de los levantados del vapor Libertad, que pretendían el regreso a la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada.

3 Luis Mier y Terán (Guanajuato, Gto., 1835–Orizaba, Ver., 1891). Combatió del lado liebral en la Guerra de Reforma y durante la intervención francesa. Secundó a Porfirio Díaz en el Plan de la Noria y el levantamiento de Tuxtepec, por lo que fue ascendido a general de división por Porfirio Díaz, quien además lo nombró gobernador de Veracruz. Fue el ejecutor de la famosa orden “mátalos en caliente”, aplicada a rebeldes lerdistas en 1879. Al año siguiente renunció al cargo por motivos de salud. Algunos historiadores afirman que estaba severamente afectado de sus facultades mentales.

4 Rosalino Martínez (Juchitán, Oax., 1847-ciudad de México, 1907). Militar porfirista. Luchó contra el Imperio. Encabezó las guerras contra el pueblo maya en 1868 y en 1899-1900. En 1907 dirigió el rompimiento militar de la huelga de Río Blanco y la matanza obrera del 7 de enero. Fue secretario de Guerra y Marina de Porfirio Díaz.

“¿Qué queréis para el pueblo ruso?” Fue preguntado a un demócrata radical, miembro de la primera Duma,1 cuando esta memorable asamblea estaba deliberando sobre los destinos del imperio moscovita. “Todo”, contestó sin titubear el interpelado, encerrando en esa respuesta de sabio laconismo el bello ideal de la humanidad abnegada y pensante.

Todo para el pueblo: la liberación, el bienestar, el ejercicio de los humanos derechos, sin coacciones arbitrarias de la Autoridad ni tiránicas restricciones legales; la emancipación económica; la supresión de la miseria, suprimiendo a los detentadores del Capital; el ennoblecimiento de la especie, acabando con los amos; el derecho a vivir, el derecho a ser felices, el derecho a gozar de las riquezas de que la naturaleza dotó a este globo fecundo y magnificente que sería para el hombre morada hospitalaria y de dichas inefables, si la avaricia y la maldad no hubieran robado para unos cuantos lo que es patrimonio de todos, lo que a todos pertenece.

Todo para el pueblo, hasta hacer imposible la existencia de las clases privilegiadas, de los explotadores que, violando las leyes naturales y los principios de justicia más rudimentarios, se elevan sobre los demás y los postergan, y como inmensos vampiros insaciables e incansables en sus funciones absorbentes, se posesionan dondequiera de las fuentes de la vida determinan con su egoísmo la miseria universal y son la causa sombría y funesta de que los seres humanos vivamos en la escasez y la desesperación, como hordas hambrientas, condenadas al dolor, que habitáramos un planeta agotado donde el principio fecundante se debilitara notablemente, donde la Naturaleza se manifestara pobre y agonizante y la miseria, con todos sus horrores, se hiciera sentir como un signo de la desolación y la muerte.

Y la situación angustiada del pueblo resulta más injusta si se considera que es el fruto artificial de la codicia de los potentados; si se considera que está en notable contraste con los recursos inagotables de nuestro suelo rico y prodigioso.

El proletariado, como una consecuencia de la rapacidad capitalista, es uno de los borrones más repugnantes de esta civilización de que nos vanagloriamos y la que aún no ha podido abolir la explotación del hombre por el hombre.

Deplorable es que nuestra organización social adolezca de vicios hondos y de difícil extirpación; deplorable que hayamos quedado rezagados en la implantación de reformas que nos acerquen a un Estado menos cruel y menos antirracional. En el orden económico, el obrero, como en los nebulosos tiempos del feudalismo, es un esclavo sujeto al capricho del amo y sin derecho a disfrutar del fruto de su trabajo; en el orden político, las masas carecen de libertades efectivas y son los potentados, los directores, quienes imponen las autoridades y expiden leyes a su antojo y en beneficio de su casta, cuyos privilegios a todo trance defienden y protegen.

El saber humano ha realizado admirables conquistas; la ciencia nos asombra con descubrimientos portentosos; en el campo de las ideas como en el de las especulaciones científicas, se escucha victorioso el himno del progreso y, sin embargo, eludiendo a éste, las instituciones sociales no se modifican en relación con los adelantos de la época, permanecen estacionarias, inconmovibles, como petrificadas, como un signo negativo de la evolución.

Comparados con nuestros sorprendentes progresos en las ciencias físicas y sus aplicaciones prácticas (dice Alfredo Wallace),2 nuestro sistema de gobierno, nuestra justicia administrativa, nuestra educación nacional, y toda nuestra organización social y moral, han quedado en estado de barbarie.

En efecto, vivimos socialmente en estado de barbarie. Los grandes especuladores de la Bolsa pueden arreglar una guerra internacional en la que perezcan millares de seres humanos con el único fin de hacer que determinados bonos suban o bajen de valor; los industriales, para conquistar mercado a sus manufacturas, pueden arrojar un país contra otro país. Para disputarse los mercados de extremo oriente, chocaron Rusia y Japón, pereciendo en la sangrienta campaña más de medio millón de combatientes quienes nada tenían que ganar ni perder con que los traficantes —que no fueron a la guerra— rusos o japoneses obtuvieran la primacía en el comercio oriental. Ciertos millonarios norteamericanos que se interesaban en monopolizar el azúcar y el café lanzaron a Estados Unidos sobre España. Los Estados Unidos, también por fines meramente comerciales, se posesionaron de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Panamá, ofendiendo gravemente a esos países débiles en sus sentimientos de libertad y violando sin sonrojo los más rudimentarios principios de justicia.

Vivimos en estado de barbarie. Nicolás II se hace llamar padre de sus súbditos y hordas frenéticas de sus feroces cosacos asesinan a los mujiks en sus aldeas y a los obreros en las calles de las ciudades.

Porfirio Díaz, la más feroz de las hienas que devoran pueblos, encarcela damas virtuosas como la señorita Modesta Abascal,3 persigue y asesina hasta en el extranjero a periodistas independientes, ordena a la soldadesca que dispare sobre huelguistas indefensos, y en las prisiones de Belem, Orizaba y San Juan de Ulúa, retiene por centenares a miembros dignos del Partido Liberal que no han cometido otro delito que despertar con su altivez temores seniles en el alma entenebrecida del pusilánime Dictador.

Vivimos en estado de barbarie y es bueno penetrarnos de la verdadera situación para que los que tengamos vergüenza y seamos reacios al miedo, formemos legiones y hagamos apostolado heroico y osado de nuestra consagración a la lucha emancipadora que es una lucha santa en pro de la civilización y la libertad.

Tiempo es de que, con esfuerzo perseverante y recio, reivindique­mos nuestras pasadas debilidades, nuestros pasados temores, nuestros pasados oprobios. Si culpables somos de que nuestras instituciones, en pugna con los principios de evolución, se hayan estancado y degenerado, en tanto que todo a nuestro alrededor avanza y perfecciona, justo es que las impulsemos, las saquemos de su atraso y obremos el prodigio de ponerlas en armonía con los adelantos de la época.

Confiemos en los resultados de la acción viril y pujante; tengamos fe en la lucha de los hombres, ajenos a las decepciones, indómitos y tenaces.

Sobre la tumba del filósofo de nobles concepciones, sus admiradores grabaron esta inscripción: espera como una profecía de que la verdad habría de fulgir y la justicia triunfar.

Sobre el estancamiento letal de las instituciones, inscribamos también ¡Espera!, como una bella promesa a los humanos infortunios; pero no el ¡Espera! místico que tiene fe en favores providenciales, en milagros providenciales; sino el ¡Espera! bélico de los luchadores audaces que preparan el porvenir con la fuerza de sus voluntades, que hacen el porvenir con el fuego de su labor fecunda y creadora.

Laboremos para esperar, laboremos los que queramos “todo” para el pueblo.

Laborar es vivir.

Laborar es vencer.

¡Laboremos!

– – – – NOTAS – – – –

1 Palabra rusa que designa a una asamblea representativa.

2 Alfred Russell Wallace (Usk, Gales, 1823–Broadstone, Ingalterra, 1913). Explorador, geógrafo, antropólogo y biólogo. Desarrolló importantes aportes a la teoría de la evolución de las especies y, con base en sus propias investigaciones en el Amazonas y el archipiélago malayo, postuló al mismo tiempo que Darwin la idea de la selección natural. Es considerado el padre de la “biogeografía”. Además de sus aportes científicos, Wallace fue un activista social crítico y uno de los primeros pensadores en señalar los efectos perniciosos de la actividad humana sobre el medio ambiente.

3 Modesta Abascal. Costurera. Ciudad de México. (1906-1922). Correo y propagandista de la JOPLM en su ciudad natal y parte del Estado de México. Dio refugio, entre otros, a Antonio de Pío Araujo durante su viaje de propaganda (1907). Su casa fue asaltada por la policía y ella fue remitida a la cárcel de Belém “confundida con mujeres de mala conducta”, donde permaneció por dos meses. Tras su liberación, por iniciativa propia, se empleó como trabajadora doméstica en casa del vicepresidente y secretario de Gobernación, Ramón Corral, en 1908. Planeó, infructuosamente, el secuestro e intercambio de dicho personaje por los liberales presos en San Juan de Ulúa. El 19 de enero de 1913, el enviado del PLM ante Emiliano Zapata, José Guerra, se entrevistó con ella. Al parecer, Zapata tuvo conocimiento de Regeneración a través de ella. Mantuvo correspondencia con RFM hasta mediados de 1922.

La dictadura respiró un momento, el pródigo derroche del oro mexicano pareció darle el triunfo definitivo sobre el Partido Liberal; así lo creyó la tiranía de aduladores y cómplices. Un golpe de mano preparado en las tinieblas entregó a tres de los principales miembros de la Junta de Saint Louis a la furia cobarde de los esbirros. El telégrafo comunicó a Porfirio Díaz el resultado de la emboscada, y el torpe tirano, cuyo tacto político ha consistido en derrochar el tesoro nacional para alquilar plumas y puñales, que todo es uno, cuando lo manejan degradados malhechores, muchos de ellos salidos de presidio a cambio de servicios de carácter político prestados en correrías vandálicas, a la Borgia se sintió aliviado de un peso enorme, el del terror; por un momento su alma deforme acarició una satisfacción, la de la boa que siente entre sus anillos las palpitaciones agónicas de la víctima que va a servirle de banquete; la mente pusilánime del liberticida, poco antes poblada de espectros justicieros y amenazadores, ha de haber experimentado la misma beatífica alegría de Torquemada,1 cuando saboreaba el tormento de una virgen; su cerebro turbio y revuelto ha de haber concebido un basto programa de atrocidades; batió palmas, y con él los eunucos, los histriones, los jenízaros, los prevaricadores, los plagiarios, y los rufianes, la turba entera de su corte vana y ridícula, criminal y necia, los cuadrumanos del periodismo treparon al trapecio de la desvergüenza para hacer muecas a la razón; algunos reclamaron para su frente envilecida el honor (?) de la paternidad del último atentado; se arrastraron sedientos de ignominia, hambrientos de infamia, anhelantes de compartir con el César el oprobio y la maldición del universo. Todos los bandidos que temen la justicia popular, los brillantes y los oscuros, los altos y los bajos, desde el tigelino ministro hasta el “bravo” harapiento, se sintieron con su jefe, fuertes, omnipotentes en su maldad, impunes en sus fechorías: no se levantaría más ninguna voz enérgica y acosadora; ningún brazo sostendría el estandarte rebelde. Los buitres estiraron su descarriado cuello; los lobos, los chacales y las zorras aullaron de alegría, con el hocico en dirección a Los Ángeles olfatearon un festín próximo; los marranos gruñeron de gozo y zambulleron su cuerpo grasoso en el deleite del fango. La libertad, que alboreaba en el cielo de la Patria, volvía al seno de la noche, un Josué grotesco había hecho algo más que detener el astro: lo confinaba al reino del imposible para terminar la matanza de los derechos del hombre, el degollamiento del patriotismo y la violación de la dignidad nacional. Para todos los viles, la Revolución nacida del seno dolorido de la esclavitud y amamantada en los pechos de la proscripción, estaba muerta o moribunda sucumbiendo sus Readers, sus adeptos y simpatizadores; la legión de parias, de idiotas que abría los brazos al sol del porvenir, huirían espantados o se someterían temblando al ver la mano todopoderosa del Crimen acogotando a la honradez rebelde, en la misma tierra de Lincoln. El caballo triunfador de Atila arrancaría con sus cascos salvajes hasta el último retoño de la yerba insurrección: en lo sucesivo no habría nadie bastante audaz, o loco para encararse al omnipotente despotismo, el oro empleado en sobornar conciencias y alquilar “condottieras” rendiría una ganancia soberbia; quedaba asegurado el dominio absoluto sobre una tierra grande, rica y condicionada habitada por millones de esclavos, todavía capaces de producir riquezas.

La resistencia de los liberales y por consecuencia, el fracaso probable de la primera parte del plan

(Continuará)

– – – – NOTAS – – – –

1 Juan de Torquemada (Valladolid, España, 1420-Ávila, España, 1498) Fraile dominico. El más famoso de los inquisidores españoles. Durante su mandato, el Santo Oficio quemó en la hoguera a más de 10 mil personas y condenó a penas infamantes a cerca de 30 mil más. Torquemada fue el confesor de la reina Isabel la Católica, y autor del Edicto de Granada, que proscribió a los judíos del reino de España en 1492

tenebroso del gobierno de México no sorprendió ni a él, ni a sus agentes: se había pensado en ello, por eso sonrió Creel1 al saberlo, y para su coleto repetiría, tal vez, las palabras de Maza “tanto por el honor de las autoridades americanas”. Pero, en todos los edificios que levanta la maldad hay siempre un punto falso que se escapa a la vista de sus arquitectos y por ese punto empieza la ruina algunas veces, antes de terminar la obra. “El género humano, considerado en masa, es un hombre honrado”, dice Víctor Hugo, y esta gran verdad ha sido desconocida por todos los tiranos: para ellos, la opinión pública que acusa la conciencia universal que purga, y el brazo de los pueblos o la pluma de la historia, que ejecutan, no han existido sino hasta el terrible momento en que ven trocados sus doradas sangrientas en los fúnebres paños de una capilla y sus cóleras soberanas, en la explosión de una bomba; o bien hasta que son llevados de la cadena de sus infamias, de pueblo en pueblo, como bestias repugnantes, recogiendo puntapiés y maldiciones. En esta vez como en otras muchas, la política de Porfirio Díaz dio un traspié y sus burdos y cochinos manejos salieron a recibir la rechifla y la reprobación: envió la diplomacia en ayuda de los esbirros para obtener una derrota más ruidosa: en vano se presenta derrochadora la solícita e interesada cortesana; se cree hábil, se considera astuta porque se desliza por pasadizos oscuros, y como la avaricia y la “grasa” la han dejado sorda, no percibe el ruido de los cascabeles que lleva atados al rabo denunciando su marcha. Lo hemos dicho ya, la grasa ha embotado el tacto de esa gata y todo le parece blando y fácil de comer, como una bola de manteca.

Lo que en un principio pareció a los rufianes el simple movimiento de la curiosidad, les tiene ahora desengañados plenamente de dos cosas: de que Porfirio Díaz no inspira miedo, y sí asco y desprecio en dondequiera que sus hechos son conocidos, y de que la justicia brilla más bella, más grande y sublime en medio de los verdugos y dentro de las rejas de los calabozos que las oropeladas figuras de los tiranos en el recinto de sus ricos palacios. Todos los déspotas, aún los más despreciables, han tenido su corte de aduladores y cortesanas que les inciensen y les sirven de alfombra, mientras dura su poder, mientras tienen oro con que enriquecerles; los próceros reciben ovaciones del interés, de la bajeza, del miedo y de la conveniencia, pero nunca del honor, de la dignidad y el cariño: los liberales mexicanos, presos aquí por los corchetes del Dictador, han recibido el espontáneo abrazo del cariño fraternal del pueblo, el aplauso ruidoso de la admiración y las tiernas flores de la gratitud; todo, en el momento en que sus enemigos parecían vencer. El beso de la gloria acariciando sus frentes altivas e indómitas compensa sus afanes y les lleva a la prisión lo que no compra el oro de todos los magnates, lo que no conquistan las armas malditas de todos los liberticidas, ni atrapan los lazos astutos de los traidores y los hipócritas: la tranquilidad inmutable de la verdadera grandeza. La verdad gusta siempre de aparecer cuando más terriblemente se la niega y se la ultraja: cuando la noche de la mentira se extiende sobre la tierra y hace tropezar a los hombres unos con otros sin distinguirse; cuando reina la sombra de tal modo que se marcha a tientas, tornando a veces un ratero por Juez, un salvador por un asesino y viceversa; cuando no se sabe cuál es la senda de la prevaricación y cuál el camino de la justicia; entonces, aparece radiante como un sol y confunde a los protervos y da a los objetos su real apariencia: por eso es que unos descamisados cargados de crímenes, de desprestigio y de burlas, según el decir de los turiferarios del poder, perseguidos furiosamente por un ejército de dogos mercenarios, odiados por todos, locos por añadidura y con las cabezas puestas a precio por un “gobierno justiciero, amado hasta la veneración, y temido de propios y extranjeros”, reciben del pueblo honrado, del pueblo libre, del pueblo justo, demostración más sincera de simpatía y adhesión hacia su causa calumniada. La verdad, cuando se muestra, hunde a los mendaces y levanta a los que le rinden culto a pesar de las acechanzas: sólo ella y la justicia son capaces de sembrar de flores el camino de un reo-apóstol, cuando marcha a la oscuridad del presidio con las manos encadenadas; sólo una profunda convicción en la conciencia del pueblo puede llevar a su boca el ¡viva! atronador para los luchadores caídos y el ¡muera! formidable para los tiranos arrogantes con su poder.

No desesperamos de ver salir de los tribunales americanos a los representantes de Porfirio Díaz, con el rostro cruzado por el fuete de la ley; no renunciamos al triunfo de la inocencia. La ruina de la Dictadura es cierta y próxima, aunque la diosa Themis se convierta Dánae; aunque nuestros hermanos perezcan, el Partido Liberal vencerá: los miembros de la Junta Central, libres o condenados por los jueces, están absueltos por la Historia; son amados por millares de compatriotas que ejecutarían lo que ellos no puedan terminar. La revolución no ha perdido sus jefes: un partido que lucha por ideales redentores, y no por personalidades determinadas, no se domina ni se aniquila segando una cabeza, o mil: mañana surgirá más potente, habrá cobrado bríos a la vista de la Bastilla; el pueblo que quiere quebrar sus cadenas, tiene jefes, intangibles para los opresores; en todos los tiempos y en todos los suelos, los tiranos han buscado inútilmente los cuellos de esos jefes de las multitudes, cuya voz vibrante se escucha implacable en todas partes sin encontrarse en ninguna; ¡son los jefes que no se inmutan ante las cuatro cabezas enjauladas de Granaditas, ni retroceden al tocar la llama que abrazó la mano de Scevela,2 ni enmudecen ante la copa de Sócrates! Porfirio Díaz abre su tumba con impaciencia febril, le parece que no tiene tiempo de hacerla lo bastante profunda; causa risa ver cómo el “jeremiaco” Dictador enciende los cirios de la belfa en torno de su ataúd; no quiere morir en la oscuridad; como Enobarbo,3 es un trágico grotesco, como él, necesita el verbo, ¡quiere cantar su propio panegírico! ¡Qué gran bandolero va a perder la tierra! Cuando la tiranía acabe de abrir su fosa, el pueblo no hará más que empujarlo a la sima.

– – – – NOTAS – – – –

1 Enrique Clay Creel (1854-1931). Empresario y hacendado oriundo de la capital chihuahuense. Miembro del llamado clan Terrazas, encabezado por su suegro, el general Luis Terrazas. Socio principal del Banco Minero. Después de ocupar diversos puestos públicos, fue gobernador de Chihuahua de 1904 a abril de 1910. Embajador de México en los Estados Unidos de 1907 a 1910. Secretario de Relaciones Exteriores de mayo de 1910 a marzo del año siguiente. Condujo la persecución de los miembros del PLM en tierra norteamericana por medio de los cónsules mexicanos, la contratación de detectives privados y el cohecho de autoridades judiciales.

2 Referencia a Cayo Mucio Scévola. Patricio romano, que a decir de Tito Livio (Décadas), exclamó, ante la guardia del rey etrusco Lars Porsena, mientras su brazo era quemado en un brasero: “poca cosa es el cuerpo, para quien aspira a la gloria”.

3 Refiérese a Lucio Domicio Enobarbo, nombre de nacimiento del emperador romano Nerón.